ESQUEMA 3 LA VIDA FRATERNA, DON Y TAREA Partiendo del documento Vida Fraterna en Comunidad vamos a profundizar en el don de la vida fraterna, que se convierte en una tarea en la que hay que empeñar muchos esfuerzos. 1. Motivación. La llamada de los hermanos1 Era una persona de esas que se dicen buenas, me gustaba alegrar la vida de los demás y compartir con ellos la felicidad y las risas. Pero me preguntaba a mí mismo ¿Qué querrá Dios de mí, si ya soy bueno? Un día, por despiste, de me ocurrió asomarme a la ventana de mi felicidad y descubrí la mirada triste del que está solo y marginado, el llanto del niño que tiene hambre, el dolor del enfermo, la lucha del que no tiene trabajo, la tristeza del que no tiene quien le ame… Todos me tendían sus manos, pero yo no entendía su queja, y les decía: -Yo ya soy feliz y bueno, ¿qué queréis? Desde la ventana de mi felicidad yo te preguntaba: - Dios, ¿qué hay que hacer para seguir siendo bueno? Y tú respondías siempre: - Escucha a tus hermanos. Escucha a tus hermanos. Miré sus manos, Señor, y oí el gemido de su voz: - Sé la carrera del cojo, la vista del ciego, la voz del que no habla. Sé el pan del hambriento, la fuerza del que lucha, la alegría del triste, llora con el desconsolado, y sonríe con el alegre. Y yo pregunté: - ¿Y mi alegría, mi felicidad, mi comodidad? Y tú respondías siempre: - Escucha a tus hermanos, escucha a tus hermanos. Decidí dejar la ventana de la felicidad; hice de mi tiempo, el tiempo de ellos; de mis días, nuestra vida; de mi sonrisa, nuestra alegría, de mi fe, tu presencia. Señor, hoy me presento ante ti, con las heridas, el hambre y los problemas de mis hermanos. Señor, que no me falten nunca ellos para poder seguir siendo feliz. 2. Lectura del texto del Magisterio (Leer y releer) CIVCSVA, Congregavit nos in unum Christi amor. La vida fraterna en comunidad, Roma 2 de febrero de 1994, nn. 11-12, 21-24. La comunidad religiosa, lugar donde se llega a ser hermanos 11. Del don de la comunión proviene la tarea de la construcción de la fraternidad, es decir, de llegar a ser hermanos y hermanas en una determinada comunidad donde han sido llamados a vivir juntos. Aceptando con admiración y gratitud la realidad de la comunión divina, participada por las pobres criaturas, surge la convicción de que es necesario empeñarse en hacerla cada vez
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FERNÁNDEZ, Bonifacio, Parábolas de comunidad, Publicaciones Claretianas, Madrid 1995, pp. 78-79
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más visible por medio de la construcción de comunidades «llenas de gozo y del Espíritu Santo» (Hech 13,52). También en nuestro tiempo y para nuestro tiempo, es necesario reemprender esta obra «divino-humana» de formar comunidades de hermanos y de hermanas, teniendo en cuenta las condiciones propias de estos años en los que la renovación teológica, canónica, social y estructural ha incidido poderosamente en la fisonomía y en la vida de la comunidad religiosa. Queremos ofrecer, a partir de situaciones concretas, algunas indicaciones útiles para alentar el proceso de una continua renovación evangélica de las comunidades. 12. En su componente místico primario, toda auténtica comunidad cristiana aparece «en sí misma una realidad teologal objeto de contemplación»2. De ahí que la comunidad religiosa sea ante todo un misterio que ha de ser contemplado y acogido con un corazón lleno de reconocimiento en una límpida dimensión de fe. Cuando se olvida esta dimensión mística y teologal, que la pone en contacto con el misterio de la comunión divina presente y comunicada a la comunidad, se llega irremediablemente a perder también las razones profundas para «hacer comunidad», para la construcción paciente de la vida fraterna. Ésta, a veces, puede parecer superior a las fuerzas humanas y antojarse como un inútil derroche de energías, sobre todo en personas intensamente comprometidas en la acción y condicionadas por una cultura activista e individualista. El mismo Cristo que los ha llamado convoca cada día a sus hermanos y hermanas para conversar con ellos y para unirlos a sí y entre ellos en la Eucaristía, para convertirlos progresivamente en su Cuerpo vivo y visible, animado por el Espíritu, en camino hacia el Padre. La oración en común, que se ha considerado siempre como la base de toda vida comunitaria, parte de la contemplación