IX SEMANA DE LA FAMILIA GUIÓN PARA LA EUCARISTÍA III Domingo de Pascua-B-22 de Abril-2012 SUGERENCIAS PARA LOS CANTOS DE LA CELEBRACIÓN. 1. Entrada: UN SOLO SEÑOR, UNA SOLA FE…” (Deiss), o “ALREDEDOR DE TU MESA…” o “É DOMINGO, O DÍA DO SEÑOR”, o “SUBAMOS XUNTOS Ó MONTE DO SEÑOR…”o “ALELUIA: O SEÑOR RESUCITOU” (Cantoral relixioso, páx. 108) 2. Salmo responsorial: “HAZ BRILLAR SOBRE NOSOTROS LA LUZ DE TU ROSTRO, SEÑOR” 3. Ofertorio: ¡QUÉ FERMOSO É SER UNHA FAMILIA! O ¡QUÉ BIEN TODOS UNIDOS…! 4. Comunión: “TE CONOCIMOS, SEÑOR, AL PARTIR EL PAN”, o “CON VOSOTROS ESTÁ Y NO LE CONOCÉIS”, ou “QUEREMOS CEAR CONTIGO”, ou “SI ME FALTA EL AMOR” 5. Final: SANTA MARÍA DEL ‘AMÉN’ o VEN CON NOSOTROS AL CAMINAR, o el “MAGNIFICAT”
1. MONICIÓN DE ENTRADA. Bienvenidos, hermanos, un domingo más a la Eucaristía. Ésta de hoy será una Eucaristía especial. Queremos que os sintáis especialmente invitadas y acogidas las familias. Durante estos días pasados hemos celebrado en nuestra diócesis de Ourense la Novena Semana de la Familia centrándonos en el lema: “NO TENGÁIS MIEDO. NO ESTÁIS SOLOS”. Son palabras del mismo Jesucristo a los suyos que hoy resuenen con especial fuerza por la urgencia de un testimonio valiente y comprometido que aporte luz y novedad a la situación de la familia, esa realidad siempre tan rica pero también tan compleja. Nos unimos en esta celebración a todas las parroquias y familias de la diócesis para expresar así nuestra comunión eclesial que es el signo necesario e imprescindible para que el testimonio tan urgente sea creíble. Dispongámonos para la celebración.
2. ACTO PENITENCIAL Confiando en la misericordia de nuestro Dios que hace brillar su rostro sobre nosotros cada mañana, le pedimos perdón por nuestras infidelidades y pecados y luz para caminar en su presencia: - Tú, que nos das la Paz como don y tarea a desarrollar en medio de la vida. SEÑOR, TEN PIEDAD. - Tú, que nos envías a seguir llevando vida y felicidad a todos nuestros hermanos. CRISTO, TEN PIEDAD. - Tú, que nos das una vida nueva para anunciar a todos la Resurrección. SEÑOR, TEN PIEDAD. El Señor tenga misericordia de nosotros, perdone nuestras limitaciones y pecados y nos lleve a la vida eterna. AMÉN. 3. MONICIÓN A LAS LECTURAS. Vamos a proclamar la Palabra de Dios en este Tercer Domingo de Pascua. Y nos surge esta pregunta: ¿En tiempo pascual se debe hablar de conversión? Pues parece que sí. Jesucristo y Pedro hablan de ella. En el evangelio El Resucitado se aparece a los suyos, les instruye y les manda a predicar la conversión y el perdón de los pecados. En la 1ª lectura el mismo Pedro predica la muerte y resurrección de Cristo y exhorta a la conversión. Y en la 2ª lectura Juan presenta a Jesucristo como el abogado ante el Padre y la víctima propicia por nuestros pecados. 4. LECTURAS 1ª lectura: Hechos 3, 13-15.17.19 Salmo responsorial: Salmo 4
2ª lectura: 1 Juan 2, 1-5a Evangelio: Lucas 23, 35-48
5. SUGERENCIAS PARA LA HOMILÍA 5.1.
El miedo nos paraliza.
