INTELECTUALES EN EL SIGLO XX: LA TENTACIÓN TOTALITARIA

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INTELECTUALES EN EL SIGLO XX: LA TENTACIÓN TOTALITARIA Iñaki Oneca Agurruza

ANTECEDENTES DE UNA IDEOLOGÍA Richard Pipes, en su obra Historia del Comunismo [1] recupera oportunamente un memorable párrafo de Platón: “(…) lo privado y lo individual han desaparecido completamente de la vida, y las cosas que son privadas por naturaleza, como los ojos, los oídos y las manos, han pasado a ser comunes, y en cierto sentido ven, oyen y actúan en común, y todos los hombres expresan el elogio y la culpa común, y todos los hombres expresan el elogio y la culpa y sienten alegría y tristeza en las mismas ocasiones” (Las Leyes).

Aunque para Platón no vale una sociedad en la que se compartan todas las posesiones terrenales, dicho ideal —o sociedad ideal— resuena de alguna forma en La República: “Tales diferencias [sociales] tienen su origen normalmente en un desacuerdo sobre el uso de los términos mío y no mío, suyo y no suyo (…) ¿Y no es el Estado mejor ordenado aquel en el que el mayor número de personas aplican los términos mío y no mío del mismo modo a la misma cosa?”

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Evidentemente para Richard Pipes, la figura de Platón constituye un origen prematuro de lo que será el comunismo. No en vano La República es una obra plagada de ideas destinadas a crear una sociedad radicalmente igualitarista. Su discípulo Aristóteles cuestionaría tal utopía desconfiando lograr la paz social de esa manera. ‘El Estagirita’ estaba convencido de que la raíz de la discordia no se halla tanto en la propiedad privada en sí misma, sino en el anhelo de ella. Y ese deseo subyace en las pugnas entre las personas y constituye la naturaleza del conflicto social. Valgan, en suma, estos antecedentes del mundo clásico para atisbar el inicio de la ideología que más nítidamente marcó el rumbo intelectual y, no menos importante, vivencial de numerosos autores: el comunismo. No será dejado de lado, igualmente, referentes ideológicos como el nazismo o el fascismo que, paradójicamente y siempre con matices, emergen para muchos como huellas sinuosas y eco turbio en las palabras de Platón: el Estado como efecto distribuidor totalizante y la total erradicación de las clases sociales.

HOMENAJE A ORWELL Un joven combatiente llamado George Orwell, todavía involucrado en combates, explica su tétrica y desencantada visión de la Guerra Civil española: “Deseo fervientemente salir de ésta con vida, aunque sólo sea para escribir al respecto. Aquí no es fácil enterarse de lo que ocurre fuera del ámbito de la propia experiencia, pero incluso con estas limitaciones he visto muchas cosas que tienen para mí gran valor (...) Espero tener ocasión de escribir la verdad de lo que he visto. Lo que se publica en la prensa inglesa es casi todo una serie de mentiras atroces; no puedo decir más a causa de la censura.” [2]

La militancia de nuestro autor en el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) de corte trotskista, fue por mera “casualidad”, en vez de haberla realizado en las Brigadas Internacionales. Éstas, nada novedoso es el decirlo, estaban totalmente infiltradas por los servicios secretos soviéticos, la todopoderosa NKVD, y por diferentes comisarios