del Misterio de Dios, grande y sublime, de la admiración de su presencia, operante en los momentos más significativos de nuestras familias religiosas, así como también en la humilde realidad cotidiana de nuestras comunidades. Libertad personal y construcción de la fraternidad 21a. «Llevad los unos las cargas de los otros, así cumpliréis la ley de Cristo» (Gal 6,2). Para vivir como hermanos y como hermanas, es necesario un verdadero camino de liberación interior. Al igual que Israel, liberado de Egipto, llegó a ser Pueblo de Dios después de haber caminado largo tiempo en el desierto bajo la guía de Moisés, así también la comunidad, dentro de la Iglesia, pueblo de Dios, está constituida por personas a las que Cristo ha liberado y ha hecho capaces de amar como Él, mediante el don de su Amor liberador y la aceptación cordial de aquellos que Él nos ha dado como guías… 23. Este camino de liberación, que conduce a la plena comunión y a la libertad de los hijos de Dios, exige, sin embargo, el coraje de la renuncia a sí mismos en la aceptación y acogida del otro, a partir de la autoridad. Se ha hecho notar, desde distintos lugares, que ha sido éste uno de los puntos débiles del período de renovación a lo largo de estos años. Han crecido los conocimientos, se han estudiado diversos aspectos de la vida común, pero se ha atendido menos al compromiso ascético necesario e insustituible para toda liberación capaz de hacer que un grupo de personas sea una fraternidad cristiana. La comunión es un don ofrecido que exige al mismo tiempo una respuesta, un paciente entrenamiento y una lucha para superar la simple espontaneidad y la volubilidad de los deseos.
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DC 15.
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El altísimo ideal comunitario implica necesariamente la conversión de toda actitud que obstaculice la comunión. La comunidad sin mística no tiene alma, pero sin ascesis no tiene cuerpo. Se necesita «sinergía» entre el don de Dios y el compromiso personal para construir una comunión encarnada, es decir, para dar carne y concreción a la gracia y al don de la comunión fraterna. 24. Es preciso admitir que estas afirmaciones suscitan problema hoy, tanto entre los jóvenes como entre los adultos. Con frecuencia los jóvenes provienen de una cultura que aprecia excesivamente la subjetividad y la búsqueda de la realización personal, mientras que a veces las personas adultas, o están ancladas en estructuras del pasado, o viven un cierto desencanto en relación con el «asamblearismo» de los años pasados, que fueron fuente de verbalismo y de incertidumbre. Si es cierto que la comunión no existe sin la entrega de cada uno, es necesario que, desde el principio, se erradiquen las ilusiones de que todo tiene que venir de los otros y se ayude a descubrir con gratitud todo lo que se ha recibido y se está recibiendo de los demás. Hay que preparar desde el principio para ser constructores y no sólo miembros de la comunidad, para ser responsables los unos del crecimiento de los otros, como también para estar abiertos y disponibles a recibir cada uno el don del otro, siendo capaces de ayudar y de ser ayudados, de sustituir y de ser sustituidos… 3. Reflexión José María Guerrero, SJ, nos da algunas claves para construir la comunidad. a) Edificar sobre roca, no sobre arena Nuestras comunidades se basan en la fe, es decir, nos hemos congregado por iniciativa de Jesucristo, pero una comunidad de fe no se edifica sin cimientos humanos. No debemos pecar de angelismo, todos sabemos las profundas carencias humanas de nuestras fraternidades, esto no nos debe descorazonar. En lo posible hay que poner nuestro esfuerzo, luchar por subir significativamente la cuota de virtudes sociales3 entre nosotros, ser más exigentes a la hora de recibir candidatos, y procurar una formación continua que incida sobre las normas de convivencia y respeto a los demás; sin un mínimo de convivencia no es posible vivir en comunidad. Se edifica una comunidad admitiendo al otro como tal, aceptando las diferencias e integrándolas. Hace falta perdonar las debilidades de los demás como quiero y necesito que me perdonen las mías. Buscar entre los miembros una madura y auténtica amistad informada por la caridad, penetrada por la presencia de Cristo y fecunda en las actitudes de servicio hacía los demás.4 b) Respetarnos y aceptarnos como somos Hay que empezar por respetar el misterio del otro, personalizando y dialogando de tú a tú, buscando que todo se realice desde la persona y para beneficio de la persona. Porque cuando no soy aceptado no soy nadie, Dios me creó y por tanto me acepta como único e irrepetible; así que los demás deben reconocer a cada cual como es, amarlo como tal. Con frecuencia nos confundimos y aceptamos a los demás de forma funcional, por lo que hacen el trabajo que realizan- y esto lo puede hacer otro, pero ser yo mismo es mucho más. Cuando no soy aceptado/amado, no soy nadie. Una persona aceptada es feliz, porque sus posibilidades están