Vivimos tiempos de miedo generalizado aunque nos neguemos a confesarlo: miedo a perder la propia tranquilidad y nivel de vida, miedo al diferente, miedo al futuro. Se ponen verjas y sistemas de seguridad, vallas para los emigrantes que vienen de África, alarmas por todas partes… Más miedo y vergüenza deberían darnos los mil cien millones de personas que sobreviven con menos de un dólar diario y los ochocientos millones que no tienen comida para sobrevivir o los más cinco millones de parados de los que conocemos a algunos… En realidad ¿de qué tenemos miedo? Seguramente que todos hemos escuchado y, tal vez, experimentado que “el miedo paraliza” y hemos vivido en nuestra propia carne el fracaso de un sueño, de un proyecto, precisamente por miedo a fracasar. 5.2.
Jesús vence al miedo.
Los “discípulos de Jesús estaban llenos de miedo por la sorpresa y creían ver un fantasma” (Ev). Es el propio Jesús quien les encara y les interpela: ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Es decir, ¿por qué os asustáis y tenéis miedo? El Señor no espera las “explicaciones” y disculpas de los discípulos, porque seguramente no había disculpas; sólo miedo. Y les propone de manera imperativa: “Mirad mis manos: soy yo. Palpadme: tengo carne y huesos” (Ev) Y a partir de ahí viene la alegría desbordante, la entrañable comida, la palabra que refresca la memoria y el entendimiento que les capacita para comprender y abrazar la verdad de Jesucristo que incluye la cruz y la resurrección. Es entonces cuando el Espíritu actúa empujándoles a llevar la Buena Noticia de la conversión y el perdón a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén, la propia casa. “Vosotros sois testigos de estas cosas”, dice el Resucitado. 5.3.
Un camino nuevo.
Es lo que sucede cuando desaparecen los miedos: comienza un camino nuevo que asombra a todos. Sucedió entonces con los discípulos y sigue sucediendo ahora. Ese camino nuevo tiene sus propios signos:
5.4.
1º signo: “Le conocieron al partir el pan”.
Así comienza el evangelio de hoy: “contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús al partir el pan”. Ese gesto les resultaba muy familiar. Jesús se había acercado a ellos, se había interesado por sus problemas, se había hecho presente en su camino, pero ellos no le reconocen hasta que partió el pan. Sólo donde se parte y reparte bien el pan, Dios se hace presente. Es tarea de cristianos trabajar por el pan de cada día y para todos. Es ahí donde Jesús nos conoce y nosotros le conocemos a Él, como frecuentemente cantamos: “Te conocimos, Señor, al partir el pan; Tú nos conoces, Señor, al partir el pan”. Es en la Eucaristía donde de manera especial los cristianos descubrimos a Jesucristo, le miramos y Él nos mira; le palpamos y le sentimos. 5.5.
2º signo: “Se llenaron de profunda alegría”.
Es lo que tiene la presencia del Resucitado: que provoca el paso del miedo y la actitud defensiva a la libertad alegre de la Pascua. Ya aconsejaba el bueno de Juan XXXIII: “Hay que pasar de profetas de desgracias”. Hay que ser positivos y propositivos, no negativos y e impositivos. No vale ver sólo la parte negativa y autodestruirse así. Hay que “pasar” de profetas de desgracias y ser testigos de esperanza. A lo mejor debíamos preguntarnos por la falta de frescura y alegría en nuestra pastoral, en nuestras celebraciones, en nuestro testimonio, en nuestro compromiso. ¿Se trasluce la fe en la Resurrección de Jesucristo en nuestro rostro? ¿Tenemos cara de haber sido alcanzados por la experiencia de la Resurrección? ¿Nuestras comunidades son lugares de experiencia gozosa de la fe, de fraternidad, de alegría? 5.6.
3º signo: “Daban testimonio de Jesucristo con gran valor”
Aquellos discípulos salieron a la calle y a los que les prohibían hablar les sueltan: “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres”. La reacción de los poderosos fue como siempre. Mataron a algunos: Esteban, Santiago… Pero aquello, que nació cuando los discípulos perdieron el miedo y obedecieron a Dios y no a los hombres, ya no hay quien lo pare. Hoy siguen siendo muchos los que dan testimonio y arriesgan su vida por Jesucristo, por causa del Reino. En ellos y por ellos nos sentimos vivos.
