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Capítulo 10: la vida crucificada 193 Epílogo 203. 5 PREFACIO Éste es un estudio de uno de los acontecimientos más sagrados en toda la historia de la...

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LA CRUZ Y LA

RESURRECCIÓN DE CRISTO La Participación de Sus Sufrimientos

Dr. Brian J. Bailey

Título original: “The Cross and the Resurrection of Christ: the Fellowship of His Sufferings” Título en español: “La Cruz y la Resurrección de Cristo: la participación de Sus sufriemientos” Copyright ©2000 by Brian J. Bailey Todos los Derechos Reservado. Portada: Copyright ©2009 Brian J. Bailey y sus licenciadores. Libro de Texto de Zion Christian University Usado con permiso Traducido al Castellano para la bendición del Cuerpo de Cristo de habla Hispana. Una contribución de Congregación Cristiana El Pan de Vida en Guatemala C. A. Traducción: Carlos E. Bianchi S. Revisión: Heather K. de Frank. Beatriz G. de Bertholin. René Bertholin J. 2da Edición: Equipo de traducción de IBJ-Guatemala A menos que se indique lo contrario, todas las citas han sido tomadas de: La Santa Biblia, versión Reina-Valera, revisión de 1960 © Sociedades Bíblicas Unidas. Segunda impresión junio 2009 Zion Christian Publishers P. O. Box 70 Waverly, New York 14892

ISBN # 1-59665-228-4

INDICE Prefacio Bosquejo Introducción

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Primera Parte: el significado de la cruz Capítulo 1: la cruz en el Antiguo Testamento

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Capítulo 2: la cruz en el Nuevo Testamento

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Segunda Parte: la cruz de Cristo Capítulo 3: el camino a la cruz

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Capítulo 4: el aposento alto

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Capítulo 5: el huerto de Getsemaní.

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Capítulo 6: los juicios de Jesús

101

Capítulo 7: la cruz

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Capítulo 8: Su muerte y sepultura

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Capítulo 9: Su resurrección y ascensión

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Tercera Parte: la cruz en la vida del creyente Capítulo 10: la vida crucificada Epílogo

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PREFACIO Éste es un estudio de uno de los acontecimientos más sagrados en toda la historia de la humanidad. Hemos tratado de enfocarlo con ternura y admiración, ya que es un evento que muestra el amor, la sabiduría y la humildad de nuestro Señor que va más allá de la comprensión humana. A través de Jesús, Dios se manifestó en la carne, fue justificado en el Espíritu, fue visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, y recibido arriba en gloria. Quiero enfatizar una verdad en particular desde el principio, a medida que buscamos contemplar este misterio divino. La cruz, que hizo posibles todas las cosas, fue preestablecida desde antes de la fundación del mundo. Jesús fue el Cordero de Dios sacrificado antes de la fundación del mundo, como se nos dice en Apocalipsis 13:8: “Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”. Por lo tanto, la cruz no fue una improvisación. En esencia, la cruz es la verdad central en el plan y en el propósito de Dios para nosotros, para Su creación. Por esta razón, la cruz es revelada en varias profecías y tipos en el Antiguo Testamento, para ejemplificar el sacrificio de Cristo en la cruz. Todos estos tipos fueron cumplidos en la vida de Jesús.

6 Sin embargo, al contemplar los padecimientos de Jesús en la cruz, debemos notar que fueron el fin de una vida dedicada al sufrimiento. Él no murió de Sus heridas físicas; el gobernador romano Poncio Pilato se asombró de que Él muriera tan pronto. Más bien, se nos dice que Él murió de un corazón quebrantado por el escarnio (Sal. 69:20). Por eso, hemos subtitulado este libro: La Participación de Sus Sufrimientos. A través de esta obra examinaremos y contemplaremos los sufrimientos de Cristo. El Apóstol Pablo declaró en Filipenses 3:10: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a Él en su muerte”. Pablo dijo en 1 Corintios 11:1: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. Deberíamos seguir el ejemplo de Pablo de la misma forma en que él siguió el ejemplo de Cristo. Pablo fue escogido para ser un patrón de largos sufrimientos. Pablo dijo en 1 Timoteo 1:16: “Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna”. El Señor le habló a Ananías en referencia a Pablo en Hechos 9:15-16: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre”. Dios le dijo a Ananías que Él le iba a mostrar a Pablo todos los sufrimientos que padecería por el nombre de Cristo.

7 Todo cristiano quiere reinar con Cristo, pero sólo aquellos que experimenten Sus sufrimientos están calificados para hacerlo. Se nos dice en 2 Timoteo 2:12: “Si sufrimos, también reinaremos con él”. Seamos como los apóstoles, no nos quejemos cuando sufrimos, sino regocijémonos porque somos dignos de sufrir por Cristo (Hch. 5:41). ¡Carguemos diariamente nuestra cruz para que podamos ser verdaderos discípulos del Crucificado: El Señor Jesucristo! Dr. Brian Bailey

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BOSQUEJO I. EL SIGNIFICADO DE LA CRUZ A. En el Antiguo Testamento. B. En tiempos de los romanos y del Nuevo Testamento. II. LA CRUZ DE CRISTO A. El camino a la cruz. 1. El nacimiento de Jesús. 2. La aparición en el Templo. 3. El bautismo de Jesús en el río Jordán. 4. Su unción. 5. La flecha de Dios. 6. Las tentaciones. 7. Las enseñanzas de Jesús relaciónadas con la cruz. 8. Su escarnio. 9. Su unción para la sepultura. B. El aposento alto. C. El huerto de Getsemaní. 1. La agonía en la oración y la copa. 2. La traición. 3. Abandonado. 4. El arresto. D. Los juicios de Jesús. E. La cruz. 1. El camino a la cruz: la Vía Dolorosa. 2. Las cinco llagas. 3. Las siete frases.

10 F. Su muerte y sepultura. G.. Su resurrección y ascensión. III. LA CRUZ EN LA VIDA DEL CREYENTE A. La vida crucificada.

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INTRODUCCIÓN La Cruz de Cristo es el mensaje central de la Palabra de Dios desde Génesis hasta Apocalipsis. Sin la Cruz, no hay salvación ni esperanza para la humanidad. Es importante para nosotros entender que la Cruz ya estaba en el Corazón del Padre antes de la fundación del mundo. Antes de la creación del mundo hubo una rebelión en los cielos. Lucifer y sus ángeles se rebelaron contra Dios. Aproximadamente un tercio de los ángeles se rebeló con Satanás (Lucifer). Cristo nos dice en Mateo 25:41 que el infierno fue creado para Satanás y sus ángeles. No hay ninguna posibilidad de que ellos se arrepientan y regresen a su antigua gloria, porque Jesús “no socorrió a los ángeles” (He. 2:16). Por lo tanto, no hay sacrificio por sus pecados, porque ellos pecaron con conocimiento. Es evidente que Satanás, sabiendo que había fracasado, acusó a Dios de no ser un Dios de amor. Obviamente, estaba retando la sabiduría de Dios, al declarar que él podría haber organizado y gobernado el reino de Dios mejor que el Señor. Para contrarrestar estas acusaciones y ataques de Satanás, Dios, fundó esta creación a fin de manifestar Su amor, sabiduría y bondad. Somos llamados a repoblar los cielos, que fueron abandonados por los ángeles que siguieron a Satanás en su rebelión. Ahora tenemos en este mundo la batalla entre las dos sabidurías: La sabiduría de este mundo y la sabiduría de Dios.

12 La sabiduría de este mundo refleja la sabiduría de Satanás, como dice en Santiago 3:14-16: “Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, no mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”. La sabiduría de Satanás se revela a través de BABILONIA LA GRANDE, la suma de toda la maldad y confusión, ya que “Babel” significa “confusión”. También existe la maravillosa sabiduría de Dios, descrita en Santiago 3:17-18: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. La sabiduría de Dios es la virtud de tomar las decisiones correctas que traen paz y prosperidad. Ser sabios significa que somos guiados por Cristo, quien es sabiduría (1 Co. 1:24). Para concluir esta introducción, me gustaría reiterar la verdad de que la Cruz estaba en el corazón del Padre antes de la fundación del mundo. Él sabía que redimir a la humanidad le costaría a Él dar a Su Hijo Jesús. Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. El hecho de que esto había sido determinado antes de la fundación del mundo se demuestra en Apocalipsis 13:8:“Y

13 la adoraron [a la Bestia] todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”. Juan tuvo una visión del trono en los cielos, como dice en Apocalipsis 5:6: “Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra”. Por lo tanto, en los cielos toda la gloria le es dada al Crucificado.

PRIMERA PARTE EL SIGNIFICADO DE LA CRUZ DE CRISTO

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CAPÍTULO 1 LA CRUZ EN EL ANTIGUO TESTAMENTO En el Antiguo Testamento, la cruz era una maldición. Leemos en Deuteronomio 21:22-23: “Si alguno hubiere cometido un crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad”. Los judíos nunca ejecutaban a nadie por crucifixión. Deuteronomio 21:22-23 se refiere a criminales que ya habían sido ejecutados. Si la persona ajusticiada había cometido un crimen aborrecible, su cuerpo era colgado de un árbol como señal de vergüenza. Sin embargo, por ley, el cuerpo tenía que ser removido del árbol antes de la caída de la noche. La muerte por crucifixión era una maldición. Esta declaración es confirmada por Gálatas 3:13: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero”. Aquí el Apóstol Pablo está citando Deuteronomio 21:22 casi literalmente. Dios Padre había determinado que Su Hijo amado sufriría la maldición de la ley, siendo maldecido por Su muerte en la cruz.

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Otro aspecto de la cruz era la gran vergüenza que este método de ejecución significaba. Pablo dice en Hebreos 12:2: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Ser crucificado era vergonzoso, pero Jesús lo soportó para que nosotros pudiéramos tener vida eterna. Básicamente, la maldición es el juicio de Dios sobre la persona que cuelga de la cruz. Por Su muerte en la cruz, Jesús fue, de hecho, rechazado por Dios y sujeto a Sus castigos. Esto fue evidente cuando Jesús clamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Jesús soportó terribles sufrimientos en la Cruz en Su espíritu, alma y cuerpo. Estos sufrimientos fueron el resultado del castigo de Dios Padre sobre el pecado. Cuando Jesús bebió el contenido de esa copa en el Huerto de Getsemaní, Él, que no conocía pecado, se convirtió en pecado por la humanidad. La vergüenza que Él padeció vino de los hombres que despreciaron al Único sobre la cruz, burlándose y escupiéndole. Leemos en Salmos 22:7-8: “Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía”. Somos exhortados por el Apóstol Pablo en Hebreos 13:13: “Salgamos, pues a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”. Pocos cristianos desean ser asociados con el desprecio y la vergüenza de la cruz de Cristo, prefiriendo

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en cambio vestirse con una respetuosa religiosidad. Sin embargo, como cristianos, somos llamados a llevar nuestra cruz en cualquier forma que ésta tome. En Génesis, el Libro del Principio, virtualmente todos los grandes propósitos de Dios para Su creación son revelados por medio de tipos o sombras espirituales. Como leemos en Génesis 1:26: “...dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. El hombre, por tanto, es hecho a imagen de Dios. Tenemos un carácter similar al de Dios, y nuestra forma física lo refleja a Él. Si tú has visto al Señor, sabes que todos nos parecemos a Él. Por lo tanto, somos hechos como el Padre y como el Hijo, y somos muy preciosos a Sus ojos.

Adán y Eva Cuando Adán y Eva fueron puestos en el Jardín del Edén estaban en estado de inocencia. Adán poseía un conocimiento tan profundo que fue capaz de nombrar más de quinientas mil diferentes especies de los reinos animal y vegetal, de acuerdo con su naturaleza. Sin embargo, Adán y Eva no tenían conocimiento del bien y del mal. El hombre fue creado en un estado de inocencia. ¿En qué forma no era como Dios? ¿Qué parte de Sí mismo no reprodujo Dios en el acto de la creación? Él hizo un cuerpo físico que sería como el de Sí mismo. Le dio al hombre personalidad; pero hubo algo que no le podía dar en ese momento. ¿Qué fue? Dios no le podía dar Su santidad al hombre. El hombre fue creado en estado de inocencia, pero no era un ser

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santo. La santidad es diferente de la inocencia. Una persona santa es aquella que ha sido tratada y separada del mal. Dios le proporcionó al hombre un medio por el cual podría llegar a ser santo. El hombre recibió la oportunidad de escoger entre la obediencia y la desobediencia. A Satanás se le permitió engañar al hombre a través de la serpiente. Adán sabía exactamente qué estaba pasando. Sin embargo, debido a su amor por Eva y a su deseo por salvarla, Adán eligió comer del fruto prohibido para volverse como Eva. Adán lo hizo en desobediencia a Dios. El último Adán, o el Segundo Adán, Jesucristo hizo lo mismo, pero en obediencia a Dios. Él se convirtió en pecado para salvar a Su Esposa, la Iglesia. Adán trató de cubrirse a sí mismo y a Eva con hojas de parra, pero éste no era el método de Dios. Él los cubrió con pieles de animales. La única forma de conseguir una piel, es matando al animal. Por lo tanto, Dios les estaba mostrando que Él iba a vestir y cubrir el pecado de la humanidad; pero la única forma de hacerlo era a través de la muerte. Alguien tenía que morir en vez del hombre. Esta verdad también se ve en las predicciones proféticas acerca de la cruz. Todo el Antiguo Testamento prefigura la cruz, y el Nuevo Testamento mira hacia la cruz. En Génesis 3:15, después de la caída del hombre, leemos las palabras que Dios le dijo a la serpiente, que representaba a Satanás: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”.

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Con estas palabras, Dios Padre aludía a la cruz. La muerte de Jesucristo está prefigurada en el versículo 21, que dice: “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”. Por medio de la muerte de un animal, el cual cubrió el pecado de Adán y a Eva. Dios indicó desde el principio y exactamente lo que Él iba a hacer para resolver el asunto del pecado. Ahí tenemos, otra vez desde el principio, un tipo de la muerte de Cristo. A Dios no le tomó por sorpresa la crucifixión de Jesús. La cruz fue pre-planeada y pre-ordenada por Dios. Fue obvio desde el principio que la cruz iba a ser el mensaje central de la Palabra de Dios y de Su dispensación.

Abraham e Isaac La cruz también es revelada en la vida de Abraham y de su amado hijo Isaac. Abraham le dijo a Dios en Génesis 15:2-3: “Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa”. Dios le respondió en Génesis 15:4-6, diciendo: “Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y él creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. Como una señal de la promesa, a Abraham se le ordenó ofrecer ciertos sacrificios. Leemos en Génesis 15:9: “Y le

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dijo: Tráeme una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años, una tórtola también, y un palomino”. Dios le ordenó a Abraham ofrecer los siguientes sacrificios: una becerra, una cabra, un carnero, una tórtola y un palomino. La becerra era la ofrenda para la purificación del pecado. La cabra fue la ofrenda para el pecado de la ignorancia. El carnero era la ofrenda para la consagración. La tórtola y el palomino eran la ofrenda voluntaria de los pobres para expresar su amor y devoción a Dios. De cierta forma, todos somos pobres a Su vista, y comparados con Él, nosotros somos menos que nada. La historia continúa en Génesis 15:10-12: “Y tomó él todo esto, y los partió por la mitad, y puso cada mitad una enfrente de la otra; más no partió las aves. Y descendían aves de rapiña sobre los cuerpos muertos, y Abram las ahuyentaba. Mas a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él”. El horror de una gran oscuridad cayó sobre Abraham. Ésa es una experiencia que algunas veces tenemos cuando Dios está próximo a hacer algo extraordinario y de significado eterno en nuestras vidas. Sentimos que sobre nosotros cae una completa oscuridad. El propósito de esta experiencia es que nos demos cuenta de nuestra propia inutilidad y de cuán poco somos, y de que sepamos con certeza que aquello que Dios hace en nuestras vidas es totalmente divino y no tiene nada que ver con nosotros.

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Génesis 15:17 dice: “Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos”. Cuando se hacía un pacto en el Antiguo Testamento, las dos personas que hacían el pacto caminaban juntas entre los pedazos de carne. En este incidente inusual, no fue Abraham el que caminó entre los pedazos, sino que Dios Padre y Dios Hijo. Aquí tenemos el pensamiento del Padre y el Hijo caminando juntos entre estos pedazos y confirmando el pacto a Abraham. Por esta razón, son el Padre y el Hijo los que van a hacer realidad todos los propósitos que Dios tiene para la descendencia de Abraham. Isaac fue el hijo de la promesa a través de quien los propósitos de Dios para Abraham se cumplirían, como leemos en Génesis 17:19: “Respondió Dios: Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él como pacto perpetuo para sus descendientes después de él”. La vida de Abraham fue también una sombra de la vida de Dios Padre, porque a Abraham también se le pidió sacrificar a su hijo prometido, Isaac. Leemos en Génesis 22:1-2: “Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. En obediencia a Dios, Abraham se encaminó a la montaña en la madrugada del siguiente día y llevó a Isaac consigo.

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Mientras Abraham se estaba preparando para sacrificar a Isaac, el ángel del Señor lo paró: “Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (Gn. 22:11-12). Entonces el Señor le dijo a Abraham: “Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos” (Gn 22:16-17). Así, Abraham fue llamado a ser como Dios, que es llamado también el Señor de la Cosecha, Baalhamon. El propósito de Dios era que Abraham fuera excesivamente fructífero y que diera fruto aun a una edad muy madura. En el Nuevo Testamento entendemos lo que pasaba en el corazón de Abraham en ese momento, cuando leemos en Hebreos 11:17-19: “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aún de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir”. Al ofrecer a su único hijo engendrado a través de Sara, Abraham representaba en sombra el amoroso y voluntario sacrificio del Padre Celestial entregando a Su único Hijo engendrado, nuestro Señor Jesucristo.

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Estas sombras son de valor sólo porque Dios es todopoderoso y capaz de hacer realidad las cosas que Él declara. El profeta Isaías nos ilumina en relación con el consejo de Dios en Isaías 46:10: “Que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero”. Sólo Dios puede hacer eso. Isaías también retó a todos aquellos que adoraban ídolos al preguntarles si sus ídolos eran capaces de predecir el futuro y si tenían poder para hacer que sus predicciones se cumplieran. ¿Por qué puede Dios declarar lo que va a pasar?. Porque Él tiene el poder para hacer que las cosas pasen.

Los sacrificios y las fiestas del Antiguo Testamento anuncian la cruz En la época de la ley, Dios había ordenado que los sacrificios (u ofrendas) fueran ofrecidos en ciertas épocas destinadas y para ocasiones específicas. Estas instrucciones dadas a Moisés en el Monte Sinaí prefiguraban el supremo sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Las mismas se describen con gran detalle en Levítico, el libro que se ha llamado el Manual de los Sacerdotes. Todas ellas, con la excepción de la oblación (ofrenda de harina), involucran el derramamiento de sangre. De hecho, Hebreos 9:22 establece: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. La

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vida está en la sangre, por lo tanto sólo, por la entrega de la vida pueden los pecados ser pagados y cubiertos.

Estos sacrificios (u ofrendas) del Antiguo Testamento son los siguientes: 1. El Holocausto (Levítico 1) es cumplido espiritualmente en el primer mandamiento, el cual es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37). 2. La Oblación (Levítico 2) refleja el Segundo Mandamiento: “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:39). 3. La Ofrenda de Paz (Levítico 3) habla de la obra de Cristo. Efesios 2:14 nos dice: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación”. 4. La Ofrenda por el Pecado (Levítico 4) tipifica a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, como vemos en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. 5. La Ofrenda de Expiación (Levítico 5) habla de Cristo como nuestra ofrenda de expiación, tal como leemos en 2 Corintios 5:19: “Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”.

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Las Fiestas del Señor Levítico 23 describe las siete Fiestas del Señor, que fueron cumplidas en la muerte de Cristo. 1. La Pascua: Jesús es el Cordero de la Pascua. 1 Corintios 5:7 dice: “Limpiaos, pues de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”. 2. La Fiesta de los Panes sin Levadura: Jesús es el Pan de Vida (Jn. 6:35). 3. La Fiesta de las Primicias: 1 Corintios 15:20 dice: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos: primicias de los que durmieron es hecho”. 4. La Fiesta de Pentecostés: El Pentecostés sólo fue posible debido a la muerte de Cristo. El derramamiento del Espíritu de Dios en el día de Pentecostés fue la promesa del Padre (Hch. 1:4). Isaías 44:3 dice: “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos”. Isaías 53:10 nos dice que el Señor vería Su semilla cuando Él hiciera una ofrenda por el pecado en la cruz. En otras palabras, la semilla espiritual de Cristo vendría después de Su crucifixión.

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5. La Fiesta de las Trompetas: El sonido de los cielos: Dios anunciando que Él estaba haciendo algo nuevo. El Señor Mismo instauró un nuevo orden al traernos el Nuevo Pacto. 6. El Día de la Expiación: Levítico 16:29-30 dice: “En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros. Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová”. Dos machos cabríos eran presentados ante el Señor. Levítico 16:7-10 dice: “Después tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión. Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel. Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y lo ofrecerá en expiación. Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto”. Esto fue cumplido cuando Poncio Pilato, el gobernador romano, presentó a Barrabás y a Jesús ante el pueblo. Jesús murió, mientras Barrabás fue liberado por los deseos de la multitud. 7. La Fiesta de los Tabernáculos: Ésta es la fiesta de la cosecha y de la gloria. El Señor es llamado Baalhamon, el Señor de la Cosecha (Cnt. 8:11). Jesús manifestó la

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gloria de Dios en el Monte de la Transfiguración. Mateo 17:2 dice: “Y (Jesús) se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz”. El apóstol Pablo nos dice que el único propósito de la Ley, es llevarnos a Cristo (Gá. 3:24). Es ayudarnos a entender quién es Cristo y lo que Él hizo en la cruz. Ya que ningún sacrificio podría haber descrito el significado completo del sacrificio de Cristo en la cruz, Dios ordenó varios sacrificios para darnos una visión del sacrificio supremo de Cristo en el Calvario.

Los sufrimientos de Cristo descritos en las profecías de Isaías Isaías habla de la relación entre Dios Padre y Dios Hijo en el ámbito del sacrificio de Cristo. Isaías 6:8 dice: “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” Dios Padre deseaba salvar al mundo. Pablo le aseguró a Timoteo que Dios no desea que nadie se pierda y vaya al infierno. (1 Ti. 2:4). Todos los cielos estuvieron de acuerdo con Él, diciendo: “¿Quién irá por nosotros?” ¿Quién salvará a la humanidad? Isaías respondió: “Heme aquí, envíame a mí”. Pero en realidad éstas fueron las palabras de Jesucristo a Su Padre antes de abandonar los cielos. Aquellos que han tenido visiones de esa escena en los cielos dicen que hubo un impresionante silencio cuando el Padre

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preguntó: “¿A quién enviaré?” Todos querían ir, pero ninguno podía porque sólo Dios podía salvar a la humanidad. Dios Padre dijo: “¿A quién enviaré?” Ésta es una revelación de la soberanía de Dios. Todo debe comenzar con Dios Padre. Aquellos que han testificado esto en visiones nos dicen que el Hijo, que estaba a la derecha del Padre, dijo: “Heme aquí; envíame a mí” Entonces Dios dijo: “Ve” Juan 3:16 declara: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito...” Antes de crear este mundo, Dios sabía que eventualmente Él tendría que sacrificar a Su Hijo por la salvación del hombre. ¡Qué precio tan tremendo pagó Él por nuestra salvación! Necesitamos comprender el precio que Dios pagó por nuestra salvación al enviar a Su Hijo a la cruz. Isaías explica en el capítulo 53 algo de lo que iba a sucederle a Jesucristo en la cruz. Isaías tuvo una revelación de la crucifixión, y fue formidable. Leemos en Isaías 53:3-4: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido”. Esto es exactamente lo que pasó. Jesucristo fue castigado por nosotros por Dios Padre antes de la fundación del mundo. Es esencial comprender claramente esto para entender la verdad de la cruz. Dios sabía el precio que tendría que pagar por la redención del hombre; Él sabía que el precio

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era Su único Hijo. Para poder redimir a la humanidad, Dios tendría que castigar a Su propio Hijo. Fue Dios quien castigó a Jesús, no el Imperio Romano o los judíos. Ellos sólo fueron instrumentos usados por Dios Padre. Confirmación adicional de esto se encuentra en Isaías 53:10: “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado....” Dios Padre orquestó todo. La cruz salió del corazón del Padre. La cruz fue la sabiduría y el amor del Padre, la forma de Dios de salvar y redimir al hombre. Me maravilla pensar que Dios creó este mundo sabiendo que tendría que enviar a Su Hijo a morir en la cruz para la salvación de la humanidad. ¡Oh, que amor le ha mostrado Dios al mundo al sacrificar a Su Hijo Jesús por nuestros pecados!

