JOSÉ SARAMAGO Claraboya 415 páginas - $ 390 Traducción: Pilar del Río
En todas las almas, como en todas las casas, además de fachada, hay un interior escondido Raul Brandão
El autor
José Saramago (Azinhaga, 1922-Tías, Lanzarote, 2010) Premio Nobel de Literatura 1998, es uno de los escritores portugueses más conocidos y apreciados en el mundo entero. En España, a partir de la primera publicación de El año de la muerte de Ricardo Reis, en 1985, su trabajo literario recibió la mejor acogida de los lectores y de la crítica. Otros títulos importantes son Manual de pintura y caligrafía, Levantado del suelo, Memorial del convento, Casi un objeto, La balsa de piedra, Historia del cerco de Lisboa, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez, Las intermitencias de la muerte, El viaje del elefante y Caín. Alfaguara ha publicado también Poesía completa, Cuadernos de Lanzarote I y II, Viaje a Portugal, el relato breve El cuento de la isla desconocida, el cuento infantil La flor más grande del mundo, el libro autobiográfico Las pequeñas memorias, El Cuaderno, Saramago en sus palabras y El último cuaderno, un repertorio de declaraciones del autor recogidas en su blog personal y en la prensa escrita. Además del Premio Nobel de Literatura 1998, Saramago fue distinguido por su labor con numerosos galardones y doctorados honoris causa.
La obra Lisboa, 1952. Una mañana invernal de mediados del siglo pasado, que se vislumbra como cualquier otra. Un bloque de vecinos, de los muchos levantados en cada barriada, en una ciudad que bien podría ser la de cualquiera. Empieza un nuevo día, uno de tantos, y los vecinos se apresuran a sus trabajos, se desperezan en sus camas, se acicalan en sus baños o se afanan en sus cocinas. En apariencia, nada parece advertir al lector de que, lentamente y casi de puntillas, está a punto de dejar de contemplar la fachada de este anodino vecindario, de atravesar el umbral de la puerta del edificio, de adentrarse –a través de esa claraboya que da luz y título a la novela– en cada casa, en cada vida, y de espiar las frustraciones, anhelos, nostalgias, ilusiones, miedos, alegrías y tristezas de unas gentes que, por corrientes, resultan universales.
Un conmovedor microcosmos que tiene como telón de fondo la dictadura de Salazar, la más longeva de Europa; como música ambiental la Tercera Sinfonía de Beethoven, la Marcha Fúnebre de Chopin, La danza de los muertos de Honegger, el fado portugués; como autores de cabecera a Shakespeare, Diderot, Eça de Queirós. Y una pregunta de Fernando Pessoa que flota en el denso, tantas veces enrarecido ambiente que lo envuelve: « ¿Deberemos ser todos casados, fútiles, tributables?». Esto es, en esencia, Claraboya, la obra que José Saramago escribió hace más de sesenta años, entre los cuarenta y cincuenta del pasado siglo, y cuyo manuscrito entregó a una editorial portuguesa en 1953. Pero, ¿por qué ahora esta publicación?, ¿cómo es posible que Claraboya siguiera inédita 60 años después? La historia resulta tan conmovedora y asombrosa que bien podría haber sido argumento de una de las novelas que el Nobel portugués regaló a los lectores a lo largo de su vida. Pilar del Río, presidenta de la Fundación José Saramago y traductora de su obra, cuenta en el prólogo de Claraboya –titulado El libro perdido y hallado en el tiempo– que una mañana de 1989 Saramago recibió una llamada de la editorial para informarle de que el manuscrito había sido encontrado en una mudanza de sus instalaciones y que considerarían un honor publicarlo entonces. “Obrigado, ahora no”, respondió el autor. Ese mismo día recuperó su novela y tuvo, por fin, una respuesta por parte de la editorial a la que le había confiado el original de Claraboya, “la que le fue negada cuarenta y siete años atrás, cuando tenía treinta y uno y todos los sueños a punto. Aquella actitud de la editorial le sumió en un silencio doloroso, imborrable y de décadas”, explica del Río. No en vano, no volvió a escribir hasta veinte años después. Aunque sus más cercanos intentaron convencer a Saramago de que publicara Claraboya, “donde ya se observaba lo que después acabaría desarrollando plenamente: su propia narrativa”, una vez recuperada, el autor decidió que no se editaría mientras viviera. Ahora, Alfaguara publica Claraboya, para regocijo de sus lectores en castellano, quienes también podrán constatar lo que el