Ciencia Política I

• Del Aguila, Rafael. Manual de Ciencia Política. Editorial Trotta, Madrid, 1997. • Galvis Gaitán, Fernando. Manual de Ciencia Política. Editorial Tem...

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Universidad Santa María La Antigua Resumen de Ciencia Política I Profesor Giancarlos Candanedo Páez

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Ciencia Política I Una aproximación a la noción de Estado, al ideal de gobierno y de ciudadanos políticos. Anotaciones del profesor Giancarlos Candanedo Páez

Panamá, 2014

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Prólogo En un especial contexto histórico para Panamá la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la USMA me invita a dictar el curso de ciencia política I este primer cuatrimestre del año 2014: quinientos años del avistamiento del Mar del Sur y del establecimiento de la primera diócesis en tierra firme del continente americano bajo la advocación de Santa María La Antigua, centenario del Canal de Panamá, cincuenta aniversario de la gesta del 9 de enero de 1964 y, especialmente, encontrarnos en medio de un proceso electoral, el quinto desde que se restableció la democracia en nuestra república. Al igual que en otras ocasiones me cuestioné sobre lo que deseo que ustedes, mis estudiantes, se lleven del curso. Si bien contamos con unos objetivos que cumplir y un contenido que abarcar, no menos cierto es que soy un firme convencido de que la universidad debe ser un punto de referencia en la promoción de ideas que transformen la sociedad para bien, un centro en donde se busque la verdad. Por eso propongo que salgamos de nuestra zona de confort, que no nos limitemos a los contenidos sugeridos y nos lancemos a reconstruir desde los cimientos, leyendo, buscando, investigando, opinando, generando opinión y diálogo. Evidentemente, y considerando la situación política de la sociedad en que vivimos, aspiro a que las ideas que juntos descubramos y construyamos sean para el bien nuestro y de las futuras generaciones. Me hago la pregunta y se las hago a ustedes: ¿qué es el Estado? ¿existe un ideal de gobierno para dirigir un país? ¿cuál es ideal de ciudadano político?

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No es casualidad que en esta carrera se imparta el grado académico en la especialidad de ciencias políticas, entre otras razones, porque la comprensión del fenómeno jurídico pasa por el entendimiento pleno de lo político. ¡De eso se trata! De que sepamos que no somos ni podemos ser convidados de piedra en una sociedad que está sedienta de mujeres y hombres de Estado, preparados académicamente para asumir con valentía los retos que suponen ser parte de este mundo globalizado, pero sobre todo mujeres y hombres con valores sólidos que reconstruyan la institucionalidad, consoliden la democracia y promuevan el bien común en Panamá y la región. ¡Esa es nuestra misión! La de cada una, la de cada uno, la de nuestra universidad: “¡Duc in altum!” Lanzarnos al océano de la sociedad siendo buenos y verdaderos ciudadanos que, con su ejemplo y visión humanista, sumen a más mujeres y hombres a esta barca que con optimismo, alegría y unidad, siempre llegará a buen puerto. Queremos que ustedes comprendan, analicen, sean capaces de aplicar y emitir juicios críticos sobre los elementos, fines y estructura del Estado, interpretando sus antecedentes, situación actual y desafíos del nuevo siglo. Esta perspectiva integral de lo jurídico y lo político les permitirá identificar los problemas más puntuales del Estado panameño, pero especialmente proponer soluciones transformadoras, teniendo siempre presente lo más importante, el bien común. Ese es el sello que deberá identificar el actuar de cada una, de cada uno, como egresados de la universidad Santa María La Antigua. En este sentido me permito citar al Papa Francisco cuando, en relación a la Iglesia, dice: “Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de

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un estancamiento infecundo de la Iglesia” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 129). Pues, que siendo llamados a esa tarea de hacer patria, dejemos las dudas, temores y comodidades a un lado. ¡Seamos creativos, audaces, valientes, coherentes y partícipes de los procesos históricos que demanda nuestra nación! Algunos de los objetivos generales del curso son: analizar el concepto de Ciencia Política que destaque su importancia dentro del conjunto de ciencias que componen su formación profesional; identificar la noción de Estado que le permita distinguir y relacionar sus elementos esenciales, aplicando los conceptos generados en clase a nuestra realidad nacional; evaluar las distintas formas de Estado y sistemas de gobierno que le permita emitir juicios críticos sobre su importancia dentro de una sociedad democrática; discutir las principales funciones del Estado, identificar sus problemas más puntuales y proponer soluciones que transformen el panorama social y político de nuestro país; conocer la teoría de la separación de los poderes, así como los sistemas de gobierno presidencialista y parlamentario. Como objetivos específicos esperamos lograr lo siguiente: Formular un concepto de Estado que distinga sus elementos; aplicar el elemento población a distintos contextos sociales y jurídicos, así como utilizar el elemento territorio para resolver problemas jurídicos; relacionar el elemento poder con nuestro entorno social y política, así como discutir los distintos conceptos sobre el elemento soberanía; emitir juicios críticos sobre las formas del Estado; discutir la problemática sobre la organización territorial del Estado; contrastar los distintos sistemas parlamentarios y presidencialistas. ¿Cómo llegaremos a cubrir el material propuesto y más? Con dedicación y empeño, leyendo, investigando, dialogando y usando las nuevas tecnologías. Aspiro a que nuestras clases no se queden en las cuatro paredes del aula,

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sino que las continuemos llevándolas a las redes sociales, que las comuniquemos. A eso me refiero cuando digo que debemos ser generadores de opinión y diálogo. Les invito a que a través de Twitter, para los que lo tengan, compartamos información valiosa para nosotros y la sociedad, y a que visiten y comenten en mi blog www.visionpolitica.me, donde podremos continuar dialogando, principalmente en la sección que he dedicado a esta temática, ciencia política. No podemos terminar sin conocer los libros que nos proponen como referencia: •

Del Aguila, Rafael. Manual de Ciencia Política. Editorial Trotta, Madrid, 1997.



Galvis Gaitán, Fernando. Manual de Ciencia Política. Editorial Temis, S,.A., Bogotá, 1998



Held, David. Modelos de democracia, Alianza Editorial, Madrid, 2001.



Naranjo Mesa, Vladimiro. Teoría Constitucional e Instituciones Políticas, Editorial Temis, Bogotá, 1997.



PNUD, La democracia en América Latina, 2004.

Yo propongo otros y considero que uno de los más importantes es el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, elaborado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Este documento, dirigido a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, nos dará luces para entender lo que es vivir una sociedad más humana. También recomiendo el libro Historia de las ideas contemporáneas, del Dr. Mariano Fazio 1, que nos ayudará en el proceso de conocer temas tan importantes como la ilustración, la teoría político-social, el liberalismo, el nacionalismo, el marxismo, entre otros. Este libro lo pueden adquirir en su versión digital comprándolo para usarlo en IBooks, Kindle u otros formatos desde sus dispositivos electrónicos: tablets y/o smartphones. 1

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A partir de este momento damos inicio al curso de Ciencia Política I con charlas y diálogos de los que seré moderador, pero ustedes también deberán analizar e investigar temas en grupo, aportar ideas en las clases y escribir, pues debemos examinarnos, como es lógico. Todo esto será evaluado. Pero insisto, mi objetivo personal es que descubramos y reconstruyamos para que podamos vivir y promover una sociedad más humana y solidaria. ¡Bienvenidos!

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Introducción Con el objetivo de facilitar el estudio de la primera parte del curso ciencia política I, les presento un resumen de los aspectos más relevantes que debemos conocer de cara a la primera evaluación. Cabe destacar que este documento no se trata de un manual debidamente revisado para publicación ni mucho menos, motivo por el cual a lo largo del mismo verán que se transcriben extractos de algunos libros de autores que son de interés para la materia. En estos casos leerán las notas a pie de página que indican que se trata de la transcripción íntegra del texto de un autor en particular. Lo anterior no es óbice para que yo presente algunos comentarios a lo largo del texto, toda vez que este resumen también se trata de una primera recopilación de valiosa información que, a futuro, espero poder plasmar en un manual sencillo que facilite el estudio de la materia. Como saben, es difícil conseguir en librerías en Panamá libros o manuales relativos a ciencia política. En nuestro caso, estamos usando como base el texto Principios de Ciencia Política del Dr. César A. Quintero2, que nos da una guía para el desarrollo del temario, así como valiosos conceptos y explicaciones, sin embargo, es un texto que, por su antigüedad, debe ser leído cuidadosamente pues, dependiendo de la edición, cita ejemplos o conceptos que están desfasados. Asimismo considero que tanto este como o otros libros de referencia no incluyen un aspecto - en mi opinión - muy importante para comprender el fenómeno político e intentar aportar positivamente en la formación de mejores ciudadanos: una visión humanista, un pensamiento filosófico y antropológico de impronta personalista. Es por ello que recurro a clásicos como Sócrates, Platón, Aristóteles, y a autores

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QUINTERO, César A., Principios de Ciencia Política. Manfer, S.A., Panamá, 1991.

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más recientes como Yepes Stork, Aranguren, Cruz Prados, entre otros, para complementar esa parte de nuestra formación, sin dejar de mencionar a importantes pensadores políticos como Maquiavelo, Hobbes, Rousseau, etc. En caso de que consigan el libro de César A. Quintero, sugiero que lean los siguientes capítulos: Capítulo IV - Relaciones de la ciencia política con otras ciencias Capítulo VI - Definición y elementos del Estado Capítulo VII - Nación, Nacionalidad y Estado (Nota: Depurar lo relativo a la Constitución Nacional porque está desfasado respecto de la vigente). En cuanto al Capítulo VIII del libro de Quintero, titulado Fuerzas determinantes de la formación del Estado, es preferible usar los textos sugeridos del libro Fundamentos de Antropología3, de Yepes Stork; también sirve leer el acápite titulado La Lógica del Estado Moderno, en el libro Ethos y Polis4 de Alfredo Cruz Prados, que se transcribe en este documento. Tanto Yepes como Cruz nos presentan un resumen de cómo surge el Estado desde una perspectiva más antropológica filosófica. En resumen, interesa que al final del curso tengan claridad sobre los términos siguientes: Estado, nación, gobierno, pueblo, soberanía y otros semejantes. Persona, democracia, libertad, serán objeto del curso ciencia política II, aunque también haremos mención de ellos. Habiendo aclarado estos puntos, pasemos ahora al contenido de este documento, esperando que sea de su utilidad.