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políticos que en aquellos días se dedicaron más a reprimir y asesinar a contrincantes políticos del mismo bando que a luchar contra los “nacionales”. Así y todo, el futuro autor de Rebelión en la granja que llega a Barcelona —reflejado en la carta de Jennie Lee a Margaret M. Goalby del 23 de junio de 1950— tiene como revulsivo el que “parte de su malestar procedía de que era no sólo socialista, sino también profundamente liberal. Detestaba la organización burocrática allí donde la veía, incluso en las filas socialistas” [3]. Pero ese joven quedó atrás. Muy atrás. Es el Orwell que reniega de mucho de lo que, de manera idealizada, creía haber visto en la defensa de la España republicana el que aquí nos interesa. El asesinato de Andreu Nin [4], dirigente del POUM y secretario del propio Trotsky antes de discrepar de él, que “sufrió el habitual interrogatorio soviético” a que se sometía a los acusados de “traición a la causa”, así como los sucesos de la Telefónica en que sobre todo poumistas y anarquistas fueron masacrados por los más pro-soviéticos del bando republicano, lo que hizo expresar su profundo malestar. Su descreimiento. En ello no influyó poco el hecho de que el propio Orwell fuera perseguido hasta llegar a una de tantas paradojas históricas: el balazo de un falangista hizo que le salvara la vida. El hecho de poder regresar a la retaguardia le dio la oportunidad de escapar al control de los secuaces de Stalin en España y, por consiguiente, de una más que probable eliminación a manos de quienes peleaban en su mismo bando. Es Orwell quien, con no pocas cajas destempladas, contesta a un panfleto que le es enviado por tercera vez para la impresión de su firma ya en Inglaterra. Parece ser que el “llamamiento a tomar partido” se hacía en nombre de doce autores entre los que figuraban Louis Aragon, W. H. Auden, Heinrich Mann, Ivor Montagu, Stephen Spender, Tristan Tzara y Nancy Cunard. Tan “destemplada” como contundente respuesta inédita de Orwell a “Los escritores toman partido sobre la guerra civil española” sigue así: “Por favor, no me mande más esta basura despreciable. Ya es la segunda o tercera vez que la recibo. Yo no soy una de sus mariquitas de moda, como Auden y Spender; estuve seis meses en España, luchando la mayor parte del

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tiempo, tengo un agujero de bala encima y no me apetece de escribir (sic) bobadas sobre la defensa de la democracia (...). Además, sé lo que ocurre y ha ocurrido en el bando republicano durante los últimos meses, a saber, que se está imponiendo el fascismo a los trabajadores españoles so pretexto de oponerse a él; y que desde mayo se ha impuesto un régimen de terror y las cárceles y cualquier lugar utilizable como cárcel se llenan con presos que no sólo van a parar allí sin juicio previo sino que se mueren de hambre y reciben golpes e injurias. Me atrevería a decir que también usted está al tanto, aunque Dios sabe que cualquiera capaz de escribir lo que hay al dorso tiene que ser tan idiota como para creer cualquier cosa, incluso las noticias sobre la guerra que publica el Daily Worker. Pero lo más probable es que usted —o quienquiera que sea el que anda enviándome esto— tenga dinero y esté bien informada; así que sin duda sabe algo de la historia interna de la guerra y que defiende deliberadamente el tinglado de la ‘democracia’ (es decir, el capitalismo) para contribuir a aplastar a la clase obrera española y de este modo defender indirectamente los apestosos beneficios que usted obtiene. (…) Por cierto, dígale al mariquita de su amigo Spender [5] que guardo muestras de sus versos heroicos sobre la guerra, y que cuando se muera de vergüenza por haberlos escrito, como se están muriendo ahora los que escribieron propaganda bélica en la Gran Guerra, se los pasaré por la cara.” [6]

¿Qué pasó entre aquél joven idealista que fervientemente creía en un socialismo democrático que hiciera que los trabajadores vivieran en condiciones más dignas? ¿Dónde queda la defensa de un equitativo igualitarismo para la obtención de una mejor sociedad? Es evidente que todo lo que tuvo que vivir, incluida la pena de muerte desde sus propias filas contra él, influyó notablemente. También es cierto que el prematuro idealismo se trastocó en ácida crítica al stalinismo. Creía en un socialismo democrático, pero la mayoría de los grupos más intransigentes (PSUC, PCE…) no creían sino en la “dictadura del proletariado” conseguida, a entender de los mencionados, únicamente en la URSS.