5.7.
LA SEMANA DE LA FAMILIA
La Delegación de Pastoral Familiar nos ha propuesto para la IX Semana de la Familia, que hemos celebrado estos días, el siguiente lema: “No tengáis miedo. No estáis solos”. Es especialmente urgente que las familias cristianas pierdan el miedo a vivir como tales y sean ellas mismas. Es necesario activar el compromiso de convertir el hogar en una experiencia de Iglesia en la que se escucha la Palabra de Dios, se celebra la fe y se vive intensamente el testimonio del amor, siendo así una verdadera “iglesia doméstica”. Hacen falta familias que no se acomoden a la rutina y al ambiente secularizado y materialista de nuestra cultura, con tanto relativismo moral, sino que tengan a Dios como fundamento y transmitan esa fe a las nuevas generaciones desde la experiencia del Resucitado en sus vidas. Familias que sean, como dice el Vaticano II, “escuela del más rico humanismo”. Familias que, para la Iglesia y para el mundo, signifiquen una especie de “sacramento de humanidad”, que abran nuevos caminos y ofrezcan signos bien visibles a los hombres que nos contemplan. Es decir: • Familias que parten cada domingo el Pan de la Eucaristía y ahí alimentan su compromiso para estar cerca de otras familias, interesarse por ellas y sus problemas y prestar el servicio de la comprensión, la ayuda y el pan material partido y compartido. • Familias que miren a JESUCRISTO y vean sus llagas en las llagas de tantos hombres y mujeres necesitados que están sufriendo marginación, desprecio, desconsideración, y palpen su carne y sus huesos para descubrirle a Él en ellos y suavizar tanto dolor con presencias de ternura, de misericordia y de compasión, como el buen samaritano. Jamás ser dedo que señale, sino mano que acaricie. Porque hay familias con serios problemas materiales y no podemos pasar de largo ante ellas “acaso, como dice la canción, por llegar temprano al templo, ocupados en sus rezos o porque no era de los nuestros”. Y también hay familias con profundos problemas morales y espirituales, sin valores y/o con la escala invertida, que piden “a gritos” pautas para encontrarse de nuevo y tienen derecho a que alguien se las ofrezca en lugar de condenarles. • ¿Qué luz ofrecemos los cristianos, las familias cristianas, en este momento?
• La familia, signo de esperanza. Familias, “no tengáis miedo. No estáis solos”. “Mantened viva la esperanza”. Para eso es necesario ser una familia que practica la humildad de los que no ponen su confianza en su tener o en su saber, sino que viven en la pobreza fundamental de los que no aspiran al “bienestar”, sino a “sermás”. No hay esperanza para los satisfechos de este mundo, pero sí para quienes son capaces de vivir en la austeridad de los que han aprendido a valorar lo esencial y son capaces de prescindir de lo accesorio. Es el espíritu de las bienaventuranzas que tanta felicidad trae a quienes lo siguen. 6. Y todo con María, la Madre. Ella es quien en la familia acoge en Jesús la cercanía de Dios y la difunde con su presencia orante en la Iglesia que nace en el Cenáculo. Ella es la mujer que “ha creído” y la que en Caná está atenta a las necesidades de los hombres, vive la intercesión y la súplica e invita a “hacer lo que Jesús nos dice”. Y junto a la cruz se mantiene abierta para albergar en su corazón de madre a la humanidad. Ojalá que la familia cristiana -y la Iglesia- se parezcan a María. Seguramente Ella, como madre buena, nos está diciendo en este momento: “NO TENGÁIS MIEDO. NO ESTÁIS SOLOS. HACED LO QUE JESÚS OS DIGA”. Pues que así sea.