Los sufrimientos de Cristo en la vida de los profetas Los profetas, en el Antiguo Testamento profetizaron o representaron por medio de sus vidas los sufrimientos de Cristo en la Cruz. Isaías, quien tuvo una tremenda revelación del nacimiento y sufrimientos de Jesús en la cruz, fue martirizado por el rey Manasés de Judá, mientras Jesús fue martirizado por el gobernador Romano, Poncio Pilato. Jeremías, el profeta de la lamentación, fue encarcelado, mientras Jesús, que lloró por Jerusalén (Lc. 19:41), fue

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también encarcelado por los soldados romanos, siendo también torturado recibiendo mofas y burlas. Ezequiel, quien fue llamado más de setenta veces “el hijo del hombre” fue rechazado por su gente. Jesús, cuyo título favorito para Sí Mismo fue “El Hijo del Hombre” fue de igual manera rechazado por Su pueblo, Israel. Daniel, el justo, fue falsamente acusado por los líderes de la nación. Jesús, nuestro Jehová-Tsidkenu (El Señor nuestra Justicia), fue falsamente acusado por los líderes de la nación de Israel. Oseas, se casó con una mujer infiel, ella tipificaba la infidelidad de Israel para con su Mesías y Esposo Celestial. Jesús conoce la tristeza de Su esposa, de Su pueblo, que le fue infiel a Él. Joel, vivió en un tiempo de aridez espiritual comparable a la condición de Israel en el tiempo del ministerio de Jesús. En Isaías 53:2, Jesús es llamado “raíz de tierra seca”. Jonás, pasó tres días y tres noches en el vientre de una ballena, lo cual sirvió como un signo de la muerte y resurrección de Jesús (Mt. 12:40). Zacarías, el profeta del post-exilio, tuvo una revelación de las llagas en las manos de Jesús, como leemos en Zacarías 13:6: “Y le preguntarán: ¿Qué heridas son éstas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos”.

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Por esto vemos que el Señor ha cumplido profecías que se relacionan con Sus sufrimientos, como se refleja en esta selección de los profetas del Antiguo Testamento.

!Que amor le ha mostrado Dios al mundo al sacrificar a Su Hijo Jesús por nuestros pecados!

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CAPÍTULO 2 LA CRUZ EN TIEMPOS DE LOS ROMANOS Y DEL NUEVO TESTAMENTO Durante los tiempos del Imperio Romano la crucifixión era la sentencia impuesta a los criminales. Fue practicada primero por dos naciones, los fenicios y los cartagineses. Era una práctica pagana extremadamente cruel. No era una práctica judía. Aun en el Imperio Romano la crucifixión era considerada tan degradante que sólo esclavos y provincianos (gente de pueblos gobernados por Roma) podía ser crucificada. Los ciudadanos romanos no podían ser crucificados. La tradición histórica de la Iglesia concerniente a las muertes de Pedro y Pablo es correcta: Pedro fue crucificado, pero Pablo, un ciudadano romano, fue decapitado.

El proceso de la crucifixión Déjeme ahora describirle el proceso de la crucifixión. El condenado era primero colgado por sus muñecas con sus pies apenas tocando el piso. Éste fue también el método usado por los romanos para asegurar a Jesús mientras le azotaban, de acuerdo a aquellos que han tenido visiones de este evento.

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Entonces la persona era azotada con un látigo hecho de cintas de cuero con pedernales afilados incorporados. El látigo era arrastrado en la suciedad del piso, añadiéndole así a la tortura. Con cada latigazo, Jesús se retorcía como un resorte. Todo Su cuerpo se curvaba bajo este tormento inmisericorde. Sus pies y piernas se encogían hacia Su cuerpo con cada golpe. El soldado romano que lo latigueó lo hizo con placer satánico. Este tratamiento aseguraba que la espalda de la persona se volviera una masa sanguinolenta, arrancándole la piel para que mostrara los huesos de la víctima. Muchos no sobrevivían la severidad de los azotes. Aquellos que no morían iban a la cruz en una condición muy débil, sin duda precipitándose a la muerte. Habla muy bien de Cristo el que haya podido retener Su dignidad y postura después de las terribles heridas que había recibido en Su espalda. La azotaina cumplió lo expresado en el Salmo 129:3, que dice: “Sobre mis espaldas araron los aradores; hicieron largos surcos”. La intensidad de las heridas de Jesús es revelada proféticamente por el salmista. El Señor podría haber evitado esos sufrimientos, pero está escrito en Isaías 50:6: “Di mi cuerpo a mis heridores”. Jesús tomó una decisión consciente de someterse a Sí Mismo a estos castigos para asegurar nuestra salvación. Entonces el criminal era llevado por un escuadrón de cuatro soldados que lo rodeaban. El condenado llevaba el madero de la cruz, y generalmente colgaba alrededor de su nuca un tablero en el cual se escribía la naturaleza de su crimen.

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También era llevado por las calles de la ciudad a través de la ruta más larga posible al lugar de la crucifixión. Esto se hacía para asegurarse que una gran cantidad de gente supiera del castigo y estuviera advertida de las consecuencias de tomar parte en tal crimen. Al hacerlo así, las autoridades esperaban hacer cumplir la ley y el orden entre la población y hacer caer tanta vergüenza como fuera posible sobre el condenado a muerte. Cuando el criminal no podía llevar su cruz por más tiempo, los soldados romanos tocaban en el hombro a un judío que observara el cortejo y lo obligaban a cargar el madero. En el caso de Jesús, Simón de Cirene llevó Su cruz (Mt. 27:32). Al llegar al lugar de la crucifixión, el criminal era obligado a acostarse sobre la cruz. Después que sus manos y pies habían sido clavados a la cruz, ésta se enterraba dentro del hoyo que se había preparado con antelación. La sacudida de tal golpe hacía que los huesos se salieran de sus articulaciones, como leemos en el Salmo 22:14: “He sido derramado como aguas; y todos mis huesos se descoyuntaron”. El condenado era entonces abandonado en la cruz hasta que muriera de hambre, sed y exposición, siendo torturado mientras tanto por moscas y otros insectos que se juntaban naturalmente donde se derramaba sangre. El escritor romano Cicerón la llamó la más terrible y horrible forma de tortura, mientras Tácito habló de ella como una tortura sólo apta para esclavos. A menudo a los crucificados se les negaban los ritos de la sepultura.

SEGUNDA PARTE LA CRUZ DE CRISTO

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CAPÍTULO 3 EL CAMINO A LA CRUZ El nacimiento de Jesús Como con todos los eventos en la vida de Jesús, existe un principio importante que se ve en Su nacimiento y que debemos reconocer. Con Su nacimiento, Jesús estaba cumpliendo una profecía del Antiguo Testamento. Su nacimiento cumplió la profecía que dice: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Is. 7:14). Esta escritura es citada en Mateo 1:18-23: “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”.

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El lugar de Su nacimiento Jesús nació en Belén de Judea, cumpliendo la profecía de Miqueas 5:2: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”. Belén fue el lugar de nacimiento de David; por tanto, era común creer que el Mesías, llamado el Hijo de David, nacería en Belén. Jesús era de la estirpe real de David, y fue con todo derecho declarado el Rey de los Judíos. Belén también significa “La Casa del Pan” y Jesús fue “El Pan de Vida” que vino de los cielos a la tierra (Jn. 6:33). El nacimiento de Jesús les fue anunciado a los pastores en Lucas 2:8-16: “Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha

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manifestado. Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre”. Jesús fue el Buen Pastor (Jn. 10:11). Por eso fue a los pastores a quienes Su nacimiento les fue revelado. El mensaje de los ángeles también fue un mensaje de paz, ya que Jesús era el Príncipe de Paz (Is. 9:6).

La aparición en el Templo José y María fueron al Templo en Jerusalén a ofrecer el sacrificio requerido para un hijo recién nacido (Ex. 13:2; Nm 3:13). “Y para ofrecer conforme se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas o dos palominos” (Lc 2:24). Su ofrenda fue la ofrenda de los pobres (Lv. 12:6-8). Este pasaje ilustra el hecho de que aunque Él era rico, se hizo pobre por nosotros. Esto lo dice en 2 Corintios 8:9: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”. Lucas 2:25 dice: “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él”. Lucas 2:34-35 continúa: “Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones”. Aquí se encuentra contenida una interesante verdad, los fundamentos de la revelación y el

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bienestar están basados en el dolor y el sufrimiento. Tenemos que pagar un gran precio para recibir la verdad de Dios. Simeón, el justo, presentó al Unigénito que es nuestro Jehová-Tsidkenu, el Señor nuestra Justicia (Jer. 23:6). Ana, una profetisa anciana, se presentó a Jesús (Lc. 2:36-38). Jesús también era Profeta, así que cumplió la profecía de Moisés en Deuteronomio 18:18: “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare”.

Los magos Mateo 2:1-2 dice: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”. Los magos fueron a adorar a Jesús, Quien es la personificación de la sabiduría (1 Co. 1:24). Jesús nació en un establo, y después Su familia se movió a una casa. Los magos fueron dirigidos a la casa donde José, María y el niño Jesús vivían entonces. Mateo 2:11 dice: “Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”. Estos costosísimos regalos tienen significados simbólicos, y representan verdades espirituales acerca de Jesús. El primer regalo fue oro, que simboliza la naturaleza divina de Dios. Al darle este regalo de oro al

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niño, el Señor Jesús, ellos reconocían Su deidad. En efecto, los magos estaban diciendo que Él era Dios. El siguiente tesoro que le presentaron a Jesús fue incienso, que simboliza la fe probada por el fuego. Para liberar su fragancia, el incienso debe quemarse al fuego. Este regalo, por tanto, significa que este niño divino había nacido para sufrir. Los magos le entregaron después mirra, un ingrediente para embalsamar usado principalmente por los egipcios. La mirra es un símbolo de mansedumbre, que hablaba del Cordero de Dios que no iba a abrir Su boca cuando fuera a morir, como lo había declarado Isaías unos ochocientos años antes. Isaías 53:7 dice: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”. Estos regalos (oro, incienso y mirra) proclamaban que Jesús era Dios que había nacido para sufrir y morir mansamente. Así que, aun en Su nacimiento, aparecieron signos que se referían a Su muerte. También hubo un intento para matarlo en el mismo momento de Su nacimiento por parte del Rey Herodes. Ese malvado gobernante había ordenado matar a todos los niños de Belén de menos de dos años, buscando asesinar a Jesús, el Rey de los Judíos. Sin embargo, Dios preservó a Jesús al darle un sueño a José que hizo que llevara al bebé y a Su madre a Egipto a toda prisa. Permanecieron allí hasta que el ángel del Señor le dijo que Herodes había muerto.

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La segunda aparición en el Templo En Lucas 2:43-50 tenemos el reporte de José y María regresando de su peregrinaje a Jerusalén. Como era su costumbre, regresaban a Nazaret con su familia y amigos, y asumieron que Jesús estaba con el grupo. Jesús tenía entonces doce años de edad, la edad en que un muchacho judío es reconocido como hombre y puede asistir a los servicios en la sinagoga. María y José viajaron casi un día antes de descubrir que Jesús no estaba entre ellos. Entonces retornaron rápidamente a Jerusalén para buscarlo. Lucas 2:46-50 dice: “Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Mas ellos no entendieron las palabras que les habló”. Esta experiencia en la vida de Jesús a la edad de doce años nos permite ver el conocimiento que El tenía de la voluntad de Dios para Su vida. Una razón de Su fuerza y de Su conocimiento es qué Él se alimentó de la Palabra de Dios y del Espíritu de Dios. Hablando proféticamente de Jesús, nos dice Isaías 7:15: “Comerá mantequilla y miel, hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo

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bueno”. La mantequilla es la abundancia de la Palabra, y la miel, en este caso, tipifica al bendito Espíritu Santo. El carácter de Dios se formó en Jesús porque Él se alimentó constantemente de la Palabra de Dios. Fue este carácter el que lo preservó a Él en el camino a la cruz. En esta vida tenemos que escoger constantemente. Somos lo que somos moralmente y espiritualmente debido a las decisiones que hemos tomado. Es por la gracia de Dios, el conocimiento de Su Palabra, y la llenura de Su Espíritu que podemos escoger correctamente. Por tanto, es muy importante estudiar y meditar sobre la Palabra de Dios para poder separar la Palabra de verdad. En Colosenses 1:11 leemos: “Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad”. Debemos ser fortalecidos con poder desde lo alto para cumplir la voluntad de Dios. Conforme Dependemos de estudiamos la Palabra de Dios la unción del descubriremos que todo lo que Espíritu de Dios Dios nos pide hacer es para realizar Su solamente posible por la unción voluntad en y la gracia de Dios. Nunca nuestras vidas. tratemos de entrar al ministerio por nuestra propia habilidad. No podemos lograr nada para el Señor con nuestra propia fuerza. Dependemos de la unción del Espíritu de Dios para realizar Su voluntad en nuestras vidas. Deberíamos recordar las palabras de Romanos 9:11, que dicen: “Para que el

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propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama”. Ésta fue la clave de la vida de Jesús, quien se ofreció a Si Mismo sin mancha a Dios a través del Espíritu Eterno (He. 9:14).

El bautismo de Jesús en el río Jordán Antes que Jesús llegara al río Jordán, Juan el Bautista había estado bautizando a la gente y pidiéndole que se arrepintiera. Cuando Juan vio a Jesús acercarse para ser bautizado: “Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mt. 3:14). ¿Cuál fue el propósito del bautismo de Jesús? Jesús le dijo a Juan el Bautista que era para que se cumpliera toda justicia (Mt. 3:15). ¿Qué simboliza el bautismo por agua? Romanos 6:3-4 dice: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”. El bautismo en agua es un símbolo de muerte. Cuando Jesús llegó al río Jordán para ser bautizado, no sólo estaba cumpliendo toda justicia, también ejecutaba un acto de dedicación personal. En efecto, al ser bautizado en agua Jesús le decía a Su Padre que se entregaba a Sí Mismo y morir para la salvación del hombre.

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El bautismo por agua representa morir a uno mismo y ser elevado junto con Cristo a caminar en la voluntad de Dios. Es una consagración a la voluntad de Dios. Algunos “bautizan” con unas pocas gotas de agua rociada, pero los cuerpos muertos no son rociados sólo con un poquito de tierra, son completamente enterrados. Así, el verdadero bautismo por agua según Las Escrituras es por medio de inmersión completa. Jesucristo se dedicó a Sí Mismo a hacer la voluntad de Dios, y el Padre respondió inmediatamente: “...Éste es mi Hijo amado en quien tengo complacencia” (Mt 3:17).

Su unción En el momento de la consagración de Jesús, la unción del Espíritu de Dios vino sobre Él. Esa unción no fue el Bautismo en el Espíritu Santo como lo conocemos hoy en la Iglesia del Nuevo Testamento. Juan nos dice que Jesús tenía el Espíritu sin medida (Jn. 3:34). Ésta fue la unción prevista por el profeta Isaías en el capítulo 11:2, donde nos dice que Jesús fue ungido con los siete Espíritus del Señor: “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová” (Is. 11:2). Los siete Espíritus del Señor corresponden a las siete lámparas del Candelero en el Lugar Santo del Tabernáculo de Moisés. ¿Por qué fue ungido con el Espíritu el Hijo de Dios? Hubo tres facetas de la unción. Primera, la unción para predicar (Is. 62:1). Segunda, la unción con poder (Hch. 10:38). La tercera faceta de

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la unción es la que nos permite cumplir la voluntad de Dios para nuestras vidas, como le permitió a Cristo ir a la cruz (He. 9:14). En Hebreos 9:14, vemos cómo fue Jesús a la cruz: “¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios...” En Su encarnación, Jesús fue hecho un poco más bajo que los ángeles. Siendo verdaderamente humano, Él no podía cumplir la voluntad de Dios sin la habilidad que le proporcionaba el Espíritu Santo. Con Su bautismo en el río Jordán, Jesús comenzó Su propósito y Su misión en la vida. Hablando en término figurado, Él fue puesto como una flecha en un arco, para volar a Su objetivo, la cruz. Para dar en el blanco, Jesús tuvo que ser fortalecido y ungido con poder desde lo alto. Esto nos brinda otra ilustración de la vida de Jesucristo, la Flecha de Dios.

La Flecha de Dios Uno de los cantos en Isaías comienza con estas palabras: “Oídme, costas, y escuchad, pueblos lejanos. Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria” (Is. 49:1). El profeta no hablaba principalmente de Israel. Las costas fueron siempre asociadas con los Gentiles; por lo tanto, por implicación, se dirige a la Iglesia de los gentiles: “....y escuchad pueblos lejanos...” . Aquí no se refería solamente a aquellos que vivían en un lugar geográfico distante; también se refiere al tiempo. Isaías 49:1 dice proféticamente de Cristo: “Jehová me llamó desde el vientre”. De igual manera, Dios le dijo a

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Jeremías que cuando él estaba en el vientre de su madre Él lo había conocido y santificado (Jer. 1:5). Así como Dios llamó a Jesús y a Jeremías desde el vientre, así nos ha llamado a todos y cada uno de nosotros antes de nacer. Leyendo esto, podrías pensar que este llamado no es aplicable a ti debido a que en tu vida pasada no caminaste con Dios. El apóstol Pablo podría haber dicho lo mismo. Antes de su conversión Pablo persiguió con ahínco a la Iglesia, incluso matando cristianos. Pablo se llamaba a sí mismo el más grande de los pecadores. Pablo reconoció en Gálatas 1:15 que Dios lo conoció a él antes de nacer: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia”. Dios conoció a Pablo cuando todavía estaba en el vientre de su madre, y Él sabía hasta el último detalle lo que había planeado para la vida de Pablo. Hermano amado, aun si has tenido un comienzo incierto, debes estar seguro que Dios te ha llamado, y tiene un gran plan para tu vida, ¡sólo cree y vuélvete a Dios con todo tu corazón! Dios planeó que Jesús fuera a la cruz y se convirtiera en el Salvador del mundo. Jesús fue llamado por nombre antes de nacer. Isaías 49:1-2 dice: “...tuvo mi nombre en memoria. Y puso mi boca como espada aguda, me cubrió con la sombra de su mano; y me puso por saeta bruñida, me guardó en su aljaba”. Una flecha tiene dos partes principales: una punta (o cabeza de flecha) y una saeta. La saeta está diseñada para llevar a

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la punta al blanco, y el propósito de la punta es ensartarse en el blanco. La espada de dos filos con punta afilada, como la punta de la flecha, simboliza la Palabra de Dios. Hebreos 4:12 declara: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Esta descripción nos muestra la naturaleza divina de Jesús como Hijo de Dios. La saeta de una flecha se hace de madera, y debe ser reforzada y pulida. Esto nos habla de la humanidad de Cristo, ya que los árboles son una sombra de la humanidad. En Hebreos 5:8-9 leemos: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”. Jesús, como el Hijo del Hombre, aprendió la obediencia por las cosas que sufrió. Como Hijo del Hombre, a Jesús le era posible fallar, pero como Hijo de Dios, no podía fallar. Él tiene dos naturalezas: Es el Hijo de Dios eterno, lo mismo que el Hijo del Hombre. La naturaleza que Jesús recibió de Su madre tenía que ser preparada y pulida. La saeta de una flecha no debe doblarse o perder su forma, ya que en estos casos, cuando se apunta correctamente y se dispara, las fuerzas aerodinámicas que la gobiernan la desviarán de su curso conforme viaje por el aire. Hay dos aspectos en la preparación. Jesús fue lleno del Espíritu, y conocía las Escrituras; pero eso no era suficiente.

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El carácter también es esencial y se forma en la escuela de la disciplina; así pasó con el Señor Jesús. No conocemos los sufrimientos que Él experimentó durante los años formativos de Su vida, ¡pero podemos estar seguros que la disciplina le fue suavemente administrada por Su amado Padre Celestial para asegurarse que Jesús la Flecha pegara en el blanco de la cruz! Si no aprendes obediencia, cuando llegue el momento en que Dios te nombre, te apartarás del curso y errarás el blanco de Su propósito para tu vida. Seamos como Jesús una flecha bien preparada y pulida que de en el blanco del supremo llamamiento en Cristo Jesús (Fil. 3:14).

Las tentaciones Inmediatamente después de Su bautismo por Juan, Jesús fue tentado por el diablo. Estas tentaciones fueron ordenadas por Dios porque fue el Espíritu Santo quien llevó a Jesús al desierto. Como leemos en Mateo 4:1: “Jesús fue llevado por el Espíritu”. Marcos usa una palabra más fuerte que “llevar” en Marcos 1:12: “El Espíritu le impulsó al desierto”. Por tanto, la prueba fue una parte integral de la vida de Cristo. En el propósito y plan de Dios, Jesús tenía que ser probado. En Mateo 4:1 leemos: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo”. Todo es ordenado por Dios. Se ve muy claro quién está al mando aquí. No fue el diablo; él simplemente estaba siendo usado por Dios para un propósito. Dios tenía todo el control de la situación. El Espíritu Santo ungió a Jesús y lo llevó al desierto para ser tentado por el diablo.

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La primera tentación Leemos en Mateo 4:2: “Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre”. Después de ayunar por cuarenta días, Jesús estaba hambriento y totalmente débil. Cuando uno ayuna, la sensación de hambre eventualmente desaparece, pero usualmente regresa cerca del final de un ayuno de cuarenta días. Mateo 4:3 dice: “Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios...”. Ésta fue una de las más grandes batallas que Jesús tuvo con Satanás. Fue de la misma clase de batalla que la que Eva tuvo en el Jardín del Edén. El tentador le dijo a Eva: “¿Con que Dios ha dicho?” El demonio trató de sembrar la duda en el corazón de Jesús. Satanás sabía muy bien quién era Jesús. Se nos dice en Ezequiel 28:3 que: “tú eres más sabio que Daniel; no hay secreto que te sea oculto”. No olvidemos que Satanás era un arcángel en el cielo llamado Lucifer, el hijo de la luz; así que él sabía exactamente quién era Jesús. Satanás comprendía totalmente lo que estaba pasando. Estaba tratando de derribar a Jesús. Sabía que si podía hacer caer a Jesús en sus tentaciones, eventualmente lo derrotaría en la cruz. Por tanto, estas tentaciones estaban basadas en su sabiduría de maldad. ¿Cuál es nuestro mayor problema? La duda. Jesús tenía que creer que Él era el Hijo de Dios. No olvidemos, estaba muy hambriento. Su cuerpo clamaba por comida. Entonces Satanás llegó a probar a Jesús con su arma más poderosa,

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la duda: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mt. 4:3). Lo que Satanás hacía era pedirle a Jesús que se asegurara a Sí Mismo que Él realmente era el Hijo de Dios. Nosotros somos afectados por la duda de la misma manera. A menudo Satanás nos hace preguntarnos: ¿Estoy en la voluntad de Dios? ¿Está Dios conmigo? ¿Es esto lo que debería estar haciendo? El diablo tratará de convencernos de usar estas dudas como oportunidades para probar que realmente somos hijos de Dios. Seremos tentados para usar el poder de Dios para satisfacer nuestras propias necesidades. Debemos creer que somos hijos de Dios. Jesús respondió citando el Antiguo Testamento, en particular Deuteronomio 8:3: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). Cristo se rehusó a satisfacerse a Sí Mismo y a Su necesidad física de comer realizando un milagro con el poder del Espíritu Santo. Tenía la disciplina y el carácter de realizar milagros sólo bajo el sometimiento completo a la voluntad de Su Padre. La primera tentación fue para probar si Su carne estaba bajo control. Antes de dejar este pasaje es importante comentar sobre el hecho de que nosotros como cristianos debemos oír al Señor cada día para estar continuamente alimentándonos de las Palabras que vienen de nuestro Padre Celestial. Debemos evitar ser “cristianos dominicales” y nutrirnos de la Palabra de Dios diariamente.

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La segunda tentación Entonces el diablo llevó a Jesús a la Ciudad Santa y lo puso sobre lo más alto del templo. Fue extraordinario que Dios le permitiera llevar a Jesús al templo de esta manera. En esto apreciamos la humildad tanto del Padre como del Hijo el de permitir usar a Su archi-enemigo, Satanás para los propósitos de Dios. Aun el arcángel Miguel evitó hacerle una afrenta a Satanás cuando luchaba con él por el cuerpo de Moisés. Judas 1:9 dice: “Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda”. El diablo le dijo a Jesús en Mateo 4:6: “Si eres Hijo de Dios, échate abajo, porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra”. Satanás puede citar La Escritura porque la conoce muy bien. Ésa es una cita directa del Salmo 91:11-12. Jesús le respondió citando Deuteronomio 6:16 en Mateo 4:7: “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios”. Esta prueba fue para tentar el alma de Jesús. ¿Iba Su alma a satisfacerse por una dramática intervención angelical? No, Él rehusó tentar al Padre. Algunas veces podemos estar tentados de hacer cosas sólo para satisfacer nuestra alma. A menudo alguien nos invita a ver este versículo de la Escritura: “Mandadme” (Is. 45:11),

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que correctamente interpretado significa: “¿Me estás mandando u ordenando a mi, Dios? Mateo 21:22 dice: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”. Este versículo debe balancearse con 1 Juan 5:14, que dice: “Y ésta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”. Es posible extraviarse por falta de balance en la Escritura. Cualquier verdad llevada al extremo se convierte en error. El uso por Satanás de la Escritura podría haber destruido a Jesús si Él hubiera fallado en balancear las Escrituras. Pero Jesús respondió: “Está escrito....” Como nuestro Señor, debemos dividir y exponer la Palabra de verdad. Segunda de Timoteo 2:15 dice: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”.