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Por tanto, los dictados que de ésta recibían eran obedecidos como si de revelaciones cuasi religiosas fueran. Ya para nadie es un secreto el hecho de que dictadores como Stalin, Hitler o Mussolini jugaron su peculiar juego de ajedrez en la guerra civil española. En el caso de Stalin se sumaba al prestigio internacional de su férrea dictadura el hecho de la sistemática aniquilación física de todo lo que oliera a oposición [7]. Sucesos como los acaecidos en Barcelona y narrados por Orwell en Homenaje a Cataluña no son sino una muestra de ello. Valgan estas líneas como homenaje a un hombre que actuó y luchó por unos ideales que vio traicionados y que denunció, en parte, con igual vehemencia que cuando los defendió. En su denuncia, no podemos dejar pasar la oportunidad de mencionar su profética obra 1984, publicada en 1949, en la que siguiendo la tradición de las utopías políticas describe una sociedad futura totalitaria y burocrática. Es el grito de advertencia de aquel que vio muy de cerca el crecimiento, a lo largo del siglo, del poder del Estado y de su violencia estructural. El libro fue prohibido en la URSS. Afortunadamente Orwell traspasó la terrible experiencia personal que al principio él mismo indicaba, para poder ejercer sus denuncias sobre los terribles sucesos de asesinatos y enfrentamientos intestinos en el bando republicano en la guerra civil española. Esto le llevaría a luchar frontalmente contra la dictadura estalinista y a revisar algunas actitudes iniciales ingenuas, amén de poder permitirse el lujo, precisamente desde su experiencia personal, de dar un aviso a navegantes sobre el poder hipnótico del totalitarismo.

¿DE VUELTA DE SIRACUSA? Las primeras referencias a teorías a las que se acogerían a posteriori los ideólogos nacionalsocialistas germanos, parten de lecturas (casi siempre sesgadas y tergiversadas) de autores como Herder, que tanta importancia dio desde el romanticismo alemán al concepto de lengua y patria (hacer patria de la lengua sería la consecuencia creando así una clara conciencia nacionalista), como Schlegel, también desde el romanticismo

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orientalista, responsable de las “fantasías entusiastas sobre la sabiduría antigua de los arios y sobre la edad de oro del Veda” [8]. Ideas que con el paso de los años siguieron manteniendo su eco y que se sumarían a las de Nietzsche. En este contexto, nos centramos en la importante figura de Martin Heidegger. Es Mark Lilla [9] quien niega la extendida idea de que en realidad, y a pesar de su filiación al partido nazi, el pensador alemán no había sido antisemita. Incluso no son pocos los que han creído ver en su romance con la filósofa y politóloga Hannah Arendt, judía alemana, un claro reflejo de lo anterior. Pero es en una carta de 1929, que esgrime el propio Mark Lilla, en la que Heidegger afirma que los alemanes necesitaban más académicos enraizados en la “tierra” y se quejaba de la “judaización” de la vida intelectual. [10] Es de sumo interés lo que Lilla afirma en su obra: “Heidegger nunca dejó de describir al hombre moderno como quien vive al borde del precipicio, obligado a caer en el olvido absoluto del Ser o en un nuevo ‘mundo’ en el que el sentido del Ser pueda ser otra vez desvelado; el hombre moderno debe moverse o será impulsado por alguna fuerza histórica más poderosa que él.” En sus manuscritos del decenio de 1930 a los que hacer referencia Lilla, da una gran importancia a la “preparación para la llegada del último dios”. Justamente en esos manuscritos, hallamos —según Lilla— “desdeñosas referencias a la ciega autoafirmación de los nazis y a sus débiles intentos de construir una filosofía popular, aunque Heidegger únicamente parece intentar hacerlo mejor que los nazis”. Si bien Heidegger reconoce que no hay ningún pueblo que pueda fundar una filosofía, subraya que “la filosofía de un pueblo es lo que lo transforma en el pueblo de una filosofía”. En consecuencia, se pregunta Lilla: “¿Apuntaba la suya a generar exactamente esto?” [11] Desde luego no fue escaso el componente soberbio y vanidoso del pensador germano. Es su otrora amigo Karl Jaspers quien le responde acerca de la esperanza de Heidegger acerca de un advenimiento:

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“Mi horror aumentó cuando leí esto; hasta donde soy capaz de comprenderlo, se trata solo de pura ensoñación, como toda esa que —siempre en el momento histórico “correcto”— nos engañó durante los últimos quince años. ¿Usted realmente quiere proponerse como profeta que nos revela lo sobrenatural venido de fuentes ocultas, como filósofo que se deja alejar de la realidad?” [12]