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Cf. VFC, 27 Cf. VFC, 32
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abiertas a seguir creciendo. Esta aceptación no significa ignorar los defectos, sino animarlo y ayudarlo a superarlos. No esperar nada de una persona equivale a matarla, hacerla estéril, nada puede hacer. Dios nos acepta como somos, no como debiéramos ser. Como dice San Agustín: Un amigo es alguien que sabe todo acerca de ti y, no obstante, te acepta. Esa aceptación recíproca requiere una constante donación, un gastarse por los otros, un morir yo para que el otro sea. Aceptar al otro no como un antagonista sino como alguien al que acompaño, a quien puedo amar y dar lo mejor de mí, aquí radica la esencia del cristianismo y de la vida consagrada. c) Construir comunidad exige integrar nuestras vidas Sólo desde el amor muto se construye la comunidad. Al admitir que somos pecadores y seguidores de Jesús, nos vemos comprometidos por un lado a ser agradecidos y por otro a corresponder a esa gran dignación. Al abrirnos a los demás nos vemos enriquecidos y podemos relativizar nuestros conflictos y alentarnos a seguir creciendo. Se trata de integrar nuestra existencia con la de otros que yo no he buscado ni elegido, sino el Señor y llegar a sentir que no me puedo realizar -según el plan de Dios-, sin ellos. El otro no es un incómodo compañero de viaje o un competidor, es al revés, yo no he sido llamado a vivir en solitario sino que he sido convocado con otros al seguimiento de Jesús. Así los demás son un don del Señor para mí. Es la única manera de vivir en fraternidad que nos hace capaces -en el Señor- de amar y compartir con personas muy diferentes, de buscar la persona por encima de sus ideas, de buscar la unidad fundamental en Cristo que nos une en medio de un enriquecedor pluralismo. Los religiosos tenemos que ser obstinados buscadores de la unidad, superar ideologías subyacentes, capaces de crear en las comunidades una vida más humana, un ambiente más agradable y un vivir más evangélico. d) Nada se construye sino es desde el diálogo, la sinceridad y la transparencia Para crecer en comunidad la amistad se debe alimentar, expresar y sacramentalizar con gestos, actitudes y palabras, con una comunicación vital. La comunicación no verbal (gestos, silencios, caras…) llena el 70% de nuestras relaciones. Por tanto, si queremos que la comunidad sea el espacio donde se comparta vida, es imprescindible el diálogo. Esto es un arte y hay que aprenderlo y poner mucho esfuerzo en ello. Hay que salir de mí mismo, escuchar poniéndome en los zapatos del otro, ser constructores de puentes y jamás de zanjas con nuestros fundamentalismos. Sólo el diálogo nos ayuda a construir la unidad en la diversidad. Esfuerzo por hacer coincidir los sueños personales con los comunitarios. Confiarse es fiarse del otro y ser creído, digno de fe.5 Entramos en otro campo importante: la sinceridad sin la cual nada se puede construir. Ser sincero tiene que llegar a ser una necesidad y una conversión de todos los días. Cuando la confianza y la sinceridad tocan al hombre interior se ha abierto el camino de la intimidad. Nos relacionamos no sólo en el mundo de las ideas, sino en el de los sentimientos. Nada construye tanto como la transparencia, en la comunidad las máscaras sólo son para divertirse, jamás para esconder la identidad. No se trata de decir lo que pienso sino de decirme a mí mismo, cómo soy y cómo vivo. La claridad, aunque parezca dura es el mejor camino para encontrar al otro y para darle nuestro amor.6
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Cf. VFC, 33 Cf. GARCÍA, J. A., Hogar y taller. Seguimiento de Jesús y comunidad. Sal Terrea, Santander, 1985, p. 13.
