Revista Intercontinental de Psicología y Educación ISSN: 0187-7690
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García Gómez, Leonor Alejandra; Mendoza Menéndez, Cinthia Gabriela; Olivares Arizavalo, Kandy; García Pacheco, Marisela; García Montañez, Maritza Verónica Descripción de funciones neuropsicológicas y de inteligencia en chicos en conflicto con la ley relacionados con bullying Revista Intercontinental de Psicología y Educación, vol. 17, núm. 2, julio-diciembre, 2015, pp. 39-62 Universidad Intercontinental Distrito Federal, México
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Descripción de funciones neuropsicológicas y de inteligencia en chicos en conflicto con la ley relacionados con bullying Leonor Alejandra García Gómez, Cinthia Gabriela Mendoza Menéndez, Kandy Olivares Arizavalo, Marisela García Pacheco y Maritza Verónica García Montañez
R esumen
Abstract
El maltrato o intimidación entre pares es un fenómeno que puede confluir con factores de riesgo para la conducta delictiva en adolescentes, quienes generalmente viven en entornos sociales hostiles y que han ejercido dicho maltrato, por lo cual existe una correlación con la transgresión a la ley, con el ausentismo escolar y con el bajo desempeño académico. Se ha planteado que existen alteraciones neuropsicológicas que
Bullying or peer intimidation is a phenomenon that can merge with risk factors for criminal behavior in adolescents, who generally live in hostile social environments, and who have made such abuse, therefore a correlation with the transgression of the law, student absenteeism and poor academic performance exist. It has been suggested that there are neuropsychological changes that underlie these problems. The aim of
LEONOR ALEJANDRA GARCÍA GÓMEZ, CINTHIA GABRIELA MENDOZA MENÉNDEZ, KANDY OLIVARES ARIZAVALO Y MARITZA VERÓNICA GARCÍA MONTAÑEZ. Laboratorio de Neurociencias, Universidad Intercontinental, México. Contacto [
[email protected]]. MARISELA GARCÍA PACHECO. Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, México. Se agradece la participación solidaria de Ricardo Gutiérrez Mejía, Técnico del Laboratorio. Revista Intercontinental de Psicología y Educación, vol. 17, núm. 2, julio-diciembre 2015, pp. 39-62. Fecha de recepción: 7 de septiembre (junio) de 2015 | Fecha de aceptación: 26 de noviembre de 2015.
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subyacen a estos problemas. El objetivo del presente estudio fue evaluar el funcionamiento neuropsicológico y el coeficiente intelectual de 92 adolescentes, de entre 615 entrevistados, en conflicto con la ley, que aceptaron haber ejercido maltrato entre sus pares en diferentes etapas de su vida. Se encontró que 57% no presenta alteraciones neuropsicológicas; en cambio, 69% obtuvo un desempeño deficiente en la prueba de inteligencia. Estos hallazgos refuerzan estudios similares, y son otro antecedente para continuar indagando sobre el funcionamiento cognitivo y la psicodinamia de la conducta delictiva. PALABRAS CLAVE intimidación entre pares, bullying, adolescentes en conflicto con la ley
this study was to assess neuropsychological functioning and IQ of 92 adolescents, among 615 respondents, in conflict with the law who agreed to have made bullying to their peers in different stages of their lives. It was found that 57% of them have no neuropsychological disorders; however, 69% obtained a poor performance in the intelligence test. These findings support similar studies and represent other antecedent to continue researching for cognitive functioning and psychodynamics of criminal behavior. K EYWORDS peer abuse, bullying, adolescents in conflict with the law
C
omo lo describe Olweus (1993), un estudiante es intimidado cuando está expuesto, en repetidas ocasiones y con el tiempo, a acciones negativas por parte de uno o más estudiantes. Acción negativa se entiende cuando una persona inflige de manera intencional lesiones o molestias a otra mediante contacto físico, palabras y demás (Olweus, 1993). Este proceso fue designado como bullying (Olweus, 1993, 1999); al ser una palabra inglesa sin traducción literal al español, y que no sólo se presenta en las escuelas, en México se traduce como maltrato o intimidación entre pares (MEP). De hecho, también existe MEP entre hermanos (Menesini, Camodeca y Nocentini, 2010). Los actores del bullying son quien maltrata o intimida, quien recibe ese maltrato u hostigamiento y quien observa dichas conductas. De acuerdo con Voors (2000), no es conveniente etiquetar de victimario, víctima y