La tercera tentación “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mt. 4:8-9). Satanás tiene un poder tremendo. Jesús no retó su declaración porque Él sabía que Satanás tenía la autoridad para llevar a cabo su propuesta. Jesús lo llamó el Príncipe de este mundo (Jn. 14:30). Aquí Satanás estaba probando a Jesús en el ámbito del espíritu a través de la adoración. ¡Cuán importante es adorar sólo a Dios! Necesitamos preguntarnos a nosotros mismos a quién estamos adorando realmente. La respuesta de Jesús

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fue: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mt. 4:10). Jesús fue probado en Su cuerpo, alma y espíritu. Fue probado para Su tarea de ser esa flecha especial que diera en el blanco. Muchas veces en el transcurso de Su ministerio de tres años y medio Satanás trató de desviarlo de los propósitos de Dios para Su vida. En una ocasión la gente trató de hacerlo rey y en otra oportunidad trataron de empujarlo hacia el precipicio y matarlo. Hubo otras muchas ocasiones, pero ésta no es una disertación sobre la vida de Cristo. Sin embargo, necesitamos desarrollar una base, que muestre por qué Jesús podía ir a la cruz. Necesitamos también ver lo que Dios tiene que hacer para permitirnos personalmente dar en el blanco y tomar parte de Su cruz.

Las enseñanzas de Jesús con relación a la cruz Como ya hemos mostrado, el Señor sabía que el propósito de Dios para Su vida, era que Él muriera en la cruz para que nosotros pudiéramos ser salvos. En esta sección queremos examinar las enseñanzas del Señor a Sus discípulos acerca de Su inminente sufrimiento y muerte. Primero que todo, en Su camino al monte de la Transfiguración donde Pedro, Santiago y Juan tendrían el privilegio de ver Su gloria, Jesús buscó cuidadosamente

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prepararlos para Su muerte en la cruz. Mateo 16:21 nos permite ver lo que Jesús les estaba enseñando a Sus discípulos en ese tiempo: “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día”. Después que bajó del monte, Jesús iba de nuevo y de forma cuidadosa a volver enfatizar Su muerte inminente en respuesta a las preguntas de los discípulos relativas a la Segunda Venida y a las enseñanzas de los escribas de que Elías vendría antes que el Mesías (Mal. 4:5-6). Jesús dijo en Mateo 17:11-12: “A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos”. Aquí, Jesús menciona a Juan el Bautista, quien vino en el poder de Elías (Lc. 1:17). Estos versículos se citan en Marcos 8:31: “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días”. El Señor habla claramente aquí de Su próxima muerte y resurrección. Marcos 8:32-33 dice: “Esto lo decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle. Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”.

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Sin embargo, Pedro, el que había recibido la revelación de que Jesús era el Hijo de Dios, se convirtió en un conducto para el ataque de Satanás, buscando evitar que el Señor fuera a la cruz. Una de las tribulaciones de Jesús fue que hasta el mismo fin, Sus discípulos no comprendieron que era la voluntad de Dios que Él sufriera y muriera. No hubo nadie que confortara a Jesús. Marcos 9:12 dice: “Respondiendo él les dijo: Elías a la verdad vendrá primero, y restaurará todas las cosas; ¿y cómo está escrito del Hijo del Hombre, que padezca mucho y sea tenido en nada?” En este versículo, Jesús incluye el hecho de que debe sufrir la humillación adicional de recibir la burla de aquellos a quienes Él creó. Lucas escribe la misma conversación de esta forma: “Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día” (Lc. 9:22). En este versículo, Jesús precisa que será por instigación de los líderes religiosos que Él sufrirá. Entonces, en los últimos días antes de Su pasión, Jesús busca traer a la atención de Sus discípulos la necesidad de la cruz. Hablando de Sí mismo, Jesús dice en tercera persona, como a menudo lo hacía: “Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta generación” (Lc. 17:25). Después de Su resurrección, en el camino a Emaús, el Señor habló una vez mas de la necesidad de la cruz a dos de Sus discípulos: “Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día” (Lc. 24:46).

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Su escarnio Aunque siempre debiéramos tener presente la muerte física de Cristo en la cruz, al mismo tiempo no debemos olvidar que el camino a la cruz estuvo cubierto con la vergüenza y escarnio que cayó sobre Él por los líderes religiosos de Su tiempo. Éste fue, en efecto, el cumplimiento del Salmo 69:19-20, que dice: “Tú sabes mi afrenta, mi confusión y mi oprobio; delante de ti están todos mis adversarios. El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé”. Durante Su ministerio, aunque las multitudes se reunían a Su alrededor, Jesús fue continuamente censurado. Hebreos 12:3 habla de la censura de Cristo: “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. A través de Su ministerio, mucho antes de que Él fuera a la cruz, el Señor tuvo que aguantar reproches continuamente. Jesús era un hombre de treinta años de edad en perfectas condiciones físicas. Fue una muestra maravillosa de la especie humana. Sin embargo, la censura y el desprecio que sufrió durante tres años y cinco meses fueron lo que causó Su muerte, más que la cruz. Soportó contradicción y oposición constante de Sus enemigos. En Juan 1:11, leemos: “A lo suyo vino, y los suyos no lo recibieron”. Jesús fue rechazado por Su propia gente, los israelitas.

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Isaías 53 comienza declarando lo que sería la vida de Cristo, qué clase de hombre sería, y qué clase de ministerio tendría: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?” (Is. 53:1). Esto fue un eco del Hijo diciéndole al Padre que, más allá de Su ministerio, ¿quién le creería? Fue muy difícil para Jesús luchar contra la tremenda oposición que tuvo de los judíos y de los líderes religiosos. Aun si estamos rodeados por santos, Dios se asegurará que experimentemos oposición. Dios nos pone en esta situación, ya sea en nuestro lugar de trabajo o en otro lugar donde tendremos que testificar la verdad. La gente no nos creerá, sino se burlará y nos censurará. ¿Sabes que nos hace eso? Comienza a causarnos una fatiga mental y espiritual. Como dijo el apóstol Pablo: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12). Cuando alguien se opone a ti, abre un canal para que Satanás te ataque. Los espíritus demoníacos saben exactamente donde darle a tu cuerpo. Siempre atacan la parte más débil de nuestros cuerpos. Jesús todo el tiempo tuvo que hacerle frente al ataque del maligno. Isaías 53:1 continúa: “...¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” Isaías está preguntando: “¿Quién comprende lo que el Señor está haciendo?” Aún los seguidores más cercanos de Jesús no podían entender lo que estaba pasando. Isaías 53:2 dice: “...no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos”. En otras

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palabras, la gente de Su época no pudo ver en Cristo algo que deseara. No fue apreciado como el Hijo de Dios. Pero en Isaías 53:3 leemos: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto”. Aquí se refiere al tiempo de Su milagroso ministerio. ¡Qué descripción más triste del Señor de la gloria! Como el Señor mismo le dijo a la multitud en Juan 6:26: “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis”. En verdad, su dios era su vientre, y ellos buscaban cosas terrenales. Es cierto, como el Señor advirtió a Sus discípulos, que el mundo se ama a sí mismo, pero odia a aquellos que hablan y viven la vida del Espíritu. Los escribas y los fariseos buscaron consistentemente atrapar a Jesús con sus preguntas. Sólo esto hubiera puesto una presión tremenda sobre Jesús, y sabemos que la presión puede en verdad matar a una persona. Puede producir muchas enfermedades en la mente y en el corazón, así como en otros miembros de nuestros cuerpos físicos. Por eso vemos que Su corazón se había vuelto como cera. Se había derretido en medio de Sus entrañas (Sal. 22:14).

Su unción para la sepultura Uno de los aspectos menos comprendidos de la vida es la muerte, especialmente en lo que se relaciona con la preparación para el evento que todos debemos experimentar. El apóstol Pablo nos permite echar un vistazo sobre la preparación para la muerte en su carta a los creyentes corintios: “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que

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se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Co. 2:15-16). Dios vigila cada detalle de Su creación, y sabe aun cuando un gorrión cae a tierra. Él ordena el tiempo de nuestro nacimiento y muerte. Salomón declaró en Eclesiastés 3:1-2: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado”. Por tanto, Él planea nuestra muerte para que estemos listos para entrar en la eternidad. Recientemente tuve dos experiencias que me gustaría relatar, esperando que sean una bendición para usted, querido lector, o que le ayuden a animar a otros. En una ocasión, estaba orando por una dama que tenía cáncer. Varios pastores y yo la ungimos con la intención de orar para sanidad. Hemos visto a tantos que han sido gloriosamente sanados de esa enfermedad. Sin embargo, conforme orábamos, recibí el mensaje: “Ungida para sepultura”. La dama en cuestión estaba siendo sellada por el Señor para los cielos. En otra oportunidad, el tío de mi secretaria murió en un accidente de motocicleta, y aún así el Señor le dijo a ella que para Él no había accidentes. Recordando, ella se dio cuenta que su tío había visto a muchos de sus parientes justo antes de su muerte, y aún el día de su muerte había visto a una hermana suya y leído la Biblia con ella. Fue como si todas las reuniones hubieran sido ordenadas por Dios para que el tío

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los pudiera ver a todos por última vez en la tierra, antes de reunirse en los cielos cuando llegara el tiempo de cada uno. Esas fueron reuniones en una atmósfera de paz y alegría. Ahora, para el Salvador del mundo, el tiempo de Su partida estaba cerca, como leemos en Juan 12:1-3: “Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume”. El nardo, espiritualmente, significa paz, como deducimos de la lista de plantas que aparece en el Cantar de los Cantares 4:13. Existen nueve plantas, correspondientes a los nueve frutos del Espíritu mencionados en Gálatas 5:22-23. Así, el nardo, que es la tercera planta en la lista, representa paz, el tercer fruto del Espíritu. Entonces, María ungió los pies de Jesús, el Príncipe de Paz, ya que Él estaba cumpliendo la Escritura en Su persona: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!” (Is. 52:7). Entonces Judas dijo en Juan 12:5: “¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?” ¿Cuál es el significado del número trescientos? Podemos entender e interpretar correctamente sombras

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espirituales si nos damos cuenta que la clave a menudo se encuentra en la Ley de la Primera Mención. El número trescientos se encuentra por primera vez en la Escritura en Génesis 5:22, que dice: “Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas”. Por lo tanto, el número trescientos en la Escritura significa “caminar con” y ser placentero a Dios. Así fue la vida de nuestro amado Señor a la vista de Su Padre Celestial. Jesús comprendió totalmente el significado de Su ungimiento y que María estaba movida por el Espíritu Santo para ungirlo a Él. Jesús respondió en Juan 12:7: “Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto”. Agregó en Mateo 26:13: “De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contara lo que ésta ha hecho, para memoria de ella”. Judas, aparentemente contrariado por la respuesta del Señor, abandonó la comida y negoció con los jefes de los sacerdotes los detalles sobre cómo les entregaría a Jesús. Judas no se preocupaba por los pobres. Era un ladrón y había estado robando de la bolsa de las ofrendas, que tenía bajo su responsabilidad. Frustrado en su búsqueda del dinero que se podría haber obtenido al vender el ungüento, Judas buscó la recompensa en traicionar a Jesús por treinta piezas de plata. Verdaderamente el amor al dinero es la raíz de todo mal (1 Ti. 6:10). Todo esto sucedió para que se cumplieran las Escrituras, las cuales, leemos en Zacarías 11:12: “Y les dije: Si os

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parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata”. Hemos incluido esto en el camino a la cruz, ya que fue otra tristeza que Jesús tuvo que soportar, el saber muy bien que Judas se estaba robando el dinero que se le había dado al grupo de apóstoles para sus necesidades. Considere el pesar de Jesús al saber que uno tan próximo a Él no había recibido Sus enseñanzas y no había sido convencido por Su forma de vida.

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CAPÍTULO 4 EL APOSENTO ALTO El primer día de la fiesta de los Panes sin Levadura Jesús llegó y los discípulos le preguntaron en dónde deseaba comer la Pascua. Según lo que sabemos, ésta fue la primera vez que Jesús presidió una ceremonia de Pascua. Cuán adecuado para Él hacerlo ahora, ya que Él ha sido la sombra espiritual de esta fiesta de ahí en adelante. Jesús envió a Pedro y a Juan con instrucciones, diciéndoles en Marcos 14:13-16: “Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle y donde entrare, decid al señor de la casa: El Maestro dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos?. Y él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad para nosotros allí. Fueron sus discípulos y entraron en la ciudad, y hallaron como les había dicho; y prepararon la pascua”. El hombre con el cántaro de agua tenía que estar en el lugar preciso en el momento preciso. Ignorante del significado de lo que estaba haciendo, estaba preparando el aposento para que el Señor celebrara la Pascua con Sus discípulos. El hombre sabía que el aposento de la Pascua que estaba preparando sería usado. Dios puede decirnos que hagamos algo que puede parecer insignificante, pero nuestra obediencia puede ser un eslabón para el cumplimiento de Su voluntad un nuestras

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vidas. ¿Puede usted ver cuán importante es para nosotros el caminar en el Espíritu día a día? Es dudoso que aquel hombre realmente supiera todo lo que estaba ocurriendo, pero ahí estaba él en el lugar preciso, en el momento preciso, guiando a los discípulos al lugar correcto. Cuán importante es ser usados por el Señor, tal vez yendo en el momento preciso a un supermercado, a un restaurante, a un lugar de trabajo. Podemos enojarnos cuando un semáforo toma tanto tiempo para cambiar, pero ésa podría ser la manera en que Dios nos lleve al lugar preciso en el momento preciso. Cuán importantes son esas cosas pequeñas. A menudo, son la guianza de Dios. El décimo cuarto día de Nisan, el día en que la comida llamada “paschal” debía tomarse. Éste era el día designado en Éxodo para matar al cordero “paschual”. En Juan 13:1 leemos: “Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”. Durante todo este tiempo, Cristo mantuvo una compostura perfecta. Él conocía la secuencia cronológica exacta de los eventos porque Dios tenía todo bajo completo control. Ésta es una verdad muy importante. Así es en nuestras vidas, podemos culpar al adversario de nuestras circunstancias; pero es el Señor el que tiene el control. Lucas 22:14-16 establece: “Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo:

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¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios”. Aquí, otra vez en simplicidad exquisita, el Señor está hablando de Sus sufrimientos y Su muerte. El momento, por supuesto, era perfecto, ya que Él era el Cordero de la Pascua enviado para quitar los pecados del mundo, como Juan el Bautista lo había mencionado (Jn. 1:29). Pero también fue una declaración triunfal, porque Jesús se había esforzado por la gracia de Dios durante treinta años de preparación, y tres años y medio de ministerio, para calificar para este momento. Éste fue el principio del fin de una larga jornada. Aún en esta cena Pascual Jesús tuvo que enfrentar contención y dolor. También hubo, durante esta Última Cena, momentos tranquilos para el encarnado Hijo de Dios con aquellos a quienes Él amaba tan entrañablemente. La forma en que los comensales se sentaban a la Cena de Pascua era muy importante, especialmente para los fariseos que se preocupaban de la posición social y el honor. Los invitados a la cena se reclinaban en cojines alrededor de una mesa , descansando sobre su mano izquierda, y así dejaban la mano derecha libre para compartir la comida. El orden en que cada persona se sentaba a la mesa se arreglaba de acuerdo a la posición en cualquier ocasión, como notamos en los comentarios del Señor en Lucas 14:7 acerca de que los fariseos buscaban los mejores asientos.

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En esta comida, los discípulos fueron nuevamente muy conscientes de su propia estatura en el reino de Dios, como leemos en Lucas 22:24: “Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor”. La colocación de cada uno en la mesa fue tal que la cabeza o líder de la cena, en este caso, Jesús, se recostaría en el diván medio, que estaba situado sobre la izquierda de la herradura alargada alrededor de la mesa en la manera indicada abajo.

Forma en que se sentaron los participantes de la Última Cena

Judas JUDAS JESÚS Jesús JUAN Juan

PEDRO Pedro

Table Mesa

* Ésta parece la forma más probable en que los participantes se sentaron a la mesa durante la Última Cena después de examinar cuidadosamente la Escritura.

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El principal lugar de honor (después del asiento de la Cabeza de la cena) quedaría sobre el lado izquierdo de Jesús, lugar que muchos teólogos estiman fue ocupado por Judas por las siguientes razones: 1. Juan estaba sentado a la derecha de Jesús, ya que él estaba recostado sobre el pecho de nuestro Salvador (Jn. 13:23). 2. Ninguno de los otros discípulos oyó a Jesús cuando Él le susurró a Juan el signo por el cual Él conocería al traidor. 3. Cuando Judas preguntó: “¿Soy yo?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho” (Mt. 26:25). Otra vez, no parece que los otros discípulos hayan oído la respuesta de Jesús a Judas. 4. Este arreglo también explica por qué el Señor le pasó primero el sopero a Judas, siguiendo parte del rito de la Pascua. Él comenzó con Judas, que estaba sentado en la posición del invitado principal. Esto explica por qué este acto de parte del Señor no haya suscitado ninguna pregunta entre los discípulos. 5. Después del regaño amoroso de Jesús, parece que Pedro ocupó la posición más baja, directamente enfrente de Juan y, por tanto, habría estado en posición de llamar a Juan por señas para que le preguntara a Jesús la identidad del traidor.

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En nuestro estudio sobre la cruz estamos buscando entender las tremendas presiones que Jesús tuvo que soportar antes de la crucifixión física. Las pugnas de los discípulos seguramente tuvieron un efecto sobre la fuerza de Jesús. Recuerde que Cristo ya había sido debilitado por los ataques de los fariseos. En realidad, sólo aquellos que han sido expuestos a los argumentos de los perversos saben el poder y la fuerza que nuestras mentes y corazones pueden soportar durante tales ataques. Es peor que cualquier ataque físico, y mucho más agotador y debilitante. Aún más, la tristeza por la traición de un amigo cercano aplasta como un gran peso el corazón de la persona traicionada. Todos estos factores deben haberse sumado a la pesada carga de Cristo. Además, Sus propios amados estaban más preocupados con sus posiciones que con proporcionarle a su amado Maestro el consuelo que necesitaba en Su hora de prueba más grande. Con equilibrio y gracia que sólo puede mostrar alguien lleno del Espíritu, que cuya vida ha sido guiada por Dios, el Señor suavemente reprendió a Sus amigos, diciéndoles: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc. 22:25-27).

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Entonces, para animarlos por todo lo que habían sufrido y habrían de sufrir por Su nombre durante Su ministerio, Jesús continúa diciéndoles: “Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel” (Lc. 22:28-30). En ese momento era costumbre que quien presidía la cena, tomara la primera copa y diera gracias. A continuación, Él se la pasó a Sus discípulos. Leemos en Lucas 22:17-18: “Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros, porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga”. La siguiente parte del ritual era que el jefe del grupo se levantara y se lavara las manos. El Señor, sin embargo, la transformó en un acto de humildad. Manifestando Su profunda humildad, Su espíritu de servicio y Su divina gracia, Jesús les dio a Sus discípulos una lección práctica sobre las obligaciones de un ministro. Leemos en Juan 13:4-17: “Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies

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jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”. Amados, pidamos el manto de servicio a los demás, para que se convierta en una forma de vida en nosotros el servir a otros, especialmente a aquellos que son de la familia de Dios. En otros pasajes de la Escritura, leemos como el Señor buscó enseñarles a Sus discípulos este aspecto de humildad. “Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos. Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, les dijo: El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió” (Mc. 9:35-37).

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Jesús dijo en Lucas 22:26: “Mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve”.

Amados, pidamos el manto de servicio a los demás, para que se convierta en una forma de vida en nosotros el servir a otros.

La liturgia de la Cena de Pascua Había cuatro aspectos principales de la fiesta de la Pascua: 1. La entrada: La Cabeza de la familia pronunciaba una plegaria de santificación, que incluía la bendición sobre la fiesta y sobre la primera copa. El plato inicial consistía de hierbas verdes amargas, que representaban las tribulaciones de los hijos de Israel durante la esclavitud en Egipto. 2. El servicio de la Pascua: En este servicio, la Cabeza de la familia explicaba el significado de la comida como aparece en Éxodo 12:26-27: “Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro? Vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de

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La Cruz y La Resurreción Jehová, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas”. La cabeza de la fiesta describía entonces la secuencia de los eventos de la Pascua bajo Moisés, dándole a Dios la gloria por su liberación. Entonces se cantaba la primera parte del Hallel (Sal. 113 y 114). A continuación los participantes bebían la segunda copa que les había sido traída.

3. El plato principal: El plato principal consistía en el cordero de la Pascua. Éxodo 12:8 nos dice: “Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán”. Después de dar gracias, los invitados bebían la tercera copa. 4. La conclusión de la comida: Al concluir la comida se cantaba la segunda parte del Hallel (Sal. 115 y 116). A continuación los invitados bebían la cuarta copa, que se llamaba la copa de la bendición.

La revelación del Traidor Fue después de este ejemplo de verdadera servidumbre que Jesús les habló a Sus discípulos acerca de que uno de ellos lo traicionaría. Citando el Salmo 41:9, Jesús dijo: “Aún el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar”. A continuación sintió pesar en Su Espíritu y dijo: “Mas he aquí, la mano del que me entrega está conmigo en

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la mesa. A la verdad el Hijo del Hombre va, según lo que está determinado, pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado! Entonces ellos comenzaron a discutir entre sí, quién de ellos sería el que había de hacer esto” (Lc. 22:21-23). “Entonces ellos comenzaron a entristecerse, y a decirle uno por uno: ¿Seré yo? Y el otro: ¿Seré yo?” (Mc. 14:19). “Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. Él entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es? Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón” (Jn. 13:23-26). Mateo 26:25 dice: “Entonces respondiendo Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho”. Ahora leemos en Juan 13:27-30: “Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto. Pero ninguno de los que estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto. Porque algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los pobres. Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche”. Así vemos el desarrollo de los eventos que precedieron a la traición algunas horas después en el huerto del Getsemaní. Es importante hacer notar que Jesús tuvo todo

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el tiempo el control completo de estos eventos. Él sabía y comandó todas las cosas a pesar de las tremendas presiones, tristezas, angustias y dolores en Su corazón que todos estos eventos le deben haber traído. Al ordenarle a Judas que hiciera rápidamente lo que tenía que hacer, Jesús estaba, en efecto, poniendo en marcha Su propia ejecución. ¿Podemos hacer algo más que no sea caer a Sus pies en señal de admiración? ¡Jesús es digno de nuestra admiración!

La institución de la Cena del Señor La Fiesta de la Pascua continuaba con la comida del Cordero Pascual. Después, se llenaba la cuarta copa y se bebía su contenido. La cuarta copa se denomina la copa de la bendición, de la cual el apóstol Pablo habla en 1 Corintios 10:16 y la asocia con la copa de la Comunión: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” Está claro que esto sucedió al final de la cena, como Pablo lo declara en 1 Corintios 11:24: “Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí”. Éste es el pan que quedó después de la ceremonia de Paschal (al principio de la comida) y a su vez fue apartado para ser comido al final de la cena. Se le llamaba el “Aphikomon”, o sobre-cena. 1 Corintios 11:25 establece: “Asimismo, tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el

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nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí”. La Comida de Paschal no se termina hasta que no se llena la cuarta copa y se efectúa un cierto número de oraciones. Después se canta el Hallel (Sal. 115 y 118). Eso fue lo que Jesús hizo. Leemos en Mateo 26:30: “Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos”. Marcos 14:26 dice: “Cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos”. El texto no aclara si se cantó todo el Hallel o sólo una parte, pero eso es realmente irrelevante para el tema de la cruz. Sin embargo, debería mencionarse un aspecto, y es el de que los salmos del Hallel enfatizan la misericordia del Señor y que la muerte de Sus santos es preciosa a Su vista (Sal. 116:15). Efectivamente, el Señor Jesús estaba glorificando a Dios en los valles, como leemos en Isaías 24:15: “Glorificad por esto a Jehová en los valles, en las orillas del mar sea nombrado Jehová Dios de Israel”. Meditemos sobre este muy bendito ejemplo para que, cuando seamos llamados a pasar los valles de cualquier tribulación que nos venga, nunca cesemos de cantar alabanzas a Su nombre. Juan 13:31 dice: “Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él”. Fue como si el Señor estuviera percibiendo que los eventos de esa última noche se estaban cumpliendo, que Él podía decir que Dios estaba siendo glorificado en Su vida. El Señor buscaba sólo la gloria de Su Padre, y continuó diciendo: “Si

82 Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará” (Jn. 13:32).

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Cuando seamos llamados a pasar los valles de cualquier tribulación que nos venga, nunca cesemos de cantar alabanzas a Su nombre.