mismo autor señaló: que muchos aspectos de este libro, el segundo que escribió después de la publicación en 1947 de Tierra de pecado, están relacionados con su modo de ser. “¿Cómo es posible que el jovencito de veintitantos años escribiera con tanta madurez, tan seguro, que ya enunciara obsesiones literarias y dejara ver su mapa de trabajo y sentimental de una forma tan explícita? […] ¿De dónde sacó Saramago la sabiduría, la capacidad de retratar personajes con tanta sutileza y economía narrativa, de proponer situaciones anodinas y sin embargo tan profundas como universales, de transgredir de forma tan serenamente violenta?”, se pregunta Pilar del Río en la introducción. Claraboya es, sin duda, una novela de personajes. En ella están contenidos los personajes masculinos de Saramago, “esa colección de hombres de pocas palabras, solitarios, libres, que necesitan el encuentro amoroso para romper, siempre de forma momentánea, su forma concentrada e introvertida de estar en el mundo”, explica su traductora. Y continúa: “También en Claraboya están las mujeres fuertes de Saramago. Cuando el autor se recrea en los personajes femeninos, la capacidad transgresora se hace más evidente y descarnada”. No es, ni mucho menos, un libro político pero sí resulta transgresor para la época en que fue escrito. Quizás por eso nunca se publicó, se dice en el prólogo: “Demasiado fuerte, demasiado arriesgado, viniendo de un autor desconocido, demasiado trabajo defenderlo ante
la censura y la sociedad, para el poco provecho que aportaría. De ahí que el libro se quedara relegado, sin un sí comprometido, sin un no que pudiera comprometer en el futuro”. Sea como fuere, este es el momento en que Claraboya ve la luz, por expreso deseo de su autor, que dejó en manos de sus herederos la decisión de su publicación. Un regalo que los lectores de Saramago se merecían.
Sinopsis Claraboya es la historia de un edificio en el que viven seis humildes familias cuyos miembros “se ven sucesivamente envueltos en un enredo”, según palabras del propio autor. Silvestre, el zapatero, se dispone a empezar una nueva jornada de trabajo mientras su mujer canturrea por la cocina; dos viejas hablan de cosas mil veces dichas al tiempo que Adriana sale a la calle, camino del trabajo, en una mañana de niebla liviana que a su hermana Isaura se le antoja llena de imprecisiones y de sueños; Justina pide a las vecinas de arriba que procuren no hacer ruido para no despertar a su iracundo marido, que duerme después de su trabajo nocturno; Anselmo se va a trabajar preocupado por su hija enferma mientras la joven se hace la dormida a ojos de su madre; la mantenida Lidia duda entre dormir y levantarse en este día que, como tantos otros, no tiene nada que hacer; Carmen manda un recado a su hijo, para disfrutar de la placentera soledad, ahora que su marido ha salido dispuesto a agotar una nueva jornada laboral. La rutina, el vivir cotidiano, teje hilos invisibles que atrapan y relacionan a los distintos personajes en una trama, que no es otra cosa que la misma vida, donde –en palabras de Pilar del Río– “la familia no es sinónimo de hogar, sino de infierno, las apariencias tienen más fuerza que la realidad, ciertas utopías que aparecen como objetivos loables son, páginas después, descritos como relativos, donde se condenan de forma explícita los malos tratos a las mujeres o se narra con naturalidad el amor entre personas del mismo sexo, expresado con angustia personal aunque sin condena por la mirada del autor”. Amanece en Lisboa en una época marcada por la desesperanza, la necesidad, las grandes frustraciones, las pequeñas ilusiones y la nostalgia de otros tiempos que ni siquiera fueron mejores. El día no ha hecho más que comenzar…
Personajes ENTRESUELO. PUERTA IZQUIERDA Silvestre “–Yo me llevo bien con toda la gente, si la gente se lleva bien conmigo.” Zapatero de profesión, filósofo de vocación, “un hombre que piensa”, según sus propias palabras, Silvestre es, sobre todo, un buen hombre. Cree que el amor es el motor de la