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YEPES S., Ricardo / ARANGUREN E. Javier. Fundamentos de antropología - Un ideal de la excelencia humana. Editorial EUNSA, Navarra, 2003. CRUZ P., Alfredo. Ethos y Polis - Bases para una reconstrucción de la filosofía política. Editorial EUNSA, Navarra, 2006, pág. 44 y ss. 4

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Algunas definiciones que debemos conocer. En tono burlesco el actor estadounidense Groucho Marx (1890-1977) decía que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Viendo lo que acontece en la realidad política nacional, podríamos darle la razón. Sin embargo, nuestro ideal debe apuntar más bien a ser el tipo de políticos o ciudadanos políticos que planteó el político británico Winston Churchill (1874-1965), cuando dijo que “el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Veamos algunas definiciones. Política: Arte de gobernar, o alarde de hacerlo, dictando leyes y haciéndolas cumplir, promoviendo el bien público y remediando las necesidades de los ciudadanos y habitantes de una país. / Traza o arte para concluir un asunto, para aplicar los medios a un fin. / Cortesía, urbanidad.5 Política: “Arte de administrar y conducir un Estado, tanto en sus relaciones internas como externas” (Quintero, p. 17) Ciencia política, en un sentido amplio, denota cualquier estudio de los fenómenos y de las estructuras políticas, conducido con sistematicidad y con rigor y apoyado en un amplio y agudo examen de los hechos (DAVIS/ BLANCO, 2007, p. 15)6

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CABANELLAS, Guillermo. Diccionario Jurídico Elemental. Editorial Heliasta, Buenos Aires, 2003. p. 310.

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DAVIS, Enriqueta / BLANCO, Freddy. Ciencia Política y Sociología Política. Editorial Universitaria, Panamá, 2007.

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Ciencia política: “Se ocupa de las asociaciones humanas que forman unidades políticas” (Quintero, op.cit, citando a Gettel, p. 14) “Es aquella que se ocupa no sólo de las instituciones políticas sino también de las ideas políticas” (Quintero, ibid, citando a Garner, p. 14) “Investiga la naturaleza, historia y forma de las instituciones políticas” (Quintero, ibid, citando a Garner, p. 14) Ciencia política: “Aquella que estudia las leyes y establece los principios que deben regir la administración y conducción de la sociedad estatal” (Quintero, ibid, p. 17) Ciencia política: Ciencia que estudia el Estado. En este sentido, debemos reconocer que la definición - abreviada y simplificada - conlleva dificultades debido a “la naturaleza un poco abstracta y bastante controvertida de la entidad que, según la definición apuntada, constituye el objeto de nuestra ciencia: el Estado” (QUINTERO, 1986, p. 5). Estudia al Estado en general: investiga sus rasgos y características generales. Pero, ¿qué entendemos por Estado? Estado: “Agrupación política suprema” (Dabin) Estado: “Vasta sociedad humana organizada independientemente sobre un territorio” (Quintero, ibid, p. 17)

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Política: ciencia y arte. La política la podemos entender desde dos perspectivas según Quintero, como ciencia y como arte. Arte o técnica: Ejercicio de las actividades relacionadas con la administración del Estado. Ciencia: Incluye el estudio sistemático de las funciones del Estado. Maquiavelo - Política como arte por el cual el gobernante llegaba al poder y lograba mantenerse en él mediante la dominación de los hombres. Aristóteles - Política como estudio sistemático (científico) del Estado (de la Polis) para lograr un mejor funcionamiento de éste. “La idea que los hombres tienen de la política es, en gran parte, producto del sistema social en que viven” (Cole, G.D.H.) Algunos autores señalan como precursores de la ciencia política a Maquiavelo, Montesquieu, Tocqueville, Rousseau, entre otros. Sin embargo, también en Platón, Sócrates y Aristóteles podemos encontrar importantes conceptos y referencias al Estado, la política, la ética y las virtudes de los ciudadanos del Estado y, por ende, de los políticos. Ciencia política: Como ciencia, esta enfatiza en los estudios relativos al Estado y la política, aunque relacionada con los economistas y sociólogos también abarca temas como: relaciones Estado, Gobierno y economía, así como las relaciones entre las estructuras sociales y las estructuras políticas. Davis y Blanco señalan que “los especialistas en ciencia política intentan

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comprender y explicar los patrones recurrentes en la política, más que los eventos políticos específicos” (Davis/Blanco, op. cit., p. 14). Áreas de interés: burocracia, ejército y poderes constitucionales, relaciones internacionales, teorías políticas, administración pública, políticas públicas y el comportamiento político, derechos humanos,

relación Iglesia-Estado,

entre otras áreas. A la ciencia política le interesa “el análisis de las formas y los grados de desarrollo de la sociedad política, de la estructura de lo público que se inserta entre la sociedad civil y el Estado y sobre todo de la crisis que tales condiciones de desarrollo conllevan” (Davis/Blanco, ibid, p. 15) Podemos preguntarnos: ¿Es necesario el estudio de la ciencia política hoy? Cada uno tendrá su opinión al respecto, sin embargo, cito al Dr. Quintero que dice: “Posiblemente el estudio científico de la política nunca se ha hecho tan imperioso en el mundo como ahora. Vivimos una época en que el retraso o las imperfecciones de las ciencias sociales, ponen en peligro la civilización y la existencia misma de la humanidad. El hombre no ha podido aún encontrar fórmulas políticas que encaucen las fuerzas ciegas que dominan las relaciones sociales y estatales. En su afán por encontrarlas, está sometiendo a las instituciones políticas a radicales cambios nunca antes pensados. Las ideas políticas son, asimismo, objeto de severas y profundas consideraciones. Nuevos experimentos de gobierno se ensayan hoy, y más se ensayarán mañana. La primera y la segunda guerras mundiales han provocado y acelerado profundos cambios en las viejas concepciones sobre la organización y actividades de los Estados y muchas y más radicales innovaciones se vislumbran”. (QUINTERO, op.cit, p. 8). Pese a lo antigua de

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esta afirmación, podemos decir que aún está vigente, aunque las circunstancias hayan variado. “La ciencia política, que no es una ciencia exacta, no permite predecir con exactitud cuáles serán esas profundas transformaciones políticas que se avecinan, pero sí podemos afirmar que las ideas y convicciones de los hombres determinarán en gran parte el carácter y orientación de esas revoluciones” (ibid) Debemos adquirir ideas claras y justas acerca de los problemas políticos actuales. Estas ideas solo pueden obtenerse a través de la investigación, del estudio y de la discusión de los hechos y de los principios políticos, y mediante un análisis basado en la información obtenida a través de la investigación, discusión y estudios mencionados. Vinculación con otras ciencias: Economía política, sociología, ética, psicología, historia, biología, geografía, antropología. Economía política: “Antiguamente se le consideró como una rama de la ciencia del Estado, encargada especialmente de estudiar los medios de proveer al Estado de amplias rentas a fin de que éste dispusiera de suficientes riquezas y poder. Actualmente la Economía ha ensanchado su campo para incluir en él todas las actividades individuales y sociales, públicas y privadas, referentes a la producción, distribución y consumo de la riqueza” (Quintero, p. 35)

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“Las controversias políticas del siglo veinte no han de girar como en el siglo diez y nueve en torno a la ampliación del sufragio, del voto por papeleta, del referéndum, iniciativa y revocación, de los poderes, méritos y deméritos de las diversas cámaras, o de la disyuntiva entre monarquía constitucional o república, etcétera, sino más bien en torno a problemas de mayor fundamento para la estructura de la sociedad. El problema principal no estará en cómo organizar la maquinaria del gobierno, sino en cómo organizar la entera vida económica y política de la comunidad. La política y la economía dejarán de ser consideradas como problemas distintos y aparecerán como un solo y único problema” 7 (G.D.H. Cole, 1889-1959, teórico político, economista, historiador y escritor inglés). “Con respecto a vuestra reunión, me gustaría hacer hincapié en la importancia que tienen los distintos sectores políticos y económicos en la promoción de un enfoque inclusivo que tenga en cuenta la dignidad de toda persona humana y el bien común. Me refiero a la atención que debería plasmar cualquier decisión política y económica, pero que, de momento, parece ser poco más que un replanteamiento. Los que trabajan en estos sectores tienen una responsabilidad precisa para con los demás, especialmente con los más frágiles, débiles y vulnerables” (Papa Francisco al Foro Económico de Davos). Ética: “La importancia de la Ética y, por ende, de la Filosofía en la Política ha sido desestimada últimamente; y ello es un grave error” (Quintero, p. 41)

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Citado por Quintero, p.10: Cole, G.D.H., Doctrians y formas de organización política, Edit. fondo de Cultura Económica, México 1938, p. 11

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Es importante porque la ciencia política se pregunta: ¿cuáles son los fines del Estado? ¿Para qué existe el Estado? Importa determinar estas cuestiones, porque de lo contrario se carecería de un criterio para juzgar la conducta estatal. “Puede que el derecho en sí no se interese especialmente en estos fines éticos. Para el abogado una ley es ley porque expresa la voluntad del Estado y debe ser cumplida porque es la ley. Pero la ciencia política deber ir y va más adentro. Esta debe preguntarse si dicha ley es buena o mala, esto es, si constituye un medio para la realización de los fines del Estado” (Quintero, p. 42) “Un Estado donde sus hombres de gobierno carezcan de ideología política es un Estado en bancarrota. Todo decae, hasta las artes y las industrias, cuando la política deja de obedecer a ideales para caer en simple interés personal” (Quintero, p. 42) El hombre “necesita de una fe, necesita creer en valores superiores a sí mismo. Cuando el hombre no tiene otra aspiración que sus menudos intereses egoístas, decae, se arruina en lo íntimo, se inutiliza socialmente. Sólo la devoción a ideales nobles pone al hombre por encima de la bestia y sólo los ideales hacen que el Estado deje de ser un sórdido artefacto para convertirse, como han querido los filósofos, en el promotor de una vida buena”. (Quintero, p. 42)

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Antropología: La antropología estudia al hombre. Algunos consideran que la relación que determinados autores han hecho de esta con la ciencia política es un tanto exagerada. Difiero de esta opinión puesto que en la medida que conozcamos al hombre, podremos comprenderle mejor y aspirar así a ser mejores ciudadanos que construyan o consoliden instituciones que promuevan el bien común8.

Definición y elementos del Estado (Leer además los puntos de “La vida social” en las copias de Yepes Stork) El Estado constituye el objeto esencial del estudio de la ciencia política. La vida de un Estado se basa en la coordinación de sus miembros constitutivos. Para comenzar a comprender el Estado, tenemos la necesidad de hacer un proceso de abstracción mental. Surge de esa necesidad humana de vivir en sociedad y bajo alguna forma de autoridad. Paso de las primitivas comunidades humanas a sociedades en las que las funciones de autoridad quedaron bien determinadas y se formó así la sociedad política: aquella con poder para gobernar y regir a sus miembros.

