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N310, registrado como el vuelo 401, despegó del aeropuerto JFK de Nueva York rumbo al de Miami. El capitán, Bob Loft, inició el despegue con toda norm...

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Vuelo 401 Escrito por SICA Blog Miércoles 16 de Diciembre de 2015 00:00 - Ultima actualización Miércoles 16 de Diciembre de 2015 19:33

El 29 de diciembre de 1972 a las 21:00 horas el avión Tristar Jet L–1011 de la Eastern Airlines N310, registrado como el vuelo 401, despegó del aeropuerto JFK de Nueva York rumbo al de Miami. El capitán, Bob Loft, inició el despegue con toda normalidad. En la aeronave viajaban 176 pasajeros y 13 miembros de la tripulación.

El aparato llevaba cuatro meses haciendo la misma ruta, y tenía en su haber mil horas de vuelo y quinientos aterrizajes. “Ese vuelo, recuerda Mercedes Ruiz, azafata superviviente del trágico accidente, no presentaba nada diferente a cualquier otro. Salimos con un poco de retraso de Nueva York y llegamos a Miami sobre las 23:30. Empezamos a verificar todo en cabina para iniciar el aterrizaje y nos sentamos en nuestros asientos .”

Fue un recorrido tranquilo hasta que a las 23:32, después de haber solicitado a la torre de control de Miami los permisos necesarios para iniciar la maniobra de descenso, el capitán Bob Loft, el primer oficial de vuelo, Albert Stockstill, y el ingeniero Don Repo, se percataron de que algo no marchaba bien. En el cuadro de mandos una de las tres luces verdes encargadas de señalar cualquier contingencia en el funcionamiento del tren de aterrizaje no dejaba de parpadear. Los indicadores mostraban que la rueda ubicada en la parte delantera, debajo del morro del avión, estaba bloqueada. Algo inusual que no había ocurrido en ninguno de los trayectos que había realizado aquel avión desde agosto de 1972.

Bob Loft, de 55 años, Albert Stockstill, de 40, y Don Repo, de 50, decidieron poner remedio a aquel imprevisto. Tras abortar el aterrizaje ascendieron a 2.000 pies. Conectaron el piloto automático y empezaron a volar en círculo sobre el Parque Nacional de los Everglades mientr as intentaban descubrir qué había originado el fallo mecánico. Don Repo se desabrochó el cinturón de seguridad y se dirigió al foso del avión por una pequeña trampilla cuadrangular que da acceso a la parte inferior del avión y a los compartimentos del tren de aterrizaje.

Sin dudarlo un instante se introdujo en el claustrofóbico habitáculo para encontrar la avería y descartar que fuera un error del cuadro de mando. Si la rueda estaba bloqueada, podría solucionarse manualmente. Si no lo estaba, se debería a un mal funcionamiento del dispositivo luminoso. Pero los tejemanejes del azar o el destino quisieron que justo en ese instante se desactivara el piloto automático sin que nadie en la cabina reparara en ello.

El vuelo 401 comenzó a perder altura. Nadie percibió el descenso. Ni siquiera las dos llamadas

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desde la torre de control del aeropuerto internacional de Miami, cuyos trabajadores que habían observado el ilógico comportamiento del avión en los rádares, alarmaron a los miembros de la tripulación. El avión se precipitaba contra el suelo a una velocidad de 366 km/h hacia el área pantanosa de los Everglades.

“Nos sentamos, prosigue Mercedes Ruiz reviviendo el fatídico instante que cambió su vida, y en algún momento pensé que estábamos tardando en aterrizar. Miré a través de una de las ventanillas y me di cuenta de que las luces de la costa de Miami habían quedado atrás, lo cual me sorprendió. Entonces me quité el cinturón y fui a buscar a mi compañera, que estaba al otro lado del avión: “Pat, ¿qué pasa, que no aterrizamos?”, pregunté, ella contestó: “Seguramente hay mucho tráfico”. Unos minutos después sentí un fuerte golpe en mi mano derecha y el avión giró hacia la izquierda con violencia. Todo fue muy rápido. Recuerdo que grité. Vi un relámpago de luz y después todo se quedó en silencio .”