humanidad y predica con el ejemplo. Vive tranquilo y en paz, en armonía con su mujer, Mariana, a quien sigue amando después de treinta años de matrimonio. Mariana “La voz de Mariana era tan contundente como su dueña. Y era tan franca y bondadosa como sus ojos.” Buena persona, como su marido, a quien dedica su vida. Viven con algunos apuros económicos, pues el oficio de zapatero no da para más, pero ella nunca se queja. Siempre cantando en la cocina, lo que para Mariano es motivo de alegría, en su casa se respira limpieza y amor. Abel “Vestía de esa manera inconfundible que muestra que la persona está a la misma distancia de la pobreza que de la medianía.” Joven inquilino de Silvestre y Mariana, desencantado de la vida. Con lo que paga de renta, el matrimonio empieza a vivir con algo más de desahogo. En poco tiempo, y a pesar de la diferencia de edad, Abel y Silvestre serán grandes amigos, y juntos pasarán muchos ratos filosofando sobre la vida y la muerte, la política, la amistad o el amor. ENTRESUELO. PUERTA DERECHA Carmen “Maldita la hora en que se le ocurrió venir a Portugal, a pasar una temporada en casa de la tía Micaela. Fue todo un éxito en el barrio. Estaban todos a ver quién se hacía novio de la española. Eso fue lo que la perdió.” Española casada con Emilio es, a todas luces, una mujer infeliz. Reclama como exclusivo el amor de su hijo de seis años, Enrique, y sueña con volver a su Galicia natal, junto a su familia y su primo Manolo, a quien rechazó antes de conocer a su marido y que ahora es millonario. Emilio “Emilio Fonseca era un hombre pequeño y seco. No era delgado: era seco. Poco más de treinta años. Rubio, de un rubio pálido y distante, el pelo ralo y la frente alta.” Tras ocho años de fracasado matrimonio y con un trabajo de representante de comercio que da para pocas alegrías, Emilio ha aprendido a conformarse con lo inevitable. Sueña con abandonar a su mujer y a su hijo, ser libre para siempre, pero algo que sólo puede ser cansancio, o cobardía, le retiene en la casa. Enrique “Enrique prestaba más atención a una simple mirada del padre que a la exuberancia del afecto de la madre.” Hijo de Carmen y Emilio, se debate entre el amor a la madre o al padre, pues ellos se empeñan en demostrarle que amar a ambos es imposible.
PRIMER PISO. PUERTA IZQUIERDA Justina “Vestía luto cerrado y, así, muy alta y fúnebre, con el pelo negro y una raya larga en el centro, parecía un muñeco mal articulado, demasiado grande para ser mujer y sin la menor señal de gracia femenina.” Casada con Caetano, perdió a su hija de ocho años a causa de una meningitis. Desde entonces vive dentro de sí misma, callada, sola, abandonada, sin placeres ni delirios, sin nada. Lo único que la mantiene viva es un profundo desprecio hacia su marido. Caetano “Lo cierto es que el violento y áspero Caetano Cunha, linotipista en el Diario de Noticias, siempre a punto de estallar de grasa, novedades y mala educación, tras tres exclamaciones agresivas se callaba ante el murmullo de la mujer, la diabética y débil Justina, a la que un soplo bastaría para derrumbar.” El linotipista trabaja de noche y duerme de día. Frecuenta los prostíbulos, donde se entretiene tras el trabajo para llegar a casa cuando su mujer ya ha abandonado el lecho conyugal y así evitar el contacto con ella, a quien aborrece y, en el fondo, teme. Matilde “El retrato de Matilde seguía vuelto hacia el espejo y su sonrisa no se había alterado. Una sonrisa alegre, la sonrisa de la niña que va al fotógrafo. Y el fotógrafo dice: “Así mismo, así. Atención, ya está. Ha quedado bonita.” Personaje ausente, Matilde era la única hija de Justina y Caetano. Enterrada desde hace dos años, su recuerdo impregna toda la casa, los muebles, el aire que se respira, el odio que sus padres se profesan, desenmascarado desde su ausencia. PRIMER PISO. PUERTA DERECHA Lidia “Lidia llevaba una bata de tafetán recio, rojo, con reflejos verdosos como los élitros de ciertos abejorros, y dejaba tras de sí un rastro de perfume intenso.” 32 años, atractiva, seductora, sensual. Vive sola, aunque un hombre mayor, Paulino Morais, su amante y quien carga con todos los gastos de la casa, la visita tres veces por semana. Dos veces al mes también recibe la visita de su madre, una para pedirle dinero, la otra para simular preocupación por ella. Paulino “Tenía el aire próspero del quincuagenario que posee mujer joven y dinero viejo.” Metódico, puntual y correcto, nunca pasa la noche en casa de Lidia, a quien mantiene a cambio de su amor y fidelidad. Las cosas empiezan a cambiar en casa de la mantenida cuando ésta le presenta a una joven vecina a quien quiere ayudar a encontrar trabajo, amparándose en la inagotable bondad de su benefactor.