Dios estaba siendo glorificado en las acciones y en la vida del Señor Jesús. Cuán importante es para nosotros darnos cuenta que fuimos creados por Él, para Él y para Su buen placer. Apocalipsis 4:11 nos lo muestra muy claramente: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”. Por tanto, busquemos siempre la gloria de Dios en todo lo que hagamos, ya que fuimos creados para mostrar Su gloria a los ángeles en los cielos, al hombre sobre la tierra, y a los ángeles caídos y demonios de Satanás. Regocijémonos y sintámonos honrados de servirlo a Él y regocijémonos en todas nuestras pruebas, así como lo hizo nuestro amado Señor Jesús. Debemos comprender que así como el Padre Celestial planeó meticulosamente la vida de Su Hijo Jesús, Él ha planeado la nuestra. Dios es glorificado cuando somos guiados por el Espíritu Santo para cumplir las cosas que Él ha ordenado para nuestras vidas. Jesús dijo en Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Éste algunas veces es

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llamado el décimo primer mandamiento. El carácter intrínseco de Dios, además de santidad, es el amor: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Jn. 3:16). El apóstol Juan lo reafirma diciendo: “Dios es amor” (1 Jn. 4:8,16). Por lo tanto, nosotros, también, debemos tratar de manifestar el amor de Dios. Esto sólo es posible cuando reconocemos que el amor es un fruto divino del Espíritu, no un producto de nuestra propia voluntad o deseo. Necesitamos ser enraizados y arraigados en el amor de Dios. El amor es la prueba de que somos Sus discípulos, como lo dijo Jesús en Juan 13:35: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Jesús sabía que sólo le quedaba un tiempo muy corto antes de Su muerte y quería maximizar las últimas oportunidades que tenia para compartir con Sus discípulos lo que verdaderamente estaba en Su corazón. Sus enseñanzas más importantes las reservó para estas últimas horas. En Sus disertaciones en el aposento alto, Jesús compartió con ellos las verdades más necesarias. Por esta razón, debemos meditar seriamente sobre estas verdades. La más grande de todas fue la relativa al amor. Debemos pedirle al Señor que nos enraíce y arraigue en amor para que podamos hacer todas las cosas bien y complacerlo a Él que nos ha llamado a este alto y santo llamamiento (Ef. 3:17).

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Jesús predice la negación de Pedro Juan 13:36-38 establece: “Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después. Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti. Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces”. Es probable que la conversación relatada por Juan haya estado salpicada por la frase registrada en Lucas 22:31-32: “Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. Entonces el Buen Pastor buscó confortar a Pedro, como siempre lo hace con nosotros, diciéndole: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. En Juan 14:1-2, el Señor le dio a Pedro la seguridad de su salvación final. Jesús continúa diciendo en Juan 14:3: “Y si me fuere, y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. El Señor está preparando un lugar, un hogar, una casa no sólo para el apóstol Pedro, sino también para nosotros. Sin embargo, como aquellos que han recibido visiones

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del cielo lo testifican, nuestros hogares para la eternidad dependen de nuestras buenas obras en esta vida. A continuación el Señor busca darle a Sus discípulos seguridad sobre sus lugares en el cielo diciéndoles: “Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (Jn. 14:4). Personalmente me asombra que nuestro Salvador haya podido pensar sólo en Sus amados discípulos en esta situación, cuando en realidad estaba viviendo los eventos culminantes de Su vida. Jesús pudo haber buscando consuelo y apoyo de Sus discípulos, pero en vez de eso, Él les dio fuerza y ánimo. ¡Cuán grande es nuestro Señor! Él no piensa en Sí mismo, sino se preocupa por otros. Entonces nuestro Señor les da la promesa del bendito Espíritu Santo. Por favor, refiéranse a nuestro libro titulado El Consolador para un estudio completo sobre el Espíritu Santo. A continuación Jesús y Sus discípulos se levantan y salen. Afuera, en la calle, el Señor aprovecha la oportunidad para continuar su forma rabínica de enseñar conforme caminan por las calles de Jerusalén. Les enseñó a Sus seguidores a compartir y experimentar Su amor, alegría y paz. Él exhibió un aplomo asombroso para una persona que sabía que pronto experimentaría menosprecio y vergüenza, seis juicios injustos, azotes, y finalmente la agonía de la crucifixión. En cambio, Él quiso que Sus discípulos fueran capaces de compartir esa alegría y paz que Él estaba disfrutando mientras caminaba por esas calles por última vez como hombre libre.

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En las calles de Jerusalén, antes de cruzar el riachuelo de Cedrón, Jesús derramó el deseo de Su corazón en Su Padre, en lo que se conoce como la Plegaria del Alto Sacerdocio de Cristo intercediendo por Sus discípulos y por todos aquellos que de ahí en adelante creerían en Su nombre (Jn. 17:20). Esta plegaria fue esencialmente el clamor de Su corazón. El deseo de Cristo es que todos permanezcamos unidos y que el amor que el Padre tiene por Él pueda estar en nosotros. Cuando el grupo llegó al pie del monte de los Olivos, Jesús les advirtió que todos le abandonarían, como si la traición de Judas no hubiera sido suficiente en sí misma para romper el corazón de nuestro Salvador. Entonces acude a la profecía de Zacarías 13:7: “Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío, dice Jehová de los ejércitos. Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas; y haré volver mi mano contra los pequeñitos”. Vemos en Marcos 14:27-30: “Entonces Jesús les dijo: Todos os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas serán dispersadas. Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea. Entonces Pedro le dijo: Aunque todos se escandalicen, yo no. Y le dijo Jesús: De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces”. Este día se entiende de acuerdo al método judío de contar los días. Para ellos el día comenzaba a la caída del sol (seis de la tarde), y terminaba a las seis de la tarde del siguiente día. Jesús advirtió que el gallo cantaría dos veces

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antes de que Pedro le negara tres veces antes del amanecer. Marcos 14:31 dice de Pedro: “Mas él con mayor insistencia decía: Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré. También todos decían lo mismo”. Sin embargo, cuando leemos el suceso, vemos que Pedro fue menos que caritativo con los otros discípulos. En efecto, él decía que aunque era posible que los otros negaran a Jesús, él (Pedro) nunca lo negaría. Mateo 26:31-35 registra este acontecimiento: “Entonces Jesús les dijo: Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche, porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas. Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea. Respondiendo Pedro, le dijo: Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo”. Por sus declaraciones jactanciosas, Pedro se colocó a sí mismo en una situación de prueba. Se estaba poniendo a sí mismo en la posición de sufrir una severa prueba por parte de Satanás. Pedro estaba diciendo en esencia que él era más leal, fiable, y amante que los otros discípulos. La suya fue una actitud orgullosa, y el orgullo precede a la caída (Pr. 16:18). De paso, ésta fue la segunda advertencia que Pedro recibió del Señor.

El orgullo precede a la caída

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CAPÍTULO 5 EL HUERTO DEL GETSEMANÍ Enseguida Jesús y Sus discípulos fueron al Getsemaní, que significa: “La Prensa de Olivos”.

La agonía de la plegaria y la copa Lleno de consideración, Jesús dijo a Sus discípulos: “Sentaos aquí, entre tanto que yo oro”. Marcos 14:33-35 nos dice: “Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Yéndose un poco adelante, se postró en tierra y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora”. Leemos en Lucas 22:41-44: “Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. Fue aquí en la Prensa de Olivos que el Señor pagó el precio por el derramamiento del Espíritu Santo sobre Su pueblo. Presionado sin medida por las hordas de demonios y ángeles caídos que trataban de quebrantar Su voluntad, Jesús soportó, sin duda con la ayuda del ángel de

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Dios. Pero al hacerlo, Jesús hizo posible que fuéramos ungidos con el aceite de Dios, el bendito Espíritu Santo. Mientras escribía este libro estaba ayudando a una iglesia que se había visto envuelta en un caso judicial. El juicio se debía a una antigua miembro que había tratado de convertir a la iglesia en un matriarcado. Debido a que el Pastor Principal no estaba casado, esta mujer trató de ganar cierto control de la congregación, aspirando a tener las responsabilidades que normalmente habrían sido tomadas por la esposa del pastor. Sin embargo, con la llegada de un pastor asistente y de su esposa, ella se dio cuenta que ya no le sería posible tener el mismo control. Al frustrarse, desahogó su desilusión acusando sin razón a la iglesia de malversar los fondos. Para esto unió fuerzas con otro antiguo miembro de la iglesia que también había tratado de controlar los asuntos de la iglesia. Ellos, junto a un ex ministro de otra denominación, buscaron apoderarse de la congregación, e iniciaron un juicio. Contrataron a un abogado malvado, a quien sus colegas calificaban como la persona más ruin que jamás habían conocido. Una de las batallas más grandes tuvo lugar durante una mediación ordenada por el juez. El propósito de la mediación era resolver la situación de una manera incorrecta, al tratar de defraudar a las compañías de seguros para que pagaran todos los costos y hacer que los miembros de la congregación aceptaran que habían cometido un delito, lo que era falso. Antes de la mediación hubo varios cristianos que estuvieron orando por sus líderes y pidiéndole a Dios que

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la justicia prevaleciera. Ellos experimentaron unos horrendos ataques demoníacos contra sus mentes y cuerpos. Como con Cristo antes de llegar a la cruz, los ataques del enemigo vienen antes de las pruebas. Estas batallas deben ganarse para mantener la compostura y la serenidad durante la prueba. El enemigo debe ser contenido para que la prueba tenga el fin deseado por el Señor. Por medio de estos ataques, el enemigo busca desmoralizar a los santos y agotarlos. Ésta es la misma táctica que el Anticristo empleará, como leemos en Daniel 7:25: “Y hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo”. Regresando a nuestra narración, vemos al Señor todavía orando en el Getsemaní. Lucas 22:45 nos dice: “Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza”. Por fin ellos se habían dado cuenta que el Señor se iría. Por eso, sus corazones estaban abatidos; como consecuencia, se durmieron, igual que lo que hacemos nosotros en tiempos de tristeza profunda. El sueño parece ser la válvula de escape de la naturaleza. Jesús les dijo en Lucas 22:46: “¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación”. En tiempos como esos, la oración nos preserva de la tentación de caer de la gracia de Dios y perder lo mejor de Él. Sin embargo, el asalto de las huestes demoníacas contra Jesús debe haber contribuido a la somnolencia de los discípulos. Sabemos que en la presencia de personas malvadas

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sentimos esos poderes que buscan causarnos aflicción, especialmente en nuestra mente. Marcos 14:38 muestra a Jesús diciendo: “El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”. Marcos 14:36 declara: “Y decía: Abba Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú”. Ahora no tenemos sólo una batalla contra los malvados, sino una lucha para permanecer en la voluntad de Dios. Aquí el Padre le está pidiendo al santo e inmaculado Cordero de Dios que beba la esencia de la escoria del hombre. Éste fue el acto del cual el apóstol Pablo habla en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Fue solamente al hacerse pecado que Jesús pudo cargar nuestro castigo en la cruz, ya que la muerte no tiene poder donde no existe pecado. Marcos 14:39-40 dice: “Otra vez fue y oró, diciendo las mismas palabras. Al volver, otra vez los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño; y no sabían qué responderle”. El Señor debe haber estado orando por más de una hora, como lo dice Marcos 14:41: “Vino la tercera vez, y les dijo: Dormid ya, y descansad. Basta, la hora ha venido; he aquí, el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadores”. Aquí hay una tierna amonestación, ya que el tiempo de oración se había acabado y ellos no estaban espiritualmente listos para la prueba que se les venía encima. Marcos 14:42 concluye con estas palabras de Jesús: “Levantaos, vamos; he aquí, se acerca el que me entrega”.

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La traición “Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos” (Jn. 18:2). ¡Cuan malvado era Judas para haber escogido el huerto del Getsemaní! Éste era el lugar al que Jesús a menudo se retiraba para tener unión y comunión con Su Padre Celestial. El Getsemaní será recordado siempre como el lugar donde se llevó a cabo la traición. Juan 18:3 sigue el relato: “Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas”. La palabra usada aquí para nombrar a los compañeros de Judas podría significar que había como mil soldados en total. Ese gran número es un asombroso tributo al poder que los sacerdotes pensaban que Jesús tenía. Juan 18:4 declara: “Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis?” Una vez tuve una visión de esta escena, y vi que Jesús fácilmente se podría haber escondido en las tinieblas de esa noche. Sin embargo, casi saltó hacia adelante para mostrarse a la multitud, sabiendo muy bien que al Padre le complacía que ellos lo apresaran. “Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba” (Jn 18:5). La escena completa había sido

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cuidadosamente preordenada por el Padre Celestial y meticulosamente cumplida por el Hijo. Juan 18:6-8 dice: “Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra. Volvió, pues, a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús nazareno. Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos”. Al leer estas respuestas de Jesús vemos que, efectivamente, Él les estaba dando Su nombre por el que se había revelado a Moisés en el arbusto ardiente: “YO SOY EL QUE SOY” (Ex. 3:14). “Para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno” (Jn 18:9). Esta declaración parece estar relacionada con la Plegaria del Alto Sacerdocio en Juan 17:12: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese”.¡Cuán importante es para nosotros como pastores mantener las ovejas espirituales que el Señor ha puesto bajo nuestro cuidado! Vemos el mismo celo en la vida de Jacob cuando él se preocupó por el rebaño de su suegro (Gn. 31:38-40). Marcos 14:44 continúa el relato de la traición de nuestro Señor: “Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle, y llevadle con seguridad”. Lucas 22:47-48 nos dice: “Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba Judas, uno de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús para besarle. Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”

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Como muy bien sabemos, el beso es un signo de cariño, de respeto, y de amor. Ciertamente es un signo de amistad, ya que nosotros no besamos a extraños. Un beso significa que estamos en paz con la persona a quien saludamos de esta manera afectuosa. Por lo tanto, Judas usó esta forma de saludo en la forma más traicionera posible. Tal vez más que ninguna otra de sus acciones, ésta retrata la depravación de su naturaleza. Deberíamos hacer una pausa en la narración en este momento para considerar profundamente esta circunstancia. El salmo 109 es muy revelador cuando se trata de describir el carácter del traidor. Al escribirlo cientos de años antes del nacimiento de Judas, el salmista nos dice que él fue un hombre que odió mucho, alejado de la misericordia, y que se vistió con las vestiduras de la maldición. El apóstol Juan agregó que era ladrón. A Judas se le dieron las mismas oportunidades que a los otros once discípulos. Aún cuando fue ungido y se le dio poder sobre los demonios y para sanar a los enfermos, no se regocijó en esa bendición. La Escritura dice que mató a quien tenía roto el corazón (Jesús), y por lo tanto se le debe tomar también como asesino. Regresando a nuestra narración, vemos que los otros once discípulos notaron la tensa situación: “Viendo los que estaban con él lo que había de acontecer, le dijeron: Señor, ¿heriremos a espada?” (Lc. 22:49). “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco”

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(Jn. 18:10). Debemos hacer notar el coraje de Pedro ante alrededor de mil soldados entrenados y guardias de palacio. Él blandió la espada sin ningún temor enfrente de una oposición inmensa. Los soldados lo podrían haber matado en un instante. La situación, sin embargo, estaba bajo la mano protectora de Jesús, que le dijo a Pedro: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mt. 26:52). Ésta fue una declaración muy importante. Se repite en Apocalipsis 13:10: “Si alguno lleva en cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto. Aquí está la paciencia y la fe de los santos”. Cuando nos confrontemos en combate mortal con un enemigo, debemos recordar las palabras del apóstol Pablo en Efesios 6:10-17: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”.

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De modo que la espada que los cristianos deben usar para luchar contra sus enemigos debería ser la Palabra de Dios. En Apocalipsis 1:16, Juan describe a Jesús con la espada de la Palabra de Dios saliendo de Su boca: “Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. El Señor continúa diciendo en Mateo 26:53: “Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?”. El Señor tiene todo el poder. Él podría muy fácilmente haberle pedido ayuda a Su Padre y el Padre hubiera enviado una multitud de ángeles para protegerlo. Sigue Mateo 26:54: “¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” “...la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Jn. 18:11). Ésta es la copa del sufrimiento a la que Jesús se refirió en los inicios de su ministerio como el bautismo del sufrimiento (Mt. 20:22; Lc. 12:50). “En aquella hora dijo Jesús a la gente: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme? Cada día me sentaba con vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis” (Mt. 26:55). Lucas 22:53 dice: “...mas ésta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas”. “Mas todo esto sucede, para que se cumplan las Escrituras de los profetas” (Mt. 26:56). Una de estas Escrituras habla claramente de Su encarcelamiento (Is. 53:8), diciendo: “Por cárcel y por juicio fue quitado”.

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Abandonado Todos los discípulos abandonaron a Jesús y huyeron. Éste es el cumplimiento de la profecía en Zacarías 13:7: “Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío, dice Jehová de los ejércitos. Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas; y haré volver mi mano contra los pequeñitos”. No podría haber sido de otra manera, ya que Jesús tenía que ir a la cruz solo. Crucificar a otros discípulos con Él habría echado a perder el arquetipo de Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Mientras los otros huían, nos dice Marcos 14:51-52: “Pero cierto joven le seguía, cubierto el cuerpo con una sábana; y le prendieron; más él, dejando la sábana, huyó desnudo”. Ésta es la única mención de tal incidente en los Evangelios. Por esta razón los teólogos creen que el joven de quien se habla es Marcos. Esta breve intervención se incluye como un testimonio de la aparente disposición de Marcos de seguir a Jesús, aún hasta la muerte. Sin embargo, le faltaba la gracia de Dios para hacerlo. Esto nos ayuda a comprender el verdadero carácter de Marcos, que más tarde abandonó a Pablo en Panfilia (ref. Hch. 13:13; 15:38). Muchos años después, Marcos escribió uno de los Evangelios y se convirtió en el compañero constante e hijo espiritual de Pedro. Pablo lo aceptó de nuevo en el ministerio (2 Ti. 4:11). Entonces, las caídas en el inicio en nuestras vidas no necesariamente nos descalifican para acceder a posiciones más altas en el ministerio a fin de ser útiles a nuestro bendito Señor. Recordemos las palabras del Salmo 37:23-24: “Por Jehová

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son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino. Cuando el hombre cayere, no quedará postrado, Porque Jehová sostiene su mano”. Así que llenémonos de coraje, porque el espíritu está verdaderamente deseoso pero la carne es débil.

El arresto Juan 18:12 nos relata el arresto: “Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron”. Reflexionemos por un momento aquí sobre este escenario en el Getsemaní. Cuando el Señor retó abiertamente a Sus enemigos, ellos no pudieron permanecer parados ante la revelación de Su nombre, el nombre de Dios. Cayeron de espaldas al suelo, Judas con ellos. No tenían ningún poder para arrestarlo, pero Él les permitió levantarse del suelo. Después de contener a Pedro, Jesús les permitió que lo ataran. Él tenía todo el poder, y Sus enemigos sólo podían hacer lo que Él les permitiera hacer. Para que las Escrituras se cumplieran, les permitió que le ataran. Pero como sucedió con Sansón en la antigüedad, Él podría haber roto fácilmente esas ataduras porque la unción de los siete Espíritus del Señor estaba sobre Él, y específicamente, el Espíritu de Poder. ¿Puedes ver la belleza del Cordero de Dios que se sometió a la voluntad de Su Padre Celestial al permitirle a los descendientes de Adán que por despecho lo usaran a Él? Recuerda, Jesús es el CoCreador de esta creación. Entonces Èl le permitió a Su propia creación que lo crucificara.

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CAPÍTULO 6 LOS JUICIOS DE JESÚS El juicio ante Anás: El primer juicio judío Anás fue Sumo Sacerdote desde el año 6 d.C. hasta el 15 d.C. Fue propuesto por el Gobernador Romano Quirino en el 6 d.C., pero fue destituido por Valerio Grato en el 15 d.C. Sin embargo, le sucedieron cinco hijos y un yerno suyo, Caifás. En realidad, Anás fue el poder detrás de ese trono por muchos años. Fue ante Anás y su familia que Pedro y Juan fueron arrestados, como leemos en Hechos 4:6: “Y el sumo sacerdote Anás, y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que eran de la familia de los sumos sacerdotes”. Ellos amenazaron a los apóstoles. Anás era sumamente malvado. El Talmud Judío contiene la maldición “miseria a la familia de Anás”. Juan 18:13 dice: “Y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año”. Lucas 3:2 nos dice: “Y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. No era costumbre en Israel el tener dos sumos sacerdotes al mismo tiempo, así que este pasaje confirma lo que acabamos de decir. Aunque Caifás era el sumo sacerdote, se reconocía a Anás como el poder detrás del trono.

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Juan 18:14 sigue: “Era Caifás el que había dado el consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo”. Esto sucedió más de una semana antes del evento en el Getsemaní. Juan 11:47-53 dice: “Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así que desde aquel día acordaron matarle”. Juan 18:15 nos dice: “Y seguían a Jesús, Simón Pedro y otro discípulo. Y este discípulo era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote”. El discípulo acompañante aquí mencionado era Juan, ya que los escritores de los otros Evangelios no registran este incidente. Se asume que Juan tenía negocios con la casa del sumo sacerdote, porque la tradición parece indicar que el padre de Juan, Zebedeo, entregaba pescado en el palacio. La secuencia de eventos, tal como es detallada por los otros evangelistas, podría sugerir que todas las negaciones de Pedro ocurrieron en el palacio del sumo

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sacerdote Caifás. No existe testimonio de ninguna conversación en la casa de Anás. Sin embargo, otros creen que la primera conversación ocurrió ante Anás. Este hecho no parece cambiar ninguna de las circunstancias o violar la sombra espiritual dada en Éxodo 12, donde el Cordero de Pascua era capturado en el décimo día y sacrificado en el décimo cuarto día. El décimo día significaría que el Cordero de Dios había cumplido la Ley de Dios. El cordero se guardaba por cuatro días, tiempo durante el cual se le inspeccionaba y declaraba sin mancha. Esto significa inspección universal. Así, Jesús fue juzgado esencialmente por cuatro personas: Anás, Caifás, Herodes y Pilato. Los últimos dos reconocieron específicamente que no encontraban delito en Él. Nosotros, de la misma manera, seremos examinados por el mundo, por Satanás, por la Iglesia y por el Señor. Que también, seamos encontrados sin mancha, por Su gracia, ante estos testigos. “Mas Pedro estaba fuera, a la puerta. Salió, pues, el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, y habló a la portera, e hizo entrar a Pedro” (Jn. 18:16). Paremos aquí para notar que Juan estaba junto a Pedro, aunque él nunca fue confrontado como lo fue Pedro. Aquí podemos ver una bella e importante verdad. Debido a su conducta mansa y a su aceptación santa de las palabras de Jesús, Juan fue protegido del fracaso. Por el contrario, debido a su imprudencia y la confianza en su propia fuerza, Pedro fue probado y falló miserablemente.

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Sin embargo, conforme leamos la descripción de estas negaciones, seamos misericordiosos en nuestros pensamientos y en nuestras palabras para con el apóstol Pedro. Recordemos la advertencia de Pablo en Gálatas 6:1: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. Juan 18:17 dice: “Entonces la criada portera dijo a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Dijo él: No lo soy”. Aunque algunos comentaristas han sugerido que Pedro tenía miedo de la criada, esa interpretación, en nuestra opinión, no es correcta. Atrás de ella había un número considerable de soldados romanos a quienes ella habría podido llamar con facilidad, lo que hubiera significado el arresto de Pedro. En circunstancias similares, cuando el profeta Elías huyó de Jezabel no estaba huyendo de una mujer. Él se dio cuenta de que ella dirigía el ejército de su marido Acab. Tratemos de poner eventos como estos en su verdadera perspectiva. Seamos cuidadosos de no condenar a aquellos que ocuparán posiciones mucho más altas que nosotros en la eternidad. Más aún, una actitud mansa, como en el caso de Juan, nos protegerá de ser tentados y negar al Señor. Leemos en Juan 18:18-19: “Y estaban en pie los siervos y los alguaciles que habían encendido un fuego; porque hacía frío, y se calentaban; y también con ellos estaba Pedro en pie, calentándose. Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su

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doctrina”. Veremos aquí el deseo del sumo sacerdote de minar toda la influencia de Jesús atacándolo no solamente a Él sino también a Sus discípulos. Jesús, sin embargo, no respondió a las preguntas relacionadas con Sus discípulos. Como el Buen Pastor, Jesús trató de alejar toda la atención de las ovejas y, en cambio, ser Él, el foco de todos los ataques. Jesús dijo en Juan 18:20: “Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto”. Éste es uno de los principios importantes del mensaje del Evangelio: Debe ser proclamado abiertamente para que todos puedan ser salvos. Sin embargo, aquellos que se reúnen en grupos pequeños, pretendiendo que tienen revelaciones más grandes que otros y que el mensaje es sólo para los elegidos se engañan a sí mismos. Cierto, Jesús escogió reservar algunas verdades solamente para los doce, pero la mayor parte del tiempo le habló abiertamente a la multitud. Por supuesto, yo no estoy sugiriendo que en países donde hay hostilidad hacia el Evangelio los creyentes no se reúnan en lugares secretos para evitar represalias. Eso es algo completamente diferente. Juan 18:21 dice: “¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho”. Los testigos de primera mano son una parte integral de cualquier juicio. Por lo tanto Jesús, viendo entre la concurrencia a aquellos que habían sido parte de las multitudes que le habían oído, se volvía a ellos para que corroboraran Sus declaraciones.

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Eso, sin embargo, fue demasiado para uno de los alguaciles que se dio cuenta que Jesús había, en efecto, ganado la discusión. Leemos en Juan 18:22: “Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote?” La respuesta de Jesús había sido perfectamente correcta. Él estaba apelando a los testigos allí presentes. El alguacil estaba definitivamente en el lado incorrecto por golpear a Jesús. El alguacil era culpable de intimidar al acusado y debería haber sido amonestado por el juez, el sumo sacerdote. “Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien ¿por qué me golpeas?” (Jn. 18:23). De nuevo la respuesta de Jesús habría avergonzado a cualquier juez, pero la casa de Anás no sabía lo que era la vergüenza, ya que sus conciencias hacía rato que habían sido cauterizadas por hierros candentes provenientes del caldero del diablo. Ellos habían participado en mentiras, intimidaciones, acoso a los fieles, blasfemias y falsas doctrinas. Como eran de la secta de los saduceos liberales, no creían en la resurrección.