El Vuelo 401 de la compañía Eastern Airlines se estrelló en los pantanos de los Everglades, a 29 km de Miami (EE.UU.). “Recuerdo, explicaba la azafata Mercedes Ruiz, que me desperté en medio de una gran oscuridad. Miré al cielo y vi las estrellas. Era una noche muy oscura, sin Luna. No sabía dónde estaba ni qué había pasado. Me pareció que todo se desarrollaba a cámara lenta. No sentía dolor alguno. Me toqué la frente y noté algo gelatinoso. Sentí algo caliente que bajaba por el cuello .”

Varias pequeñas explosiones y algunos fogonazos se produjeron en la negrura mientras los restos del fuselaje, incandescente, permanecían rodeados de humo. Aún aturdida, Beverly Smith, otra de las azafatas, que no posó en la fatídica fotografía que se tomó antes del despegue, convertida en ángel de la guarda, intentaba localizar a personas con vida entre el amasijo de hierros.

“Comencé a gritar y Beverly me oyó, comenta Mercedes. Me explicó que habíamos tenido un accidente, pero yo no daba crédito. Le dije que todo era un sueño y que cuando despertáramos estaríamos en casa. No tenía conciencia de lo que había pasado. Tenía mucho miedo. En la distancia vi algo luminoso. Durante mucho tiempo pensé que era algo fantasmagórico. Luego supe que se trataba de la turbina número dos, situada sobre el fuselaje del avión. Aquello me aterró. Se veía algo blanco en medio de la oscuridad. Beverly y un pasajero me ayudaron a moverme. Yo no podía porque tenía fracturada la pelvis. Me levantaron y me arrastraron hacia otro lugar. Poco a poco empecé a ser consciente de lo que había pasado. Me dije que nunca más volvería a volar .”

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Noventa y cuatro pasajeros y cinco tripulantes fallecieron en el que se convertiría en el primer accidente aéreo de una aeronave de fuselaje ancho en Estados Unidos. Muchos de los que no perdieron la vida en el acto, o devorados por los caimanes, perecieron más tarde en centros hospitalarios como consecuencia de las graves lesiones sufridas y de las infecciones originadas por las bacterias que había en las aguas pantanosas.

Seis meses después del accidente un extraño rumor comenzó a circular entre los trabajadores de la compañía Eastern Airlines. Al parecer, algo insólito e inexplicable se estaba produciendo en los aviones N318. Auxiliares de vuelo, oficiales, comandantes, mecánicos de pista e incluso pasajeros, habían visto a Don Repo y Bob Loft. Según los relatos filtrados a la prensa, numerosas personas daban cuenta de apariciones físicas, tridimensionales.

“Siempre escuché estos comentarios, explica Mercedes Ruiz convencida. Después del accidente, por respeto o por miedo, nadie se atrevió a decirme nada, pero yo lo sabía porque oía comentarios por lo bajo. Decían que Repo, el ingeniero de vuelo, se había aparecido durante algunos trayectos. Hasta en dos ocasiones llegó a advertir de problemas a bordo y abortó situaciones de emergencia. Pero no fue el único que se apareció. También habían visto a Bob Loft en un recuento de pasajeros. En uno de los aviones, la azafata que lo realizaba en primera clase se dio cuenta de que había un pasajero de más. Cuando se acercó a él, el hombre no la contestó, lo que la obligó a informar al comandante. Fue este quien reconoció a Bob Loft. Es más, tres personas lo vieron. Luego desapareció .”

Tiempo después otra azafata, Siss Paterson, se encontraba realizando el recuento de pasajeros cuando apareció alguien que no figuraba en la lista de embarque, un pasajero desconocido: un hombre con buena planta que iba vestido con el uniforme de la compañía. Siss se acercó a él. Dando por sentado que se trataba de un compañero que regresaba de realizar algún servicio, lo invitó a pasar a clase preferente. Sin embargo, aquel hombre tenía un comportamiento extraño. No respondía cuando se le hablaba.