SEGUNDO PISO. PUERTA IZQUIERDA Cándida “Deseaba, por encima de todo, no molestar a nadie, pasar inadvertida, apagada como una sombra en la oscuridad.” Hermana mayor de Amelia y madre de Adriana e Isaura. Viuda, al igual que su hermana, vive a costa de sus hijas, aunque se ocupa de las tareas domésticas de la casa que comparten las cuatro mujeres. Amelia “Amelia, en cualquier momento y en cualquier circunstancia, era la delicadeza en persona. Pero le bastaba un leve toque en esa calidez para ser terriblemente fría.” Gestora de la casa, ella es la que cocina, hace las cuentas y divide las raciones en los platos. A pesar de ser tres años más joven que Cándida, es mucho más fuerte que su tímida e indecisa hermana, a quien domina. Adriana “Estaba a mitad de camino entre los treinta y los cuarenta […] Vista de lejos parecía, según la comparación pintoresca del zapatero, “un saco mal atado”.” Trabaja en una oficina y con su paupérrimo sueldo ayuda a la economía del hogar. Enamorada secretamente de un compañero de trabajo, todas las noches escribe en su diario sus más íntimos anhelos, que sabe inalcanzables. Quizás si dejara que su hermana lo leyera, ésta no pensaría que Adriana es como un “bloque de hielo”. Isaura “Llevaba puesta una bata de estar por casa que le modelaba el cuerpo plano y flaco, pero flexible y elegante. Con las puntas de los dedos se recorrió las mejillas pálidas donde las primeras arrugas abrían surcos finos, más adivinados que visibles. Suspiró ante la imagen que el espejo le mostraba y huyó de ella.” Costurera de profesión, trabaja siempre en casa. Como las mujeres con las que convive, adora la música clásica, que juntas escuchan en los programas nocturnos de la radio, aunque su gran pasión son los libros, donde se refugia cada noche, huyendo de su insulsa vida. La religiosa, de Diderot, le causa tal perturbación que, temiendo enloquecer, decide deja de leer. SEGUNDO PISO. PUERTA DERECHA Anselmo “En su sólida formación de hombre respetable, construida a lo largo de años de escasas palabras y gestos medidos, Anselmo tenía una debilidad: el deporte. Más exactamente: la estadística deportiva, limitada a su vez, al fútbol” Hombre que se considera a sí mismo decente, serio y riguroso, en su casa se vive por encima de sus posibilidades, sobre todo para atender a su hija, Claudiña, que es el gran motor de su vida. Rosalía “Rosalía no tenía palabras. Andaba alrededor de la hija como una asistenta que prepara a la artista para la apoteosis.”