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Más adelante hablaremos un poco del concepto bien común.

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Funciones del Estado: reglamentación de las relaciones entre gobernantes y gobernados. Griegos - Polis Romanos - Civitas Maquiavelo (1523) - Estado Estado: Sociedad políticamente organizada para la realización de las necesidades y promoción de fines comunes. Es ante todo una comunidad con una organización y unidad jurídicas, es una entidad independiente y soberana, sea o no nación. Gobierno: agencia a través de la cual se realiza la voluntad del Estado o sea de la sociedad políticamente organizada. Cabanellas nos da varias definiciones de gobierno, a saber: a) Dirección o administración del Estado; b) Conjunto de ministros que ejercen el Poder Ejecutivo; c) Orden, régimen o sistema para regir la nación o alguna de sus provincias, regiones o municipios. Respecto a las definiciones de gobierno de Cabanellas, vale la pena conocer los significados que este da a Gobierno Absoluto y Gobierno de hecho o “defacto” (CABANELLAS, pág. 180). Gobierno absoluto: Ejercicio de todos los poderes públicos por una sola persona o un cuerpo determinado, sin limitación en las atribuciones ni responsabilidad alguna, al menos durante su ejercicio.

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Gobierno de hecho o “defacto”: En términos amplios, cualquier poder público que no ha sido elegido por sufragio ni nombrado por otro procedimiento constitucional. La denominación corresponde habitualmente a los grupos revolucionarios que, triunfantes, ejercen el poder público en nombre de la opinión del país o con el propósito, cuando no con el pretexto, de servir sus intereses”. Los gobiernos cambian, el Estado permanece. Se dice: el gobierno de tal persona o partido fue malo o fue bueno; no se dice: el Estado del señor Fulano fue bueno o fue corrupto. El ejemplo anterior aclara que utilizar los términos Estado y gobierno como sinónimos es un error, puesto que son dos cosas distintas. Algunas definiciones clásicas de Estado: Aristóteles: “Una unión de familias que tiene como fin una vida perfecta e independiente”. Bodin: “Una asociación de familias y sus posesiones comunes, gobernada por un poder supremo y por la razón”. Para Bodin el Estado consiste en la posesión de un poder soberano, mientras que el gobierno es el aparato por medio del cual se ejerce dicho poder. Bluntschli: “El Estado es el pueblo políticamente organizado de un territorio definido”. Garner: “Una comunidad de personas más o menos numerosa, que ocupa permanentemente una porción definida de territorio; independiente o casi

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independiente de dominio externo; y que posee un gobierno organizado al cual el gran conglomerado de habitantes rinde obediencia habitual”. Finalmente, Quintero define Estado como “una numerosa sociedad humana jurídicamente independiente de cualquiera otra, que ocupa de manera estable un territorio definido, dentro del cual mantiene un gobierno”.

Elementos del Estado 1. Población: Quintero nos dice que se trata de un grupo considerable de seres humanos. Davis y Blanco, citando a Vladimiro Naranjo, dicen que es “un conjunto de personas, de seres racionales que cumplen un ciclo vital determinado, durante el cual persiguen a la vez fines individuales y colectivos” (DAVIS/BLANCO, pág. 29). Cabanellas la define como el número de hombres y mujeres que componen la humanidad, un Estado, provincia, municipio o pueblo. Patriotismo vs Nacionalismo Cabanellas define patria como lugar, ciudad o nación en que se nace; también como el conjunto sagrado de la tierra, la historia, la vida presente y las nobles aspiraciones del país y del pueblo al que nos unen el nacimiento o la sangre de los padres. Davis y Blanco señalan que este concepto es entendido como Nación propia de una persona, con la suma de cosas materiales e inmateriales pasadas, presentes y futuras que cautivan la amorosa adhesión de los patriotas; en un sentido más romántico dicen que es la encarnación de un ideal en el cual se conjugan una serie de sentimientos, sin embargo, reconocen que esta expresión tiene ante todo un sentido sentimental y no jurídico.

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Es comprensible ese sentido romántico de amor a la patria que desarrollan las personas por el lugar con el que tienen estrechos vínculos, sea por razones familiares, históricas, de nacimiento u otras. Es a este sentimiento al que se le conoce con el término de patriotismo. “El patriotismo es el amor a la patria, el cual implica compartir el orgullo por sus valores históricos, morales y culturales, así como el deseo sincero por superar sus problemas y necesidades, buscando para ella un futuro de prosperidad y de paz, y trabajando para lograr ese objetivo”. (Ossorio y Naranjo en Davis/Blanco, 2007). Contrario al sentido positivo y romántico del término patriotismo, el nacionalismo tiene mayormente un sentido negativo y radical, aunque cabe destacar que algunos autores le otorgan una definición neutral. En palabras de Cabanellas, por ejemplo, el nacionalismo se puede definir como: a) La exaltación violenta de todo lo nacional; b) Partido que considera mala toda posición y actitud que no se funde en la tradición nacional; c) Tendencia separatista de alguna provincia, región o territorio de un Estado. Bobbio y Metteucci dicen del nacionalismo que es la fórmula política o la doctrina que propone el desarrollo autónomo, autodeterminado, de una colectividad definida según características externas precisas y homogéneas, y considerada como depositaria de valores exclusivos e imperecederos. (Bobbio y Matteucci en Davis/Blanco, 2007). Sin embargo, por los hechos históricos somos de la opinión que el término nacionalismo tiene una acepción negativa que debe ser distinguida del patriotismo. En este sentido, Naranjo considera al nacionalismo como una distorsión del patriotismo, que consiste en explotar el sentimiento nacional de un pueblo con fines políticos y en ocasiones económicos y bélicos, como fue el caso de la Alemania nazi de Hitler o la Italia de Mussolini. (Ibid).

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Otro que otorga un sentido negativo al término nacionalismo es Ossorio, quien lo define como sentimiento, individual o colectivo, que tiende al planteamiento y resolución de los problemas políticos, sociales y económicos teniendo exclusivamente en cuenta el interés de la patria, con desprecio de otros intereses extranjeros. Este tipo de nacionalismo, continúa Ossorio, se caracteriza por su posición xenófoba, aún cuando de ese modo se perjudiquen los propios intereses patrios. (Ossorio en Davis/Blanco, 2007). Lugan nos dice que el nacionalismo es el proceso o el acto que refuera al Estado - nación con la ayuda de diversos medios: decretos, programas de instrucción cívica, acondicionamiento de los reflejos corporales, afectivos e intelectuales, empleando el servicio militar, los medios masivos de comunicación y sobre todo, mediante una política sistemática que trata de reducir y hasta de borrar las realidades etnoculturales regionales y las diversas minorías nacionales en beneficio de la abstracción nacional. El nacionalismo puede apoyarse también en mitos colectivos de clase, raza, partido, dictador, etc. (Lugan en Davis/Blanco, 2007). 2. Territorio: Cabanellas lo define como “parte de la superficie terrestre sometida a la jurisdicción de un Estado, provincia, región o municipio”, mientras que Quintero como “área definida sobre la superficie de la tierra en la cual reside permanentemente la población”. Cabe destacar que “el territorio tiene gran influencia sobre el Estado porque es este elemento el que le va a dar al Estado la competencia de su poder soberano, en el que va a regirse autónomo y en él ejercerá su poder” (DAVIS/BLANCO). Otra definición destaca que es “el espacio en que el poder del Estado puede desenvolver su actividad específica, o sea la del poder público” (Rodríguez en DAVIS/BLANCO, 2007).

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3. Gobierno: Organización política a través de la cual la voluntad o ley del Estado es expresada y administrada, es la definición que nos da Quintero. Mientras que, entre otras, Cabanellas nos dice que se trata de la dirección o administración del Estado. Por su parte Davis y Blanco, para referirse al elemento Gobierno, prefieren utilizar el término Poder Público o Autoridad (Gobierno). a. Poder Público: Citando a Ossorio, dicen que este es entendido como la postetad inherente al Estado y que lo autoriza para regir, según reglas obligatorias, la convivencia de cuantos residen en territorio sujeto a sus facultades políticas y administrativas. (Ossorio en Davis/Blanco, 2007). Además señalan que la dominación y la competencia son dos elementos esenciales que conforman el poder público. Se entiende dominación como la capacidad material de hacer cumplir las decisiones de los gobernantes, es decir, de poder obligar, aún por la fuerza, a los gobernados a obedecer esas decisiones. Por competencia, señalan, se entiende la aptitud reconocida al gobernante para adoptar soluciones justas a los problemas que plantea la conducción del conglomerado y hace que normalmente los mandatos de la autoridad sean obedecidos, sin necesidad de recurrir a la fuerza. b. Gobierno: Para Fiske, citado en Ossorio, es la dirección o el manejo de todos los asuntos que conciernen de igual modo a todo el pueblo, que es sostenido por éste y que se mantiene con vida mediante los impuestos. Mientras que Posada, también citado en Osorio, establece claramente que es cosa distinta del Estado, ya que se considera a aquél en su función de ordenar, de mantener un régimen, de gobernar, en suma, si se lo define como un conjunto de órganos, el gobierno es algo del Estado y para el Estado, pero no es el Estado. Davis y Blanco,

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citando a Naranjo, dicen que gobierno, en sentido estricto, es el conjunto de funcionarios a los cuales la Constitución confiere la titularidad de la función ejecutiva y administrativa del Estado, a cuya cabeza está colocada una persona, o un grupo de personas, que ostenta la suprema autoridad política y administrativa de una nación. (Davis/Blanco, 2007). 4. Soberanía: Quintero la define como la supremacía del Estado sobre todos los individuos y asociaciones dentro de él, y la independencia jurídica del Estado de todo dominio político externo. Para Cabanellas es la manifestación que distingue y caracteriza al Poder del Estado por la cual se afirma su superioridad jurídica sobre cualquier otro poder, sin aceptar limitación ni subordinación que cercene sus facultades ni su independencia dentro de su territorio y posesiones. Para Rodríguez, la soberanía es la instancia última de la decisión, es la libre determinación del orden jurídico; es aquella unidad decisoria que no está suborndinada a ninguna otra unidad decisoria universal y eficaz. (Rodríguez en Davis/ Blanco, 2007). Una definición más amplia es la de Sánchez Viamonte, citado por Ossorio, quien señala que “la soberanía es la plenitud lograda por la voluntad política del pueblo para determinarse y para manifestarse, de suerte que está comprendida en ella la autolimitación o la sujeción de determinadas normas, establecidas como condición para su validez, y así, las formas jurídicas adquieren la importancia y jerarquía de condiciones impuestas a la soberanía y de cuyo cumplimiento depende la legitimidad y validez de la voluntad política”. (Ossorio en Davis/Blanco, 2007). Como hemos visto anteriormente respecto a la definición de Estado, algunos autores - Garner, por ejemplo - señalan que el elemento soberanía, entendido como independencia de un dominio externo, puede ser total o

