El Catecismo de la Iglesia Católica y su origen Rebeca

El Catecismo de la Iglesia Católica y su origen Rebeca Reynaud El Catecismo de la Iglesia Católica (en latín Catechismus Catholicae Ecclesiae,...

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El Catecismo de la Iglesia Católica y su origen Rebeca Reynaud El Catecismo de la Iglesia Católica (en latín Catechismus Catholicae Ecclesiae, representado como "CCE" o “CEC” en las citas bibliográficas) es la exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica. Su objetivo: El prólogo dice: “Este catecismo tiene por fin presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto de la tradición de la Iglesia”. Un catecismo es un resumen de los contenidos esenciales de la fe. El catecismo busca transmitir la fe eclesial, no opiniones de grupo. La “unidad en la fe” era y sigue siendo el motivo apremiante para redactar el Catecismo. El Catecismo debe reforzar esta unidad que no tiene nada que ver con una uniformidad incolora (Schönborn). Es uno de los dos catecismos de la Iglesia Universal que han sido redactados en toda la historia (el otro es el del Concilio de Trento, siglo XVI), por lo que es considerado como la fuente más confiable sobre aspectos doctrinales básicos de la Iglesia católica. La redacción de este Catecismo, junto con la elaboración del nuevo Código de Derecho Canónico representan los documentos más importantes frutos de la renovación iniciada en el Concilio Vaticano II y que se han convertido en textos referenciales sobre la Iglesia católica y documentos trascendentales para la historia de la Iglesia contemporánea. El Catecismo es un texto de dominio público para la Iglesia Universal, es decir, es un documento que puede ser consultado, citado y estudiado con plena libertad por todos los integrantes de la Iglesia católica para aumentar el conocimiento con respecto a los aspectos fundamentales de la fe. De la misma manera es el texto de referencia oficial para la redacción de los catecismos católicos en todo el mundo. La redacción del catecismo El Catecismo de la Iglesia Católica ha sido escrito “en orden a la aplicación del Concilio Vaticano II”, pero la iniciativa de realizarlo no partió del concilio sino del Sínodo extraordinario de los Obispos reunidos en 1985 para conmemorar el vigésimo aniversario de la clausura del concilio. José Manuel Estepa Llaurens, uno de los participantes cuenta que, el 10 de julio de 1986, se creó una comisión de doce Cardenales y Obispos, a quien competía decidir las líneas de trabajo y aprobar los textos resultantes. Ellos abrieron la consulta a toda la Iglesia a través de todos los obispos católicos y los institutos de teología y de catequesis. Una de las primeras cuestiones que abordaron fue la de examinar quién debía escribir el libro; quizá éste fue el problema inicialmente más difícil de resolver: "la decisión fundamental se fijó rápidamente. El Catecismo no debía ser escrito por eruditos, sino por pastores" (Ratzinger y Schönborn, Introducción al Catecismo de la Iglesia Católica, Ciudad Nueva, 1994, p. 24). En ese mismo otoño de 1986, ya se estableció contacto con los seis obispos redactores, invitándoles a que cada uno enviara sugerencias sobre el esquema temático y expresara de qué sector o parte prefería ocuparse, de las tres partes en las que, en principio, se estructuraría el texto. Cuando más tarde se decidió dedicar

una parte del Catecismo a la oración, se optó porque la redacción se encomendara al padre Corbon, de Beirut (Líbano), decisión del Cardenal Ratzinger que agradó a todos. La designación del Padre Christoph Schönborn, dominico de la Universidad de Friburgo (Suiza), como Secretario de redacción, transcurrido un año del trabajo, fue un formidable acierto para avanzar en el camino. Ratzinger decía, repetidamente, que "era más fácil dar el encargo de redactar el Catecismo -y aceptar el encargoque cumplirlo". El proyecto fue distribuido a los episcopados de todo el mundo y a los Institutos de Ciencias Eclesiásticas, que formularon más de 24,000 observaciones o enmiendas. Por eso se puede decir que es fruto de una colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia. Por eso Juan Pablo II declaró que se puede decir que el Catecismo es fruto de toda la colaboración del episcopado de la Iglesia católica. Durante 6 años se estuvieron revisando las aportaciones de la iglesia mundial, a la par que se iniciaban los trabajos de redacción. Se realizaron nueve versiones del texto, incluyendo las modificaciones de teólogos y expertos de todo el mundo. Durante 6 años se estuvieron revisando las aportaciones de la iglesia mundial, a la par que se iniciaban los trabajos de redacción. Se realizaron nueve versiones del texto, incluyendo las modificaciones de teólogos y expertos de todo el mundo. El 11 de octubre de 1992 se publica en francés el Catecismo de la Iglesia católica como una exposición oficial de las enseñanzas de la Iglesia. En 1993, una nueva comisión, liderada por Ratzinger, se encargó de recibir las numerosas modificaciones recibidas de todo el mundo de esta primera versión con el fin de redactar en latín el texto definitivo, proyecto concluido con la publicación de la versión latina oficial en 1997. Hubo opositores, sobre todo entre los teólogos, porque en la década de los setenta, "se difundió cierta aversión a los contenidos permanentes y el antropocentrismo lo dominó todo" (Ratzinger). Destinatarios El Catecismo está dirigido a los párrocos y laicos interesados. El Papa Benedicto XVI recomendó la lectura del catecismo incluso a los Obispos y la recomienda a todos los laicos. No está hecho para los niños; aunque se han hecho ediciones infantiles a partir del catecismo original. Muchos creyentes quieren instruirse a sí mismos sobre la doctrina de la Iglesia, ya que para ser cristiano hay que aprender a creer, hay que aprender la manera cristiana de vivir el estilo cristiano de vida, hay que poder orar como cristiano, y hay que familiarizarse con los misterios, con el culto de la Iglesia. Estructura El Catecismo tiene una estructura formada por cuatro pilares: credo, sacramentos, moral y oración (tomó este esquema del Catecismo Romano o Catecismo del Concilio de Trento). Para ser cristiano hay que aprender a creer; hay que aprender la manera cristiana de vivir, por sí decir, el estilo cristiano de vida; hay que poder orar como cristiano y finalmente hay que familiarizarse con los misterios, con el culto de la Iglesia. Llegar a ser “capaz para la liturgia” quiere decir aprender a orar, y aprender a orar quiere decir aprender a vivir, incluye la cuestión moral. Se