Con una vida tranquila, aunque apurada económicamente, junto a su marido y su hija, Rosalía es una mujer razonablemente feliz. Preocupada únicamente por el futuro de su pequeña, la educa para que sea una mujer seria y respetable, no como la mantenida de su vecina, a quien secretamente la joven admira. María Claudia “La muchacha recordaba la portada de una revista americana, de esas que muestran al mundo que en Estados Unidos no se fotografían personas o cosas sin que, previamente, se les aplique una mano de pintura fresca.” Joven, guapa y gentil, sus padres viven por ella y para ella. Cuando a los diecinueve años empieza a trabajar para Paulino Morais, el amante de Doña Lidia, su sueldo aumenta considerablemente y, también, los miedos y reservas de sus progenitores.
Extractos de Claraboya “La dos tazas de café humeaban sobre la mesa y había en la cocina un olor bueno y fresco a limpieza. Las mejillas redondas de Mariana resplandecían y todo su cuerpo obeso retemblaba y vibraba al moverse entre los fogones. – ¡Cada vez estás más gorda, mujer!... Y Silvestre rió. Mariana rió con él. Dos niños, sin quitar ni poner nada. Se sentaron a la mesa. Tomaron café caliente con grandes sorbos ruidosos, jugueteando. Cada uno quería vencer al otro sorbiendo.” “Silvestre dejó el zapato y asomó la cabeza fuera de la ventana. No era cotilla, pero le gustaban las vecinas del segundo, buenas clientas y buenas personas.” “Isaura dejó morir el diálogo y cerró la ventana despacio. No le disgustaba el zapatero, su aire al mismo tiempo reflexivo y risueño, pero esa mañana no se sentía con ánimo para conversaciones. Tenía un montón de camisas para acabar antes del fin de semana. De buena gana acabaría de leer la novela. Sólo le faltaban unas cincuenta páginas y estaba en el capítulo más interesante. Esos amores clandestinos, sustentados a través de mil pericias y contrariedades, la tenían prendida.” “De la escalera le llegó un ruido de escoba. Enseguida, la voz aguda de doña Carmen entonó una copla melancólica. Y al fondo, tras esos ruidos de primer plano, el zumbido perforador de una máquina de coser y los golpes secos de un martillo sobre una suela.” “A Justina no le gustaba la vecina de al lado. Le tenía rabia porque era bonita y, sobre todo, porque era una de esas mujeres mantenidas […] Pero le estaba agradecida porque le proporcionó el pretexto para romper con el marido definitivamente. Gracias a Lidia, pudo unir a sus mil razones la razón mayor.” “La velada recomenzó, ahora más apagada y silenciosa. Dos mujeres viejas y dos que ya le dan la espalda a la mocedad. El pasado para recordar, el presente para vivir, el futuro para recelar.”
“Padre e hijo no se amaban, ni poco ni mucho: simplemente se veían todos los días.” “No deseaba recomenzar. No porque le gustara Paulino Morais: engañarlo no le provocaría ni sombra de remordimiento, y si no lo hacía era, sobre todo, por preservar su seguridad. Conocía demasiado a los hombres para amarlos.” “Adriana depositó el libro y poco después lo olvidaba. No apreciaba mucho los libros […] los encontraba pesados. Para contar una historia llenaban páginas y páginas y, al final, todas las historias se pueden contar en pocas palabras.” “Al salir del periódico, Caetano había tenido una aventura, una aventura inmunda, que eran las que más le gustaban. Por eso sonreía. Apreciaba las cosas buenas y se deleitaba dos veces con ellas: cuando las experimentaba y cuando las recordaba.” “–Cuando seas mayor querrás ser feliz. Por ahora no piensas en ello y lo eres precisamente por eso mismo. Cuando pienses, cuando quieras ser feliz, dejarás de serlo. Para siempre. Tal vez para siempre…” “Según un acuerdo tácito entre los dos, cuando Rosalía se cambiaba de ropa para acostarse, Anselmo no bajaba el periódico. Hacerlo sería, en su opinión, una indignidad. La opinión de ella era que tal vez no hubiera ningún mal… Rosalía se acostó sin que el marido le viera ni la punta de los pies. Así era digno, así era decente…” “Vivía mantenida desde hacía tres años. Le conocía los tics, la idiosincrasia, los