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parcial. Recordemos que Garner dice que el Estado es “una comunidad de personas más o menos numerosa, que ocupa permanentemente una porción definida de territorio; independiente o casi independiente de dominio externo; y que posee un gobierno organizado al cual el gran conglomerado de habitantes rinde obediencia habitual”. (Garner en Quintero, 1991). Sobre este punto vale la pena mencionar a Jean Bodin (1530 - 1596), destacado intelectual francés, quien hizo importantes aportes a la teoría del Estado, particularmente relativas al concepto de soberanía. Para Bodin, el elemento esencial de la comunidad política es la presencia de un soberano común y definió soberanía como “poder supremo sobre los ciudadanos y súbditos, no sometidos a las leyes”9, lo que le llevó a analizar el significado de poder supremo. “Es, en primer lugar, perpetuo a diferencia de cualquier concesión de poder limitada a un periodo determinado de tiempo. Es un poder no delegado, o delegado sin límites o condiciones. Es inalienable y no está sujeto a prescripción. No está sometido a las leyes porque el soberano es la fuente del derecho” (G. Sabine, 1994). Sobre esto último, G. Sabine destaca que Bodin no tenía duda de que el soberano era responsable ante Dios y estaba sometido a la ley natural, dice que “para él, como para todos sus contemporáneos, le ley natural es superior a la humana, y establece ciertos cánones inmutables de justicia; lo que distingue a un verdadero Estado de la mera violencia es la observancia de esa ley” (G. Sabine, 1994). De una manera más concreta, veamos los significados que Bodin atribuye a algunas de las características de la soberanía, a saber: absoluta, perpetua, indivisible, inalienable e imprescindible. También veamos algunas características adicionales que otros autores agregan a la soberanía, tales

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Bodin citado en G. Sabine, 1994, p. 317. El texto aclara que esta frase corresponde a la edición latina de la República, donde se define la maiestas como Summa in cives ac subditos legibusque soluta potestas; en la edición francesa la souveraineté se define como puissance absolue et perpétuelle d’une république.

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como: el carácter excluyente, el hecho de no poder ser delegada, así como el ser incondicional. 1. Es absoluta: Porque no está limitada por las leyes. Esta característica le permite a un Estado actuar frente a los demás con una completa independencia y en plano de igualdad jurídica dentro del marco del Derecho Internacional. (Bobbio y Matteucci, Quintero y Naranjo en Davis/ Blanco 2007). 2. Es perpetua o permanente: Porque es un atributo intrínseco al Estado y existe en tanto exista éste y no se agota por su ejercicio. 3. Es indivisible: No es posible admitir fraccionamientos en el ejercicio de la soberanía. O el Estado es titular de la soberanía total o, simplemente no es Estado soberano. (Ibid) 4. Es excluyente: Porque no admite poder igual ni concurrente, por ello bajo la jurisdicción de un Estado, no cabe la de otro Estado. (Ibid) 5. Es indelegable e inalienable: El ejercicio de la soberanía del Estado, reside esencialmente en la Nación que integra el Estado, no puede se delegado ni alienado a ningún cuerpo o individuo del propio Estado y, menos aún de otro Estado. (Ibid) 6. Es incondicional: No puede estar sujeta a condición o término. (Ibid) Por lo anterior, coincidimos con Quintero en el sentido de que “la ausencia de cualquiera de estos elementos [del Estado] destruye el Estado” (Quintero)

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Nación, Nacionalidad y Estado Nación. Regiones más o menos extensas con características espirituales y étnicas comunes. Tal y como la entendemos hoy, se puede decir que surge del sentimiento romano y griego de patria y del amor del hombre feudal por su tierra. Se trata de un fenómeno histórico, pero propio de la época moderna. Duguit dice que “su aparición ocurre, con un carácter claramente definido, en la Edad Moderna y en tiempos bien cercanos a nosotros, sobre todo en la fecha de 1789...” (Duguit en Quintero, 1986). Actualmente se le ha dado un significado jurídico, de forma tal que se le considera como una asociación política organizada jurídicamente, llegando a confundirla con Estado. Esto último quizá se deba a que también, como señala Alfredo Cruz Prados, “el Estado es la forma política surgida en la Modernidad y característica de la Modernidad”. (Cruz P., 2006, pág. 44) También el término Estado se usa indistintamente con el de Nación. Se debe ello a que la mayoría de los Estados modernos son Estados nacionales o Estados-naciones, como también se les llama. Se debe esta identificación al mismo motivo por el cual los griegos llamaron Polis (ciudad) a su Estado, por ser este un Estado-Ciudad. Pero si bien en la práctica estas ambigüedades se explican, en el lenguaje científico de ninguna manera se justifican. Es cierto que la mayoría de los Estados modernos son naciones, es es, regiones más o menos extensas con características espirituales y étnicas comunes. Pero también es cierto, como hemos visto, que no todos los Estados a través de la historia han sido Estados-Naciones ni es seguro que en el futuro lo serán. Actualmente, incluso, existen Estados, como el inglés, que están formados por diversas y distantes naciones (QUINTERO, pág. 64).

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En el pasado, por ejemplo, Alemania estaba dividida en dos Estados separados que conformaban una sola nación. Hoy este caso lo vemos en Corea del Norte y Corea del Sur. Una nación no es una comunidad de raza (Hitler) ni tampoco una comunidad de idioma (Stalin), sino que se trata de una formación histórica; lo que hace de un pueblo una nación es “el sentimiento de un pasado común ya sea de hazañas y de gloria, o bien de sufrimiento y sacrificio, junto con el deseo de vivir juntos en un mismo Estado y de transmitir su legado a la posteridad”. (Ernesto Renán en Quintero, 1986). En pocas palabras, una nación es una unidad cultural y espiritual. En palabras de Quintero, podemos definir nación como “un pueblo históricamente establecido en un territorio dado, con tradición, cultura y aspiraciones comunes, y con un sentimiento de afinidad y de unidad” (Quintero, 1986, pág. 86), al que además podemos agregarle factores que fortalecen ese sentimiento, tales como el idioma y/o la raza, la religión, las costumbres, entre otros. Sobre el término Nación, el Diccionario Jurídico Elemental de Guillermo Cabanellas señala que: “En el Derecho Político son muchos los conceptos de difícil determinación, pero el de nación es tal vez uno de los más ambiguos y discutidos. Por eso su definición ofrece dificultades y puede inducir a errores. Se advierte así con sólo tomar en consideración la que da la Academia de la Lengua cuando dice que es: a) el conjunto de habitantes de un país regido por el mismo gobierno;

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b) territorio de ese mismo país; c) conjunto de personas de un mismo origen étnico, que hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. pero ya en tales acepciones se encuentran elementos de dudoso contenido, como sucede con el sustantivo país, no solo porque su idea es probablemente más indefinible, sino también porque uno de los significados que le da el Diccionario de la Academia es el de nación se requiera unidad de gobierno, territorio, de origen étnico, de lengua y de religión, ya que ninguno de esos elementos es esencial para la realidad política de aquélla, bastando para comprenderlo así detenerse a considerar: 1º) Que hay naciones en las que se hablan distintos idiomas, como sucede en España, Bélgica, Inglaterra, Suiza. E, inversamente, un mismo idioma es común a varias naciones, como sucede con el castellano, el francés, el inglés y el portugués. Bastan estos ejemplos para advertir que la identidad de lengua no es elemento determinante de la nación. 2º) Que tampoco puede serlo la raza, en primer término, porque su contenido es todavía más discutido que los de país y nación, y en segundo lugar porque, aun tomando la raza en su sentido vulgar, no cabe ninguna duda de que muchas naciones están integradas por grupos de muy diverso origen étnico, incluso blancos y negros, blancos e indios occidentales. 3º) Que, dentro de un mismo territorio nacional, se encuentran grupos de distintas religiones, además de que son muchos los Estados que carecen de una religión oficial, por lo cual ésta no constituye un elemento necesario de caracterización ni puede servir para determinar la nacionalidad.

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4º) Que, si bien el territorio puede representar el elemento que mejor caracterice a la nación, tampoco lo es de modo absoluto, como lo prueba el hecho de que los judíos han sido a través de numerosos siglos nación sin territorio, como lo fueron los pueblos nómadas. 5º) Que si, confundiendo la idea de nación con la de Estado (v.), se quisiese hacer la fijación nacional por la unidad de gobierno - o sea, de unas mismas instituciones estatales -, la dificultad sería aun mayor, porque no siempre resultan coincidentes los conceptos de nación y de Estado. sirva de ejemplo el caso del Imperio austro-húngaro que, durante mucho tiempo y hasta su desmembración, estuvo formado por dos naciones; así como también la unión, durante muchos años, de Suecia y Noruega; sin que quepa olvidar el caso de los Estados sin territorio, representados por los gobiernos en destierro, mientras sus territorios están ocupados por Estados extranjeros. Los tratadistas de Derecho Político han definido de diversas maneras la nación. Para Posada es una amplia comunidad espacial - territorial - o mantenida como tal merced a la integrada unidad de vida. Para Renán es una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios realizados y los que se realizarán en caso necesario, lo que presupone un pasado y se resume en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente manifestado de continuar la vida en común. Para Gumplowicz es como un desarrollo histórico, una obra de cultura, el conjunto de propiedades comunes que se han impreso a un pueblo, a una pluralidad de tribus, en el curso de la historia y del desarrollo de un Estado. Para Girod es el conjunto de hombres que, participando por el nacimiento y la educación del mismo carácter y del mismo temperamento, teniendo un mismo conjunto de ideas y de sentimientos, practicando las mismas costumbres y viviendo bajo las mismas leyes e instituciones, mantienen la voluntad de permanecer