Freud teorizó extensamente sobre los dañinos problemas que dicho alejamiento de la realidad puede provocar a la persona. Por su parte, Heidegger nunca contestó a la misiva de Jaspers. Lilla se hace eco de la ingeniosa ironía de un compañero de universidad cuando Heidegger volvía de su experiencia como rector del régimen nazi: “¿De vuelta de Siracusa?”, le espetó. La referencia, obviamente, nos hace volver de nuevo la mirada hacia el viejo Platón, sus tres expediciones a Sicilia y su intento de instruir al joven tirano Dionisio siguiendo su utopía del ‘filósofo-rey’. ¿Tal vez jugó a eso Heidegger, queriendo inspirar a uno de los peores tiranos del pasado siglo? ¿Un nuevo ‘filósofo-rey’ que tuviera en él a un predicador de la nueva unión entre filosofía y pueblo? ¿Sería él, a pesar de que terminara mal con sus conmilitones nazis, el nuevo instructor y portavoz del tirano? Quizás, además de la propia Hannah Arendt, fuesen las conmovedoras palabras, otra vez, del traicionado Karl Jaspers, que veía hechizado intelectualmente a su antiguo amigo por uno de los peores dictadores de la Historia. quienes nos den la respuesta: “¡Yo le imploro, si alguna vez compartimos algo que podríamos llamar impulsos filosóficos, que asuma la responsabilidad de su propio don! ¡Póngalo al servicio de la razón, de la realidad, del valor y las posibilidades del ser humano, en lugar de ponerlo al servicio de la magia!” [13]

FRANCIA CONDESCENDIENTE Uno de los países donde influyeron de manera contundente las diferentes corrientes totalitarias fue Francia. Ya en la II Guerra Mundial, durante el régimen de Vichy,

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destacó Drieu de la Rochelle, amigo personal y enemigo intelectual de André Malraux. Malraux también participó como aviador en la guerra civil española y, en la biografía de Jean Lacouture, se llega a afirmar que si hubiera aterrizado en Barcelona en julio de 1936, es posible que las circunstancias hubieran hecho que adoptara la causa del mencionado POUM, como Orwell, rompiendo desde esa época con Moscú y sus amigos [14]. Posteriormente, ya en la II Guerra Mundial, Malraux pudo comprobar personalmente hasta dónde llegaban las infiltraciones del Partido Comunista en la incipiente Resistencia en la que tomaba parte. Lacouture se hace de ello eco exponiendo un extracto de las Antimemorias, con el apunte recordatorio de que la historia tiene el valor de un espécimen como él, que tanto uso hizo del mito [15]: “Seis meses antes almorcé clandestinamente en provincias, en una tasca cómplice, con cuatro delegados no comunistas cuyos Movimientos iban a formar las Fuerzas francesas del Interior. Una vez fijado el trabajo —sin obstáculos— habíamos discutido sobre la futura autonomía de la Resistencia, y luego nos separamos. Yo iba andando al lado del delegado de París, bajo la lluvia, en la calle de la Estación provincial. Habíamos combatido algo juntos. Dijo, sin mirarme: ‘He leído sus libros. Sepa usted que, a escala nacional, los Movimientos de la Resistencia están totalmente infiltrados por el Partido Comunista (colocó su mano en mi hombro, me miró y se separó) al que pertenezco desde hace diecisiete años.” [16]

Realmente Malraux se hallaba “invadido por el sentimiento de ser el juguete de fuerzas oscuras y humillantes, viviendo, en un desapego constante de un mundo de apariencias”, y, prosigue Lacouture, “fue uno de los hombres más perfectamente desesperados de su tiempo, más aún que Drieu de la Rochelle, quien intentó hallar una razón de vivir en la aventura del fascismo.” [17] No obstante, es importante hacer notar la curiosa relación de este fascista convencido y aventurero, Drieu de la Rochelle, y el propio Malraux, todavía pro-comunista. En ellos se ven reflejadas algunas similitudes ideológicas (Drieu de la Rochelle antes de su suicidio se declaró finalmente stalinista) de las dos corriente totalitarias del siglo XX.