movimientos. Y, de éstos, el que más recelaba que hiciera era, aún sentado, desabotonarse al mismo tiempo los dos tirantes. Lo hacía siempre al mismo tiempo. Lidia sabía lo que eso significaba. Ahora estaba tranquila: Paulino Morais fumaba y, mientras el puro durara, los tirantes seguirían en su sitio.” “Con un movimiento sinuoso, Isaura se acercó a la hermana. Le sentía el calor de todo el cuerpo. Despacio, una de las manos recorrió el brazo, desde la muñeca al hombro, despacio la introdujo bajo la axila cálida y húmeda, despacio se insinuó debajo del pecho. La respiración de Isaura se hizo precipitada e irregular. La mano bajó hacia el vientre, sobre el tejido leve del camisón. La hermana hizo un movimiento brusco y se quedó de espaldas.” “Algo pasó en la mirada del hombre que la chica comprendió. Ni uno ni otro apartaron la mirada. El pecho de María Claudia palpitó, los senos ondularon. Paulino sintió que los músculos de la espalda se distendían lentamente. En el pasillo sonaron los pasos de Lidia que regresaba. Cuando ella entró, Paulino reorganizaba la billetera con escrupulosa atención y María Claudia miraba la alfombra.” “¿Me quieren casado, fútil y tributable?”, se preguntó Fernando Pessoa. “Es esto lo que la vida quiere de todo el mundo?”, se preguntaba Abel. El sentido oculto de la vida… “Pero el sentido oculto de la vida es que la vida no tiene ningún sentido oculto”. Abel conocía la poesía de Pessoa.” “De la escena nocturna en que Justina se mostró desnuda por primera vez frente al marido, nunca se habló. Caetano por cobardía, Justina por orgullo […] Justina no sospechaba el efecto que su presencia le producía al marido. Lo veía nervioso, excitable, pero atribuía ese estado al redoblado desprecio con que la trataba […] Fue a oscuras. Al primer contacto, Justina reconoció al marido. Sumergida aún en el sueño, hizo unos movimientos confusos para defenderse. Pero él la dominó, aplastándola contra el colchón.”
“No más desprecio, no más indiferencia. Ahora era odio lo que sentía. Odiaba al marido y se odiaba a sí misma. Recordaba que se había entregado con la misma furia con que él la poseía. Dio unos pasos indecisos en la cocina, como si estuviera en un laberinto. Por todas partes, puertas cerradas y caminos sin salida.” “Estoy libre, no hay duda, pero ¿para qué sirve la libertad si no tengo los medios para beneficiarme de ella? Si sigo pensando de esta manera, acabaré deseando que regresen…” “–Abel: ¡todo lo que son sea construido sobre el amor generará odio! –Tiene razón, amigo mío. Pero tal vez tenga que ser así durante mucho tiempo… El día en que sea posible construir sobre el amor aún no ha llegado todavía…”
La crítica ha dicho sobre… Claraboya “Claraboya es como si José Saramago hubiera vuelto joven a mostrarnos ese lugar dónde empezó todo (…). No tenía dudas de que estaba con Saramago mientras leía Claraboya”. Claudia Piñeiro “Una novela entrañable, escrita por un hombre con una sensibilidad y una capacidad de ver y de entender que están muy por encima de lo que en general vemos y entendemos los comunes mortales” Héctor Abad Faciolince «Tal vez exista alguna ingenuidad en la elaboración de este libro, pero yo prefiero llamarla luminosidad, transparencia, y se lo agradezco. El dispositivo narrativo es, como siempre, potente y original. Una vez más demuestra poseer el don que le hizo inconfundible y único.» INÊS PEDROSA, Escritora «Un relato sencillo y divertido, con la fuerza y la profundidad que han definido todo el trabajo posterior de Saramago. En Claraboya nos encontramos una mirada irónica, afilada y precisa sobre las relaciones humanas, y nos sorprende la confianza con la que el joven escritor es capaz de buscar en el interior de estos personajes memorables.» Publico (Portugal)
El último cuaderno “El José Saramago que escribió y reflexionó hasta el final de su existencia era un transgresor; transgresor en la literatura, en la vida y ante las normas de conducta marcadas por la burguesía. Murió siendo un joven de 87 años que tenía conciencia de su muerte, tal como lo confirma El último cuaderno, un libro que reúne la totalidad de textos publicados en su blog, entre marzo de 2009 y junio de 2010, justo el mes de su muerte.” Yanet Aguilar Sosa, El Universal