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Para crear una comunicación que valga la pena hay que evitar el secretismo, dar la mayor cantidad de información posible, comunicar lo oficial, pero también lo que uno lleva de profundo y misterioso. Nos falta la unión de corazones y la alegría que es su expresión, hay que superar un cierto pudor a que me conozcan, sobre todo en lo que siento allá en el hondón.7 e) La comunidad exige tiempos y energías La comunidad no es un lujo, sino una necesidad vital. La excusa de que no tengo tiempo que perder con los hermanos es muy peligrosa. La comunidad se hace constantemente, necesita tiempo para crecer. No se trata de una formalidad: estar físicamente juntos todo el tiempo, esto no lo resiste nadie, ya que todos requerimos espacios y tiempo para encontrarnos con nosotros mismos. Estar siempre unidos estando algunas veces juntos. Esa solitariedad -estar a solas, nunca solos- es necesaria para el encuentro personal con el Amigo, con mis propias inquietudes, con mis proyectos, en fin, para agarrar fuerza y volver al desgaste comunitario. Hay que propiciar el espacio físico y psicológico para este encuentro personal y contemplativo. f) por fin, aprendemos a hablar juntos de nuestra experiencia de Dios Un elemento clave para fortalecer la vida de fraternidad es la oración comunitaria, armonía que forman las personas cuando oran juntas. Traduce la alegría de los que teniendo una sola alma y un solo corazón dan gracias al Padre con una misma voz. Una oración bien preparada es el mejor servicio que hacemos a la fraternidad, nos ayudará a recuperar la conciencia de que no nos hemos escogido mutuamente para convivir sino que es Dios quien nos ha convocado a todos. En la oración en común la comunidad percibe la vocación común: el amor de elección de Dios que nos hizo hermanos y que a través de una historia común nos ha ido mostrando sus caminos. Además encuentra la fuerza para ser fiel a la misión y de parte de ésta recibe el sentido y la orientación de su propia oración, como un flujo enriquecedor.8 La comunidad es una realidad en formación, la comunión de corazones, la vocación, la misión son dones que hay que agradecer, a la vez que una meta a la que tender. En esta tarea estamos embarcados todos, ojala alcancemos la gracia de Dios para ser buenos constructores. 4. Profundizando desde el carisma agustino recoleto a) ¡Qué dulce es la caridad que hace habitar a los hermanos en unidad! (en. Ps. 132, 1). San Agustín en la enarratio al salmo 132, señalará, el don inmenso de parte de Dios que significa vivir en comunidad. No son los hermanos, los que con sus propias fuerzas y méritos, consiguen vivir en la dulce unidad de la caridad (en. Ps. 132, 1) dentro de la comunidad. No se trata de una dinámica meramente humana o psciológica. La gracia de Dios es la que capacita a los hermanos para que por encima de todo aquello que los pueda dividir, ellos sean capaces de vivir en la unidad y concordia de la comunidad. La gracia de Dios, que es siempre un don y una manifestación gratuita de su amor (s. 291, 1) es la que capacita a los hermanos, convocados por la voz y “trompeta” Espíritu Santo (en. Ps. 132, 2), para vivir en la unidad de la comunidad. Por ello en esta misma enarratio al salmo 132, san Agustín utiliza como metáfora de la gracia, el rocío del monte Hermón, haciendo la interpretación exegética del nombre de Hermón como “luz elevada”, ya que la verdadera luz elevada es Cristo, de quien procede la gracia que permite a los hermanos vivir en comunidad (en. Ps. 132, 11). Sin este rocío del Hermón, sin esta gracia de
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Cf. VFC, 29-34. El apartado comunicar para crecer juntos, es de una gran valía. Cf. VFC, 12-20 segmento que lleva por título espiritualidad y oración común.