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testigo a estos actores, porque al etiquetar a un individuo, lo confinamos a ese comportamiento en vez de ayudarlo. Por lo anterior, la forma de distinguirlos en este escrito será quien ejerce, quien recibe o blanco del maltrato y quien observa. El MEP se presenta en forma física, verbal o relacional. La física implica golpes, patadas, entre otras. La verbal se presenta como apodos crueles, bromas pesadas, insultos, y semejantes. La relacional es la típica ley del hielo u ostracismo (Ortega, 2010). Entre los factores de riesgo para que se presente el MEP, se encuentran el género, la preferencia sexual (Voors, 2000; Blais, Gervais y Hébert, 2014), la ansiedad y la depresión (Yen et al., 2014), la baja autoestima (Blais, Gervais y Hébert, 2014), el ser adolescente (Olweus, 1993), la personalidad agresiva y la tendencia hacia la violencia (Olweus, 1993). Asimismo, los jóvenes que reciben el maltrato y las intimidaciones tienden a ser impopulares, a tener dificultades para hacer amigos fácilmente, a estar marginados o desatendidos por parte de sus compañeros y a estar a solas o tener pocos amigos. No obstante, parece que esto mismo ocurre en el caso de los que ejercen el maltrato (Eslea et al., 2003; Nansel et al., 2001). Otras características asociadas a recibir maltrato son la religión que se profese, las características físicas como alguna discapacidad, un rasgo biológico, la raza o el color de la piel (Elliot, 2008). Se ha visto que los agresores tienen un éxito escolar significativamente inferior (Nansel et al., 2001) y se perciben como menos eficientes académicamente (Andreou, 2004). Los que ejercen el maltrato suelen presentar baja empatía afectiva, además de puntuar alto en las tres dimensiones de la psicopatía infantil (Farrington, 2005). La impulsividad, los problemas de atención, la baja inteligencia y el escaso éxito podrían estar relacionados con el déficit en las funciones ejecutivas del cerebro y con déficit neurológico, que a su vez estaría asociado al comportamiento antisocial y a la violencia juvenil (Morgan y Lilienfeld, 2000; Seguin et al., 1999). Entre los factores de riesgo sociales, se encuentran la pobreza en la zona, la existencia de clanes y pandillas en el vecindario, las altas tasas de crimen y la disponibilidad de drogas y las armas (Pinheiro, 2006). Los
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modelos familiares violentos pueden generar que el niño o adolescente aprenda a que el uso de la violencia es eficaz para alcanzar sus objetivos y que sienta que es una característica o herramienta esencial de su persona. Por otro lado, las experiencias de disciplina severa pueden provocar que los niños desarrollen una visión del mundo como un lugar hostil y peligroso y, en consecuencia, imprimir agresión en su conducta o interpretar el comportamiento de otros como agresivo cuando no lo es (Schwartz, 2000). Inteligencia y conducta agresiva Uno de los intereses del presente estudio es conocer si la conducta agresiva o delictiva tiene o no alguna relación con el nivel de inteligencia que poseen los individuos. Establecer el significado de inteligencia es complejo, debido a que en sus diferentes definiciones contempla muchos aspectos, y en algunos de ellos permean aspectos culturales que no pueden generalizarse a toda población. Existen diversas pruebas que utilizan el coeficiente intelectual (CI) como medida de inteligencia. Una de ellas es la Terman Merrill, la cual considera los siguientes dominios: información, juicio, vocabulario, síntesis, concentración, análisis, abstracción, planeación, organización y atención. La mayoría de las pruebas de inteligencia evalúan con tareas similares a las que se enseñan en la educación escolarizada. Aquellos individuos que recibieron poca o nula instrucción escolar se encuentran en desventaja al contestar estas pruebas. Existe evidencia que sugiere que la inteligencia y las funciones ejecutivas están íntimamente relacionadas con el cometer delitos (Moffitt, 1993; Morgan y Lilienfeld, 2000). Estudios de diversas poblaciones culturales coinciden en que los hombres violentos tienen coeficientes intelectuales por debajo de lo normal (Moffitt, 1993; Séguin, et al., 1999). Los grupos de personas antisociales tienen aproximadamente ocho puntos menos en pruebas de inteligencia que los grupos no antisociales (Heilbrun, 1979; Heilbrun y Heilbrun, 1985; Henry y Moffitt, 1997), aunque las razones de esta diferencia no están claras.