presenta sucesivamente lo que la Iglesia cree, lo que celebra, lo que vive, cómo ora. Estas cuatro partes forman un íntimo conjunto (J. Ratzinger). El catecismo está marcado en su parte moral por el optimismo de los redimidos. ((Aquí podría terminar –si parece muy largo-, incluyendo la bibliografía que se sugiere al final)) Elaborar preguntas A veces las personas plantean: ¿Qué fue lo que sucedió en el paraíso? ¿En qué consistió el pecado original? El Catecismo lo explica maravillosamente cuando dice que el primer pecado consistió en que “el hombre dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador” (n. 397). En este pecado “el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios” (n. 398). ¿Son lo mismo los diez Mandamientos que la “Ley”? No. La “Ley” de la que habla Pablo es la Torá ( Rm 13,8-10), que ha sido “cancelada” en la cruz; la instrucción moral del decálogo mantiene su plena validez en el nuevo contexto vital de la gracia. El Catecismo está marcado en su parte moral por el optimismo de los redimidos (Ratzinger en el libro que escribe con Christoph Schönborn, p. 39). El Evangelio dice que los limpios de corazón verán a Dios (Mateo 5,8). ¿Quién es limpio de corazón? Los “corazones limpios” designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual, el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe. Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la de la fe” (n. 2518). El Catecismo habla de una “vocación universal a la oración”. ¿En qué consiste? Lee los números 2566 y siguientes. Sobre las Ofensas a la dignidad del matrimonio lee los números 2387 y siguientes. ¿Y qué dice sobre los homosexuales? Lee los números 2357 a 2359. Ser catequistas Catequizar es descubrir en la Persona de Cristo el eterno designio de Dios. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y las palabras de Cristo (Schönborn). En ninguna época ha sido tan importante como hoy el instruirse en religión. Dar catequesis y enseñar la diferencia entre el bien y el mal es el más grande de los apostolados. Este trabajo depende en un 99% de Dios y en un 1% de nosotros. El profeta Daniel escribió: “los que enseñan a otros la religión, brillarán como estrellas por toda la eternidad” (12,3). Luego, hay que estudiar y memorizar. Escribía un sabio: “enseñar catecismo sin hacer aprender nada de memoria es formar ateos”. La primera cualidad para ser buen catequista está en su buena conducta. El Papa Pío XII decía: “Los niños tiene malos oídos para escuchar, pero muy buenos ojos para observar”. Si quieres enseñar a ser amable, sé amable. La segunda cualidad del catequista es la piedad. La piedad consiste en saberse hijos de Dios y tratarle como Padre, con amor, y en ser agradecidos. Si quiere que los demás amen a Dios ha de empezar por amar él mismo a Dios. La tercera cualidad es la convicción

profunda. Cuando uno está convencido de lo que dice, se vuelve orador sin darse cuenta y convence a los oyentes. “El nombre de cristiano exige una adhesión irrevocable a las verdades enseñadas por Jesucristo” (CEC, 88). La cuarta cualidad es amar a los alumnos. Sin amor ni el niño ni el adulto aprenden. A la gente no se le puede hacer el bien si no se le ama. Hay que pedirle a Dios el amor al prójimo ya que es un don sobrenatural. La quinta cualidad es la paciencia. San Antonio Claret enseñaba hasta doce horas diarias sin sentir agotamiento porque estaba enamorado de Cristo y de las almas. Otra cualidad importante es la de tener el hábito del estudio. De acuerdo con la UNESCO, Japón tiene el primer lugar mundial, con el 91% de la población, en el desarrollo del hábito de la lectura. En segundo lugar se encuentran Alemania y Francia, con un 67%, y después Estados Unidos, con un 65%. Mientras en México se calcula que únicamente el 4% de la población cultiva el gusto por la lectura. Los que han hecho de la Universidad su forma de vida –dice Alejandro Llano- son los que saben que el estudio es el método más adecuado para cambiar la sociedad desde dentro. La sociedad se mejora en el intenso silencio de las bibliotecas, en la atención concentrada de los laboratorios, en el diálogo riguroso y abierto de las aulas, en el servicio solícito de las oficinas y talleres, en la atención delicada y tenaz a los enfermos (Apertura de Curso 1995-96, Universidad de Navarra.). Lo importante es entender con mayor profundidad que Dios nos ama. Decía Chesterton que tantas cosas se vuelven santas sólo con volverlas del revés. Creer en que Jesucristo es el Hijo de Dios es darse cuenta de que es Él quien ha creído antes en cada uno de nosotros. Quizás muchos que desprecian o se muestran indiferentes ante la doctrina cristiana se asombrarían si percibieran el amor con que Cristo les estima; pero esto es ya un don de Dios. Un don que otorgará, sin duda, a todo aquél que lo busque sinceramente. Se recomienda leer un pequeño libro de dos autores, que ha sido citado aquí: Joseph

Ratzinger, Christoph Schönborn, Introducción al Catecismo de la Iglesia Católica. Ciudad Nueva 1994.