7. ORACIÓN DE LOS FIELES. Unidos en la oración, presentemos a Dios Padre las necesidades de nuestro mundo, especialmente de las familias. Respondemos diciendo: ¡Escúchanos, Señor! 1.- Para que la Iglesia, reunida como una gran familia, avance por el camino de la unión de todos los cristianos. Roguemos al Señor. 2.- Para que todas las familias sean escuela de humanidad, de amor fiel, perdón, diálogo, generosidad y paciencia. Roguemos al Señor. 3.- Para que los matrimonios rotos, o que pasan por momentos difíciles encuentren el camino de la reconciliación personal y familiar que necesitan. Roguemos al Señor. 4.- Por los que viven solos, sin una familia que les acoja; y por quienes sufren problemas de convivencia dentro de su propia familia, para que experimenten el amor de Dios que nunca abandona, por el cariño y la cercanía de los que nos llamamos cristianos. Roguemos al Señor. 5.- Por las familias que sufren las consecuencias de la crisis económica: los que están en el paro, los que no perciben el subsidio de desempleo, los que padecen violencia, para que encuentren la cercanía, la acogida y la comprensión de la Iglesia y de la sociedad. Roguemos al Señor. 6 - Para que nuestras familias creyentes no tengan miedo en ofrecer a sus hijos una experiencia positiva en la que arraiguen los valores y la vivencia religiosa. Roguemos al Señor. 7.- Por nuestros familiares ancianos; para que reconozcamos siempre su valor, su sabiduría, independientemente de que sus manos puedan o no sernos útiles. Roguemos al Señor. Escucha, Padre, las oraciones que te dirige esta familia tuya. Por JNS.
8. ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS Te bendecimos, Padre, porque Cristo resucitado viene a romper los cerrojos de nuestras puertas y corazones, cerrados por el miedo y la duda, la apatía y el desánimo. Nos cuesta creer de verdad que Cristo está vivo hoy como ayer, y que comparte con nosotros la mesa y el pan de la esperanza. Y sin embargo, es cierto: ¡Jesús es el Señor resucitado! Él hace brillar en la noche la aurora de su resurrección para los que creen a pesar de la oscuridad y del miedo. No permitas, Señor, que nos resistamos a creer en ti. Danos tu Espíritu para que nos quite el miedo y nos haga, ante nuestros hermanos, testigos valientes de tu salvación y de tu amor de Padre. Hoy queremos darte gracias por nuestras familias. Tú las conoces bien y sabes que son familias corrientes, de las de a pie, de las que no son sagradas. Familias en las que nos decimos y hacemos cosas que no se nos ocurriría mostrar en público, tanto en lo bueno como en lo malo. Pero somos familias, Señor, dispuestas a hacerte a ti un hueco en nuestro hogar para caminar de tu mano y alcanzar los sueños de felicidad que sólo es posible alcanzar si tú vienes con nosotros. Hoy nos dices: “No tengáis miedo. No estáis solos”. Queremos hacerte caso y por eso te pedimos que nos ayudes a no tener miedo a la verdad sociológica que nos habla de tantos fracasos familiares que son un signo de nuestro tiempo a través del cual tú nos hablas y nos convocas a ser testigos de tu amor y servidores de nuestros hermanos. Gracias, porque quieres contar con nosotros. Gracias también, Padre, por esa otra verdad sociológica de tantas familias que se aman, se entienden, se ayudan y están dispuestas a ayudar y servir a quien les necesite. Somos conscientes de que sin familia, sin ambiente de cariño seguro, estable e incondicional, hubiera sido imposible el mensaje de tu Hijo Jesús y sus noticias sobre Ti, porque sin familia Tú, Señor, no puedes ser conocido, ni vivido, ni creído, porque Tú eres familia. Haznos testigos de tu amor. Danos fuerza para seguir a tu Hijo Jesucristo por el camino arduo y difícil que lleva a la felicidad y que no es otro que el de las Bienaventuranzas. Que no tengamos miedo de caminar por él y que seamos fuertes y valientes para mostrarlo a los hombres de nuestro tiempo. ¡Ojalá la dicha que esperamos se haga realidad plena cuando con tus brazos nos estreches a tu corazón de Padre! Amén.