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unidos en la integridad del suelo, de las instituciones, de las costumbres, de las ideas, de los sentimientos, y en el mismo culto de un pasado. Finalmente, para Sánchez Viamonte, refiriéndose a los grandes gurpos sociales, la palabra nación puede ser empleada cuando esos grupos ofrecen continuidad histórica, habiendo existido como un todo orgánico fácilmente distinguible de los demás, cuando poseen modalidades que les son inherentes, si a través del tiempo se pueden seguir las vicisitudes de su existencia, no obstante que tales grupos sociales tengan diversas razas, idiomas y religiones, bastando con que se hallan unidos por el pasado, solidarizados en el presente y proyectados al futuro en una acción común”. (CABANELLAS, pág. 265 y ss). Nacionalidad. El término nacionalidad tiene varias acepciones, por un lado una sociológica y por el otro un jurídica, ambas objeto de estudio en esta materia. Veamos las que nos da Guillermo Cabanellas, a saber: a) Vínculo jurídico y político existente entre un Estado y los miembros del mismo. b) Índole peculiar de un pueblo. c) Carácter de los individuos que constituyen una nación. d) Estado civil de la persona nacida o naturalizada en un país, o perteneciente a ella por lazos de sangre paterna o materna. (Ibid) En el caso que nos ocupa llamamos nacionalidades a las pequeñas agrupaciones de personas, en ocasiones esparcidas dentro de una nación o de las varias naciones que pueden conformar un Estado, que hablan un mismo idioma, que tienen un mismo origen étnico y muchas veces una misma religión. También se les conoce como minorías étnicas o lingüísticas,

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de hecho actualmente es más apropiado este término para no confundirlo con el de “estado civil de la persona nacida o naturalizada en un país, o perteneciente a ella por lazos de sangre paterna o materna”. En general, a estas minorías étnicas que están dentro de un Estado-Nación, se les permite usar su propio idioma, mantener sus costumbres y practicar su religión. Desde el punto de vista jurídico, la Constitución panameña establece en su artículo 8 que “la nacionalidad panameña se adquiere por el nacimiento, por la naturalización o por disposición constitucional”. (Constitución Nacional, Título II, Nacionalidad y Extranjería, leer artículo 8 y ss) Sobre la acepción jurídica del término nacionalidad, debemos recordar que dicho planteamiento surge de la confusión existente entre nación y Estado. Para los efectos de nuestra materia, se considerará siempre en sentido sociológico para denominar un grupo humano con características étnicas más acentuadas que el de nación. Para facilitar la distinción entre Estado, nación y nacionalidad, presento a continuación los elementos esenciales de cada uno. Elementos esenciales del Estado: 1. Soberanía 2. Gobierno 3. Población 4. Territorio

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De la Nación: 1. Unidad de aspiraciones colectivas 2. Tradiciones sociales comunes 3. Población 4. Territorio De una Nacionalidad 1. Idioma común 2. Origen étnico común 3. Hábitos sociales comunes 4. Población Como hemos visto, el Estado surge como consecuencia de la necesidad de los hombres de organizarse, de descubrir que el hombre coexiste con los demás y con la naturaleza. En palabras de Leonardo Polo, de reconocer que “el ser del hombre es coexistir” (L. Polo en Yepes S., 2003). Así pues, podemos concluir, de acuerdo con Davis y Blanco, que el Estado se caracteriza de la siguiente manera: a) Es un grupo social establemente asentado en un territorio determinado, cuya unidad se funda en datos anteriores a la específica vinculación política que el Estado representa. b) Un orden jurídico unitario, cuya unidad resulta de un derecho fundamental o sea pues la Constitución, que contiene el equilibrio y los principios del orden, y cuya actuación está servida por un cuerpo de funcionarios. c) Un poder jurídico, autónomo, centralizado y territorialmente determinado. Este poder se define como independiente hacia el exterior y como irresistible en el interior. Es centralizado porque emana de un solo centro

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claramente definido a quien se refiere la unidad jurídica y donde parte la actuación escalonada de los funcionarios. d) El orden y el poder que lo garantiza tienden a realizar el bien común público. Si el hombre es un ser esencialmente moral, también tendrán ese carácter las sociedades en que participa. (Rodríguez en Davis/Blanco 2007)

La vida social10 El carácter natural de la sociedad La persona necesita de otras para comportarse conforme a lo que es y alcanzar su plenitud: no hay yo sin tú. Las relaciones interpersonales no sun un accidente añadido, del que se pueda prescindir. Entender esto es entender al hombre: su ser es ser-con otros, con el mundo. Como se ha mostrado ya, el hombre no existe sin más, sino que es-con, coexiste con los demás y con la Naturaleza, y ese coexistir es su mismo existir. El ser del hombre es coexistir. (L. Polo en Yepes Stork, 2003). Como ser abierto a los demás, el hombre es naturalmente social, es decir, pertenece a su esencia vivir en sociedad. Parece completamente irrealizable una vida humana que no se lleve a cabo en sociedad. Por eso, para atender lo humano es imprescindible entender lo social. Éste es, precisamente, el nervio de la visión clásica del hombre. (Aristóteles en Yepes Stork, 2003), en donde se entiende como y como .

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YEPES STORK, Ricardo/ ARANGUREN ECHEVARRÍA, Javier. Fundamentos de antropología, un ideal de excelencia humana. EUNSA, 6ª edición, Navarra, 2003. Extractos del Capítulo 9 - La vida social.

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Según esta manera de entender las cosas, (L. Polo en Yepes Stork, 2003). en el arranque mismo del ser humano aparecen los demás. Si ser hombre es ponerse en marcha libremente hacia los fines propios de un ser inteligente, adquiriendo hábitos y autoperfeccionándose. Esto no puede comenzar a suceder sin educación, sin convivir con otros, sin coexistir. (Aristóteles en Yepes Stork, 2003). Frente a esta manera de concebir a la persona hay otra distinta, nacida en los siglos XVII y XVIII. En aquella época se pensó que la sociedad era una convención que el hombre se vio obligado a admitir, cuando vivía aislado en un supuesto estado , y que la vida social descansaba en un contrato inmemorial mediante el que los hombre se pusieron de acuerdo para convivir, cediendo parte de sus derechos a cambio de seguridad. Según esta visión (se cita a G. Sabine, 1994), la sociedad es una suerte de invención construida por el hombre para salir del estado o , y conseguir así más fácilmente aquello que necesita para vivir, por medio de un acuerdo entre un conjunto de individuos independientes. Este punto de partida suele generar una determinada visión de la vida social, a la que se aludirá con detalle: el individualismo. Nosotros nos centraremos especialmente en la respuesta clásica. Según nuestro plan, será preciso hablar primero del fin y elementos de la vida social, para pasar después a tratar de su articulación en las instituciones y de las características internas de éstas. Tras estas descripciones será preciso clasificar las instituciones según los fines del hombre y la perspectiva teleológica aquí adoptada, y referir después ese despliegue a su dimensión

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temporal e histórica, lo cual nos lleva a hablar de la tradición y de los rasgos principales de la sociedad actual. El fin de la vida social La visión clásica de la vida social ponía como fin de la ciudad la vida buena. (Aristóteles en Yepes Stork, 2003), y no sólo la conveniencia, o el simple vivir. El supone la convivencia con otros, y ésta es obra de la amistad. Los hombres se asocian no sólo para sobrevivir y satisfacer sus necesidades materiales más perentorias, sino sobre todo para alcanzar los bienes que forman parte de la vida buena. En consecuencia, mantiene Aristóteles, la justicia, el respeto a la ley, la seguridad, la educación y los valores son los bienes que constituyen el fin de la vida social, pues sólo en ella se pueden alcanzar. Según la visión aristotélica el fin de la vida social es la felicidad de la persona. En consecuencia, la sociedad y sus instituciones deben ayudar a los hombres a ser felices y plenamente humanos, es decir, deben ayudarles a ser virtuosos. El fin de la ciudad es lograr lo que conviene para una vida buena: si la vida social es el conjunto de las relaciones interpersonales, cuando éstas se ejercen en su forma más alta, el hombre alcanza su realización en y con los demás, en la dinámica del coexistir. De aquí se deriva que la vida social tenga mucho que ver con la ética. Dependiendo de cómo esté constituida una sociedad, ésta puede favorecer o impedir la libertad y la felicidad, el desarrollo de los que viven en ella. Por otro lado, no podemos considerar la vida social separadamente de su fin. Éste es dar al hombre los bienes que le permiten llevar una , y, en consecuencia, ser feliz. Corresponde al conjunto de la sociedad, y no sólo a cada individuo aislado, conseguir los bienes que constituyen la vida buena para aquellos que están dentro de ella.

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¿Cuáles son los elementos de la vida social? Primeramente, la acción humana: la sociedad surge de los intercambios de los hombres, de las relaciones que inventan entre ellos. Después, el lenguaje, pues sin él no existiría sociedad, ya que no podríamos manifestarnos, ni compartir el conocimiento, ni ponernos de acuerdo con los demás. Aristóteles lo expresó de una manera que se ha hecho proverbial: “La razón por la cual el hombre es un animal político, más que cualquier abeja y que cualquier animal gregario, es evidente: la naturaleza, como decimos, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra. Pues la voz es signo del dolor y del placer, y por eso la poseen también los demás animales, porque su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer e indicársela unos a otros. Pero la palabra es para mostrar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer el sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria (koinonía) de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad”. (Aristóteles, Política, en Yepes Stork, 2003). El lenguaje tiene dos funciones: manifestarse y comunicarse. Sin comunicación no hay sociedad, como no existe la amistad o el amor sin el diálogo. La sociedad puede definirse como un sistema de intercambio. Para realizar este intercambio el hombre ha inventado un medio que mide los bienes repartibles, para igualarlos y regular su trueque: el dinero. La sociedad no se forma sin el intercambio de los bienes necesarios, los cuales necesitan ser comparados entre sí según un criterio que los mida a todos: ésta es la función del dinero. Es una convención, pero una convención universal, que todos aceptan porque tiene un valor de cambio que él mismo

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fija: (Ibid). La organización de la acción común, que conlleva la división del trabajo, y la autoridad, que es la que lleva a cabo esa organización, son también elementos constitutivos de lo social. Es decir, resulta necesario que alguien haya emitido las órdenes para coordinar una acción conjunta de los hombres. Además, la división del trabajo, nace de la capacidad humana de producir mediante la técnica más bienes de una determinada clase de los que el sujeto productor necesita. El trabajo humano plantea enseguida el problema del intercambio, distribución y reparto de los bienes producidos. La autoridad aparece como la encargada de vigilar ese reparto y distribución que, en buena parte, ella misma ha encargado. La autoridad destaca enseguida, aún más que el dinero, el problema de la igualdad del reparto, de la distribución adecuada de los bienes y tareas. Esa distribución necesita una regulación adecuada, unos criterios que permitan mantener la igualdad, la armonía, la comunicación y la acción concertada, y que no se destruya la vida social por la discordia y la violencia. Estamos ante la justicia y le derecho, elementos fundamentales de la vida social. (A. D’Ors en Yepes Stork, 2003).