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Neuropsicología de la conducta agresiva Se sabe que existen zonas cerebrales asociadas a la conducta agresiva y violenta, algunas son la amígdala y el lóbulo frontal (Ostrosky, 2008; Calzada, A., 2007; Davidson, Putnam y Larson, 2000). Se ha descrito el funcionamiento neuropsicológico en adultos que presentan conducta antisocial, el cual muestra defectos en el funcionamiento ejecutivo. En particular, el control de impulsos se relaciona con la incidencia de conductas agresivas y delictivas. También se ha especificado que las personas con conductas antisociales fallan principalmente en tareas que implican actividad de la corteza prefontal dorsolateral (Ardila y Ostrosky, 2000). No existen estudios neuropsicológicos que tomen como parámetro de conducta agresiva el maltrato entre pares, cuando este comportamiento es un predictor importante. Debido a lo anterior, el objetivo de este trabajo fue evaluar y describir el funcionamiento neuropsicológico y el coeficiente intelectual de adolescentes en conflicto con la ley en internamiento, que se hayan reconocido a sí mismos como quienes ejercen o ejercían la intimidación (bullying) en su ambiente. Método PARTICIPANTES Los participantes del estudio fueron 654 adolescentes (22 mujeres y 632 hombres) en conflicto con la ley de entre 14 y 22 años, que se encontraban en las siguientes comunidades terapéuticas para adolescentes del Distrito Federal: Comunidad para el Desarrollo de Adolescentes (CDA), Comunidad de Diagnóstico Integral para Adolescentes (CDIA), Comunidad Especializada para Adolescentes Doctor Alfonso Quiroz Cuarón (CEA-QC), Comunidad para Mujeres (CM), Comunidad Externa de Atención para Adolescentes (CEAA). La razón por la cual algunos adolescentes siguen internados después de los 18 años es que recibieron la sentencia poco antes de cumplir la mayoría de edad.
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PROCEDIMIENTO Con el objeto de encontrar a aquellos que se reconocían como maltratadores desde la infancia, se elaboró el Cuestionarios de Detección de Maltrato entre Adolescentes (CDMA), el cual se aplicó en grupo a los participantes que otorgaron su consentimiento informado de manera oral; el criterio de selección fue de seis o más formas de maltrato (insultos, golpes, exclusión, amenazas, maltrato por la red, maltrato sexual, burlas, apodos, entre otros) tanto en su antiguo entorno como dentro de la comunidad, para obtener la muestra de aquellos que se reconocían a sí mismos como maltratadores y evaluarlos neuropsicológicamente. Este instrumento se elaboró en específico para identificar cuántos se consideraban a sí mismos como intimidadores. A quienes se reconocieron como intimidadores se les aplicó posteriormente la evaluación Neuropsi y la prueba de Terman-Merril de forma individual. INSTRUMENTOS El Cuestionario de Detección de Maltrato entre Adolescentes (CDMA) (García Montañez, García Gómez, Mendoza Menéndez y Olivares Arizabalo, 2012), basado en el Cuestionario sobre las Relaciones de Maltrato e Intimidación entre Compañeros (CURMIC) (García Montañez y Giangiacomo Bolzán, 2008), que mide la frecuencia y la forma de maltrato o intimidación que el chico ha ejercido en su ámbito escolar, vecinal, familiar, entre otros, o que ejerce en la comunidad de tratamiento en la que se encuentra. Es una prueba que mide el maltrato de los tres actores: quien recibe, quien ejerce y quien observa el maltrato. Consta de cinco reactivos: el primero explora si el participante maltrató, lo maltrataron u observó el maltrato, desde el jardín de niños hasta el bachillerato o hasta la actualidad (R1 a R5, R6 a R10, R11 a R15); el segundo explora de qué manera molestaba, lo molestaban u observaba la intimidación antes de estar en la comunidad (insultos, golpes, exclusión, amenazas, armas, robo, por internet, sexual, burlas y apodos) (R16 a R26, R27 a R37, R38 a R48); el tercero examina
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lo mismo que el segundo, pero en la actualidad (R49 a R59, R60 a R70 y R71 a R80); el cuarto y el quinto corresponden a preguntas abiertas sobre cómo creen que puede detenerse o disminuirse el maltrato, y si éste se vincula a la adicción de drogas. Por ser la primera aplicación de este cuestionario, la confiabilidad se obtuvo al medir el α de Cronbach, que dio como resultado 0.80. La evaluación Neuropsi (Ostroski, Ardila y Rosselli, 1994), que representa una batería neuropsicológica breve que explora nueve áreas: orientación, atención/ concentración, lenguaje, memoria, funciones ejecutivas, procesamiento visoespacial, lectura, escritura y cálculo. Se obtiene un gradiente de severidad del daño cognoscitivo con un rango de funcionamiento que incluye normal y leve, trastornos