El juicio ante Caifás: El segundo juicio judío Juan 18:24 nos dice: “Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote”. Y Marcos 14:53: “Trajeron, pues, a Jesús al sumo sacerdote; y se reunieron todos los principales sacerdotes y los ancianos y los escribas”. Aquí debe resaltarse un hecho importante. Éste es un evento que

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sucedió alrededor de la media noche. De acuerdo a la ley judía no se podían llevar a cabo juicios después de las horas diurnas. Aún más, el acusado, Jesús, no había tenido ningún descanso durante todo este tiempo. Marcos 14:55 dice: “Y los principales sacerdotes y todo el concilio buscaban testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, pero no lo hallaban”. Buscando legitimar sus acciones, los líderes estaban buscando a cualquiera que pudiera testificar en contra de Cristo. Sus esfuerzos eran extremadamente hipócritas, aun para los líderes religiosos. Tenían tanto empeño en crucificar a Jesús que nada los detendría hasta alcanzar su propósito. Continúa Marcos 14:56: “Porque muchos decían falso testimonio contra él, mas sus testimonios no concordaban”. El hecho de que los testigos fueran falsos no parecía preocuparles. Sólo estaban mortificados de que los testigos no dijeran la misma cosa. Hoy, como en el tiempo de Jesús, muchos abogados son injustos que sólo buscan un veredicto de culpabilidad para cumplir con sus propios propósitos. La abogacía es la única profesión condenada por el recto Juez de toda la tierra. Debemos recordar que los jueces fueron antes abogados y, por lo tanto, no son inmunes a falsificar la verdad, como es evidente en el juicio a Jesús. Marcos 14:57-58 dice: “Entonces levantándose unos, dieron falso testimonio contra él, diciendo: Nosotros le hemos oído decir: Yo derribaré este templo hecho a mano, y en tres días edificaré otro hecho sin mano”. Ésta es una

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tergiversación de lo dicho por Jesús en Juan 2:18-21: “Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto? Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo”. “Pero ni aún así concordaban en el testimonio” (Mc. 14:59). El mismo sumo sacerdote ya se estaba cansando del aparente estancamiento del juicio. Así: “Entonces el sumo sacerdote, levantándose en medio, preguntó a Jesús, diciendo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti?” (Mc. 14:60). Lo único de lo que el Señor tenía que preocuparse era de no buscar ganar Su absolución, ya que al hacerlo el plan y el propósito del Padre Celestial se frustrarían. Sigue Marcos 14:61: “Mas él callaba y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” Ahora el Señor debía contestar; y al hacerlo, cumpliría el objetivo de los jefes religiosos de condenarlo. Por lo tanto, sin pestañear y con valor, Jesús dijo: “Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mc. 14:62). Viendo hacia el futuro, el Señor declara que no sólo Él es el Cristo, sino que vendrá otra vez con gran gloria. Aquí hay un principio que nos ayudará a pasar triunfalmente a través de cualquier prueba. El secreto es ver hacia el futuro más allá de la prueba, lo cual, por supuesto,

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sólo podemos hacer conforme Dios nos lo revela. En Hebreos 12:2, Pablo nos dice que Jesús hizo exactamente eso: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Meditar sobre el cielo nos permite soportar las tribulaciones de la vida. “Entonces el sumo sacerdote, rasgando su vestidura, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos?” (Mc. 14:63). Los procedimientos de la corte judía, como los de las cortes occidentales, no permiten la auto-incriminación. Por lo tanto, la pregunta que hizo el sumo sacerdote era ilegal. Estas sutilezas legales obviamente no eran observadas por aquellos instrumentos de Satanás. “Habéis oído la blasfemia: ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron, declarándole ser digno de muerte” (Mc. 14:64). El hecho extraordinario de este juicio fue que el acusado fue condenado por declarar la verdad sobre Su identidad. Él era, de hecho, Cristo, el Hijo de Dios, pero fue rechazado, como los profetas habían declarado que sucedería, por los mismos a quienes se les ordenó construir el Templo de Dios. La Piedra Principal, Cabeza del Ángulo, fue rechazada por aquellos que deberían haberla recibido. El Salmo 118:22 dice: “La piedra que desecharon los edificadores Ha venido a ser cabeza del ángulo”. El Señor mismo hizo referencia a esto hablando de Su inminente juicio en Mateo 21:42. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11).

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Amados míos, así ha sido siempre a través de todas las generaciones, a pesar de que el Señor le dijo al profeta Ezequiel en 3:4-7: “Luego me dijo: Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel, y habla a ellos con mis palabras. Porque no eres enviado a pueblo de habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel. No a muchos pueblos de habla profunda ni de lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; y si a ellos te enviara, ellos te oyeran. Mas la casa de Israel no te querrá oír, porque no me quiere oír a mí, porque toda la casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón”. La situación era igual antes de Jesús, y, tristemente, seguirá igual hasta la Segunda Venida del Señor en las nubes. Este momento marca el comienzo de las humillaciones al Hijo de Dios, como fue anticipado por los profetas. Hablando de Jesús, Isaías 50:6 declara: “No escondí mi rostro de injurias y de esputos”. Marcos 14:65 dice: “Y algunos comenzaron a escupirle, y a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos, y a decirle: Profetiza. Y los alguaciles le daban de bofetadas”. Marcos 14:54 dice: “Y Pedro le siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote; y estaba sentado con los alguaciles, calentándose al fuego”. Juan y Lucas nos dicen que los sirvientes y los alguaciles habían hecho una fogata porque hacía frío: “Estando Pedro abajo, en el patio, vino una de las criadas del sumo sacerdote” (Mc. 14:66). Fue a la luz del fuego, mirando fijamente a Pedro, la criada dijo: “También éste estaba con él” (Lc. 22:56).

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Aquí vemos nuevamente la extraordinaria mansedumbre y auto-control del Hijo de Dios. Él fácilmente podría haber accedido a sus demandas y declarar los nombres de Sus atormentadores y verdugos. Pero hacerlo hubiera revelado Su divinidad, y lo hubiera puesto en riesgo de que lo absolvieran. Y el plan de Dios no era que Él fuera absuelto, sino que fuera condenado y muriera en la cruz para la salvación de este mundo. Leemos en Marcos 14:67-68: “ Y cuando vio a Pedro que se calentaba, mirándole, dijo: Tú también estabas con Jesús el Nazareno. Mas él negó, diciendo: No le conozco, ni sé lo que dices. Y salió a la entrada; y cantó el gallo”. Ésta fue la primera negación, mencionada en Juan 18:17. Marcos 14:69 dice: “Y la criada, viéndole otra vez, comenzó a decir a los que estaban allí: Éste es de ellos”. Ésta fue la segunda negación. “Pero él negó otra vez. Y poco después, los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: Verdaderamente tú eres de ellos, porque eres Galileo, y tu manera de hablar es semejante a la de ellos. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a este hombre de quien habláis. Y el gallo cantó la segunda vez. Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y pensando en esto, lloraba” (Mc. 14:70-72). Un creyente que tuvo una visión de esta escena nos dijo que en ese momento Jesús se volvió a mirar a Pedro con cara de tristeza, pero sin nada de reprobación. Viendo Su cara, Pedro se llenó de tristeza, y abandonó el palacio, aún cuando Lucas 22:61 nos dice: “Entonces, vuelto el

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Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces”. Trata de imaginarte lo que le pasaba a Jesús en estos momentos. Hacía frío y Jesús no había dormido en toda la noche. Estaba rodeado de malvados que se burlaban de Él y lo golpeaban. El Salmo 22:12-13 habla proféticamente de estos rufianes cuyos dientes rechinaban enfrente de Jesús, llamándolos “fuertes toros de Basán”. Jesús también tuvo que soportar la tristeza y el sufrimiento de ver que alguien a quien amaba lo negara con un lenguaje atroz y vil. Pero aún así, Su comportamiento estuvo lleno de amor y compasión, ya que cuando vio a Pedro, deseó restaurarlo y ayudarlo a guardar su fe.

El tercer juicio judío Lucas 22:66 dice: “Cuando era de día, se juntaron los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas, y le trajeron al concilio”. Éste fue el juicio formal. Se llevó a cabo al amanecer ante el Sanedrín. En los tiempos del Nuevo Testamento el Sanedrín era el concilio judío de más jerarquía (Hch 5:34). El Sanedrín era presidido por el sumo sacerdote. Lucas 22:67-68 nos relata que ahí le hicieron a Jesús la pregunta crucial: “¿Eres tú el Cristo? Dínoslo. Y les dijo: Si os lo dijere, no creeréis; y también si os preguntare, no me responderéis, ni me soltaréis”. El Señor nunca tuvo

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ninguna duda sobre las intenciones de los jefes religiosos de crucificarlo. ¿No había sido, pues, por esta razón que Él había venido al mundo? Jesús vio hacía adelante al día de Su regreso triunfante al mundo en Su Segunda Venida, diciendo en Lucas 22:69-70: “Desde ahora el Hijo del Hombre se sentará a la diestra del poder de Dios. Dijeron todos: ¿Luego eres tú el Hijo de Dios? Y él les dijo: Vosotros decís que lo soy”. La forma en que se expuso la pregunta y la respuesta no le dejaron a nadie ninguna duda de que Jesús estaba reconociendo que Él era el Hijo de Dios. Los gobernantes religiosos respondieron en Lucas 22:71: “¿Qué más testimonios necesitamos? Porque nosotros mismos lo hemos oído de su boca”. De modo que los judíos habían tenido éxito en cumplir con su código legal. Habían concluido, ante una multitud de oyentes, que Jesús había cometido blasfemia. Así que ya no era necesario buscar más testigos. Mateo 27:1-2 dice: “ Venida la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo entraron en consejo contra Jesús, para entregarle a muerte. Y le llevaron atado, y le entregaron a Poncio Pilato, el gobernador”. Entonces Jesús fue enviado a Poncio Pilato.

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Judas el traidor Vamos a interrumpir aquí la narración para considerar otro evento que se estaba llevando a cabo en este momento: el remordimiento y el suicidio de Judas. Mateo 27:3 dice: “Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos”. Es evidente que Judas se encontraba entre quienes eran testigos del juicio de Jesús. El texto también sugiere que Judas había esperado que Jesús se salvara a Sí mismo por medio de alguna manifestación milagrosa de poder divino. ¿Por qué, entonces, traicionó Judas a Jesús? Leemos en Mateo 27:4: “[Y diciendo Judas]: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!”. No fue arrepentimiento, el cual es un regalo de Dios, sino remordimiento lo que vino sobre Judas. La palabra griega que se usa en Mateo 27:3 no es la palabra usada para significar genuino arrepentimiento, sino “remordimiento”. Con seguridad, podemos decir que fue el amor al dinero de Judas lo que le hizo traicionar a Jesús. Judas había sido desdeñado en la cena en casa de Lázaro cuando se quejó que el ungüento que María había vertido sobre la cabeza de Jesús habría podido ser dado a los pobres. En realidad, a Judas eso no le importaba; él era un ladrón al que sólo le interesaba meter sus manos en el dinero. Cuando salió de la casa de Lázaro fue a ponerse de acuerdo con los líderes religiosos para traicionar a Jesús por treinta monedas de plata.

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Debo decir, sin embargo, que no debemos ver el amor al dinero como la única razón para la traición de Judas, porque eso nos llevaría a creer que Judas se arrepintió cuando devolvió el dinero. Una vida de maldad y el rehusarse a ser transformado por el poder de Dios fueron los problemas principales en la vida de Judas. Debemos ver la traición como lo que fue: un acto de cobardía llevado a cabo por un hombre blasfemo. La humanidad entera lo ha visto de esta forma, por lo que el nombre de Judas ha entrado al vocabulario de muchas naciones para aplicarse a una persona que traiciona a sus amigos. Volvamos a nuestra historia. Vemos en Mateo 27:5 que Judas “arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó”. Nuevamente vemos la terrible hipocresía de los jefes religiosos en Mateo 27:6: “Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre”. Eran ellos quienes se pusieron de acuerdo con el traidor, pero eran ciegos a su propia maldad. La ceguera acompaña a aquellos que están atados a un espíritu religioso. Mateo 27:7 dice: “Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros”. Ellos no podían ver su complicidad en este asqueroso acto de condenar al inocente, Jesús. Mateo 27:8 sigue: “ Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre”. El reconocimiento por parte del pueblo de que el campo fue comprado con dinero “manchado de sangre” es una exposición clara que

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habla de la inocencia de Jesús. Mateo 27:9-10 nos dice: “Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel; y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor”. Este evento cumplió lo profetizado en Zacarías 11:12-13, que dice: “Y les dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata. Y me dijo Jehová: Échalo al tesoro; ¡hermoso precio con que me han apreciado! Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché en la casa de Jehová al tesoro”. En Hechos 1:18 Lucas registra las palabras del apóstol Pedro en los días siguientes a la Ascensión: “Éste, pues, con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron”. ¡Que fin lleno de ignominia para Judas, que podría haber ido a los cielos, pero en cambio, fue enviado al infierno, y todo por su propia mano!

El cuarto juicio: El primer juicio romano La Escritura vuelve ahora a la situación de nuestro Señor en esta hora temprana del día de la Pascua. Juan 18:28 dice: “Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua”.

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Es generalmente aceptado que este lugar se refiere a la fortaleza Antonia, donde se encontraba permanentemente alojada una compañía de tropas romanas. Fue aquí donde Pilato y su esposa vinieron a residir cuando llegaron a Jerusalén. El lugar donde Pilato recibió a Jesús fue la sala del juicio, en el palacio del gobernador, donde se administraba la justicia.

La escrupulosidad de los inescrupulosos judíos era fenomenal. Estaban en camino de cometer el crimen más terrible de la historia, y todavía se preocupaban por la posibilidad de ser contaminados al entrar en la corte de un gobernador pagano. Su razonamiento para actuar así era tomado de Números 19:22, que dice: “Y todo lo que el inmundo tocare, será inmundo; y la persona que lo tocare será inmunda hasta la noche”. Juan 18:29 dice: “Entonces salió Pilato a ellos, y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre?” El carácter y la posición de Pilato ameritan ser examinados antes de que continuemos con la narración de los juicios de Jesús.

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Él era el gobernador de Judea. Fue nombrado en el año 26 d.C. por el emperador Tiberio, a quien le reportaba directamente en vez de hacerlo al Senado. Para alcanzar esa posición se requería una considerable experiencia militar, incluyendo el haber tenido un puesto de mando. Él formaba parte de la caballería, a la que pertenecía la clase media de la nobleza romana. En tiempos del Emperador Augusto era de este estrato social de donde se escogía a los empleados del gobierno. El puesto de Gobernador era esencialmente militar, pero el nombrado tenía que supervisar el cobro de impuestos y el mantenimiento del orden entre la población. Pilato recibió el poder de administrar justicia, autoridad y para imponer la pena de muerte. Eso en sí mismo era una indicación de la confianza que el Emperador le tenía, ya que sólo a ciertos oficiales se les daba ese poder. Filo de Alejandría y Josefo, dos famosos escritores judíos, describen a Pilato como un hombre muy cruel y malvado. Los Evangelios lo pintan como un blasfemo y asesino, como leemos en Lucas 13:1: “En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos”. Pilato había ordenado la muerte de algunos galileos que fueron capturados cuando ofrecían sacrificios en el Templo. Recordemos, absolutamente todo fue minuciosamente planeado y determinado por el Padre Celestial, que es el Juez Justo del universo. Dios no escogió a un buen hombre para sentenciar al inmaculado Cordero de Dios. No, era

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imprescindible tener a un hombre esencialmente malvado. También era necesario que al juez o gobernador se le diera la información adecuada sobre la inocencia de Jesús. Conforme nos adentramos más en los antecedentes de Pilato vemos la maravillosa planificación del Padre en el cumplimiento de Sus propósitos divinos. Pilato era eminentemente anti-judío en sus creencias y acciones, como se muestra en la forma en que buscaba denigrar sus costumbres y sus creencias religiosas. Deliberadamente ordenó a sus tropas que entraran a Jerusalén de noche con signos paganos en sus estandartes. Cuando el pueblo supo de estos estandartes (o escudos) que honraban al Emperador Romano, le pidieron a Pilato que los retirara. Siendo un hombre obstinado y de sentimientos crueles, él rehusó hacerlo. Los judíos, entonces, decidieron apelar al emperador. Tiberio reprendió severamente a Pilato y le ordenó retirar los escudos. Por tanto, su autoridad ya había sido puesta en duda, y temía que cualquier otra apelación ante el Emperador le costara el puesto. Con esta idea en mente, podemos darnos cuenta cómo sucumbió Pilato a los deseos demoníacos de la multitud en el juicio de Jesús. Regresemos a la narración de la Escritura en Juan 18:30: “Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado”. Lucas 23:2 dice: “Y comenzaron a acusarle, diciendo: A éste hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohíbe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey”. Juan 18:31 sigue diciendo: “Entonces les dijo Pilato: Tomadle, vosotros, y juzgadle

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según vuestra ley. Y los judíos le dijeron: A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie”. De acuerdo con la costumbre romana, la administración diaria de la nación de Israel se le había dejado al sumo sacerdote judío y al Sanedrín en Jerusalén. Las leyes judías eran bastante respetadas. A los judíos se les permitía cierto grado de autonomía; de aquí la decisión de Pilato de que ellos juzgaran a Jesús de acuerdo con sus propias costumbres. Juan 18:32 dice: “Para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, dando a entender de qué muerte iba a morir”. Aquí nos enfrentamos a un problema, ya que los judíos tenían poder para llevar a cabo una ejecución por lapidación, como se comprobó por la ejecución de Esteban. Sin embargo, se muestra claro que lo que ellos tenían en mente era la muerte por crucifixión, una forma de ejecución que sólo el Gobernador Romano tenía la autoridad de ordenar. Ellos habían concluido que Jesús merecía la pena de muerte. Leamos en Juan 18:33: “Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?” La sala del juicio estaba en el palacio del gobernador y tradicionalmente quedaba en la parte alta, pero su localización exacta no puede determinarse con certeza. Jesús contestó en Juan 18:34: “Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?” Los otros Evangelios también muestran que Jesús dijo: “Tú lo has dicho”, lo cual significa un reconocimiento de que Él era

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el Rey de los Judíos. Sin embargo, la manera en que Jesús contestó fue preguntarle a Pilato si la acusación era suya o de sus acusadores. En Juan 18:34 Pilato contestó: “¿Soy yo acaso judío? Tu nación y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” A esta pregunta Jesús respondió: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn. 18:36). Jesús estaba dejando en claro que Él no era un revolucionario que buscara terminar con la dominación romana sobre Judea. Por el contrario, Su reino era espiritual. Leemos en Juan 18:37: “Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz”. De nuevo, Jesús reconoció claramente Su Reinado. Jesús le hizo notar a Pilato que Él había nacido de una mujer para ser Rey de los Judíos. También declaró que todos aquellos que eran llamados por Dios entenderían claramente el propósito y la verdad de Su misión terrenal. A menos que seamos favorecidos por Dios, no podemos entender verdades espirituales o comprender los propósitos de la vida aquí en la tierra. Deberíamos también darnos cuenta que esto se aplica a cada grado de verdad. Por eso, debemos tratar de vivir una vida que le complace a Dios para ser favorecidos con una revelación permanente de Su plan para nuestras vidas personales.

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Juan 18:38 sigue: “Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito”. Al estudiar este aspecto del juicio ante Pilato, podemos darnos cuenta de quién tenía el control de la situación. Fue a Jesús a quien el gobernador le dirigió la pregunta: “¿Qué es la verdad?” Pilato es completamente ignorante de la situación pero él mismo está jugando un papel clave. Convencido de que Jesús no era un revolucionario, Pilato lo encontró inocente. Este veredicto debería haberle asegurado a Jesús Su liberación, pero los judíos no tenían ninguna intención de permitirlo. Lucas 23:5 nos dice: “Pero ellos porfiaban, diciendo: Alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí”. Su única esperanza de condenarlo era probar que Jesús era un revolucionario que intentaba dirigir una insurrección contra Roma. Pilato, por otro lado, quería librarse del caso, como leemos en Lucas 23:6: “Entonces Pilato, oyendo decir, Galilea, preguntó si el hombre era Galileo”.

El quinto juicio: El juicio ante Herodes “Y al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que en aquellos días también estaba en Jerusalén” (Lc. 23:7). Pilato buscaba ahora una vía de escape a su dilema pasándole el caso a Herodes. Esta alternativa era legalmente permisible porque Herodes era legalmente el gobernante responsable de la provincia de Galilea.

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Es necesario que nos familiaricemos con la persona y el carácter de Herodes antes de que apreciemos de que forma estaba involucrado en los juicios de Jesús. Herodes el Grande reinó sobre Palestina desde el año 37 a.C. hasta el año 4 d.C. Él era el rey cuando nació Jesús. Josefo lo describe como un hombre sumamente bárbaro y esclavo de sus pasiones. A su muerte, el reino se dividió entre sus tres hijos. Arquelao (4 a.C. a 6 d.C.) se convirtió en monarca de más de la mitad del reino, que incluía Samaria, Judea e Idumea. Sin embargo, más tarde fue depuesto por los romanos debido a su crueldad. A partir de entonces fueron nombrados gobernadores romanos para regir esta área. El quinto de estos gobernadores fue Poncio Pilato. Herodes Filipo gobernó entre 4 a.C. y 34 d.C. la Provincia Nororiental, que incluía Iturea, Traconitia, Gaulanitia, Auranitia y Batanea. Herodes Antipas gobernó la Provincia del Norte y Perea (4 a.C. a 39 d.C.). Herodes Antipas fue amonestado por Juan el Bautista por haberse divorciado de su esposa Petrea, la hija de Aretas, Rey de Arabia, y casarse con Herodías, la esposa de su medio hermano, Herodes Filipo. Herodes hizo matar a Juan en su fortaleza de Maqueria. Así que Pilato envió a Jesús con Herodes Antipas, un adúltero y asesino de su primo, Juan el Bautista. Al considerar la crucifixión de Jesús desde el punto de vista de Dios Padre, vemos que Él escogió a cinco hombres sumamente malvados para desempeñar los papeles principales en este acto asesino: Judas Iscariote, Anás, Caifás, Pilato y Herodes. Todos estaban bien equipados para actuar traicioneramente y para evadir la verdadera justicia.

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Leemos en Lucas 23:8: “Herodes, viendo a Jesús, se alegró mucho, porque hacía tiempo que deseaba verle; porque había oído muchas cosas acerca de él, y esperaba verle hacer alguna señal”. Jesús había dicho antes que la generación de adúlteros buscaba señales (Mt. 12:39). Este rey adúltero y asesino esperaba que Jesús cumpliera su deseo, pero Dios no se mueve al capricho de los malvados. La historia continúa en Lucas 23:9: “Y le hacía muchas preguntas, pero él nada le respondió”. Aquí es como si viéramos el freno por el que el Rey David una vez oró en el Salmo 141:3: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios”. David también dijo en Salmo 39:1: “Yo dije: Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua; guardaré mi boca con freno. En tanto que el impío esté delante de mí”. Jesús mostró una bella y santa compostura ante Sus enemigos. Una de las virtudes más grandes del liderazgo es la mansedumbre, que literalmente significa no reaccionar a circunstancias adversas en una forma impropia. Jesús manifestó esta mansedumbre más que ninguna otra persona. Lucas 23:10 dice: “Y estaban los principales sacerdotes y los escribas acusándole con gran vehemencia”. Lucas 23:11 sigue: “ Entonces Herodes con sus soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida, y volvió a enviarle a Pilato”. Aunque se burlaron de Él, Jesús era el símbolo de la realeza. Al reflexionar sobre este pasaje, pensamos que ellos se debieran haber avergonzado. “Y se hicieron amigos Pilato y Herodes aquel día, porque antes estaban enemistados entre sí” (Lc. 23:12). La razón

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de la enemistad entre Pilato y Herodes fue que Pilato había asesinado a los galileos, que eran súbditos de Herodes, cuando ofrecían sus sacrificios en Jerusalén. Herodes y Pilato estaban conscientes que Jesús no presentaba ninguna amenaza para sus dominios. Ellos mismos, en realidad, no estaban en contra de Jesús. El problema real eran los sacerdotes, ya que ninguno de los dos gobernantes quería tener un motín en sus manos. La razón de la amistad entre Pilato y Herodes fue probablemente que Herodes agradeció el hecho de que Pilato reconociera su derecho de jurisdicción sobre Jesús. Sin embargo, uno de los hechos de la vida es que los malvados que han sido enemigos entre sí se pueden unir en una causa común contra los justos. Yo he experimentado esto en mi propia vida. Dos ancianos de mi iglesia, que se odiaban entre sí, se convirtieron en amigos cuando se unieron contra mí. ¡Pero Gloria al Señor, Él es el Juez Justo! Ambos ancianos fueron severamente juzgados por Dios. Como veremos más adelante, también lo fueron Pilato y Herodes.