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La lógica del Estado moderno11 Es conveniente añadir, en este momento, algunas reflexiones sobre el Estado moderno. Estas consideraciones – evidentemente, parciales – se limitarán a lo más significativo del Estado moderno con respecto al argumente que, a lo largo de estas páginas, estamos desarrollando. Como es sabido, “Estado” y “Estado moderno” son, en sentido estricto, términos equivalentes. El Estado es la forma política surgida en la Modernidad y características de la Modernidad. En su origen, es específicamente europea, y durante bastante tiempo fue exclusiva de Europa. Y a pesar de su progresiva universalización, lleva impresa constitutivamente la marca de la experiencia histórica europea, a la que responde. Es posible que este hecho ponga límites a la conveniencia e, incluso, posibilidad de su completa universalización, y que algunas de los problemas socia – políticos presentes en otras áreas geográfica tengan entre sus causas el no haber reparado suficiente en esta circunstancia. Pueden distinguirse tres fases fundamentales en el proceso constitutivo del Estado moderno: la fase de la concentración del poder, en la que el poder político se erige claramente como soberano e, incluso, como absoluto; la fase del constitucionalismo liberal, cuyo objetivo es la limitación de ese poder, tanto mediante su división interna como mediante la estricta delimitación de su campo de competencia; y la fase de la democratización del poder, en la que, mediante la participación universal, se provee al Estado de una nueva legitimación que implica, de suyo, mayor intervención social por parte del Estado.

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CRUZ Prados, Alfredo. Ethos y Polis, Bases para una reconstrucción de la filosofía política. EUNSA, Pamplona, 2006, p. 44 y ss. Transcripción del tema n. 2, La lógica del Estado moderno, del capítulo I, Insuficiencia de las categorías políticas actuales.

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El proceso de concentración del poder ya se había incoado durante la Baja Edad Media, impulsando, entre otros factores, por el resurgimiento del Derecho Romano, que sugería a los príncipes la reivindicación para sí de la plenitud potestasis. Con avances y retrocesos, los príncipes mantenían su locha por afirmar su preeminencia tanto frente a los poderes señoriales o locales como frente a los poderes universales: imperial y papal. La compleja red de potestades heterogéneas que caracterizaba el orden político medieval, fue desapareciendo a medida que el poder real iba consiguiendo consolidar su hegemonía contra potestades inferiores y superiores. Finalmente, el rey lograba convertirse en monarca. Esta conversión – plenamente acabada en la primera Modernidad – transformaba el reino en Estado. El reino consistía en u orden en el que se articulaban ascendentemente una pluralidad de instituciones, un entramado de poderes, estatutos y privilegios, a través de los cuales se gestionaba tanto público como lo privado, y que el rey encabezaba con su coronación. La concentración del poder sustituía este orden complejo e intrincado por un panorama notablemente simplificado y diáfano. Desde un solo punto, en el que se condensa todo el poder, se ejerce el consiguiente monopolio de lo público, sobre un territorio y un conjunto humano que resultan, cada uno de ellos, progresivamente homogeneizados. Toda la compleja escala jerárquica se reduce poco a poco a una única distinción fundamental: soberano – súbdito. Toda otra diferencia queda difuminada ante la neta separación que establece ese binomio. Todos los súbditos quedan igualados por su común sometimiento al soberano, y el poder soberano procurara, por su parte, que todos los que le estén sometidos le estén sometidos de la misma manera. El monopolio del poder

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tiene como efecto concomitante la homogeneización de la condición ciudadana, de la forma de estar bajo ese poder. La concentración del poder – el absolutismo incluso –, con su acción niveladora de la ciudadanía, prepara en cierto sentido el camino hacia el igualitarismo democrático. La nobleza era lo verdaderamente antagónico respecto del Estado. El Estado tenía que significar necesariamente la disolución de la nobleza, pues el monopolio de lo público implicaba arrebatar a ésta toda función pública, es decir, despolitizarla. La nobleza fue transformada, primero, de clase política en clase burócrata, en alto funcionariado, y, después, en mera clase social. A medida que fue perdiendo responsabilidades públicas, fueron quedando sin legitimación sus antiguos privilegios. La nobleza representaba un orden político en el que lo público era administrado mediante la concertación de una pluralidad de poderes, que tenían una cabeza común pero no una fuente común es decir, que todos ellos eran, en cierto sentido, originarios. El Estado, en cambio, constituye un orden político en el que lo público es gestionado en monopolio, por un único poder, que sólo se ramifica en forma de delegaciones. Por esta razón, el Estado es incapaz de asimilar diferencias en la condición política de sus miembros, y tiende a uniformar todo régimen legal en su interior. Si todo ejercicio del poder procede, como delegación, de una sola fuente que lo monopoliza, la diferencia entre una forma de delegación y otra, entre un modo y otro de hacerse presente el poder en determinados ámbitos, tendría que ser explicada por un factor externo a ese poder frontal, es decir, por la presencia en esos ámbitos de una poder o prerrogativa que no precediera de esa misma fuente. Pero este carácter no derivativo der un estatuto político es precisamente lo que resulta contradictorio con la

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naturaleza del Estado. El Estado es la obra política del racionalismo moderno, que busca dotar a lo político de la simplicidad, claridad y homogeneidad propias de lo geométrico. Concentración y unicidad del poder; uniformización de su modo de acción y del campo sobre el que ésta se despliegue; y perfecta separación y delimitación de ese ámbito, gracias a la disolución de toda ecumene y a la atomización de la unidad política. Por otra parte, no se puede negar que el Estado significó una republicitación de lo público, en cuanto que lo público dejó de ser organizado según categorías propias de lo privado, categorías patrimonialistas, que había inspirado, en buena medida, la regulación de lo público durante largo tiempo y, especialmente, en el feudalismo. Pero, en el Estado, esta re-publicación significa estatalización, monopolio de lo público por parte de una única agencia central, que no comparte la administración de lo público con ninguna otra institución, ya que ninguna otra es una institución pública (aunque, al mismo tiempo ese monopolio de lo público es la causa de que ninguna otra institución sea pública). El factor que empujo e inspiro en mayor medida todo este proceso fue muy posiblemente, la guerra, la necesidad de eliminar la guerra intestina o privada, y de adquirir mayor fuerza y capacidad para la guerra exterior. Este era, por ejemplo, el diagnostico de Maquiavelo sobre la Italia de si tiempo. La soberanía significa, por encima de todo, el monopolio sobre la guerra. Sólo el soberano podía llevar a cabo l aguerra y, por consiguiente, solo podía haber guerra entre soberanos; guerras estatales.

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A este respecto, el Estado representaba una estrategia paradójica en cierto sentido. Pacificaba y racionalizaba el ámbito interior o estatal, al precio de hacer más beligerante e irracionalizable el ámbito exterior o supraestatal. Esta era claramente la propuesta de Hobbes, el más representativo teórico de Estado moderno de su versión original. El orden interno se garantizaba a costa de disolver el orden externo ecuménico. Si el soberano eliminaba la guerra civil al monopolizar la competencia sobre la guerra, este mismo monopolio le dotaba de una absoluta discreción sobre la posibilidad, conveniencia y justicia de la guerra exterior. Cualquier límite impuesto a esta discrecionalidad por parte de alguna autoridad meta-estatal, implicaría inmediatamente una limitación sobre la capacidad de soberano para llevar a cabo cumplidamente si función pacificadora del interior. De este modo, lo que el Estado significaba más precisamente, aquello en lo que consistía última y decisivamente, era el ser el sujeto – agente y paciente – de la guerra. Ser ciudadano de un Estado significaba esencialmente ser miembro de una unidad bélica, y cada Estado significaba para sus ciudadanos aquel sujeto de la guerra que, de entre los sujetos legítimos de la guerra, les correspondía a ellos. Es claro que, en la configuración lo político como Estado, la experiencia que peso y actuó como factor inspirador fue la experiencia de lo excepcional y extremo, la guerra y, especialmente, la guerra civil, Esto fue lo que provocó la polarización de la teoría política sobre u aspecto importante pero parcial de la realidad política, el poder. Tradicionalmente, la guerra no había sido, ni mucho menos, el fondo inspirador e instigador de la reflexión política; y, consecuentemente, tampoco el poder había constituido el núcleo temático de esa reflexión. El Estado. y la teoría política que le corresponde – expresa la esencialización de lo que , en verdad, es excepcional y marginal en la

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realidad política. La atención polarizada hacia lo parcial y extraordinario levaba a desatender lo global, sustancial y ordinario. Pero fueron las guerras de religión - el hecho de que la guerra civil adoptara la forma de guerra religiosa - lo que dio carácter urgente a este proceso, y lo que vino a añadirle un sesgo particular. Frente a la guerra de religión, el monopolio estatal de la guerra implicaba la ilegitimidad, como causa de guerra, de cualquier motivo o razón que no fuera el Estado mismo, su existencia y fortalecimiento: la razón de Estado. Esta era la fórmula defendida por Bodino y por el resto de los denominados politiques. Era preciso eliminar la potencialidad bélica de cualquier factor social - en este y primer caso, la religión - que pudiera provocar una guerra cuyos agentes no coincidieran ni fueran coexistensivos con los estados. Hacía falta, pues, neutralizar políticamente la religión. Pero - al margen de algunas pocas excepciones - el modo como se llevó esto a cabo no fue propiamente una neutralización o despolitización de la religión, sino una estatalización de ella. Los estados confesionales, con sus iglesias nacionales, significaron la integración de la religión en la razón de Estado, que seguía siendo la única razón válida para la guerra. De este modo, la guerra de religión se convertía, efectivamente, en guerra estatal, y era el Estado el que administraba la religión en cuanto a su potencial bélico. El Estado necesitaba eliminar toda diferencia social que amenzara con generar una división violenta. En este período, el Estado respondía a esta necesidad de uniformización mediatne la asunción, por parte de éste, de uno de los términos de esa diferencia. El monismo propio del Estado actuaba como confesionalidad.