moderados y graves, que distinguen a sujetos normales de pacientes con demencia, accidentes cerebrovasculares, daño hemisférico cerebral derecho e izquierdo y traumatismo craneoencefálico. La confiabilidad global test-retest de la Neuropsi es de 0.87, lo que indica que las respuestas y los errores son muy estables. La prueba de medición de inteligencia de Terman Merril (1976), que evalúa la inteligencia a partir de diez series: información, juicio, vocabulario, síntesis, concentración, análisis, abstracción, planeación, organización y atención. Surge a partir de la Teoría Bifactorial de Spearman y la prueba de Stanford-Binet. Cuenta con normalización en coeficiente intelectual (CI), de desviación con población general mexicana por parte del Instituto Mexicano de Evaluación en Conducta (IMEC) y un coeficiente de confiabilidad = 0.95. TRATAMIENTOS Se asistió a las diferentes comunidades con autorización de los directores, se platicó con los adolescentes y se les solicitó que contestaran el CDMA con el objetivo de realizar una investigación para conocer quiénes se reconocían como intimidadores desde pequeños o en la actualidad.
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Después de obtener los resultados, se pidió a los 92 adolescentes que se reconocieron como maltratadores que contestaran la evaluación Neuropsi y la prueba de Terman Merril, con el objeto de conocer si existía alguna relación entre su comportamiento y los resultados obtenidos en los cuestionarios. Los 92 participantes aceptaron contestar los instrumentos. Se les dio tiempo libre para responder. Realizaron la encuesta en el patio o en el comedor de su comunidad, siempre frente a una investigadora. Análisis estadístico 1) La confiabilidad del CDMA su obtuvo al medir el α de Cronbach. 2) Se realizó un análisis de frecuencias para evaluar el comportamiento agresivo, el desempeño neuropsicológico y el coeficiente intelectual. 3) Se estudió la posible correlación de los resultados de la evaluación Neuropsi y la prueba de Terman-Merril con el CDMA, mediante una asociación lineal y un análisis de dispersión de los datos. Resultados Este instrumento se aplicó a todos los participantes de las comunidades, de los cuales 92 resultaron ser sujetos que ejercieron y que ejercían intimidación en su antiguo ambiente familiar o social, o al momento que se encontraban en la comunidad. A continuación se muestra el número de participantes por comunidad y los años de escolaridad que cursaron, expresados en porcentaje (tabla 1). Como puede observarse, el comportamiento de maltrato que los participantes reconocen en su antiguo entorno, es decir, antes de estar en la comunidad de tratamiento correspondiente, en función del mayor puntaje crudo del CDMA, es ser quienes reciben, ejercen y observan el maltrato al mismo tiempo (AVT = 189); seguido por quienes consideran que ejercen el maltrato (A). Los símbolos de los distintos papeles que desempeñan son A = agresor, V = víctima, T = testigo, AV = agresor y víctima, AT = agresor y testigo, VT = víctima y testigo, AVT = agresor, víctima y testigo.
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Tabla 1. Datos demográficos por comunidad, en cuanto al número de participantes y los años de escolaridad expresados en porcentaje. Comunidad*
Número de participantes
Años de escolaridad (%) 1 a 4 años
10 a 24 años
5 a 9 años
cda
21
4.8
23.8
71.4
cdia
25
4
20
76
ceaa
7
0
28.6
71.4
cm
22
4.5
22.7
72.7
cea- qc
17
0
35.3
64.7
Es importante señalar que aunque los participantes fueron 92, los valores de las barras en los histogramas pueden ser números mayores, porque cada participante puede escoger como respuesta una o más opciones. Por ejemplo, un individuo puede ser maltratado mediante burlas, amenazas y golpes; en este caso, se contabiliza como tres formas de maltrato. El papel no cambia al estar internado en la comunidad, pues continúa siendo mayor el puntaje crudo del CDMA para quien ejerce, recibe y observa la intimidación (AVT = 165), seguido en esta situación por quienes observan el maltrato (T = 95), luego por quienes reciben y observan el maltrato (VT = 72) (gráfica 1). En cuanto a los resultados obtenidos del coeficiente de inteligencia, 68.75% de los adolescentes que contestaron la prueba se encuentran por debajo del CI normal en función de su edad y género. Sólo 16.25% caen dentro de la calificación de normal y 15% como superior. En la gráfica 3, puede observarse la frecuencia por calificación. La suma del número de participantes que contestaron esta prueba es de 80, debido a que en ocasiones, al aplicar las encuestas, muchos de los participantes no se encontraban por estar en consulta médica, los habían llamado de la dirección, habían asistido con su abogado, u otras circunstancias ajenas a su voluntad.