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Dios, los esfuerzos de los hermanos para convivir en comunidad no darán fruto, y entre ellos no podrá existir la unidad deseable de la caridad: La gracia de Dios es lo que hace que los hermanos habiten en unidad. No por sus fuerza, no por sus méritos, sino por su don, por su gracia, como rocío del cielo. (En. Ps. 132, 10). Si llega a faltar esta gracia de Dios, que prepare las voluntades de los hermanos para que se dispongan a cumplir lo que Dios espera de ellos (corrept. 17), quienes viven en comunidad no podrán ni vivir en unidad, ni cumplir lo que prometieron en la profesión, ni tampoco perseverar en su santo propósito. Quien ha sido llamado a vivir en la concordia y unanimidad de la comunidad, necesita reconocer el don y la gratuidad que implica vivir unido en la caridad de Cristo. Y ya que la comunidad religiosa vive dentro de la gran comunidad de la Iglesia, el don de Dios se recibe en la Iglesia y para la Iglesia, por eso san Agustín menciona en la enarratio al salmo 132 el Monte Sión, que será siempre en el pensamiento agustiniano y en la interpretación exegética que hace de este nombre figura de la Iglesia: La luz elevada es Cristo. De él proviene el rocío del Hermón, por lo que cuantos deseáis habitar en la unidad debéis desear este rocío y dejar que él os empape. De otro modo no podréis cumplir lo que habéis profesado, (…) ni podrés perseverar, al menos que no os falte su alimento. Su alimento desciende sobre los montes de Sión. (en. Ps. 132, 11). Sin embargo cuando esta gracia y don de Dios aparece en una comunidad y los hermanos dejan que esta gracia prepare sus voluntades (retr. 1, 10, 2) para cumplir el plan y los designos de Dios, los hermanos verdaderamente pueden ser llamados monjes, en el sentido que el mismo san Agustín explica en esta enarratio al salmo 132. Son verdaderamente monjes, no porque vivan en solitario y cada uno por su parte. Son monjes porque son una sola cosa, una sola realidad, unidos por la caridad de Cristo, formando también un solo cuerpo dentro del mismo Cuerpo de Cristo que es la Iglesia: Quienes viven así en la unidad, constituyen un solo hombre y en ellos se verifica lo que está escrito ‘una alma y un corazón’; son muchos cuerpos, pero no muchas almas; son muchos cuerpos pero no muchos corazones. Son correctamente llamados monós, es decir, uno solo. (en. Ps. 136, 6). b) Es preciso construir la comunidad San Agustín es consciente del don que se recibe de parte de Dios para poder vivir en la unidad y en la concordia de la comunidad, pero sabe también que quienes forman parte de la comunidad, deben poner todo de su parte cada día para perseverar en el santo propósito y colaborar con la gracia recibida (en. Ps. 126, 2). Y la comunidad se comienza a construir en el silencio de la propia oración y en la intimidad del encuentro con Cristo. El religioso, cada día al entrar en lo más íntimo de su propia intimidad (conf. 3, 11) para abrazar con amor a Dios y abrazar el amor de Dios (trin. 8, 12), se une profundamente a Cristo y se prepara para formar en su propia comunidad, el cuerpo de Cristo y el Templo de Dios. En este sentido debe ser leído el capítulo primero de la Regla de san Agustín, pues cuando dice “Vivid en unanimidad y concordia y honrad mutuamente a Dios de quien habéis llegado a ser templo”, no se debe leer sólo en un sentido individual y particular, sino que esta frase tiene, ante todo, una lectura comunitaria: toda la comunidad es el templo de Dios, es el lugar en donde Cristo habita. Un templo y una casa de Dios que se edifica con la propia vivencia espiritual, pues del encuentro con Cristo en la intimidad del corazón es preciso pasar al reconocimiento de Cristo en cada uno de los hermanos y en cada una de las situaciones y circunstancias que pueda atravesar la comunidad. Sólo cuando Cristo habita en el corazón de cada religioso, éste puede habitar el en corazón de toda la comunidad. San Agustín lo expresa de esta manera:
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Quede clavado en vuestro corazón el que por vosotros fue clavado en la cruz. (…) No os es lícito amar poco a aquel por quien renunciasteis a amar hasta lo que sería lícito. (uirg. 55, 56). Y junto con la oración, la eucaristía, que es el Cuerpo de Cristo, fortalece a los hermanos, los invita y exhorta a construir en la unidad y caridad, el mismo cuerpo de Cristo en la comunidad. Por ello dice san Agustín lapidariamente, parafraseando a san Pablo, “vosotros sois el Cuerpo de Cristo” (s. 227, 1) y lo que está en el altar después de la consagración es lo mismo que los religiosos deben aspirar a ser, cuerpo de Cristo en comunión con los otros miembros de Cristo de la propia comunidad (s. 229, 3). Y sólo pueden beber la sangre de Cristo, los que viven unidos a Cristo, los que son miembros de su propio cuerpo y están en comunión con los otros miembros, como también los religiosos que viven en la perfecta concordia comunitaria y viven unidos en la caridad de Cristo dentro de la comunidad. Por ello dice san Agustín, haciendo un hermoso juego de palabras, “simul bibimus, quia simul vivimus” (lo bebemos juntos porque vivimos juntos). (s. 229, 2). c) El amor edifica La caridad de Cristo que es la que edifica la comunidad (en. Ps. 132, 1) tiene una serie de manifestaciones muy concretas en la vida de toda comunidad, como pueden ser en primer lugar la paciencia, el saber soportar por amor, a quienes están todavía en un camino de conversión sin estar plenamente empeñados en tener un solo corazón y una sola alma hacia Dios (op. mon. 38). Dios tiene paciencia con ellos esperando su conversión final. Quien vive en comunidad debe esforzarse por vivir con amorosa paciencia (en. Ps. 36, 3, 17). Por otra parte el perdón y la reconciliación edifica y sana la comunidad, convirtiéndose ésta en un lugar de encuentro armonioso de los hermanos y de todos ellos con los miembros de la Iglesia y con Dios, pues el mal se vence a fuerza de bien (en. Ps. 36, 2, 1). Por otra parte lo que cada hermano va descubriendo de Dios, debe estar dispuesto a compartirlo con los demás hermanos, para mutuamente encenderse en el amor de Dios y mutuamente avivar el fuego de la caridad que los une en la comunidad (en. Ps. 33, 2, 6). Las palabras de los hermanos deben ser fruto siempre de la raíz del amor para que no dañen la comunión de la comunidad. Por ello es preciso hablar o callar siempre por amor: Si callas, que por amor calles, si gritas, que por amor grites; si corriges, que por amor corrijas; si perdonas, que por amor perdones; la raíz del amor está dentro. De esta raíz no puede salir sino el bien. (Io. ep. tr. 7, 8). Sin olvidar el daño que puede hacer la murmuración dentro de la comunidad, como nos recuerda san Posidio en lo que nos cuenta del cartel que san Agustín mandó colocar en su refectorio en contra de la murmuración (uita 22). La verdad debe ser la moneda corriente dentro de una comunidad, siempre y cuando ésta venga acompañada en todo caso de la caridad. Si a la verdad le falta la caridad, no aprovecha para nada (c. Faust. 