El sexto juicio: El tercer juicio secular y el segundo ante Pilato Éste fue el juicio clave, ya que determinó la crucifixión de Cristo. Todos los juicios anteriores llevaron a éste. Jesús estaba ante Pilato, el Gobernador Romano por segunda vez. Sólo Pilato tenía el poder para ordenar la sentencia de muerte por crucifixión. Al acercarnos a este

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juicio, debemos recordar que, por una parte, Pilato quería apoyar la justicia romana. Por el otro, estaba buscando apaciguar a la gente que despreciaba. Pilato nunca dudó de la inocencia de Jesús. La narración de este sexto y último juicio comienza por explicarnos que era costumbre que el gobernador entregara a un prisionero al pueblo en el día de la Pascua. Leemos en Marcos 15:6: “Ahora bien, en el día de la fiesta les soltaba un preso, cualquiera que pidiesen”. El pueblo, no el gobernador, tenía el derecho de escoger al prisionero que querían que el gobernador liberara. El origen y la base de las Escrituras para esta costumbre evidentemente era el Día de Expiación. El Señor dio instrucciones estrictas para esta parte de la ceremonia que incluían la presentación de dos machos cabríos por el sumo sacerdote al Señor (Lv. 16:7). Se echaban suertes sobre los dos machos cabríos; un macho cabrío sería para el Señor y el otro sería la víctima expiatoria. El macho cabrío del Señor se ofrecía por los pecados. Después de otras ceremonias, la víctima expiatoria era dejada libre. Así, el mandato del Señor se cumplió en esta fiesta de Pascua cuando dos hombres fueron presentados ante la congregación. Marcos 15:7 dice: “Y había uno que se llamaba Barrabás, preso con sus compañeros de motín que habían cometido homicidio en una revuelta”. Barrabás ya había sido encontrado culpable del mismo crimen por el que Jesús estaba siendo falsamente acusado por los líderes religiosos. Sólo el Padre Celestial podría haber preparado un escenario tan adecuado como éste. El

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culpable Barrabás y el inocente Cordero de Dios fueron reunidos en este momento preciso de la historia de la humanidad. Marcos 15:8 sigue: “Y viniendo la multitud, comenzó a pedir que hiciese como siempre les había hecho”. Antes de acceder a las demandas de la multitud, Pilato quería dejar en claro ante los jefes religiosos lo que había averiguado. Leemos en Lucas 23:13-15: “Entonces Pilato, convocando a los principales sacerdotes, a los gobernantes, y al pueblo les dijo: Me habéis presentado a éste como un hombre que perturba al pueblo; pero habiéndole interrogado yo delante de vosotros, no he hallado en este hombre delito alguno de aquellos de que le acusáis. Y ni aún Herodes, porque os remití a él; y he aquí, nada digno de muerte ha hecho este hombre”. De acuerdo a la justicia romana, Pilato debería haber liberado inmediatamente a Jesús porque lo encontró inocente. Todavía tratando de aplacar a los jefes religiosos y aparentemente buscando facilitar la liberación de Jesús, Pilato dijo: “Le soltaré, pues, después de castigarle” (Lc. 23:16). No era raro que un magistrado romano condenara a un reo a un castigo menor cuando no se concedía la sentencia máxima. Sin embargo, en este caso ni siquiera la sentencia mínima se justificaba, ya que Jesús había sido encontrado totalmente inocente de cualquier crimen, como el mismo Pilato lo admitía. Pilato si era culpable de no hacer cumplir la justicia aquí. Como Lucas 23:17 nos dice: “Y tenía necesidad de soltarles uno en cada fiesta”.

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El precedente lo habían sentado anteriores gobernadores y el mismo Herodes el Grande. Consistía en un acto de apaciguamiento, diseñado para diluir la pasión pública generada por un prisionero a quien el pueblo creía injustamente preso. Sin embargo, el hecho fue usado por el Padre para poner en escena la tipología de los machos cabríos en el Día de la Expiación. Lucas 23:18 relata: “Mas toda la multitud dio voces a una, diciendo: ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás!” ¡Consideremos la decisión de la plebe! Para que no olvidemos, Lucas 23:19 nos describe de nuevo la naturaleza de Barrabás: “Éste había sido echado en la cárcel por sedición en la ciudad, y por un homicidio”. Cuando el inocente Cordero de Dios sin mancha oyó los gritos de Su gente, a la que Él había venido a salvar, debe haber sentido que traspasaban Su corazón como flechas de tristeza. Ellos habían preferido a uno de los hombres más bajos de la humanidad sobre su Mesías. Como veremos más adelante, Jesús no murió de las heridas que le causaron los soldados, sino de un corazón quebrantado. Ésta es una experiencia por la que los pastores pasan de tiempo en tiempo, cuando algunos miembros errantes de su congregación deciden seguir a un hombre falso en lugar de seguir a su buen pastor. El corazón del pastor se quebranta por la decisión de estos miembros de la congregación. Éste es, de hecho, una parte de la participación de Sus sufrimientos que se requiere que soportemos para poderlo conocer a Él. Lucas 23:20 dice: “Les habló otra vez Pilato, queriendo soltar a Jesús”. Seguro de que Jesús no era culpable de

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estos crímenes, Pilato vehementemente buscó liberar a Jesús sin provocar un motín. Sin embargo, incitada por los jefes religiosos, la plebe gritaba: “Crucifícale, crucifícale” (Lc. 23:21). Ésta era la manera en que Jesús sería asesinado. Todos estos eventos habían sido predeterminados por el Padre para cumplir Su buena voluntad, y Su voluntad era quebrantar a Jesús (Is. 53:10). Pilato insistía en tratar de liberar a Jesús. Leemos en Lucas 23:22-25: “Él les dijo por tercera vez: ¿Pues qué mal ha hecho éste? Ningún delito digno de muerte he hallado en él; le castigaré, pues, y le soltaré. Mas ellos instaban a grandes voces, pidiendo que fuese crucificado. Y las voces de ellos y de los principales sacerdotes prevalecieron. Entonces Pilato sentenció que se hiciese lo que ellos pedían; y les soltó a aquel que había sido echado en la cárcel por sedición y homicidio, a quien habían pedido; y entregó a Jesús a la voluntad de ellos”. Juan 19:1 nos dice: “ Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó”. Los azotes se propinaban antes de la pena capital para aumentar el sufrimiento del condenado. Cicerón (106 43 a.C.), un escritor y político romano llamó “La Muerte Intermedia” al castigo por azotes. La víctima de los azotes era despojada de sus ropas. Enseguida los soldados le ataban las manos y lo amarraban a una columna en el Pretorio. El látigo de correas de cuero estaba lleno de espinas y huesos que laceraban la espalda de la víctima hasta que ésta se volvía una masa sanguinolenta de carne rasgada. Era tan terrible esta tortura que muchos se desmayaban y morían de las heridas que sufrían. Sin embargo, Jesús soportó este increíble dolor

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para que nosotros pudiéramos ser sanados, ya que por Sus llagas fuimos sanados (Is. 53:5; 1 P. 2:24). Después de los latigazos, los soldados normalmente vestían al prisionero de nuevo. Sin embargo, Juan 19:2 nos dice: “Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura”. La corona de espinas, que fue metida a presión sobre el cráneo de Jesús, hubiera sido suficiente para provocarle a Él un severo dolor físico y mental sin tener que sufrir humillaciones adicionales. Sin embargo, soportar el dolor de la corona de espinas fue el precio que Dios Padre creyó necesario para que Cristo pudiera lucir, por toda la eternidad, muchas coronas (Ap. 19:12). “Y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! y le daban de bofetadas” (Jn 19:3). Este pelotón de soldados estaba compuesto, de acuerdo a la historia, de provincianos de Siria, los más encarnizados enemigos de los judíos. Con crueldad venal, se burlaron y maldijeron al Salvador del mundo. Jesús soportó este sufrimiento en silencio, de la misma forma que una oveja calla ante sus trasquiladores (Is. 53:7). Cristo no abrió Su boca mientras el cruel látigo azotaba Su espalda cubierta de sangre vez tras vez. Entonces los soldados cubrieron Sus heridas con una sarga, una capa militar corta que vestían los generales romanos y que algunas veces les era obsequiada como presente a los reyes extranjeros. Juan 19:4 sigue relatándonos: “Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él”. Después de decir que no había encontrado delito en Jesús, Pilato lo debería haber dejado libre ahí mismo. Pero

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de nuevo, se dejó llevar por los gritos y el tumulto del pueblo, a quien los jefes religiosos habían llevado a un estado de excitación. “Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!” (Jn. 19:5). Sin que Pilato lo supiera, se había cumplido la profecía dada en Zacarías 6:12: “Y le hablarás, diciendo: Así ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces, y edificará el templo de Jehová”. Aquí claramente dice que Jesús es el Único que edificará la Iglesia, el verdadero Templo del Señor. Zacarías 6:13 sigue diciendo que Él será el Sacerdote sobre Su trono. Jesús fue presentado como el Rey, vistiendo la corona de espinas y recibiendo la burla del mundo, pero Él iba a ser coronado por el Padre de las Luces. Con Su espalda sangrando, Jesús iba a ser crucificado pronto como el Sacerdote que ofreció Su cuerpo por los pecados del mundo. Juan 19:6 nos dice: “Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él”. Al mostrar la patética figura del Señor, Pilato obviamente buscaba provocar la simpatía de la gente hacia Jesús. En cualquier otra ocasión, un espectáculo como éste hubiera conmovido de compasión las entrañas de los hombres más endurecidos. Pero sus corazones eran de piedra. Juan 19:7 nos dice: “Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios”. Consideremos una vez

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más por qué Jesús estaba siendo crucificado. Él mismo había declarado Su verdadera identidad. Los jefes y su turba fueron ciegos a esta verdad, como escribe el Apóstol Pablo: “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1 Co. 2:7-8). A menos que hubieran sido cegados por Dios, no habrían enviado a Jesús a la cruz, y no habría habido salvación para nosotros. “Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. Y entró otra vez en el pretorio, y dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le dio respuesta” (Jn. 19:8-9). Para Jesús era crucial no responder a esta pregunta. Si lo hubiera hecho el supersticioso y despiadado Pilato no hubiera seguido con la crucifixión. Jesús no podía decir nada para salvarse a Sí mismo; por tanto, tenía que evitar contestar preguntas que evitaran que Él diera en el blanco de Su llamamiento en Dios: la cruz. “Entonces le dijo Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” (Jn. 19:10). Pilato reconocía su poder y responsabilidad, declarando que él solo podía enviar a Jesús a la cruz. Él se condenó a sí mismo ante Dios y los hombres por esta afirmación. Jesús le contestó en Juan 19:11: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene”. Esta respuesta de Jesús merece nuestra atención. Él nos está dando entendimiento del juicio eterno.

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1. Todo el poder le pertenece a Dios, y Él se lo da a quien Él desea. Dios gobierna los asuntos de los hombres, como leemos en Daniel 4:25: “...que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere”. El Apóstol Pablo hace este hecho claro en Romanos 13:1: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”. 2. Jesús estaba diciendo que Pilato no habría sido el gobernador a menos que Dios lo hubiera ordenado con anticipación y lo hubiera nombrado. Dios, no César, era responsable por el nombramiento de Pilato. Por lo tanto, igual que Dios había levantado al Faraón para que fuera el enemigo de su pueblo y Él pudiera manifestar su maravilloso poder en las diez plagas, Pilato fue levantado para ordenar la crucifixión de Jesús. 3. A continuación Jesús habla del juicio eterno, poniendo una mayor culpa sobre los jefes religiosos que sobre Pilato. Porque verdaderamente fue por envidia que ellos lo acusaron y entregaron a Pilato. Aquí se revela que la envidia es un pecado cardinal capaz de enviarlo a uno al infierno con un juicio mayor que el de otros pecados. Juan 19:12 nos dice: “Desde entonces procuraba Pilato soltarle; pero los judíos daban voces, diciendo: Si a éste sueltas, no eres amigo de César, todo el que se hace rey, a César se opone”. Totalmente convencido de la inocencia de Jesús, Pilato buscó nuevamente liberarlo. Entonces los judíos jugaron su carta de triunfo. Ellos sabían que tenían a Pilato exactamente donde lo querían. Pilato tuvo que escoger entre Jesús y César.

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“Entonces Pilato, oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal en el lugar llamado el Enlosado, y en Hebreo Gabata” (Jn 19:13). Pilato aún luchaba por salvar a Jesús. En el plan y propósito de Dios, Pilato entonces hizo que los judíos tomaran una decisión eterna que les traería esclavitud, tristeza y aflicción hasta la Segunda Venida. Ellos serán rechazados hasta que Jesús el Libertador regrese. Citando el Salmo 14:7, Pablo dice en Romanos 11:26: “Y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador ,que apartará de Jacob la impiedad”. Ahora, en Juan 19:14, viene la terrible decisión: “ Era la preparación de la pascua, y como la hora sexta. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey!” Esta hora sexta era la del medio día en términos occidentales. Éste es el día en el cual el Cordero de la Pascua va a ser sacrificado. Leemos en Juan 19:15: “Pero ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César”. Aquí los hijos de Israel negaron a su Mesías y escogieron al Emperador Romano como su gobernante y rey. Ésta fue una repetición del escenario en el cual Israel le pidió a Samuel que les diera un rey como a todas las otras naciones. Dios le dijo a Samuel: “Ellos no te han rechazado a ti, sino a Mí” (1 S. 8:7). La nación que había recibido tantos privilegios de parte de Dios rehusó la herencia de Dios. ¿Cuántos cristianos son así? Mucha gente abandona la Iglesia y su gran manto de protección. En vez de poner su confianza en Dios, la ponen en hombres y gobernantes de este mundo.

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Mateo 27:24 indica: “Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo: allá vosotros”. El rito de lavarse las manos para simbolizar inocencia puede encontrarse en Deuteronomio 21:6-7: “Y todos los ancianos de la ciudad más cercana al lugar donde fuere hallado el muerto lavarán sus manos sobre la becerra cuya cerviz fue quebrada en el valle; y protestarán y dirán: Nuestras manos no han derramado esta sangre, ni nuestros ojos lo han visto”. El Salmo 26:6 dice: “Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de tu altar, oh Jehová”. Sin embargo, este acto simbólico no pudo absolver a Pilato de la culpa de crucificar a una persona inocente. Él había reconocido que sólo él tenía poder; por lo tanto, él fue el que ordenó la crucifixión. Lo hizo para aplacar a la multitud y para mantener su posición. Él pensó que su puesto podría estar en peligro si los judíos se quejaban a César por permitirle a Jesús que reclamara el trono de Judea. Mateo 27:25 nos cuenta: “Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”. Démonos cuenta que el pueblo aceptó su responsabilidad principal de la crucifixión, como se veía en sombra en el Antiguo Testamento, con el sacrificio del Cordero de la Pascua. Leamos en Éxodo 12:5-6: “El animal será sin defecto, macho de un año; lo tomaréis de las ovejas o de las cabras. Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes”.

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Así, en sombra espiritual y en cumplimiento, Israel mató al Cordero de Dios. Por esta razón ha caído juicio sobre los descendientes de Israel de generación en generación, aún hasta nuestros días. Estos juicios fueron profetizados por Moisés en Deuteronomio 28:64-67: “ Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra. Y ni aun entre estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo; pues allí te dará Jehová corazón temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma; y tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera que fuese la tarde! Y a la tarde dirás: ¡Quién diera que fuese la mañana! Por el miedo de tu corazón con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus ojos”. Los juicios profetizados por Moisés tuvieron lugar primero en el año 70 d.C. cuando Jerusalén fue conquistada por los romanos dirigidos por Tito. Esta tierra se conoció como la provincia de Palestina entre 70 y 135 d.C. Se prohibió a los judíos habitar en ella después de la revuelta de 132 a 135 d.C., cuando el Emperador Adriano declaró a Israel (Palestina) una Colonia Romana y llamó a Jerusalén, Aelia Capitolinia. Retornando a nuestra narración, leemos en Lucas 23:24: “Entonces Pilato sentenció que se hiciese lo que ellos pedían”. Ésta fue la mayor parodia de justicia en la historia de la humanidad. Pero estaba en el plan y el propósito de Dios antes de la fundación del mundo que Jesús tomara

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nuestras culpas, y que nosotros (representados por Barrabás) quedáramos libres. ¡Gloria a Su nombre sin igual por siempre! Pilato “les soltó a aquel que había sido echado en la cárcel por sedición y homicidio, a quien habían pedido, y entregó a Jesús a la voluntad de ellos” (Lc. 23:25). “Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía; y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza” (Mt. 27:27-30). Aquí se cumplió Isaías 50:6, que dice: “Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos”. Mateo 27:31 sigue diciendo: “ Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle”. Jesús llevó la vergüenza y el reproche del pecado por nosotros. Cuando consideramos todo lo que Él sufrió, no podemos menos que pensar que los sufrimientos a que somos llamados a soportar son nada en comparación con Sus sufrimientos por nuestra culpa. Pablo dijo en 2 Corintios 4:17: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. En realidad, como Pablo lo dijo en Romanos 8:18, nuestros sufrimientos son nada comparados con la gloria que recibiremos: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente

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no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. Tomemos diariamente nuestra cruz y con alegría caminemos en la huella de nuestro bendito Señor para poder convertirnos en partícipes en la comunión Sus sufrimientos.

Tomemos diariamente nuestra cruz y con alegría caminemos en la huella de nuestro bendito Señor

Antes de seguir adelante con la narración de los eventos que llevaron a la crucifixión de nuestro Señor, sería bueno considerar de nuevo algunos aspectos de los juicios de Jesús.

Los juicios judíos: 1. Jesús fue rodeado por Sus acusadores, que también fueron Sus jueces. 2. La acusación fue que Él se había llamado a sí mismo el Hijo de Dios, lo cual era cierto. Él era y es el Hijo de Dios. Esa acusación no podría haber sido presentada ante Pilato, el representante del poder secular. Pilato habría respondido como lo hizo al principio. Galión, el delegado romano en Acaya hizo lo mismo. Leemos en Hechos 18:12-16: “Pero siendo Galión, procónsul de Acaya, los judíos se levantaron de común acuerdo contra Pablo, y le llevaron al tribunal, diciendo: Éste persuade a los hombres a honrar a Dios contra la ley. Y al comenzar Pablo a hablar, Galión dijo a los judíos: Si fuera algún

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agravio o algún crimen enorme, oh judíos, conforme a derecho yo os toleraría. Pero si son cuestiones de palabras, y de nombres, y de vuestra ley, vedlo vosotros; porque yo no quiero ser juez de estas cosas. Y los echó del tribunal”. Los judíos no sólo acusaron a Jesús ante Pilato de hacerse a sí mismo el Rey de los Judíos, lo cual era, sino también lo acusaron de sedición, de lo cual Él era inocente. Pilato reconoció su inocencia de tal acusación.

Los juicios seculares: Tanto Pilato como Herodes habían encontrado a Jesús inocente de los crímenes de los que fue acusado. Pilato declaró tres veces que Jesús era inocente. 1. Juan 18:38: “Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito”. 2. Juan 19:4: “ Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él”. 3. Juan 19:6: “Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él”. Pilato buscó liberar a Jesús en cuatro ocasiones. 1. Les dijo a los judíos que arreglaran el asunto ellos mismos (Jn. 19:6-7).

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2. Le envió el caso a Herodes (Lc. 23:6-7). 3. Trató de persuadir a los judíos para que escogieran a Jesús como el prisionero a liberar en el tiempo de la Pascua (Mc. 15:6-10), porque Pilato sabía que los sacerdotes le habían entregado a Jesús por envidia (Lc. 23:22). 4. Pilato buscó reducir la sentencia ordenando que Jesús fuera azotado y después liberado. Por tanto, Pilato comprometió la justicia romana por tratar de salvar su posición. Pilato está hoy en el infierno porque no aceptó su responsabilidad de liberar al Único Inocente. Dios hasta le había advertido a través del sueño de su mujer (Mt. 27:19), pero aún así su vida anterior no le permitió tener la fuerza de carácter para hacer lo que era correcto. Deberíamos aceptar la advertencia, si no caminamos rectamente, cuando seamos enfrentados con una prueba, fracasaremos porque nos falta la fibra moral para hacer lo que es correcto. Por tanto, busquemos hacer lo correcto en todo tiempo y en toda circunstancia, no importando cuán doloroso sea o cuánto cueste.

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CAPÍTULO 7 LA CRUZ El camino a la cruz: la Vía Dolorosa Leemos en Juan 19:16-20: “Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron. Y él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en Hebreo, Gólgota; y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Escribió también Pilato un título, que puso sobre la cruz, el cual decía: JESUS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. Y muchos de los judíos leyeron este título; porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el título estaba escrito en Hebreo, en Griego y en Latín”. El título sobre la cruz de Jesús estaba escrito en tres idiomas: Hebreo, Griego y Latín. El Hebreo es el lenguaje de los judíos, significando que Jesús es el Rey de los Judíos. El Griego es el lenguaje de los gentiles, lo que expresa que Jesús es el Rey de los Gentiles, y cumple con la profecía de Isaías 49:6: “Dice: Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra”. El Latín es el lenguaje del cuarto reino del libro de Daniel; es decir, el Imperio Romano restaurado, el imperio sobre

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el que gobernará y reinará el Anticristo en los últimos días. Pero Cristo derrotará al Anticristo y reinará como Rey de Reyes y Señor de Señores. En Juan 19:21-22, los principales sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: “No escribas: Rey de los judíos; sino que él dijo: Soy Rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito”. Pilato nos muestra ahora la otra cara de su complejo y diabólico carácter tornándose terco y determinado a no acceder a más demandas de los judíos, a quienes despreciaba. Sin embargo, sin él saberlo, estaba cumpliendo con la soberana voluntad del Padre en los cielos. Él declaró el reinado del amado Hijo de Dios, Jesucristo ante todas las naciones y pueblos sobre la tierra y debajo de ella y ante todos los seres celestiales. “Y él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en Hebreo, Gólgota” (Jn. 19:17). Lucas 23:26 nos dice: “Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús”. Después de los juicios injustos y de la terrible aflicción de los azotes, Jesús sufría ahora la humillación de caminar entre cuatro soldados con el rótulo de Su acusación para que todos lo vieran. La cruz le resultó muy pesada de llevar, y los soldados romanos obligaron a Simón a llevarla. Más tarde, Simón sería muy conocido entre la Iglesia Primitiva por sus hijos Alejandro y Rufo (Mc. 15:21). Cuando uno de los soldados tocó a Simón, probablemente en el hombro, él se sintió obligado a llevar la carga que el

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soldado le pedía por una milla. En este caso, Simón tuvo que cargar la cruz (es decir, el pallibium o sección transversal de la cruz) de Jesús. El camino que tomaba el cortejo generalmente no era directo, sino serpenteaba a través de las calles de Jerusalén. El propósito de esto era aumentar el dolor de los crucificados y servir de advertencia a la población en general para que no se transgrediera la ley de Romana. Lucas 23:27 nos dice: “Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él”. Al ver a Jesús con Sus ropas manchadas de sangre, muchas mujeres comenzaron a llorar por Él como lo harían por su propio hijo. Estas mujeres simbolizan a la nación de Israel que llorará y hará duelo por Cristo como por un hijo primogénito cuando vean Sus manos traspasadas en Su Segunda Venida (Zac. 12:10; 13:6). Parecía que el glorioso Hijo de Dios había sido reducido a piltrafa. ¡Como debe haberles dolido a los piadosos que esperaban que Jesús fuera el Mesías prometido y el Libertador de Israel! Para los malvados, Él se había convertido en objeto de burla, con Su barba arrancada de Su cara y con Su parecer desfigurado (Is. 52:14). La historia continúa en Lucas 23:28: “Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos”. Aquí de nuevo vemos la magnificencia de Jesús. Él no aceptó la lástima de las mujeres. Él no estaba pensando en sí mismo o en Sus propios sufrimientos. Su única preocupación era por el futuro de las ovejas

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perdidas de la casa de Israel. La unción profética permanecía en los labios de este vaso debilitado, Cristo. ¿Cómo no parar aquí para maravillarnos de que después de todas estas humillaciones y del dolor de los azotes, Su Padre Celestial todavía requiera que Jesús hablara una advertencia profética a las mujeres que lloraban? Aún en Su extrema agonía, Jesús cumplió con Sus tareas, hasta el mismo final. ¡Qué fidelidad! El flujo profético sigue cuando Jesús repite las advertencias que quedaron registradas por primera vez en Mateo 24:19. “Porque he aquí, vendrán días que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron” (Lc. 23:29). Los tiempos de juicio no son los tiempos ideales para tener hijos. Antes de que una pareja cristiana tenga hijos, los esposos deberían orar ardientemente para asegurarse que están teniendo a sus hijos en el perfecto tiempo de Dios. “Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos” (Lc. 23:30). Éste es otro recordatorio de las advertencias proféticas que el Señor ya había dado sobre los malvados. Ellos proferirán estas palabras durante la Segunda Venida de Cristo, cuando Él venga no como el Crucificado sino como el Juez conquistador de todo para traer juicio sobre Sus enemigos. “Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?” (Lc. 23:31). En este versículo, Cristo vuelve los pensamientos de Sus oyentes a los increíbles

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horrores que caerían sobre los defensores de Jerusalén en el año 70 d.C. Cuando las relaciones entre los judíos y sus gobernantes romanos se deterioraron, los judíos se rebelaron en el año 66 d.C. La analogía que Jesús nos da es, que si ellos trataron tan injusta y cruelmente al árbol verde (que significa el Señor Jesucristo), cuánto más desahogarán su furia sobre la perversa nación de Israel cuando ésta se rebele. Se estima que en esa rebelión perecieron por lo menos 200,000 judíos en las provincias, y que un millón pereció en el sitio de Jerusalén. De éstos, cuatro mil sufrieron muerte por crucifixión. Lucas 23:32 informa: “Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos”. Jesús no sufrió sólo en ese Día de Pascua. Fue crucificado junto con dos criminales. Esto fue para cumplir la Escritura en Isaías 53:9-12: “Y se dispuso con los impíos su sepultura…habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores”. Y aún este hecho mostraría la maravillosa misericordia de nuestro Señor, ya que durante el tiempo de Su mayor sufrimiento y Su agonía pudo perdonar y recibir a alguien que hasta un rato antes lo había estado maldiciendo y burlándose de Él. Ahora leemos en Mateo 27:34: “Le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo”. Aquí se cumplió la profecía del Salmo 69:21: “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre”. Esta mezcla la daban las mujeres buenas y devotas de Jerusalén a los crucificados para disminuirles el dolor.