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Ello no fue óbice para que siguieran sintiéndose enemigos de barricada: “Si le enfrentara en una batalla, tendría que disparar contra él y quizá no tendría derecho a impedir que le fusilaran, como prisionero, en circunstancias extremas. Si no pensara así — dijo Drieu— no tomaría a Malraux en serio, sería un insulto para él.” [18] Sin embargo, el 8 de mayo de 1943 indica el fascista francés haber visto a un Malraux “que ya no cree en nada, que niega la fuerza rusa, piensa que el mundo no tiene ningún sentido y va hacia lo más sórdido: la solución americana. Porque él mismo renunció a ser algo para no ser más que un literato”. Cuatro meses después anota que Malraux “totalmente destituido desde que ya no está en el bolchevismo, vive en el campo (...) y escribe una vida de Lawrence, sin duda para justificar su deserción del comunismo y su neutralidad gaullistoide.” [19] Definitivamente Drieu de la Rochelle prefería otro totalitarismo para su amigo que la “sórdida” solución americana. Algo, cuando menos, indicativo. Curiosa relación de dos hombres, dos totalitarismos, salvado al menos Malraux en última instancia en su deriva patriótico-gaullista que incluso le llevara a ser Ministro de Cultura en la Francia del famoso mayo de 1968. [20] Pero el final se acercaba. El final ideológico y vital: el suicidio de Drieu de la Rochelle lo atestiguó. A principios de marzo de 1945, en un segundo intento, se suicida y nombra albacea de sus voluntades últimas al propio Malraux, asunto que realmente llevó con escrupulosa responsabilidad. También Foucault es otro referente —al igual, cómo no, de Jean-Paul Sartre, que se decantó por todos los movimientos terroristas de corte revolucionaria en los denominados “años de plomo” de los ‘70— llevando su “nietzschianismo” al extremo. Mark Lilla le acusa de que tanto su vida como su obra, “intoxicado por el ejemplo de Nietzsche y en lucha con sus demonios interiores, los proyecta hacia la esfera de la política sin tener el menor interés en ella ni aceptar la más mínima responsabilidad” a pesar de que sea estudiado aún hoy en la universidad con un programa político coherente y como un “hombre comprometido”. [21]

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Se hace realmente difícil tal consideración, a pesar de la rectificación que realizara después de apoyar impulsivamente al régimen iraní de los ayatolás. De todos modos, declaraciones en un célebre debate [22] como la que sigue, reflejan de nuevo ese hipnótico poder del totalitarismo sobre “hombres comprometidos” en aras del universal platónico “Pueblo”: “Hay que empezar con la justicia popular, con actos de justicia por el pueblo, y después preguntarse qué lugar puede tener un tribunal en todo esto. (…) La tarea del Estado debía ser educar a las masas mismas, para que lleguen a decir de hecho, no podemos matar a este hombre o de hecho, debemos matarlo.” [23]

Una definición de “justicia popular” seguida a pies juntillas por no pocos comunistas del pasado siglo. En la URSS estaliniana, dicha justicia se convirtió —y se justificó por multitud de “intelectuales”— en leyes como la reflejada en el decreto soviético de 7 de abril de 1935, por el que desde los doce años, los niños quedaban sometidos a “todas las medidas penales”, comprendida, por supuesto, la pena de muerte. [24] Asunto que nos hace recordar Archipiélago Gulag, imprescindible libro para el tema que aquí nos concierne, de Alexsandr Solzhenitsyn. La referencia es lo que abiertamente se explicaba en el periódico El terror Rojo del 1 de noviembre de 1918: “No estamos en guerra con individuos aislados. Exterminamos a la burguesía como clase. No busquéis durante la instrucción judicial ni materiales ni pruebas de que el acusado haya actuado de obra o de palabra contra los soviets. La primera pregunta que debéis formularle es a qué clase pertenece, cuál es su origen, su educación, sus estudios o su profesión. Estas preguntas son las que deberán determinar la suerte del acusado. Éste es el sentido y la esencia del terror rojo” [25]. Acaso ésta fuera la “educación” de las masas a las cuales aludía el propio Foucault. Es digno de mención, al hilo del caso francés, la obra del ensayista Antony Beevor junto con Artemis Cooper París. Después de la liberación: 1944-1949. El capítulo dedicado al “Apogeo de Saint-Germain-des-Prés” [26] narra las diferentes circunstancias en que se vieron envueltos los intelectuales franceses con respecto a la emergente y totalitaria