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Número de participantes
Gráfica 1. Frecuencia del número de sujetos que se comportaban en su antiguo entorno como agresores (A), quienes eran maltratados (V) o quienes observaban el maltrato (T) y las posibles combinaciones de estos actores.
200 180 160 140 120 100 80 60 40 20 0
189
108
104 90
59
49 21
A
V
T AV AT VT Comportamiento de maltrato
AVT
Número de participantes
Gráfica 2. Comportamiento de maltrato dentro de la comunidad terapéutica para adolescentes.
180 160 140 120 100 80 60 40 20 0
165
95 72
63
A
55 41
36
V
T AV AT Comportamiento de maltrato
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VT
AVT
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Gráfica 3. Frecuencias de diagnóstico de mediante la prueba Terman Merril.
CI
23 20
20 15
13
12
10 5
Deciente
Término medio
Bajo
Superior
Abajo del término medio
0 Término medio bajo
0 Superior al término medio
0
7
5
Normal
Número de partipantes
25
La gráfica 4 presenta la media de los puntajes obtenidos por la muestra en cada uno de los dominios de la prueba Terman Merril (columnas) y el rango promedio de la población mexicana. Figura 4. Las columnas presentan la media de los puntajes obtenidos por la muestra en cada uno de los dominios de la prueba Terman Merril. Las líneas punteadas delimitan el rango promedio de la población mexicana.
Puntaje
30 20 10
Atención
Organización
Planeación
Abstracción
Análisis
Concentración
Síntesis
Vocabulario
Juicio
Información
0
Dominios de la prueba Terman Merril
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Todas las dimensiones que se miden están por debajo del rango promedio que se maneja en la población mexicana, sobre todo en vocabulario, concentración, planeación y atención. Los adolescentes encuestados tienen un bajo perfil de inteligencia. Como se observa en la gráfica 5, 57% de los participantes obtuvieron la calificación de desarrollo normal de las funciones neuropsicológicas (memoria, ejecución, lenguaje, entre otras), y 14 % puntuaron con normal alto. Del porcentaje restante de participantes, 5% cae en la calificación de daño leve y 24% de daño moderado. En cuanto a la gráfica 6, la línea continua marca las medias de los participantes en puntuación normalizada de las subpruebas de funciones ejecutivas de la evaluación Neuropsi. Las líneas punteadas marcan el rango de desempeño normal en la población mexicana según la edad y la escolaridad. La figura 1 muestra la dispersión de los datos en función de la asociación lineal entre el CDMA y las pruebas Neuropsi y Terman Merril. Cada columna del CDMA representa un reactivo con sus opciones de respuesta. El comportamiento de la Neuropsi y del Terman Merril es lineal (datos continuos), y la dispersión de los tres reactivos del CDMA, cada uno con tres Gráfica 5. Frecuencia de rangos de desempeño en las pruebas de funciones ejecutivas de la evaluación Neuropsi
Número de participantes
60 50 40 30 20 10 0 Normal
Normal alto
Daño leve
Daño moderado
Calicación de la evaluación Neuropsi
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Gráfica 6. Medias de funciones ejecutivas en puntuación normalizada.
2 1
Figura 1. Dispersión de los datos del
CDMA,
Reacciones opuestas
Movimientos alternos
Secuencia movimientos izquierda
Secuencia movimientos derechos
-3
Secuenciación
-2
Cálculo
-1
Semejanzas
0
Neuropsi y Terman Merril.