32, 18). La colaboración y el trabajo pronto y alegre de cada religioso muestra el empeño por construir y edificar la comunidad fraterna, en donde lo que se busca no son una serie de elementos y comodidades humanas, sino el Reino de Dios en el seguimiento de Cristo: Mostrad, pues, vuestra compasión y vuestra misericordia, probándoles a los hombres que no buscáis una vida fácil en el ocio, sino el Reino de Dios por el camino estrecho y difícil de este propósito. (op. mon. 28, 36). d) Los primeros recoletos y el recreo comunitario (FV 9) Los primeros recoletos vivieron con pasión la comunión dentro de la comunidad. Una pasión que queda reflejada en las páginas de la Forma de Vivir. Además de lo dicho sobre la oración, la eucaristía y las virtudes propias de la vida de comunidad, la Forma de Vivir les pidió 7
a los primeros recoletos que pusieran un especial interés en el recreo comunitario. Se trata de un elemento que forma parte de nuestro patrimonio espiritual como agustinos recoletos, y que hoy por desgracia, a causa de la prisa, del trabajo, del activismo o simplemente de un individualismo, se va perdiendo. La primera señal que un religioso ha dejado de tener tiempo para Dios (aunque no falte a los momentos de la oración en comunidad) es que ya no tiene tampoco tiempo para sus hermanos. La Forma de Vivir nos invita a salvaguardar los espacios y tiempos de convivencia fraterna como un “don y tarea”, don porque Dios nos permite vivir en la concordia comunitaria por su gracia, y experimentar la bendición de Dios de tener hermanos con quienes podemos compartir, conversar, reír o simplemente bien-estar; tarea, pues cada momento de recreo comunitario exige una disposición de acogida y una voluntad de edificación de la comunidad, evitando todo lo que pueda ser un impedimento. De este modo, en la Forma de Vivir se prescribe con mucho detalle el tiempo de cada uno de los recreos, así como las cosas que en ellos se pueden hacer o no: Después de comer se recrearán una hora estando juntos todos, y platicando entre sí en cosas ni pesadas, ni que menos desdigan de nuestro hábito y profesión, ni que dejen destruido el espíritu. Y lo mismo después de la refección de la tarde, por espacio de tres cuartos de hora. (FV 9, 2). Todo ello para manifestar la importancia que en la vivencia religiosa del recoleto debe tener el recreo comunitario. Un recreo que no puede restringirse a ser un momento de estar reunidos en silencio en torno a la televisión, ni un momento del que el religioso agustino recoleto se puede dispensar a sí mismo de manera consuetudinaria. Es preciso enriquecer nuestros recreos comunitarios, desde la fidelidad creativa al propio carisma agustino recoleto. Hay que descubrir toda la riqueza que proviene de los encuentros comunitarios, para poder decir verdaderamente con san Agustín, que la comunidad es el lugar en donde Dios envía la bendición, pues los hermanos se empeñan en vivir con una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios (s. 356, 2). 5. Preguntas para la reflexión personal en ambiente de oración (30 min) ¿Resuena el llamado de los hermanos en tu vida? En relación a la parábola. ¿Cómo recibes y celebras el don de la fraternidad? ¿Qué elementos personales aportas en la construcción de tu comunidad? ¿Qué iluminación o sugerencias recoges de la experiencia de San Agustín y los primeros recoletos en cuanto la vida en fraternidad –don y tarea-? 6. Puesta en común Comparte con los demás las resonancias que en tu reflexión personal se han producido. ¿Se podrá llegar a algún compromiso comunitario de cara a mejorar la vida fraterna? 7. Oración (en silencio): 8. Momento celebrativo. La eucaristía y/o la comida.
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