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Este brebaje adormecía los sentidos de aquellos que lo tomaban. Pero Jesús no iba a rendir Sus sentidos a ninguna droga. Él decidió sufrir por completo la agonía de la crucifixión para pasar por todo el sufrimiento que el Padre había planeado para Él. Aquí podemos ver otra vez la magnificencia de nuestro Salvador. ¡Cómo podemos hacer otra cosa que adorarle! Jesús fue obligado a acostarse sobre la cruz que estaba en el suelo para que los soldados pudieran clavarle a esas piezas de madera. Después, la cruz fue levantada y puesta dentro del agujero que se había cavado para este efecto. Esta acción debe haber sacudido Su cuerpo haciendo que Sus huesos se descoyuntaran. Esto nos ayuda a comprender lo dicho en Isaías 52:14: “Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”. Hablando proféticamente de la cruz, David dijo: “Y todos mis huesos se descoyuntaron”. Aquellos que han tenido problemas con su espalda saben cuán terrible agonía causa una sola vértebra cuando se desalinea. Así, Jesús experimentó un dolor increíble de describir.

Las cinco llagas A Jesús le causaron cinco llagas: dos en Sus manos, dos en Sus pies y una en Su costado. Las perforaciones en Sus benditas manos y pies fueron anticipadas proféticamente en el Salmo 22:16: “Horadaron mis manos y mis pies”. Lucas 23:33 nos dice: “Y cuando llegaron al

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lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda”.

Sus manos En el acto de la crucifixión clavos atravesaron Sus manos. Éstas son las heridas de las cuales leemos en Zacarías 13:6: “Y le preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos”. Las manos son el símbolo del servicio. Dios dijo en Isaías 65:2: “Extendí mis manos todo el día a pueblo rebelde, el cual anda por camino no bueno, en pos de sus pensamientos”. Las manos también son el símbolo de una invitación a la amistad. Les estrechamos las manos a nuestros amigos cuando los saludamos como una indicación de que queremos abrazarlos. Tristemente, Israel rechazó los gestos de amor del Señor.

Sus pies Como vemos en los escritos de los profetas, los pies son el símbolo de una caminata dedicada y del ministerio. El Salmo 1:1 dice: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, Ni estuvo en camino de pecadores, Ni en silla de escarnecedores se ha sentado”. Jesús no caminó con los escribas y sacerdotes impíos de Su tiempo, sino con el hombre común, que gustosamente le escuchó. Leamos en Isaías 52:7: “!Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!” Pablo

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interpreta este versículo en Efesios 6:15, donde dice: “Y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz”. Al atravesar los pies benditos de Jesús, el pueblo estaba rechazando Su divino y santo caminar, así como Su ministerio como Príncipe de Paz y Predicador de la Justicia.

Su costado Al morir Jesús, un soldado romano traspasó Su corazón con una lanza. Leemos en Juan 19:34:“Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua”. Sangre y agua fluyeron del corazón traspasado de Jesús. Desde el punto de vista médico, este hecho habla de un corazón roto. Esto se confirma en el Salmo 69:20: “El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quién se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé”. Jesús sufrió abuso verbal y físico por parte de los sacerdotes y de los soldados cuando le pegaron y cuando le arrancaron la barba de Su cara. El escarnio de la vergüenza y la desgracia que se habían acumulado sobre Jesús literalmente rompieron Su corazón. En realidad, Jesús murió de un corazón quebrantado, no del sufrimiento físico de los azotes y del dolor de la cruz, aunque estos padecimientos eventualmente habrían causado su muerte. Pilato se maravilló que Jesús hubiera muerto tan rápido (Mc. 15:44). Leemos en Salmos 22:14: “Mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas”. Nosotros mismos algunas veces

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experimentamos estas heridas cuando somos rechazados por aquellos a quienes amamos. Las sentimos en nuestras manos y pies. Aún más, David escribió en el Salmo 55:3-5: “A causa de la voz del enemigo, por la opresión del impío; porque sobre mí echaron iniquidad, y con furor me persiguen. Mi corazón está dolorido dentro de mí, y terror me ha cubierto”. Sentimos ese dolor y un ensanchamiento físico del corazón cuando, de la misma manera, nosotros sufrimos el escarnio de nuestros enemigos.

Las siete frases Los Evangelios registran siete frases de Jesús mientras Él colgaba en la cruz. Cada una de estas frases dichas sobre la cruz tiene un significado espiritual. Las últimas palabras de una persona son de singular importancia, especialmente cuando está muriendo. Esto se aplica especialmente al Señor Jesús. Sus últimas siete frases nos revelan las cosas que son las más importantes para Él. Por la gracia de Dios, a continuación las examinaremos una por una.

La primera frase (Lc. 23:34) La primera frase se registra en Lucas. 23:34: “Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Esta súplica se aplicaba a todos los responsables de Su crucifixión. Jesús le pidió a Su Padre que los perdonara porque no sabían realmente lo que estaban haciendo.

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El Apóstol Pablo nos clarifica esto en 1 Corintios 2:8: “La que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria”. Los que crucificaron a Cristo tenían que estar ciegos para hacer lo que hicieron. Éste fue el propósito y el plan del Padre para la vida de Su Hijo. La primera frase revela el maravilloso carácter de nuestro Señor. Él perdonó a Sus atormentadores e intercedió por su perdón ante el trono de Dios. ¡Qué ejemplo bendito para nosotros! Necesitamos el mismo espíritu de perdón para poder perdonar, con un corazón libre, a todos aquellos que nos han ofendido o tratado injusta y cruelmente. Ésta es la verdadera victoria de la vida crucificada, cuando hemos muerto a toda consideración de auto-compasión e injusticia. Aquellos que nos tratan cruelmente son los vasos de la ira. Dios los usa para trabajar en nosotros, Sus vasos de misericordia, las cosas que le son gratas a Sus ojos. La meta de Jesús es presentarnos sin mancha ante el trono de Dios con gran gozo (Jud. 1:24). ¡Que el mismo dulce espíritu de templanza que estaba en Cristo more en nosotros! Vemos en el Salmo 22:18: “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes”. Esta profecía se cumplió cuando Jesús colgaba en la cruz en Juan 19:23-24: “Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura,

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que dice: Repartieron entre sí mis vestidos. Y sobre mi ropa echaron suertes. Y así lo hicieron los soldados”. Todo crucificado era sujeto a esta humillación y degradación. Los soldados nombrados para el siniestro y horroroso trabajo de crucificar a un reo recibían sus ropas como premio. Se permitía a los soldados repartirse los vestidos del condenado. Esta túnica sin costuras que Jesús vistió era indicativa de Su divinidad. Debido a que fue hecha de un solo tejido, no tenía principio ni fin, así como nuestro Señor es eterno, no habiendo tenido principio de días ni fin de vida (He. 7:3).

La segunda frase (Lc. 23:43) Mateo 27:37 nos dice: “Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS”. Aún en Su muerte, hubo el conocimiento entre los presentes que Jesús no era un criminal común. En realidad, los judíos estaban crucificando a su Rey. Ellos crucificaron al Único que recibiría un nombre sobre todo nombre en el cielo y en la tierra. En el nombre de Jesús se doblará toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra (Fil. 2:9-11). Mateo 27:38 sigue: “Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda”. Jesús fue crucificado entre dos criminales comunes, para darle credibilidad al asunto de que Él era culpable de algún crimen. Por lo tanto, a los ojos de los que pasaban por ahí, Él estaba siendo justamente castigado. Ésa fue una degradación adicional del inmaculado e incomparable Hijo de Dios.

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“Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar, si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios” (Mt. 27:39-43). Cuando consideramos esta escena en el Gólgota, nos damos cuenta que durante Su ministerio de tres años y medio Jesús había elevado las esperanzas de la nación de Israel. Ahora parecía que Él había fallado, sin esperanza, aparentemente débil, sin fuerza, ni poder, y sin la habilidad de alcanzar aquello que les había ofrecido a otros: la salvación y la liberación de sus ataduras. Pero también debemos ver que Satanás estaba detrás de todas estas acusaciones y maniobras de sus adversarios. Cierto, a través de sus vasos de ira, Satanás estaba tratando de aguijonear a Jesús para que ejerciera Su autoridad y bajara de la cruz. Estaba tratando de hacer lo que fuera necesario para evitar que Jesús cumpliera con el deseo de Su Padre. Satanás y todos sus ángeles caídos y demonios sabían que sería sobre aquella cruz que Jesús los iba a destruir. Colosenses 2:14-15 describe el golpe que la muerte de Cristo en la cruz le dio al reino de las tinieblas: “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que

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nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. “Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él” (Mt. 27-44). Parece que al principio de Su prueba en la cruz, ambos ladrones maldecían a Jesús; pero más tarde se nota que uno de ellos sufrió un cambio de corazón al contemplar la incomparable y callada compostura del Hijo de Dios. Lucas 23:39-41 nos dice: “Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo”. Uno de los criminales testificó sobre la bondad e inocencia de Jesús. Aquellos que conocen el lado criminal de la sociedad saben muy bien que un criminal puede reconocer a otro rápidamente. Los que han estado en prisión conocen a otros convictos. También pueden reconocer a los inocentes. Por eso el testimonio de este malhechor tiene un gran significado. Él le dijo a Jesús en Lucas 23:42: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Este hombre no sólo reconoció a Jesús como hombre justo, sino que vio a través de los ojos de la fe que Jesús verdaderamente era quien Él decía que era: el Hijo de Dios. Jesús todavía salvó un alma mientras moría en la cruz.

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Jesús le respondió en Lucas 23:43: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ésta es la segunda de las siete frases de Jesús en la cruz. Esta declaración lo revela como el Salvador del mundo. ¡Ojalá que nosotros también busquemos ganar almas para el Señor, aún en nuestra hora más oscura!

¡Ojalá que nosotros también busquemos ganar almas para el Señor, aún en nuestra hora más oscura!

La tercera frase (Jn. 19:26-27) Ahora leemos en Juan 19:25: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena”. La tercera frase nos muestra la preocupación de Jesús por Su madre, María. Él respetó el quinto mandamiento, que es: “honrarás a tu padre y a tu madre”. Juan 19:26-27 describe: “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. Para los ministros es

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de gran importancia reconocer que no deben descuidar a sus propias familias. La familia fue instituida por Dios como la base de la sociedad, y por tanto debemos honrarla en todo momento.

La cuarta frase (Mc. 15:34; Mt. 27:46) Las tres primeras frases fueron dichas de día. Pero desde la hora sexta hasta la hora novena hubo oscuridad completa sobre la tierra. Mateo 27:45 nos cuenta: “Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre la tierra hasta la hora novena”. Ésa debe haber sido la hora del medio día, o doce del medio día en el tiempo occidental, cuando el sol está en su cenit. La oscuridad no se le puede atribuir a un eclipse ya que la Pascua se celebra con luna llena. Por tanto, ésa fue una señal sobre-natural proveniente del Altísimo. El escogido por Dios para llevar nuestros pecados colgaba en la cruz, el Único sobre quien fueron cargados los pecados del hombre. Es apropiado que Él haya estado cubierto por las tinieblas, ya que fue allí donde se originaron los pecados del mundo, en el reino de las tinieblas. “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Ésta es la cuarta frase. Fue natural que Dios le diera la espalda a Su Hijo, porque un Dios santo no puede estar asociado con el pecado. Pablo declara en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en

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él”. En esta frase vemos que Jesús es el Cordero de Dios que quitó los pecados del mundo (Jn. 1:29). Mateo 27:47 continúa: “Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama éste”. Las palabras de Jesús fueron veladas para que solamente las entendieran aquellos que recibieron gracia de parte del Señor. Los supersticiosos judíos pensaron que Él estaba clamando por Elías. No se daban cuenta que los profetas, aunque santos, no saben lo que está pasando en la tierra cuando ellos ya están en el cielo.

La quinta frase (Jn. 19:28) La quinta frase aparece en Juan 19:28: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed”. La belleza de esta escena provoca otra vez tal admiración por Cristo en nuestros corazones y almas. Aún retorciéndose de dolor, Cristo sólo tenía un deseo: cumplir el deseo de Su Padre para Su vida y cumplir todas las profecías relativas a Su muerte. Verdaderamente, hasta Su último aliento, Jesús se dedicó a los asuntos de Su Padre (Lc. 2:49). Antes de entregarle Su vida al Padre, la meta de Cristo fue cumplir la Ley hasta la última coma. La Escritura que tenía que cumplirse en este momento era el Salmo 69:21, que dice: “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre”. Ésta es una de las partes más inquietantes de la crucifixión. Las heridas, especialmente las de la desgarrada espalda de la víctima

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se habían inflamado tanto que le habría dado fiebre, la que a su vez, produce una sed abrasadora. Fue hasta el verdadero fin que el Señor hizo saber Su necesidad, y sólo lo hizo para que la Escritura se cumpliera. Juan 19:29 nos dice que había por ahí un recipiente lleno de vinagre. “Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber” (Mt. 27:48). Éste no era el vino mezclado con mirra que antes había rehusado beber porque abotagarían Sus sentidos en la cruz. El vinagre solamente mitigaba un poco la sed de los crucificados. Mateo 27:49 continúa diciendo: “Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle”. Los que se burlaban de Él no querían permitirle ni un momento de tranquilidad, sino trataban de alejar toda compasión de Él. Seguían supersticiosamente preocupados de que Elías tal vez viniera a salvar a Jesús y ellos querían estar en primera fila por si tal evento sucedía. Por supuesto, eso no pasó, porque el propósito del Padre era la muerte de Su Hijo amado, no Su rescate.

La sexta frase (Jn. 19:30) Ahora leemos en Juan 19:30: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu”. Ésta fue la sexta frase en la cruz. ¡La vida de nuestro Señor es tan precisa! Todo lo que tenía que suceder, especialmente los eventos en la cruz, habían sido minuciosamente registrados por los profetas. Sabiendo

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todas las cosas que se tenían que cumplir, Jesús estuvo en control completo de su destino hasta el final mismo. Él sabía perfectamente bien qué tenía que pasar, y hasta el final, con gran claridad de mente, tuvo la intención de cumplir las Escrituras. Nuestro maravilloso Salvador se aseguró de cumplir cada punto y cada coma de las Escrituras con la meticulosidad de un contador. Quiera Dios que nosotros podamos caminar con tal perspicacia y dedicación de mente, alma y espíritu.

La séptima frase (Lc. 23:46) La séptima frase, la última, aparece en Lucas 23:46: “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró”. La vida de Cristo fue diseñada por el Padre y cumplida con exactitud matemática. Con esta frase final, Jesús expiró.

Quiera Dios que nosotros podamos caminar con tal perspicacia y dedicación de mente, alma y espíritu.

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CAPÍTULO 8 SU MUERTE Y SEPULTURA En el Capítulo 9 examinaremos la muerte y sepultura de Cristo. Leemos en Mateo 27:51: “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron”. Para nosotros, creyentes, éste es un evento de gran significado. El apóstol Pablo nos explica en Hebreos 9:8 que antes de la muerte de Jesús, el camino al Lugar Santísimo aún no estaba abierto. “Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie” (He. 9:8). Por medio de la sangre del Cordero podemos entrar al Lugar Santísimo confiadamente, y “por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne” (He. 10:20). Cuando se rasgó el velo en el Templo ocurrió un hecho muy significativo. El velo es la cortina que separaba el Lugar Santo y el Lugar Santísimo en el Tabernáculo de Moisés. El velo separaba al hombre del Arca del Pacto, que representaba la presencia manifiesta de Dios (Ex. 26:33; 38:18; He. 9:3). Sólo el sumo sacerdote podía entrar al Lugar Santísimo una vez al año, en el Día de la Expiación (Lv. 16:1-28; He. 9 al 7).

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¿Crees tú que el plan de Dios era que sólo una persona experimentara su presencia viva y verdadera un día al año? No, el deseo del Padre era que todos tuvieran acceso a Su presencia. Con Su muerte en la cruz, Jesús derribó la pared divisoria entre nosotros y Dios, representada en el Templo por el velo que había entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Pablo dice en Efesios 2:18: “Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre”. Es por esto que el velo rasgado es tiene un significado profundo. El velo rasgado también nos habla a los creyentes de una experiencia espiritual. Nos habla de ser crucificados con Cristo y morir a nosotros mismos, como está descrito en Romanos 6:6: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. Ésta no es una experiencia espiritual que toma lugar en la salvación. Cuando nacemos de nuevo, todos nuestros pecados son perdonados y nos convertimos en nuevas criaturas en Cristo, pero nuestra vieja naturaleza todavía no ha muerto completamente. Aún tenemos hábitos, actitudes, pensamientos y acciones de la vieja naturaleza Adánica que necesita ser transformada por la gracia de Dios. Pablo declaró en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Pablo hablaba de la experiencia que él había tenido con Dios por la cual supo que su vieja naturaleza había sido crucificada con Cristo y dejada sin ningún poder. En cierto sentido, el velo

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representa nuestra carne, nuestra vieja naturaleza Adánica. Hebreos 10:20 nos confirma esto: “Por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne”. El velo representó la carne de Cristo y representa la nuestra también. Con Su muerte, Cristo nos abrió el camino hacia el Lugar Santísimo donde mora Dios para experimentar Su presencia manifiesta. Pero para experimentarla, tenemos que crucificar nuestra vieja naturaleza Adánica con Cristo. El velo era lo que separaba al hombre de la presencia de Dios y es nuestra vieja naturaleza la que nos separa de la presencia de Dios. Necesitamos orar con ahínco para que Dios nos dé esta experiencia espiritual y morir a nuestra vieja naturaleza para poder caminar en santidad. Entonces podremos traspasar el velo e ir al Lugar Santísimo, a la presencia misma de Dios, que mora entre los querubines y habla desde el Trono de Misericordia. ¡Gloria a Su santo nombre por siempre! Vemos en Mateo 27:52-53: “Y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos”. Este evento cumplió lo profetizado en Isaías 26:19, donde dice: “Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos”. Así, contrario al razonamiento de aquellos que ponen en duda

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la resurrección de Jesús, en aquellos días hubo muchos que pudieron testificar que Jesús no estaba solo cuando Él salió de Su sepulcro.

El testimonio del centurión “El centurión y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt. 27:54). En el ejército romano un centurión era un soldado que había sido promovido y que gozaba no sólo de la confianza de sus superiores sino también de a quienes dirigía. Era un hombre que, en general, juzgaba correctamente el carácter de otros. Este centurión probablemente había visto y participado en varias crucifixiones. Quedó obviamente impresionado por el comportamiento dulce pero con autoridad de nuestro Salvador. Más que los que le rodeaban, y más aún que los gobernantes, el centurión estaba en una posición en la que podía ver claramente la naturaleza divina de Jesús manifestada en la crueldad que representaba esa cruz. Su testimonio suena claro y verdadero: “...verdaderamente, éste era Hijo de Dios”.

Las mujeres en la cruz “Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo” (Mt. 27:55-56).

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Aquí el evangelista nos describe el amor tierno y fiel de las mujeres que habían seguido a Jesús en vida y que le fueron fieles hasta el final. Estos versículos son un tributo conmovedor hacía estas mujeres piadosas y amorosas. Debido a su lealtad, ellas fueron honradas en Su resurrección.

El entierro Leemos acerca del entierro de Cristo en Juan 19:31: “Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día de reposo (pues aquel día de reposo era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fueran quitados de allí”. Aquí podemos ver una vez más la crueldad del espíritu religioso. El cumplimiento de leyes ceremoniales era más importante para ellos que la compasión que podrían haber mostrado por los que sufrían. “Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él” (Jn. 19:32). El objetivo de romperles las piernas a los crucificados fue el de apresurar su muerte para poderlos bajar de las cruces. Así se asegurarían de no profanar el día. Deuteronomio 21:22-23 nos dice: “Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad”.

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Y en Juan 19:33-36 leemos: “Mas cuando llegaron a ¡Que el Señor diga Jesús, como le vieron ya de nosotros, que muerto, no le quebraron las cumplimos fielmente piernas. Pero uno de los sus mandamientos! soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo”. A Jesús no le quebraron los huesos porque ya había muerto. Así se cumplió lo dicho en el Salmo 34:20: “Él guarda todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado”. No debemos pasar por alto el significado de los huesos rotos. Aquí se muestra de nuevo el cuidado meticuloso con el que el Padre Celestial orquestó todas las cosas. El Señor Jesús es llamado el Cordero de Dios. Cuando un cordero tiene la tendencia a descarriarse, su pastor le rompe uno de los huesos de las piernas para evitar que se descarríe de nuevo. En tal sentido, un hueso roto es símbolo de rebelión. Así, los huesos de Cristo no podrían haber sido rotos porque Él no era rebelde, sino fue obediente a su padre, como nos dice Isaías 50:5: “Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás”. ¡Que el Señor diga eso de nosotros, que cumplimos fielmente sus mandamientos! Asimismo, los huesos del cordero de la Pascua no podían romperse (Ex. 12:46; Nm. 9:12).

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Juan 19:37 dice: “Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron”. Esta Escritura está tomada de Zacarías 12:10: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los adoradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito”. Esto se cumplirá a la Segunda Venida de Cristo.

El entierro de nuestro Señor El cuerpo de un crucificado podía ser reclamado por los parientes después de su muerte. En el caso de Jesús, no había parientes hombres presentes. Siendo galileos, su familia no tenía tumba o nicho disponible en o alrededor de Jerusalén. Pero el Padre tenía disponible a alguien que otra vez cumpliría la profecía de Isaías 53:9, que dice: “Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca”. Vemos en Juan 19:38: “Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús”. Marcos 15:43-45 también nos dice: “José de Arimatea, miembro noble del concilio, que también esperaba el reino de Dios, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiese muerto; y haciendo venir al centurión, le preguntó si ya estaba muerto. E informado

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por el centurión, dio el cuerpo a José”. José, un hombre rico y generoso que tenía su propio sepulcro, cumplió la profecía. Él era un discípulo de Jesús. La historia sigue en Juan 19:39: “También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras”. Cada una de estas especies tiene un significado espiritual. La mirra, un líquido para embalsamar, es símbolo de mansedumbre. De modo que ahí yace Aquél que fue el epítome de la mansedumbre, la característica principal de un cordero. Él fue el Cordero de Dios, que ante Sus trasquiladores calló y no abrió Su boca. El áloe, que también es un líquido para embalsamar, es un símbolo de templanza o auto-control. Meditemos sobre Jesús, que no les permitió a Sus acusadores que provocaran a Su espíritu, como le sucedió a Moisés, que por ello perdió el privilegio de entrar a la Tierra Prometida (Sal. 106:32-33). Cien libras de la mezcla de mirra y áloes era la medida reservada para el entierro de los reyes. Este hecho mostraba que, en realidad, el que estaba siendo enterrado era el Rey de los Judíos. Juan 19:40 dice: “Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos”. El lienzo significa justicia. Jesús es Jehová-Tsidkenu, el Señor de nuestra Justicia. Juan 19:41 sigue diciéndonos: “Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno”.¡Qué apropiado que esta tumba estuviera

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en un jardín, porque Cristo era verdaderamente el Jardín de Dios, trayendo a perfección todos los benditos frutos del Espíritu! “Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús” (Jn. 19:42).

El viaje al infierno A la muerte de Jesús ocurrieron simultáneamente dos eventos: 1. Su cuerpo físico fue colocado en la tumba de José de Arimatea. 2. Su espíritu bajó al infierno. Mateo 12:40 nos lo confirma: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”. Pedro nos dice lo que Cristo estuvo haciendo durante esos tres días y tres noches: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua” (1 P. 3:18-20). Jesús entró, en espíritu, al corazón del infierno. Se nos dice que en la mañana de

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Su resurrección, Él guió a los santos del Antiguo Testamento al cielo. Llevó cautiva a la cautividad (Ef. 4:8; Sal. 68:18).

La vigilia de las mujeres Marcos 15:47 nos relata: “Y María Magdalena y María madre de José miraban dónde lo ponían”. Lucas 23:56 sigue: “Y vueltas, prepararon especias aromáticas y ungüentos; y descansaron el día de reposo, conforme al mandamiento”. De modo que el día siguiente al de la muerte de Jesús en la cruz fue, de acuerdo a Juan 19:31, un día Shabath, un día importante. Tenemos que estudiar la secuencia cronológica de esos días para llegar a la secuencia correcta de eventos y de los días en que ocurrieron. Jesús fue crucificado un miércoles, antes del anochecer, y resucitó en algún momento del domingo en la madrugada, el día después del Shabath, que fue sábado.