Neuropsi
Terman
Neuropsi
R71R81
R60R70
R49R59
R38R48
R27R37
R16R26
R11R15
R6R10
R1R5
Terman Merril
opciones, se convierte en nueve conjuntos de datos que, en correlación con la Neuropsi y el Terman Merril, resulta en una nube de puntos sin ningún orden, aunque es justificable asociarlos de forma lineal (datos discretos). Por lo tanto, en el análisis de la correlación entre el CDMA con la evaluación Neuropsi y el Terman Merril, ésta es débil, porque en la dispersión se observa que no existe una linealidad en función de si los puntajes tanto de la Neuropsi como del Terman Merril son altos o bajos. Discusión De primera instancia, se resalta que de los participantes entrevistados que se encuentran en las comunidades de tratamiento para adolescentes en conflicto con la ley, 92 se reconocieron como maltratadores, como mal-
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tratados o como observadores de maltrato, al representar un solo papel o al combinarlos; se observa un porcentaje alto en aquellos que participaron en los tres papeles de comportamiento al mismo tiempo, tanto en su ambiente anterior como en la comunidad, es decir, 14.06% de los 654 participantes han estado en contacto con el maltrato entre pares (bullying). Olweus (1993) menciona que en sus estudios encontró que alrededor de 60% de los niños que ejercían maltrato entre sus compañeros en los grados de secundaria (de 6 a 9 en Noruega), tenían al menos una condena alrededor de los 24 años. La predicción de que los pares que maltratan tienen un riesgo alto de involucrarse en problemas también ha sido documentada por otros investigadores como Loeber y Dishion (1983) y Olweus (1993). En este estudio se encontró que 68.80% del total de internados en las comunidades se reconocen como agresores wwen su antiguo ambiente y 48.77% como tales en el ambiente de la comunidad en que se encuentran recluidos, es decir, participan como A, AV, AT o AVT. Respecto de estos datos, Nagin y Tremblay (1999) ya habían estudiado las trayectorias de adolescentes que presentaban oposición crónica, agresión física crónica e hiperactividad, lo cual lleva a la delincuencia manifiesta (violencia física) y a los actos delictivos más graves. Los resultados de este estudio también se relacionan con un reporte donde se indica que la mayoría de los niños que han iniciado el uso de la agresión física durante la infancia, aprenderán a utilizar esta alternativa en los años siguientes, antes de entrar en la escuela primaria, de tal forma que quienes no aprenden a regular el uso de la agresión física parecen estar en mayor riesgo de presentar comportamiento violento grave durante la adolescencia y la edad adulta (Tremblay, Nagin, Séguin, Zocolillo, Zelazo, Boivin, Pérusse y Japel, 2004). Además, los riesgos familiares (bajos ingresos, la madre no completó la secundaria, estrategias parentales hostiles e inefectivas) asociados a las conductas antisociales en la adolescencia parecen interferir con la socialización de la agresión física durante la primera y la infancia media (Côté, Vaillancourt, LeBlanc, Nagin y Tremblay, 2006).
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En cuanto al objetivo de esta investigación, se concluye que no parece existir una relación directa entre la trayectoria de agresión en la infancia y la adolescencia con algún patrón neuropsicológico; en otras palabras, no se encontró que la población que estuvo en contacto con el maltrato entre pares manifieste en la actualidad un daño en cuanto a las funciones cognitivas medidas por la evaluación Neuropsi. El daño que presentaron —24% con daño moderado y 5% con daño leve— puede deberse a situaciones nutricionales, de riesgos familiares, ambiente cognitivamente pobre en la infancia, o cualquier evento que altere la relación del lóbulo frontal con la amígdala. Se observa que 71% tuvo una ejecución normal (57%) y normal alta (14%) (gráfica 5), y en particular en el área de funciones ejecutivas el desempeño cae dentro del rango normal (figura 1). La direccionalidad de la relación tampoco puede observarse, es decir, si el maltrato entre pares generó algún daño o alteración de las áreas responsables de las funciones ejecutivas, o si el daño o alteración generó la conducta agresiva. Aunque Verlinden, Veenstra, Ghassabian, Jansen, Hofman, Jaddoe, Verhulst y Tiemeier (2014) reportan que la función ejecutiva de los niños y la inteligencia no verbal pueden influenciar de cierta manera las interacciones entre compañeros, aún debe investigarse si las habilidades ejecutivas de formación pueden reducir la participación en la intimidación y mejorar la calidad de las relaciones entre pares. Sin embargo, los efectos en cuanto a las condiciones psiquiátricas relacionadas con la intimidación se observan y evalúan con más frecuencia en otras investigaciones. Por ejemplo, existe un estudio que reporta que la exposición a la intimidación se asoció al desarrollo de hiperactividad y a problemas emocionales, mientras la experiencia de acontecimientos vitales adversos predijo el desarrollo de problemas de conducta (Gunther et al., 2007). Se ha detectado que en la edad adulta los hombres que fueron maltratados o intimidados están en riesgo de padecer ansiedad; los agresores se relacionan con trastornos de la personalidad y el agresor-agredido de sexo masculino se relaciona con ambos trastornos de la personalidad y de ansiedad (Kumpulainen, 2008).