Las pequeñas memorias «Este libro se lee con una amable mirada que convierte en divisa, más valiosa que cualquier ideología, la vindicación de la dignidad». José Mª Pozuelo Yvancos, ABC «Hay que saludar este regreso de Saramago, siempre excepcional escritor, a su realismo inicial, y animarle a que siga por este camino…»
Rafael Conte, Babelia
Todos los nombres «Todos los nombres es uno de esos pocos libros que perviven en la memoria cobrando en ella el carácter de un clásico.» Pilar Rico, Suplemento Semanal «El tono siempre filosófico de Saramago alcanza en Todos los nombres una nitidez y un despojamiento que permite hablar de una voluntad de indagación metafísica... Saramago ha hecho un relato denso, pero no aburrido; es exigente en sus metas, pero su trama no permite que desfallezca la atención.» Santos Sanz Villanueva, El Mundo «Esa bella metáfora sobre la vida y la muerte y lo absurdo de nuestros convencionalismos constituye lo fundamental de una de las más serias y conseguidas producciones de José Saramago.» Joaquín Marco, Abc «Saramago es un gran narrador y rara vez escapa al criterio de mantener en vilo al lector... La fuerza narrativa del texto, la construcción de un discurso aséptico y nada sentimental, meditativo y dialogante, refuerza la impresión de estar asistiendo a la disección de una conciencia.» Jordi Gracia, La Vanguardia
«Una novela que supera las apoyaturas historicistas de los primeros relatos del Nobel portugués y alcanza una rara perfección literaria.» Javier Aparicio Maydeu, El Periódico de Catalunya
Casi un objeto «Casi un objeto es un libro espléndido que aúna la capacidad formal de su autor con un lúcido espíritu crítico, sentimental y, a veces, burlón e irónico, sobre nuestro mundo contemporáneo que ha modificado sus ideales utópicos y espirituales por los puramente materiales.» César Antonio Molina, Diario 16 «Un libro de parábolas, que proporciona claves enriquecedoras.» Javier Alfaya, El Mundo
Ensayo sobre la ceguera «Es una novela coral, sólida, bien construida y de ida y vuelta como es lógico en una alegoría.» José Antonio Ugalde, El Mundo «Saramago, una vez más ha escrito una obra maestra no sólo de la ficción sino también del pesimismo contemporáneo... Ha bajado hasta las cavernas más profundas de la trastienda humana y nos ha prevenido de los males no sólo de la razón sino de la sinrazón.» César Antonio Molina, Diario 16 «Probablemente la obra más soberana y feroz de su indiscutible bibliografía narrativa... Se ha ganado no sólo la admiración sino también el respeto de todo buen lector por su constante superación de lo ya conseguido, libro tras libro...» Robert Saladrigas, La Vanguardia «He aquí una novela soberbia por su gran altura intelectual y artística, técnicas narrativas modernas y grandeza ética nada sermonaria.» Ramón Irigoyen, El Correo Español
Memorial del convento/El evangelio según Jesucristo «Ambas novelas constituyen dos buenas muestras del quehacer narrativo de Saramago, de su indagación e interrogación permanentes, del uso de la historia y de la tradición como fiel de conocimiento y de su naturalismo verbal a la hora de comunicarse con el lector.» Ramón Acín, Heraldo de Aragón «Dos obras magníficas. Saramago somete a análisis algunos de los valores considerados fundamentales por nuestra sociedad para llegar a la conclusión de que todas "las cosas
grandes se convierten al final en cosas pequeñas" y que la relatividad impregna la historia y las ideologías.» Sofía Cubría, El Norte de Castilla
El viaje del elefante «Imitando la lección de Erasmo, El viaje del elefante escarnece la vanidad humana, mostrando que hasta los reyes resultan ridículos cuando se sitúan cerca de un coloso de cuatro toneladas, que camina por la Tierra con la sabiduría de los antiguos cínicos, despreciando los bienes materiales y el afán de poder.» Rafael Narbona, El Cultural