Los principales sacerdotes van a Pilato El punto que quiero dejar claro en la narración que sigue es que los sacerdotes principales y los fariseos entendieron claramente que Jesús había dicho que Él permanecería en la tumba por tres días. Leamos en Mateo 27:62-66: “Al día siguiente, que es después de la preparación, se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo

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aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer error peor que el primero. Y Pilato les dijo: Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis. Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia”. Tenemos la descripción de la tumba en Mateo 27:60: “Y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue”. La tumba todavía existe, al cuidado de creyentes piadosos.Yo he tenido el privilegio de entrar a ella. La piedra que se puso a la entrada desapareció. Pero la ranura por la cual se le hacía rodar hasta su posición todavía está allí, como evidencia de la veracidad de los relatos escriturales.

Él fue el Cordero de Dios, que ante Sus trasquiladores calló y no abrió Su boca.

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CAPÍTULO 9 SU RESURRECCIÓN Y ASCENSIÓN Leemos en Marcos 16:1: “Cuando pasó el día de reposo, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle”.

La piedra removida Un evento de gran magnitud había tenido lugar antes de que las mujeres llegaran al sepulcro del jardín sin que ellas lo supieran: “Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos” (Mt. 28:2-4). Éstos eran, por supuesto, los soldados romanos que habían sido nombrados por Pilato cuando los principales sacerdotes le pidieron que se asegurara que Sus discípulos no se llevaran el cuerpo de Jesús. Marcos 16:2-6 nos relata: “Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol. Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande. Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca, y se

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espantaron. Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús Nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron”. ¡Qué declaración tan gloriosa de fe para nosotros los cristianos: Él ha resucitado; no está aquí! Otras religiones pueden señalar las tumbas de sus fundadores, pero nosotros señalamos a una tumba vacía, porque Jesús se sienta a la derecha del Padre por los siglos de los siglos. El apóstol Pablo al hablar de la resurrección, declara en Romanos 4:25: “El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”. Es a través de la resurrección del Señor que recibimos por fe la seguridad de la vida eterna que por Su muerte expió nuestros pecados. Nos dice Marcos 16:7: “Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo”. Notemos la preocupación del cielo por Pedro. Él, que negó al Señor con maldiciones no iba a ser negado por su Señor. Lo más íntimo del corazón de Pedro le era conocido a Dios, que supo y recordó la amarga tristeza de su caída. Aun antes de que Pedro le negara, Jesús había dicho: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere, y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:1-3). El cielo hizo una distinción entre la traición de Judas y la negación de Pedro.

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Uno actuó con fría premeditación, mientras el otro (Pedro) lo hizo sin querer, por la debilidad de la carne. Vale la pena hacer notar que las mujeres fueron honradas en la resurrección, teniendo el privilegio de ver al ángel de Dios. También más tarde, fue a una mujer a quien Jesús se apareció primero. Seguramente Jesús lo hizo para premiar su lealtad. Ellas habían estado con Él desde aquellos primeros días en Galilea, ministrando con fidelidad y nunca dudando que Él era el Hijo de Dios. Esto nos hace recordar a aquella gran mujer del Antiguo Testamento, Abigail. Ella le dio a David gran seguridad sobre su futuro, diciéndole: “Jehová de cierto hará casa estable a mi señor” (1 S. 25:28). La lealtad nunca dejará de ser premiada a los ojos de nuestro Dios. Seamos como Él, que es llamado Fiel y Verdadero (Ap. 19:11). Recordemos que “el que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel” (Lc. 16:10). Por eso, si somos fieles en los pequeños deberes de la vida, Dios nos promoverá y nos dará mayores oportunidades. “Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo” (Mc. 16:8). Lucas nos proporciona un relato más detallado de este encuentro con los ángeles en Lucas 24:5-11: “Y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre

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sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras, y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás. Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles. Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían”. Juan 20:2-7 dice: “Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte”. Esta escritura es espiritualmente significativa porque muestra que el Señor, que es la Cabeza, había concluido Su camino, mientras el Cuerpo, Su Iglesia, todavía tenía que cumplir su destino. Juan 20:8-9 prosigue: “Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro, y vio, y creyó. Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos”. Parece que los discípulos no tenían problemas con la muerte de Jesús. Ellos estaban esperando Su Segunda Venida, no Su resurrección, ya que esa escritura no les había sido revelada a propósito hasta ese momento.

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Juan 20:10 dice: “Y volvieron los discípulos a los suyos”. Necesitamos hacer una pausa aquí y considerar la secuencia cronológica de eventos en ese día de la resurrección, ya que el Señor mismo se les apareció a las mujeres y a los discípulos en cinco ocasiones durante el primer día. Él se apareció en otras cinco ocasiones durante los siguientes cuarenta días previos a Su ascensión.

Las cinco apariciones en el día de la resurrección 1. A María Magdalena “Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas” (Jn. 20:11-18).

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2. A las otras mujeres “He aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos para que vayan a Galilea, y allí me verán” (Mt. 28:9-10).

3. A los dos discípulos en el camino a Emaús “Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen. Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por que estáis tristes? Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días. Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús Nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido. Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también

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habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive. Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron ” (Lc. 24:13-24). Con base en las Escrituras, Jesús resucitado les expuso sobre la necesidad de Su muerte y resurrección. Toda la Biblia habla de la necesidad de un sacrificio que fuera aceptable al santo Dios trino para la salvación del hombre. Todos los sacrificios del Antiguo Testamento fueron sombras de la muerte de Jesús en la cruz, y el Señor se los confirmó a estos dos discípulos cuando les explicó las Escrituras. “Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos” (Lc. 24:25-33).

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4. A Pedro Leamos en Lucas 24:34-35: “Que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón. Entonces ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan”. Esta aparición a Pedro se menciona, pero no se registra específicamente. Su propósito fue obviamente el de darle de nuevo seguridad a Pedro y afirmar su salvación después de que él había negado al Señor de la manera que lo hizo.

5. A los diez apóstoles Vemos en Juan 20:19-21: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío.” Ésta es la comisión oficial de los discípulos conforme nacían de nuevo. Seguimos leyendo en Juan 20:22-23: “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos”. La prerrogativa de perdonar pecados es dada a aquéllos a quienes el Señor se las concede. No se puede asumir que es un derecho de todo creyente nacido de nuevo. Este poder

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lleva consigo responsabilidades enormes y se le da a los que están maduros espiritualmente. Juan 20:24-25 dice: “Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”.

Las cinco apariciones entre el día de la resurrección y el día de la ascensión 1. La aparición ocho días después a los once “Ocho días después estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto,Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:26-31).

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2. La aparición a los siete discípulos en el mar de Tiberíades Como aparece en Juan 21, Jesús se apareció a siete de sus discípulos en el Mar de Tiberíades. Eso sucedió la vez de la pesca milagrosa de 153 peces.

3. La aparición en el monte en Galilea “Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado, Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Amen” (Mt. 28:16-20).

4. La aparición a Jacobo, el hermano del Señor “Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles” (1 Co. 15:7).

5. La ascensión “Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo” (Lc. 24:50-51). Aunque todas

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estas experiencias fueron únicas para nuestro bendito Señor nunca debemos olvidar, que éstas hablan de tipos o sombras las cuales la Iglesia también experimentará. La Ascensión es un tipo del Rapto, es decir que el Señor levantará a la Iglesia para reunirse con Él cuando descienda en las nubes con gran gloria, esto es en Su Segunda Venida. Si esto llegara a ocurrir durante nuestra vida, debemos saber que tenemos que estar calificados para participar en la Primera Resurrección para poder gobernar y reinar con Cristo durante el Milenio. Las cualidades para esta Primera Resurrección se dan en forma breve en Filipenses 3:10-11: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos”. Regresamos a nuestra narración en Lucas 24:52-53: “Ellos, después de haberle adorado volvieron a Jerusalén con gran gozo; y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios. Amén”. Un poco antes de Su ascensión, mientras Jesús y Sus discípulos estaban en el monte de los Olivos, Él les dijo en Hechos 1:4-5: “...les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días”. Jesús les dijo en Hechos 1:8: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria,

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y hasta lo último de la tierra”. Cuando Jesús subió a los cielos, les ordenó a Sus discípulos que se esperaran en Jerusalén hasta recibir el bautismo del Espíritu Santo, cuya evidencia inicial sería hablar en otras lenguas.

El poder de Su resurrección El Apóstol Pablo también habló de la vida de la resurrección fluyendo a través de creyentes llenos del Espíritu en Romanos 8:11: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”. El Señor desea que conozcamos este poder de la resurrección, tal como Pablo se lo predicó a la iglesia de Éfeso. Sin embargo, este poder de la resurrección de Cristo no es algo que el hombre pueda comprender con su mente. Es tan grande que se necesita una revelación de Dios para comprender la magnitud y la grandeza de sus capacidades. Pablo oró que la iglesia de Éfeso, que era Pentecostal y muy versada en el conocimiento de los misterios de las Escrituras, recibiera el espíritu de revelación. Leamos en Efesios 1:17-23: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría, y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la

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supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. Efesios 4:8-10 dice: “Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo”. 1 Pedro 3:18-22 nos dice: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo, quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades”.

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Amados, nosotros no adoramos a un Cristo crucificado, sino al Salvador resucitado quien se levantó de entre los muertos, por el poder de Dios. Dios quiere que el mismo poder more en nosotros por medio del bautismo del Espíritu Santo y por los Siete Espíritus de Jehová, que se mencionan para nosotros en Isaías 11:2: “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová”. El Espíritu del Señor nos da poder para predicar. La sabiduría nos permite escoger correctamente y conducirnos todo el tiempo de una manera que glorifica al Señor. La inteligencia o entendimiento nos permite conocer por qué Dios se mueve de una manera determinada. El consejo nos da la habilidad de saber lo que debemos hacer en un momento dado. El poder es la habilidad para manifestar la fuerza y poder de Dios, como lo hizo Sansón. El conocimiento es la habilidad de conocer cosas del pasado, del presente y del futuro. El temor del Señor es la convicción que nos hace conocer nuestros pecados y vivir una vida santa en temor reverente ante Él. Necesitamos tener estos Siete Espíritus y unciones funcionando todo el tiempo en nuestras vidas. Las manifestaciones del poder del Espíritu Santo se pueden apreciar en tipo o sombra espiritual en las tres divisiones del Tabernáculo de Moisés. El bautismo del Espíritu Santo se puede ver en el Atrio Exterior, los Siete Espíritus del Señor en el Lugar Santo, y el poder de Su resurrección en el Lugar Santísimo. Por tanto, el poder de Su resurrección es el tercer nivel de manifestación del poder del Espíritu Santo.

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1. El Atrio En el Atrio, el Altar de madera cubierta de Bronce tenía cuatro cuernos, uno en cada esquina (Ex. 27:2). Los cuernos significan poder (Hab. 3:4). Estos cuernos tipifican el poder que recibimos por el bautismo del Espíritu Santo y los nueve dones del Espíritu. Los nueve dones del Espíritu aparecen descritos en 1 Corintios 12:8-10: “Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas”.

2. El Lugar Santo En el Lugar Santo la manifestación del Espíritu es tipificado por el candelabro dorado con las siete lámparas. Estas siete lámparas tipifican los Siete Espíritus del Señor descritos en Isaías 11:2: “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová”.

3. El Lugar Santísimo El poder de Su resurrección se puede ver en el Lugar Santísimo por medio de la vara que floreció. Algo que estaba muerto tuvo vida de nuevo y floreció. ¡Eso requiere del poder de la resurrección! Éste es el poder que Pablo

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deseaba cuando escribió: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Fil. 3:10). Este poder se manifestó cuando Enoc caminó con Dios y Él lo llevó directamente al cielo sin pasar por la muerte (Gn 5:24). Nuevamente vemos el poder de Su resurrección, en tipo, por medio de Abraham. A él se le concedió poder para concebir a Isaac. Romanos 4:19 nos dice:“Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto”. También se manifestó en la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por medio de Elías (1 R. 17:8-23). Otro ejemplo es la ascensión de Elías al otro lado del Jordán (sin pasar por la muerte) en medio de un torbellino (2 R. 2:11). Otra manifestación de este poder es la resurrección del hombre muerto que tocó el cuerpo de Eliseo, y resucitó (2 R. 13:21). Aun más, tenemos la promesa de Daniel 11:32, de que en los últimos días: “el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará”. En el Nuevo Testamento podemos ver el poder de Su resurrección en la vida y el ministerio de Jesús. Él declaró que es la Resurrección y la Vida, Jesús resucitó a Lázaro de entre los muertos (Jn. 11:25). Después de Su resurrección Jesús aparecía súbitamente en medio de Sus discípulos y obviamente pasó a través de paredes. Él también debe haber sido transportado por el Espíritu. Estas manifestaciones también se vieron en los primeros tiempos de la Iglesia. Felipe fue arrebatado por el Espíritu

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(Hch. 8:39). Pablo dice en Colosenses 2:5: “Porque aunque estoy ausente en cuerpo, no obstante en espíritu estoy con vosotros, gozándome y mirando vuestro buen orden y la firmeza de vuestra fe en Cristo”. Él nunca había visto la iglesia de los colosenses, pero podía decir que había estado presente en Espíritu. Yo he tenido algunas experiencias similares. Una vez estaba en cierto continente y fui arrebatado a otro continente en el Espíritu. Vi con mis propios ojos una reunión del comité de una iglesia. Caminé a través de la sala de la reunión. Vi y oí lo que decían los miembros del comité. Una vez un estimado pastor canadiense que ya está con el Señor compartió conmigo una experiencia similar que tuvo. Él estaba en Europa para la Navidad y extrañaba a su familia. Para consolarlo, el Señor lo arrebató en el Espíritu y lo llevó a su casa en Canadá, donde vio a su esposa e hijos reunidos en la sala. Después su esposa testificó que ella sintió la presencia del espíritu de su esposo caminando en la sala en ese preciso momento. ¡Debemos orar para que el Espíritu de Dios se derrame y que nosotros podamos experimentar el poder de su resurrección!

!Ore para que el Espíritu de Dios se derrame y que nosotros podamos experimentar el poder de Su resurrección!

TERCERA PARTE LA CRUZ EN LA VIDA DEL CREYENTE

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CAPÍTULO 10 LA VIDA CRUCIFICADA En el Capítulo 11 vamos a examinar a la Cruz en la vida del creyente, o la vida crucificada. La cruz histórica de Cristo es importante, pero también es esencial comprender que hay una aplicación práctica de la cruz para nosotros los creyentes. ¡La meta de cada creyente es vivir una vida crucificada para poder ser como Cristo y dar en el blanco del supremo llamamiento en Cristo Jesús para nuestras vidas!

Carga tu cruz diariamente Primero que nada, permítanme decirles que la cruz no es una opción para los creyentes; es un mandamiento. Jesús nos lo dice muy claramente en Lucas 9:23: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo; tome su cruz cada día, y sígame”. ¡Este, amados míos, es un mandamiento! En Lucas 14:27 Él dijo: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”. Si no cargamos nuestra cruz, no podemos ser Sus discípulos. El punto que Jesús nos señala en Lucas 9:23 es el de un caminar diario: la caminata diaria en la vida crucificada. El otro punto es que la cruz es personal. Vamos a cargar “nuestra” cruz, una cruz hecha a nuestra medida. La cruz es diferente para todos y cada uno de nosotros. Jesús dijo en Mateo 10:38: “Y el que

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no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”. Si no estamos dispuestos a tomar nuestra cruz y seguir a Cristo, no somos dignos de Él. En Marcos 10:17-21 leemos la historia del joven rico: “Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios. Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre. Él entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz”. Ése fue un mandamiento personal para ese joven. El versículo 22 dice: “Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”. Jesús le dijo: “Una cosa te falta”. Sus bienes eran su dios. Él no estaba dispuesto a tomar su cruz y seguir a Jesús. Para él, la cruz significaba que tenía que vender todas sus propiedades para seguir a Cristo. Pero esto no significa que cada uno tenga que vender todo lo que tenga. Ésa fue la cruz personal que Dios le pidió a ese joven que cargara, y que él rehusó. En Mateo 10:34-39 vemos otro aspecto de la cruz: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra

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su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará”. Aquí el contexto de la cruz es la vida familiar. Jesús dijo en este pasaje particular: “He venido para poner en disensión al hijo contra su padre”. En algunos hogares hay perfecta armonía, pero en otros hay controversia y división. Nuestra cruz particular es diferente a la cruz que tienen que cargar otros. Para alguno, es vender todas sus posesiones. Para otro es enfrentar a sus parientes que están tomando un camino diferente. Verdaderamente es muy importante comprender que la cruz cambia de situación a situación y de persona a persona. Jesús dijo en Marcos 8:34-38: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Lc. 9:23-26).

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Los tratos de Dios son muy personales. Jesús podrá requerir de ti algo diferente de lo que le pida a alguien más, pero Él también le tiene a ese alguien una cruz hecha a su medida que no te pide a ti que lleves.Obviamente, una vida familiar ideal es deseable, pero algunas personas tienen familiares que no están caminando en los caminos de Dios. Para ellos, su cruz es su familia. Para otros, es una enfermedad física o algo parecido. Leemos en Lucas 14:25-27: “Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y Si no estamos viene en pos de mí, no dispuestos a tomar puede ser mi discípulo”. nuestra cruz y Tenemos que balancear seguir a Cristo, este versículo. Es obvio que no somos dignos tenemos que honrar a de Él. nuestro padre y madre y se supone que debemos amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos. Lo que Cristo está diciendo es que Él debe ser el primero en nuestras vidas. A continuación Cristo nos exhorta a examinar el costo que tenemos que pagar. Porque hay un precio a pagar por el discipulado. Dios quiere que te fijes en el precio que Él requiere que tú pagues, no en el que alguien más pague. En otras palabras, no podemos fijarnos en alguien más y decir: “ellos tienen esa cruz, así que eso

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es lo que yo debo hacer”. Dios tiene una cruz hecha a la medida para cada uno de nosotros.

En la vida de Pablo La vida de la cruz es una vida de sufrimiento, como se ve claramente en la vida del apóstol Pablo. Él fue marcado por Dios para ser mostrado a todos los que sufren como ejemplo de los que habrían de creer en Jesús para vida eterna. (1 Ti. 1:16) Vemos algo de la cruz en la vida de Pablo en 1 Corintios 4:9-16: “Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres. Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos. No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados. Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio. Por tanto, os ruego que me imitéis”.

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La gente quiere el poder de Pablo, pero no quiere pagar el precio tremendo que él pago. Pablo vivió una vida de sufrimiento. Él tomaba diariamente su cruz y nos exhorta a seguir su ejemplo. No nos apartemos de la cruz y del sufrimiento, sino abracémoslos con alegría.

La vida crucificada Como antes mencioné, tenemos que experimentar Romanos 6:6 siendo crucificados con Cristo. Pablo dijo en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy crucificado”. Queremos que ése sea también nuestro testimonio. Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. La palabra griega usada aquí para “sabiendo” significa saber por experiencia personal. Nuestro viejo hombre tiene que morir espiritualmente para que el hombre nuevo pueda tener la supremacía. Tenemos que morir a los deseos carnales. Hace muchos años, cuando yo era un joven pastor, el Señor me preguntó: “¿Quieres pasar el resto de tu vida yendo de la victoria a la derrota, de la victoria a la derrota, o quieres vivir todo el tiempo en victoria?” Yo sabía que quería algo más profundo de lo que entonces tenía. Entonces el Señor comenzó a tratar con cosas pequeñas en mi vida, preguntándome si estaba dispuesto a entregárselas. Después se movió a cosas más grandes, y tuve que clamarle a Dios por gracia para poderlas entregar. Finalmente, Él me preguntó: “¿Me darías a tu esposa?” Yo quería

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muchísimo a mi esposa y le dije al Señor: “No, Señor, no puedo”. Yo sabía que más adelante habría una prueba que la involucraría a ella y que yo no sería capaz de aguantar. Unos pocos días después, estaba en una reunión de avivamiento, y al final el evangelista pidió que todos aquellos que quisieran oración pasaran al frente. Yo pasé al frente y cuando el evangelista oró por mí, me desvanecí en el Espíritu. Entonces el Señor me dijo: “¿Quién ama más a tu esposa, tú o Yo?” Le dije: “Tú, Señor”. A continuación Él me dijo: “¿Quién tiene el poder de velar por ella, tú o Yo?” De nuevo le dije: “Tú, Señor”. Enseguida Él me dijo muy suavemente: “Entonces ¿por qué no me la das?” En ese momento me sentí capaz de liberar a mi esposa de mi corazón y dársela al Señor. Después de haberlo hecho, pude ponerme de pie de nuevo. Días después, una mañana temprano, mientras estaba en mi estudio, el Espíritu Santo llenó la estancia. Tuve una visión de Jesús en la cruz, y fui levantado para ser colgado con Él a la cruz. Entonces la visión desapareció y vi el velo del Templo rasgado de arriba abajo, después de lo cual sentí un llamado del Espíritu dentro de mí, y de mi boca salieron estas palabras: “estoy crucificado con Cristo”. Ésa fue mi experiencia personal de ser crucificado con Cristo. Por supuesto, no terminó ahí. Todavía tengo que tomar diariamente mi cruz, pero esa experiencia me dio mucha libertad sobre cosas que me ataban. Para cumplir las demandas de Cristo sobre nuestras vidas necesitamos saber que estamos crucificados con Él. Entonces podemos enfrentar la tarea de llevar diariamente nuestra cruz con alegría.

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Pablo dijo en Gálatas 6:14: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. Existe tremendo poder en la cruz de Jesús. Caminar en la vida crucificada nos da poder para vivir santamente. Estar crucificados con Jesús nos da la victoria sobre el pecado y sobre el mundo. Recuerdo una vez en mi vida cuando el Señor me dijo: “tú puedes tomar una decisión, y esa decisión hará que te quedes donde estás. Pero si estás dispuesto a pasar por las tinieblas, te llevaré a un lugar más alto”. En ese momento yo estaba en Suiza, donde las montañas son muy altas. Si uno ve a lo lejos, es posible ver la cima de una montaña bañada por la luz del sol, con una nube bajo ella, y otra montaña aún más baja donde también el sol brilla. El Señor me dio una visión de esto y me dijo: “tú puedes estar en una pendiente baja de la montaña bañada por la luz, pero para poder llegar a la cima tienes que pasar a través de la nube. Debes querer pasar a través de la oscuridad para llegar a un lugar más alto. ¿Estás dispuesto a pasar a través de esa oscuridad?” A menudo el Señor nos da un conocimiento profundo de lo que estamos pasando en las pruebas aunque no entendamos todos los detalles. Pero debemos estar dispuestos a pasar a través de lo que Él escoja hacernos pasar. El Señor quiere darnos alegría y paz cuando experimentamos la cruz. No se supone que ésta sea una experiencia sombría, sino llena de alegría. Ninguna ofrenda del Antiguo Testamento estaba completa sin

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vino, que es símbolo de alegría. De la misma forma, nuestro sufrimiento no está completo sin la alegría. Dios quiere darnos alegría y fuerza en medio de nuestras pruebas. ¿Estamos dispuestos a tomar nuestra cruz? ¿Estamos dispuestos a sufrir? ¿Estamos dispuestos a ser abandonados por nuestros amigos? La vida en la cima es muy solitaria, pero es una prueba para ver si deseamos a Cristo y sólo a Cristo. Conforme leemos el Salmo 73:23-26 se crea en nosotros un clamor espiritual: “Con todo, yo siempre estuve contigo; Me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, Y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre”. Recientemente experimenté estar en los cielos, y ahí entre todos esos esplendores eternos, no estaba satisfecho. Mi corazón clamaba por Cristo; sólo Él puede satisfacer el corazón de los que han sido crucificados con Él. ¡La meta de cada Clamemos, como lo hizo creyente es vivir una Pablo en Filipenses 3:8: “Y vida crucificada para ciertamente, aun estimo poder ser como Cristo todas las cosas como y dar en el blanco del pérdida por la excelencia supremo llamamiento del conocimiento de Cristo en Cristo Jesús para Jesús, mi Señor, por amor nuestras vidas! del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.

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EPÍLOGO No debemos olvidar que la vida crucificada precede al poder de Su resurrección. La cruz viene antes que la corona. Hay un precio a pagar por cada verdad antes de que sea nuestra. No existe un atajo hacia la gloria. Tenemos un dicho muy ingenuo que dice que “la salvación es gratis”. ¿Realmente fue gratis? En realidad, nuestra salvación se pagó al más alto precio jamás conocido, la muerte del Hijo de Dios en la cruz del calvario. Nuestra sanidad fue pagada con el dolor de esos latigazos. Ése fue el precio que Jesús pagó con alegría por nuestra salud. Él, que no conocía el pecado se convirtió en pecado por nosotros. Recordemos que nada es gratis. Cada posición en el ministerio o cada don tienen un precio que hay que pagar. Mientras más grande el don más grande es el escarnio que debemos padecer. En el grado en que suframos con Él, en ese mismo grado reinaremos con Él. ¡Por tanto, sepamos cuál es el costo y, por Su gracia, seamos capaces de pagar el precio para cumplir nuestro llamado con gran alegría!

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