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En tiempos recientese, se publicó un trabajo que midió las funciones ejecutivas con los estimados por autorreporte de la competencia percibida en completar conductas de rutina asociadas a estas funciones neurológicas, por medio del Índice de Funcionamiento Ejecutivo (EFI, por sus siglas en inglés) y del Cuestionario de Clasificación Conductual de Funciones Ejecutivas (BRIEF-A, por sus siglas en inglés), con los cuales se observa la deficiencia en el desarrollo de las funciones ejecutivas. Al medir a niños con experiencia de intimidación con estos instrumentos, éstos no se relacionaron con deficiencia en alguna de las subescalas de las pruebas. Aunque se reporta que ser maltratado durante el desarrollo puede alterar la autopercepción de fortalezas y debilidades en áreas seleccionadas de las funciones ejecutivas. Deben investigarse las conexiones complejas entre la intimidación en la infancia y la adquisición de habilidades asociadas a las funciones ejecutivas (Mugge, Chase y King, 2015), con lo cual concordamos absolutamente. En este estudio se encontró que de los adolescentes en conflicto con la ley que se reconocieron como maltratadores, maltratados u observadores de maltrato 71.24% tienen una escolaridad entre primaria y secundaria. Esto puede explicarse por el hecho de que los adolescentes en conflicto con la ley muestran problemas de asistencia a la escuela, falta de interés, entre otras, debido a la dificultad de mantenerlos en el salón de clases, además del uso de drogas, cambios de ciudad, trabajo, embarazos y enfermedades (Lazaretti da Conceição, 2014). También se estudió que los adolescentes que reportan alta delincuencia y bajo nivel de escolaridad fueron quienes se unen a grupos delincuenciales (Carrol et al., 2013). Esto se refuerza porque cuando un adolescente se siente frustrado por su bajo nivel académico, la escuela lo rechaza; después la abandona y, si vuelve a integrarse, fracasa nuevamente por el rezago. Esto se convierte en un ciclo que representa un factor de riesgo para que el adolescente se una a grupos delincuenciales, lo que dificulta cada vez más su retorno e integración a la escuela (Finn, 1989). La deserción escolar quizá es el factor más relevante para la conducta delictiva en jóvenes afroamericanos en comunidades
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urbanas, al tal punto que existe una relación entre la deserción escolar y las familias con vínculos débiles (Lanza y Taylor, 2010). En las comunidades estudiadas en este trabajo, se encontró que sólo 13% obtiene un coeficiente intelectual normal, lo cual supone que son adolescentes proclives a tener carencias en el ámbito académico, laboral y social. Esto coincide con lo reportado por Vásquez González (2003), sobre que la falta de recursos económicos, un bajo coeficiente intelectual y una crianza de poca calidad, serán los factores de mayor riesgo para el inicio de la delincuencia, así como padres y familias poco sociables tendrán gran influencia para la continuidad de la conducta delictiva. Con base en lo anterior, el nivel de coeficiente intelectual se relaciona con la deserción escolar, la cual representa uno los factores que se relacionan intensamente con conducta delictiva y problemas de comportamiento en adolescentes (Henry, Knight y Thornberry, 2012). Estudios de diversas poblaciones culturales coinciden en que las personas violentas tienen un coeficiente intelectual por debajo de lo normal (Moffitt, 1993; Séguin et al., 1999). En particular, se ha encontrado que el CI verbal es un predictor fiable de la conducta delictiva (Moffitt, Lynam y Silva, 1994). En otro estudio transversal en Colombia, se encontró una prevalencia de deficiencias intelectuales generales (con puntuaciones limítrofes o bajas del coeficiente intelectual) en 73% de los jóvenes infractores institucionalizados y con trastorno disocial de la conducta (Puerta, Martínez y Pineda, 2002). Estos datos refuerzan lo planteado por Van der Meer y Van der Meer (2004) y lo encontrado en este estudio, por lo cual un coeficiente intelectual bajo supone mayores dificultades en el control de impulsos y, por lo tanto, favorece la aparición de problemas en el comportamiento. Se exploró el coeficiente intelectual en adolescentes con trastorno disocial de la conducta, y se encontró que el coeficiente intelectual verbal (CIV) y el coeficiente intelectual total (CIT) bajos generan dificultades en el aprendizaje y deserción escolar, lo cual se relaciona con la gravedad del trastorno disocial y su nivel de cognición (Trujillo, Pineda y Puerta, 2007; Déry et al., 1999; Hogan, 1999; Kennedy et al., 2003; Wilson y Herrns-