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ideología con el que algunos condescendieron e, incluso, participaron activamente: el comunismo. Con respecto a cierta condescendencia, cuando no total afinidad, entre las dos ideologías en que nos centramos, también hay que mencionar las referencias históricas que Gabriel Albiac hace en su Desde la incertidumbre de, por ejemplo, personajes como Doriot, a la sazón destacado dirigente comunista francés que junto con Thorez es llamado a Moscú. El segundo obedece religiosamente. El primero, Doriot, se niega. Teme represalias de Stalin y secuaces llamando a su puerta. Así, Doriot junto a sus bases del PCF en su feudo rojo de Saint-Denis, formará el gran partido fascista de Francia: el Parti Populaire Français [27]. El resto es la delirante deriva judeófoba (como atinadamente nos invita a decir el filósofo francés Pierre-André Taguieff) de dicho personaje. De él asegura Albiac, por boca de Brasillach, que “transplantó a su partido los métodos comunistas y la organización en células.” [28]

A MODO DE CONCLUSIÓN Bien pudiera decirse que aquí ni están todos los que son ni son todos los que están, pero el presente trabajo no es sino la introducción a un mundo que creemos interesante y muy revelador investigar. No sólo Mark Lilla, Gabriel Albiac, Antony Beevor o Hannah Arendt, se han dedicado a indagar en la siempre turbulenta relación con el totalitarismo directa o colateralmente. Se trata de un esfuerzo investigador que no tiene fin. Tal vez sea Martin Amis quien, a modo conclusivo, nos dé una respuesta en su imaginada y lúcida conversación con su difunto padre: “(…) Tenías una ideología y yo no. En fin, creías, y creíste en el comunismo soviético durante quince años. No había (...) ninguna explicación racional para que fuera así. Pero puedo darte algunas buenas excusas: culpabilidad de clase media; ‘una dispersa insatisfacción porque las cosas sean como son’ (como tú mismo dijiste) o un odio fuera de lo común a la situación en general; un deseo de escandalizar el conservadurismo parental, o paterno; y

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la sensación, no del todo equivocada, de que te estabas involucrando directamente en los asuntos del mundo (...) Pero no quiero echarte en cara tu credulidad: no eras el único que creía en ello.” [29]

Quizás ahí radican algunos de los motivos por los que multitud de intelectuales del siglo XX se vieran inducidos a realizar su demencial viaje a Siracusa. Para bastantes de ellos, por fortuna, el viaje tenía billete de vuelta.

Iñaki Oneca Agurruza

NOTAS Y REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS [1]: Pipes, Richard (2002): Historia del comunismo, Mondadori, Barcelona, pp. 15-16. [2]: Orwell en España. Homenaje a Cataluña y otros escritos sobre la guerra civil española. Edición de Peter Davison, Tusquets Editores, 2003. “Carta de George Orwell a Víctor Gollancz [extracto], 1 de mayo de 1937”, p. 52. [3]: Ibíd., p. 35. [4]: Ibíd., nota 5 del Cáp.: “Testigo en Barcelona”, p. 281. (Remito, además, al lector a las nuevas y documentadas revelaciones que sobre la muerte de Andreu Nin a manos de agentes directos de Stalin, como Orlov, vienen reflejadas en el libro En busca de Andreu Nin. Vida y muerte de un mito silenciado de la Guerra Civil, de José María Zavala, con prólogo de Stanley G. Payne, Mondadori, Barcelona, 2005.) [5]: Ibíd., nota 2, p. 293: “Stephen Spender (1909-1995), poeta, novelista, dramaturgo, crítico y traductor. Dirigió Horizon con C. Connolly de 1940 a 1941, y entre 1953 y 1965 fue coeditor de Encounter, en cuyo comité editorial permaneció hasta 1967, año en que se supo que parte del dinero del lanzamiento de la revista había salido de la CIA americana. Orwell ponía a Spender entre los bolcheviques de salón y ‘famosos de moda’ a los que daba un varapalo de vez en cuando, véase Crick, p. 351. Luego se