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Posteriormente, el Estado practicó otra fórmula para llevar a cabo su objetivo de pacificación y auto-fortalecimiento. Esta fórmula consistió en una verdadera neutralización o despolitización de la religión y de otros factores sociales, es decir, en su privatización. La religión quedaba neutralizada políticamente, y - como la otra cara de la moneda - el Estado quedaba neutralizado religiosamente. El monismo del Estado actuaba ahora como neutralización, dejando fuera de lo estatal todo aquello que incluyera diferencias. Esta es la forma de estatalidad que instauraba el constitucionalismo liberal. El poder político soberano, resultante de la concentración del poder, eliminaba ciertamente a todo competidor en la práctica de la guerra. Pero, no obstante, un poder de tal magnitud inspiraba un miedo y un recelo desconocidos hasta entonces. Era menester poner límites a ese poder, someterlo a la ley, dotar de legalidad al ejercicio del poder. En el constitucionalismo medieval, el poder supremo - el poder regio - era limitado “desde fuera”: mediante otros poderes que competían con él, y que no actuaban como mera delegación funcional del poder regio. Ahora, en cambio, el poder - que era único y soberano - sólo podía ser limitado “desde dentro”: mediante su interna división en tres poderes, según un criterio funcional, no personal ni territorial. El sentido de esta división era el mantenimiento de la soberanía pero eliminando, no obstante, el soberano. Además, el constitucionalismo liberal restringía el poder político mediante otro tipo de límite: un límite estricto a su esfera de acción. Un vasto campo de la actividad humana - lo más amplio posible - quedaba protegido de la intervención del poder político. Este campo era denominado “la sociedad” o “lo social”, por contraposición al ámbito de competencia de lo político, que

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era “el Estado” o “lo estatal”; y la protección de ese campo se articulaba como consagración de derechos naturales individuales e inalienables. Si el poder soberano tenía que cumplir su función pacificadora y, al mismo tiempo, se deseaba evitar que ese poder se transformara en un poder omnímodo, que fuera acaparando toda actividad con posibilidad de generar violencia -o como había ocurrido con la religión en el Estado confesional - la fórmula que permitía compaginar lo primero con lo segundo era la neutralización y autonomización recíprocas de lo político y lo social. Lo social quedaba neutralizado políticamente, privatizado, y lo político quedaba neutralizado socialmente. Lo primero era declarado autónomo respecto de lo segundo, y visceversa. El Estado actuaba como una estructura de neutralización, buscando la cohesión política mediante la despolitización de un número creciente de dimensiones de la existencia humana, y vaciando, así, de relevancia y sentido colectivos a las diferencias que esas dimensiones pudieran albergar. (D’Agostino, Francisco en Cruz Prados, pág. 49). El sentido primario de esa neutralización - hay que tenerlo en cuenta - era la seguridad y el fortalecimiento del propio Estado, como igualmente había ocurrido con el Estado confesional. Despolitizando y autonomizando lo social, el Estado limitaba las razones para rebelarse contra él o ponerlo en entredicho. Tanto la confesionalidad como la neutralidad - y no sólo respecto de la religión, sino de cualquier dimensión humana - no se ordenaban al mejor desarrollo de la religión, sino a la consolidación del Estado. El Estado confesional significaba la estatalización de la religión, es decir, el fortalecimiento del Estado mediante la religión; de la misma manera que la neutralidad del Estado, la privatización de la religión, significaba la otra forma de fortalecer la

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estatalidad. La lógica del Estado hace que éste se organice buscando sólo su estabilidad. Declarar la autonomía de lo social respecto de lo político, y de lo político respecto de lo social - las dos autonomías se exigen mutuamente -, implicaba afirmar que el ámbito social estaba internamente regulado por leyes naturales, que conducían su dinámica inmanente de manera espontáneamente pacífica. Pacificar lo social exigía sólo abstenerse de actuar políticamente sobre ello, y abandonarlo a su propia suerte. Lo político podía y debía ser irrelevante para lo social; y lo social podía y debía ser irrelevante para lo político. Lógicamente, cada irrelevancia era condición para el pleno establecimiento de la otra. La primera se expresaba en la igualdad de oportunidades; la segunda, en la igualdad ante la ley. El Estado se convertía en una estructura legal y de poder ordenada a hacer posible la progresiva autonomización de esferas sociales, y a garantizar la autonomía de cada una de ellas. Entre éstas, la economía vendría a ocupar un lugar preeminente, hasta convertirse casi en el contenido sustancial de una estructura política que, en sí misma, sólo constituía una agencia legítima de guerra. (Montserrat Herrero en Cruz Prados, 2006, pág. 50). La concentración del poder - llevada a cabo en la primera fase del Estado - y la autonomización de lo social - añadida por el constitucionalismo liberal - eran las dos condiciones esenciales para una economía de mercado libre que pudiera desarrollarse en un amplio espacio. Todo esto respondía a los intereses de la burguesía, en contra de las prerrogativas políticas de la aristocracia y de otras instituciones del orden anterior. La autonomización de las diferentes dimensiones o esferas sociales hacía posible la consideración del contenido de cada una de ellas como objeto de

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estudio por parte de una ciencia particular correspondiente, que sería, respecto de las otras ciencias sociales, tan autónoma como la esfera social estudiada por ella. El Estado ha sido, pues, el marco institucional de este nuevo árbol de las ciencias, y las sociologías - de corte más o menos naturalista - que han consagrado esta visión estratificada y autonomista de la sociedad, han actuado - quizá, inconscientemente - al servicio del Estado, proporcionándole una legitimación “científica”. La consecuencia psicológica y moral de este panorama es el conocido problema de la desintegración de la identidad personal. El hombre tiene la impresión de haber quedado compartimentado en una pluralidad de personajes o papeles autónomos, cada uno de ellos desempeñado en una de esas esferas autónomas. No existe ninguna instancia que proporcione una base y una forma de integración. No existe, en ese orden social, un lugar en el que el hombre pueda encontrarse como persona integral. Lo político queda empobrecido por la estrategia de la neutralización, y reducido a una estructura de control y seguridad. Lo social resulta desmembrado en una pluralidad de dimensiones que si son autónomas externamente, también lo son, por fuerza, internamente. En consecuencia, la presencia de un individuo particular en una de esas esferas es tan irrelevante para el despliegue de esa esfera, como el conjunto de lo social lo es, supuestamente, para la estructura política. Por todo esto, el hombre buscará su identidad en ámbitos cada vez más privados e íntimos, donde pueda reconocerse a sí mismo como alguien singular y significativo. Pero, de todas formas, ese ámbito y la identidad adquirida en él no serán de carácter integrador sino profundamente parcial, y su valor especial sólo procederá de una selección subjetiva, libremente - o, quizá, forzosamente - realizada.

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Finalmente, el movimiento democrático vino a poner en cuestión la legitimidad del Estado liberal. No bastaba el sometimiento del poder a los límites del constitucionalismo, es decir, no era suficiente el principio de legalidad. La validez del orden liberal estaba minada por la restricción censitaria de la participación política. Si sólo unos pocos tomaban parte en la confección de la ley, la igualdad de todos ante esa ley sólo podía significar una igualdad formal ante una ley que representaba materialmente los intereses de esos pocos, de lo cual sólo podía derivarse un perjuicio para aquellos cuyos intereses no estaban representados por la ley. El Estado liberal cifraba su legitimidad en su capacidad para garantizar que lo social se desarrollara autónomamente, según sus leyes naturales. pero el déficit de representatividad de la ley ponía en duda que lo social fuera auténticamente autónomo bajo ese Estado, y que las desigualdades sociales que se generaran fueran sólo fruto del despliegue natural de lo social, y no consecuencia también de la desigualdad política. Lo que, en definitiva, se estaba señalando era que la irrelevancia social de lo político - una verdadera igualdad de oportunidades, una auténtica autonomía de lo social - exigía inevitablemente la irrelevancia política de lo social, y que ésta no consistía sólo en la igualdad ante la ley, sino, además, en la igual participación política, con independencia de la situación social de cada uno. En el fondo, se estaba reclamando la universalidad de la participación política, la democratización del Estado, con un claro espíritu liberal. No se pretendía acabar con el Estado constitucional liberal, sino, más bien, llevarlo a su verdadero cumplimiento: poner las condiciones verdaderamente suficientes de una auténtica autonomía de lo social, que permitiera considerar legítimas las desigualdades sociales que pudieran surgir en el

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seno de esa autonomía. De este modo, podía anularse la revolución, como respuesta destructiva de las falsedades del Estado liberal. El liberalismo suponía que lo político era la única fuente e coacción, y que, por tanto, bastaba extraer lo político del interior de la sociedad - hacer lo político irrelevante para lo social -, para que lo social recuperara su libertad y autonomía naturales. Pero el liberalismo había entendido defectuosamente estos conceptos, y, en consecuencia, había puesto en práctica este proyecto de manera insuficiente. Paradójicamente, hacía falta ahora que lo político dotado ya de representatividad popular - interviniera en lo social, para eliminar las desigualdades sociales que no habían sido resultado del mero juego de factores sociales, sino consecuencia también de la desigualdad política. El Estado, adema´s de posibilitar la libertad, mediante su repliegue a la inacción en el campo de lo social, tenía que proveer de aquel nivel de igualdad material que hiciera del juego colectivo de esa libertad un proceso verdaderamente autónomo. La democracia empujaba hacia la transformación del Estado liberal en Estado social del bienestar.

Dentro del ámbito mismo del pensamiento

liberal, toda una serie de autores - desde Marshal y Hobhouse, hasta Keynes y Beveridge - propugnarían la intervención estatal, para asegurar a todos un mínimo de bienestar, como base material necesaria para el desarrollo de la libertad y de la capacidad de consumo, dando así estabilidad al mercado. Lo que, en el fondo, estaba en discusión era sólo en qué consistían las condiciones reales de una verdadera autonomía de lo social, pero no, que el objetivo de lo político fuera el establecimiento de esa autonomía. La democracia - con su tendencia socializadora - era específicamente la democracia del Estado, y lo que estaba llevando a cabo era la

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democratización del Estado liberal: el Estado mismo no estaba en cuestión. Hoy como entonces, los liberales conservadores acusan al Estado del bienestar de intervencionista, es decir, de estar vulnerando la autonomía de lo social y, más concretamente, de lo económico; mientras que los partidiarios del Estado del bienestar acusan al liberalismo de estar favoreciendo a los económicamente privilegiados, violando así la autonomía de lo social. Si consideramos al socialismo democrático como el máximo defensor del Estado del bienestar, hay que reconocer que su tarea ha consistido en cumplir de veras el proyecto liberal. (Bernard Crick en Cruz Prados, 2006, pág. 53). La separación entre Estado y sociedad pertenece al interior del propio Estado, y es privativa del pensamiento político del Estado. El Estado es la forma de lo político en cuanto concebido como autónomo respecto de lo social. La sociedad es la forma de lo social en cuanto concebido como autónomo respecto de lo político. Pero, como hemos visto, las exigencias reales de esa misma autonomización conducen hacia una progresiva intervención del Estado sobre la sociedad. La sociedad, que no tiene en verdad una naturaleza y unas leyes fijas, provoca constantemente conflictos y desequilibrios que es incapaz de resolver de manera sistemática, y hace, por tanto, necesarias nuevas actuaciones reguladoras por parte del Estado. Además, la idea de la autonomía de lo social hace que la sociedad se inhiba de responsabilidades públicas, haciendo más y más necesaria la respuesta del Estado. Una respuesta que, en virtud de esa misma autonomía, ha de consistir en una mera operación de control y supervisión, no en una acción reconfiguradora de lo social. La propia lógica de la estatalidad lleva al progresivo agigantamiento del Estado como aparato de control y garantías. La pretendida autonomía de lo

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social se traduce, en realidad, en una completa burocratización de la vida en sociedad, demostrando así que no existe - ni de facto ni de iure - tal autonomía.