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tein, 1985). En la gráfica 4, se observa un desempeño considerablemente bajo en la subprueba de vocabulario, la cual se asocia a los coeficientes de inteligencia verbal en las pruebas de inteligencia. La habilidad verbal permite al individuo regular las emociones y la cognición social, así como negociar y solucionar los conflictos de manera menos violenta. Se ha descrito que este aspecto se encuentra deficiente en dichas poblaciones (Covell, Huss y Langhinrichsen, 2007; Dankoski et al., 2006). LIMITACIONES Para concluir este estudio, es importante considerar los alcances de la prueba Neuropsi, ya que, aunque mide funciones ejecutivas, no detecta la función de los lóbulos frontales en su totalidad, donde se integran el juicio, la decisión y la ética. En específico, la corteza prefrontal (CPF) dorsolateral es esencial para el desempeño de las funciones ejecutivas, que consisten en una serie de operaciones mentales, que permite resolver problemas de manera deliberada, especialmente en la toma de decisiones. Esto se integra en la CPF ventromedial, lo cual conlleva la capacidad ilimitada para tomar decisiones ante un problema que implica primero los procesos de informar acerca de la decisión, los tipos de error cometidos y los riesgos que supone (Papazian Alfonso y Luzondo, 2006). Por otro lado, desde el enfoque de Zelazo y Müller (2002), existen dos tipos de funciones ejecutivas: las frías, que se relacionan con actividades de metacognición, descontextualización y abstracción, y cuya región cerebral principal es la corteza prefrontal dorsolateral, y las calientes, que están implicadas en la toma de decisiones, la regulación afectiva y la motivación, y que tienen un correlato neuroanatómico con la corteza orbitofrontal. El desempeño en funciones ejecutivas en este estudio resultó normal por esta distinción en los procesos; la prueba no medió las funciones ejecutivas tipo calientes. El Neuropsi resulta poco sensible, puesto que es un instrumento de tamizaje neuropsicológico. Una batería más extensa y profunda en funciones de inhibición, planeación y otras funciones ejecutivas podrá revelar algún tipo de disfunción frontal.
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Conclusiones Como en investigaciones realizadas en otras poblaciones de estudiantes, la mayoría de los chicos se reconocen como quienes ejercen, reciben y observan el maltrato de manera simultánea. Algunos de ellos aceptaron ejercer diversas formas de maltrato, lo que fue tomado como criterio para indagar su desempeño neuropsicológico y su coeficiente intelectual. Desde lo neuropsicológico, los resultados arrojan que la mayoría de los adolescentes tiene un desempeño cognitivo normal o normal alto (71%). La conclusión sobre la disfunción ejecutiva de los adolescentes en conflicto con la ley es que existe la posibilidad de que el medio ambiente en el que han vivido, una familia disfuncional, carencias económicas, frustraciones sociales, entre otros, afecten los procesos de regulación y modulación emocional, lo que perjudica su interacción social, mas no necesariamente los procesos cognitivos superiores. Por lo tanto, los resultados podrían apuntar a una motivación psicosocial y psicodinámica que en este estudio no se contempló. El coeficiente intelectual resulta bajo en los participantes de este estudio. Esto puede deberse a que la prueba implica resolver tareas similares a las que se trabajan en el contexto escolar, y por la deserción que presenta la muestra, es probable que no hayan adquirido estas habilidades, que su desempeño en la prueba sea deficiente y que su coeficiente intelectual resulte bajo. Como en algunos otros estudios, el ser adolescente en conflicto con la ley se relaciona con bajos ingresos y pocas habilidades académicas y laborales. Se conoce que la función ejecutiva y la inteligencia se asocian negativamente a la conducta agresiva, a pesar de que casi no se ha examinado en el contexto del maltrato entre pares en las escuelas.
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