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hicieron amigos y el 15 (¿) de abril de 1938 Orwell le explicó por escrito que cuando se conocieron cambió la opinión que tenía de él.” [6]: Ibíd., p. 292. [7]: Probablemente contradiciendo la tesis de Marx y Engels al final de El manifiesto del partido comunista: “Los comunistas consideran indigno ocultar sus puntos de vista e intenciones”. Bien, no pocos comunistas españoles perecieron, precisamente, por ejercer dicha premisa, curiosamente a manos de compañeros comunistas que consideraron sus puntos de vista como traidores y “social-fascistas”. Recordemos las descabelladas acusaciones de los partidos estalinianos a través de su maquinaria propagandística de un pacto secreto de Trotsky con Hitler. Utilizo en el presente trabajo el Manifiesto del partido comunista, Marx y Engels, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2000, p. 93. [8]: Román López, María Teresa (2004): Sabidurías orientales de la antigüedad, Alianza Editorial, Madrid, p. 63. [9]: Lilla, Mark (2004): Pensadores temerarios, Editorial Debate, Barcelona. [10]: Ibíd., p. 56, nota 10. [11]: Ibíd., p. 45. [12]: Ibíd., p. 49. [13]: Ibíd., p. 57. [14]: Lacouture, Jean (1992): André Malraux. Biografía Jean Lacouture. Edicions Alfons el Magnànim, IVEI, p. 388. [15]: Ibíd., p. 388, nota 4. [16]: Ibíd., p. 388. Tomado Antimémoires, pp. 118-119. [17]: Ibíd., p. 399. [18]: Ibíd., p. 400. [19]: Ibíd., p. 401. Tomado de “Reveu des lettres modernes”, en “Malraux y Drieu de la Rochelle”, noviembre de 1972, p. 90. [20] : Remito aquí al lector al libro Mayo del 68. Una educación sentimental, de Gabriel Albiac (1993), Temas de Hoy. En especial al Cáp. 1: “Atardece en el Palais-Royal”, p. 29 y ss. en las que Malraux aparece como protagonista en tan turbulenta época no sólo en Francia, sino en todo el mundo. [21]: Lilla [cit. en nota 9], 2004, p.139. [22]: Ibíd., p. 134: “Foucault, que en aquel entonces era profesor del Collège de France, lo superó en un célebre debate en el que presentó toda la formalidad judicial como una trampa de la burguesía planeada para disuadir al pueblo de la venganza.” 13

[23]: Ibíd. [24]: Amis, Martin (2004): Koba el Temible, Anagrama, Barcelona, p. 16. [25]: Solzhenitsyn, Alexandr (ed. De 2002): Archipiélago Gulag (1918-1956), Tusquets Editores, p. 52. [26]: Beever, Antony & Cooper, Artemis (2003): París. Después de la liberación: 1944-1949, Crítica, Barcelona, Cáp. 25, p. 274 y ss. [27]: Albiac, Gabriel (2000): Desde la incertidumbre. Pasado lo político (pensar contra la izquierda y la derecha), Plaza & Janés, Barcelona, pp.144-145. [28]: Ibíd., p. 145. [29]: Amis [cit. En nota 24] 2004, pp.286-287.

Resumen El presente ensayo estudia la relación de los principales totalitarismos del siglo XX con el recorrido vital e intelectual de varios filósofos y escritores en distintos países y contextos. Se trata de analizar las circunstancias de esos “intelectuales” con respecto a la vinculación que mantuvieron con las doctrinas totalitarias. Palabras clave Comunismo, fascismo, nacional-socialismo, totalitarismos, intelectual. Abstract The present essay studies the relation of the principal totalitarianisms of the XXth century with the vital and intellectual tour of several philosophers and writers in different countries and contexts. It is a question of analyzing the circumstances of these “intellectuals” with regard to the entail that they supported with the totalitarian doctrines. Key words Communism, fascism, national-socialism, totalitarianisms, intellectual.

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