El principio del bien común12 Por considerarlo de interés en la propuesta personal de ser mejores ciudadanos políticos, veremos a continuación algunos puntos del Compendio de la doctrina social de la Iglesia, documento elaborado por el Pontificio Consejo de Justicia y Paz, que hacen referencia a uno de los fines que debe procurar el Estado: el bien común. a) Significado y aplicaciones principales 164 De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido. Según una primera y vasta acepción, por bien común se entiende « el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección ».346 El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro. Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral.

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PONTIFICIO CONSEJO DE JUSTICIA Y PAZ, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Editorial Planeta, Barcelona, 2005. Se transcriben textualmente de los puntos 164 al 170, los cuales hacen referencia al principio del bien común.

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165 Una sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivamente estar al servicio del ser humano es aquella que se propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre.347 La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser « con » y « para » los demás. Esta verdad le impone no una simple convivencia en los diversos niveles de la vida social y relacional, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes. Ninguna forma expresiva de la sociabilidad —desde la familia, pasando por el grupo social intermedio, la asociación, la empresa de carácter económico, la ciudad, la región, el Estado, hasta la misma comunidad de los pueblos y de las Naciones— puede eludir la cuestión acerca del propio bien común, que es constitutivo de su significado y auténtica razón de ser de su misma subsistencia.348 b) La responsabilidad de todos por el bien común 166 Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época y están estrechamente vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales.349 Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa.350 Sin olvidar la contribución que cada Nación tiene el deber de dar para establecer una verdadera cooperación internacional, en vistas del bien

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común de la humanidad entera, teniendo en mente también las futuras generaciones.351 167 El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo.352 El bien común exige ser servido plenamente, no según visiones reductivas subordinadas a las ventajas que cada uno puede obtener, sino en base a una lógica que asume en toda su amplitud la correlativa responsabilidad. El bien común corresponde a las inclinaciones más elevadas del hombre,353 pero es un bien arduo de alcanzar, porque exige la capacidad y la búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio. Todos tienen también derecho a gozar de las condiciones de vida social que resultan de la búsqueda del bien común. Sigue siendo actual la enseñanza de Pío XI: es « necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuan gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados ».354 c) Las tareas de la comunidad política 168 La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política.355 El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión,356 de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos. La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer

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accesibles a las personas los bienes necesarios —materiales, culturales, morales, espirituales— para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable.357 169 Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales.358 La correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público. En un Estado democrático, en el que las decisiones se toman ordinariamente por mayoría entre los representantes de la voluntad popular, aquellos a quienes compete la responsabilidad de gobierno están obligados a fomentar el bien común del país, no sólo según las orientaciones de la mayoría, sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los miembros de la comunidad civil, incluidas las minorías. 170 El bien común de la sociedad no es un fin autárquico; tiene valor sólo en relación al logro de los fines últimos de la persona y al bien común de toda la creación. Dios es el fin último de sus criaturas y por ningún motivo puede privarse al bien común de su dimensión trascendente, que excede y, al mismo tiempo, da cumplimiento a la dimensión histórica.359 Esta perspectiva alcanza su plenitud a la luz de la fe en la Pascua de Jesús, que ilumina en plenitud la realización del verdadero bien común de la humanidad. Nuestra historia —el esfuerzo personal y colectivo para elevar la condición humana— comienza y culmina en Jesús: gracias a Él, por medio de Él y en vista de Él, toda realidad, incluida la sociedad humana, puede ser conducida a su Bien supremo, a su cumplimiento. Una visión puramente histórica y materialista terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar socioeconómico, carente de finalidad trascendente, es decir, de su más profunda razón de ser.

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Anexo Mensaje del Papa al Foro de Davos: Un enfoque inclusivo que tenga en cuenta dignidad de toda persona y bien común 13 21 de enero de 2014. (RV).- El Obispo de Roma, en un mensaje enviado al Foro Económico Mundial de Davos, invita a tener un enfoque inclusivo que tenga en cuenta la dignidad de toda persona humana y el bien común. “Confiando en que este encuentro brinde una oportunidad para una reflexión más profunda sobre las causas de la crisis económica que sacude al mundo en los últimos años”, escribe el Papa en su mensaje al presidente ejecutivo del Foro económico mundial, Profesor Klaus Schwab, donde aporta algunas consideraciones con la esperanza de que puedan enriquecer los debates del Foro de Davos y “dar una contribución útil a su importante labor”. En la edición 2014 de la reunión anual del Foro Económico Mundial, que comienza este miércoles en Davos, Suiza, participarán cerca de 40 jefes de Estado y de Gobierno. En total más 2.500 participantes procedentes de casi 100 países, entre los que se incluyen más de 1.500 líderes empresariales de las mil compañías que forman parte del Foro, además de representantes de organizaciones internacionales, la sociedad civil, los medios de comunicación, la educación y las artes. El Foro Económico Mundial fue fundado en 1971 por Klaus Schwab, profesor de economía de Suiza, quien ha asegurado que este año el encuentro se produce con el mundo en un "momento crítico", ya que la reducción de crisis económicas en el corto plazo da lugar a la necesidad "profunda" de nuevas reformas estructurales en los mercados emergentes. 13

http://www.news.va/es/news/mensaje-del-papa-al-foro-de-davos-un-enfoque-inclu

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Mensaje del Papa al Foro de Davos: Al Profesor Klaus Schwab Presidente ejecutivo del Foro económico mundial Le agradezco mucho su amable invitación para dirigirme a la reunión anual del Foro Económico Mundial, que, como de costumbre, se celebrará en Davos- Klosters, a final del mes. Confiando en que este encuentro brinde una oportunidad para una reflexión más profunda sobre las causas de la crisis económica que sacude al mundo en los últimos años, quisiera aportar algunas consideraciones con la esperanza de que puedan enriquecer los debates del Foro y dar una contribución útil a su importante labor. La nuestra, es una época de grandes cambios y avances significativos en diversas áreas, y esto tiene consecuencias importantes para la vida humana. Efectivamente "son de alabar los avances que contribuyen al bienestar de la gente, como, por ejemplo, en el ámbito de la salud, de la educación y de la comunicación” (Evangelii Gaudium, 52), así como en muchos otros sectores de la actividad humana, y hay que reconocer el papel fundamental desempeñado por la economía moderna en estos cambios, a la hora de fomentar y desarrollar los recursos inmensos de la inteligencia humana. Sin embargo, los objetivos logrados -aunque hayan reducido la pobreza de un gran número de personas - a menudo han llevado aparejada una amplia exclusión social. De hecho, la mayor parte de los hombres y mujeres de nuestro tiempo siguen experimentando la inseguridad cotidiana, y no raramente con consecuencias trágicas. Con respecto a vuestra reunión, me gustaría hacer hincapié en la importancia que tienen los distintos sectores políticos y económicos en la promoción de un enfoque inclusivo que tenga en cuenta la dignidad de toda persona humana y el bien común. Me refiero a la atención que

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debería plasmar cualquier decisión política y económica, pero que, de momento, parece ser poco más que un replanteamiento. Los que trabajan en estos sectores tienen una responsabilidad precisa para con los demás, especialmente con los más frágiles, débiles y vulnerables. Es intolerable que todavía miles de personas mueran cada día de hambre, a pesar de las grandes cantidades de alimentos disponibles y, a menudo, simplemente desperdiciados. Del mismo modo, no pueden dejar de impresionarnos los innumerables refugiados que buscando condiciones de vida con un mínimo de dignidad, no sólo no consiguen encontrar hospitalidad, sino que a menudo mueren trágicamente mientras se desplazan de un lugar a otro. Sé que estas son palabras fuertes, incluso dramáticas, pero al mismo tiempo quieren reafirmar y desafiar la capacidad de este Foro para marcar la diferencia. De hecho, los que han demostrado la capacidad para innovar y mejorar la vida de muchas personas a través de su creatividad y experiencia profesional, pueden ofrecer una contribución adicional poniendo sus capacidades al servicio de los que aún viven en medio de una terrible pobreza. Hace falta, por lo tanto, un renovado, profundo y amplio sentido de responsabilidad por parte de todos. “La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida” (Evangelii Gaudium , 203). De este modo, los hombres y las mujeres pueden servir más eficazmente al bien común y hacer que los bienes del mundo sean más accesibles para todos. Sin embargo, el crecimiento de la igualdad requiere algo más que el crecimiento económico, aunque si lo presupone. Se requiere, en primer lugar, "una visión trascendente de la persona" (Benedicto XVI , Caritas in Veritate, 11 ), porque "sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano

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en este mundo se queda sin aliento”. (Ibid) . Además, necesita decisiones, mecanismos y procesos encaminados a una mejor distribución de la riqueza, la creación de fuentes de empleo y la promoción integral del pobre, que va más allá de una simple mentalidad de asistencia. Estoy convencido que una apertura tal a lo trascendente puede dar forma a una nueva mentalidad política y económica, capaz de reconducir toda la actividad económica y financiera dentro de un enfoque ético que sea verdaderamente humano. La comunidad económica internacional puede contar con muchos hombres y mujeres de gran honestidad e integridad personal, cuya labor se inspira y guía por nobles ideales de justicia, generosidad y atención por el auténtico desarrollo de la familia humana. Os exhorto a aprovechar estos grandes recursos humanos y morales, y a haceros cargo de este desafío con determinación y visión de futuro. Sin ignorar, por supuesto, los requisitos específicos, científicos y profesionales, de cada sector, os pido que os esforcéis para que la humanidad se sirva de la riqueza y no sea gobernada por ella. Estimado Presidente, queridos amigos espero que podáis ver en estas breves palabras un signo de mi atención pastoral y una aportación constructiva para que vuestra actividad sea siempre más noble y fecunda. Renuevo mis mejores deseos para el éxito de la reunión e invoco la bendición divina sobre vosotros y los participantes del Foro, así como sobre vuestras familias y vuestro trabajo. Vaticano, 17 de enero de 2014. Francisco