Siss Paterson, tal y como nos explicó Mercedes Ruiz, comentó la situación con la supervisora y con el comandante encargado de aquel vuelo. Diane Boss, sobrecargo del N 318, se dirigió hacia el asiento del misterioso pasajero para esclarecer el asunto. Era extraño que nadie hubiera notificado el embarque de un piloto de la compañía. Se acercó a él y le sugirió que se cambiara de plaza, pero solo obtuvo el silencio por respuesta. No contestaba a ninguna de las preguntas que le formulaban. Parecía abstraído o aturdido. Tenía el rostro pálido, como si estuviera enfermo. Había algo tan anormal en aquella situación que suscitó el recelo y el temor de las azafatas, así como el de los pasajeros cercanos. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando el piloto se acercó al hombre y reconoció a Don Repo, su compañero fallecido en el

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vuelo 401, que desapareció después.

Aparición similar fue la que tuvieron las azafatas Denise Woosfrund y Ginny Pakard, empleadas de la Eastern Airlines, se encontraban en la cocina esperando el montacargas cuando observaron la formación de una figura vaporosa en principio, pero en la que luego se fueron perfilando un rostro y un cuerpo físico: “Una tenue nubecilla, describió Ginny Packard a John G. Fuller, que se fue transformando en una forma humana con rostro y gafas definidas, las facciones de Don Repo ”.

Un vicepresidente de la Eastern Airlines tuvo una experiencia de este tipo. Se produjo en un vuelo de un Tristar L-1011 que partía de Miami. Subió antes que el resto de los pasajeros y se encontró en primera clase con un capitán de Eastern Airlines completamente uniformado. El vicepresidente se acercó a saludarlo, pero al aproximarse a él se dio cuenta de que era Bob Loft.

El asunto terminó desbordando a la compañía aérea. Entre febrero de 1973 y julio de 1974, tal y como publicó Fuller, se produjeron un total de veinte apariciones de Don Repo y Bob Loft en aviones de la Eastern Airlines y de la TWA. Y todas presentaban dos detalles en común: los aviones implicados llevaban piezas del accidentado vuelo 401 y todos sufrieron emergencias e incidentes durante los trayectos.

La situación se complicó aún más cuando todo se filtró a los medios de comunicación. El vuelo 401 acabó convirtiéndose en portada de la revista Flight Security Foundation. Protagonizó un artículo en el que se daba cumplida cuenta de los incidentes acaecidos durante un vuelo de Miami a México DF, en el que el supuesto fantasma de Don Repo llegó a avisar de la existencia de un incendio a bordo, lo que evitó una tragedia durante el aterrizaje. Para impedir que la imagen de la empresa se viera dañada, Eastern Airlines optó por tomar medidas drásticas. Mercedes Ruiz recuerda que la incertidumbre se adueñó de los trabajadores cuando se les prohibió realizar declaraciones a periodistas.

La compañía quiso acallarlo todo, pero una de los mecánicos que trabajaban en el departamento de mantenimiento vio a Repo y reflejó el suceso en un informe. El asunto alcanzó tal magnitud que al final la Eastern mandó quitar todas las piezas del vuelo 401 que habían sido reutilizadas. Durante el mes de junio de 1974 fueron desmontadas todas las piezas pertenecientes al vuelo 401 de los aviones de Eastern Airlines, así como de los que habían sido alquilados o cedidos a otras compañías. Era la primera vez en la historia de la aeronáutica

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que se ejecutaba una operación de este calibre técnico y económico. A partir de esa fecha no se tiene constancia de aparición alguna.

Existe una imagen, un viejo testimonio para el recuerdo, que fue tomada minutos antes del despegue del vuelo 401. Fue obtenida con la cámara fotográfica de la propia Mercedes, que, curiosamente, estaba guardada en la única maleta de la tripulación que no quedó destruida tras el impacto. “Llevaba la cámara en mi maleta, recuerda Ruiz al tiempo que deposita una oxidada Samsonite sobre la mesa. Antes de partir decidí que nos hicieran una fotografía. Fue tomada por una de las chicas de reemplazo. Ella no quiso salir y en ella posamos exclusivamente las nueve azafatas que habíamos volado juntas durante el mes de diciembre. Les dije: Vamos a hacernos la última foto. ”

Y, en efecto, fue la última foto para todas ellas excepto para Mercedes Ruiz. Nadie podía sospechar que en aquella instantánea, quedaría inmortalizado el fatal destino de sus protagonistas.

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