La Esperanza: aproximación teológica

Esta primera referencia merece ser subrayada en los siguientes aspectos: • En primer lugar, reconociendo que, como con toda virtud, nos acercamos al h...

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La Esperanza: aproximación teológica Pbro. Dr. Julián López Amozurrutia «La fe que amo más, dice Dios, es la esperanza»1. En el contexto de la inducción a las Jornadas de Teología de este año en el ISEE, me han pedido intervenir presentando una consideración sistemática sobre la esperanza. Se ha tenido ya un acercamiento de carácter bíblico-patrístico, y la próxima semana se presentará un planteamiento catequético. Quisiera sugerirles, salpicados por frases delicadísimas de Charles Péguy, un cierto esquema general de la teología de la esperanza, girando en torno a la columna vertebral de la doctrina de Santo Tomás de Aquino. En primer lugar, hemos de recordar que la esperanza es una virtud. Si se quiere, podemos hablar de la dimensión “moral” de la esperanza. El fundamento de ello lo encontramos en una constatación antropológica: existe una estructura humana de esperanza, como lo han podido reconocer muchos pensadores incluso no creyentes. Baste pensar en el caso de Ernst Bloch y su monumental Principio Esperanza,2 recientemente publicado en castellano. Si dilatamos la mirada, encontraremos que existe también una forma revelada de esperanza en la religión, especialmente considerando la dinámica de promesa que atraviesa la tradición judeocristiana. Sigue siendo un clásico, a este respecto, el estudio de Jürgen Moltmann Teología de la esperanza. La reflexión del Aquinate, aunque estos dos niveles, se articula a partir de la moral: la esperanza es una virtud. Si bien podemos advertir el riesgo de una aproximación individualista, tiene la ventaja de reconocer que se trata de un principio configurador de la dinámica humana, que nos da a conocer la estructura operativa del ser humano. Consideremos el siguiente pasaje, que es un texto clave y nos sirve como punto de referencia: «La virtud, en todo ser, es lo que hace bueno a quien la tiene y hace buena su obra. Es menester, por lo tanto, que, donde haya un acto bueno, ese acto corresponda a una virtud humana. Ahora bien, en todas las cosas humanas sometidas a una regla y a una medida se valora el bien por el hecho de que la persona en cuestión se ajuste a su propia regla, como decimos que es bueno el vestido ajustado a sus propias medidas. Ahora bien…, para los actos humanos hay doble medida: una próxima y homogénea, o sea, la razón natural; y otra suprema y trascendente, que es Dios. Por eso es bueno todo acto humano que llega a la razón o a Dios mismo Pues bien, el acto de esperanza… llega a Dios porque… el objeto de la misma es el bien futuro, arduo y asequible. Por otra parte, una cosa nos es asequible de dos maneras: la primera, por nosotros mismos; la segunda, por otros… Por lo tanto, en cuanto esperamos algo como asequible gracias a la ayuda divina, nuestra esperanza llega hasta Dios mismo, en cuya ayuda nos apoyamos. Por eso resulta evidente que la esperanza es virtud: hace bueno el acto del hombre y se ajusta a la regla adecuada»3.

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Ch. Péguy, «El pórtico del misterio de la segunda virtud», en Los tres misterios, Madrid 2008, 229. E. Bloch, El principio esperanza, Madrid 2004ss. 3 STH, II-II, q, 17, a. 1. 2

Esta primera referencia merece ser subrayada en los siguientes aspectos: •





En primer lugar, reconociendo que, como con toda virtud, nos acercamos al hombre en un dinamismo de bondad. Esto supone ya dos aspectos: la condición operativa del hombre, su movimiento, por una parte, y la calificación que hay que dar a los actos. El hombre actúa, y puede actuar bien o mal. En segundo lugar, el texto nos determina el contenido de la esperanza como virtud. Se refiere al bien futuro, que es calificado como arduo y asequible. En su dimensión teologal, queda calificado por Dios como bien asequible al hombre. Para ser virtud humana, por último, debe corresponder a la regla y medida humana. Aquí despliega santo Tomás su típica paradoja antropológica, referida a lo natural y a lo trascendente. En este sentido, Dios nos es asequible como futuro, pero gracias a la ayuda divina.

«Mi pequeña esperanza es la que se duerme todas las noches, en su cama de niña, después de rezar sus oraciones, y la que todas las mañanas se despierta y se levanta y reza sus oraciones con una mirada nueva»4. La consideración de la esperanza como virtud nos ha abierto ya a su rasgo más sorprendente. Me refiero a su dimensión teologal. En un contexto secular, Bloch supo hablar de la esperanza, descubriendo en la utopía la experiencia del “aún no”, la conciencia anticipada, el excedente humano. Pero esta maravilla de nuestro dinamismo es superada por la cualificación estrictamente teologal que le reconoce el cristianismo. La esperanza es algo más que una utopía: es una oferta de salvación definitiva; existe un verdadero “excedente” humano, pero lo encontramos en el sorprendente anuncio de la bienaventuranza eterna. La esperanza es una virtud teologal. Como sabemos, lo que distingue a las virtudes teologales es el tener a Dios como objeto. Santo Tomás mira a Dios presente en la esperanza en dos niveles: «La esperanza tiene dos objetos: el bien que se pretende conseguir y el auxilio con el que se consigue. Pues bien, el bien que se espera conseguir tiene razón de causa final; el auxilio, en cambio, con el que se espera conseguir tiene carácter de causa eficiente… La esperanza tiene como fin último la bienaventuranza eterna; el auxilio divino, en cambio, como causa primera que conduce a la bienaventuranza»5. Según santo Tomás, por lo tanto, Dios aparece en la esperanza como fin último y como causa primera. Dios está en la esperanza porque el fin de la esperanza es la bienaventuranza eterna, y ésta consiste en la visión de Dios; pero también porque Dios interviene en la esperanza auxiliando a las capacidades humanas para alcanzar dicho fin. Hemos de reconocer, así, la perspectiva jaritológica de la esperanza, propia de todo el dinamismo sobrenatural de la gracia: Dios nos auxilia para la vida plena, pero Dios mismo es el contenido de esa vida. Encontramos el doble eslabón de la gracia creada y la

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Ch. Péguy, «El misterio de los Santos Inocentes», en Los tres misterios, Madrid 2008, 364. STH, II-II, q. 17, a.4.

gracia increada en el dinamismo de la esperanza. La esperanza es así la dimensión dinámica de la visión del hombre como capax Dei. «Lo que me admira, dice Dios, es la esperanza. Y no me retracto. Esa pequeña esperanza que parece nada. Esa niñita esperanza. Inmortal»6. Si Dios se nos presenta como objeto de la esperanza del hombre, conviene aún destacar otro principio de la esperanza como virtud, en el sentido del “bien” referido anteriormente. La esperanza se refiere al futuro en clave de bienaventuranza, como plenitud humana. «El objeto de la esperanza es la bienaventuranza eterna»7. La esperanza reconoce así el dinamismo humano que tiende a la felicidad, y una felicidad definitiva. La perspectiva de santo Tomás incorpora una antropología eudemonista. Pero el contenido de esa felicidad buscada por el hombre no se encierra en momentos de felicidad pasajeros, como podríamos encontrar en diversos tipos de hedonismo, ni en un dinamismo puramente formal del ser humano. En este sentido también Kant y Bloch son rebasados por esta perspectiva. La felicidad es un horizonte verdadero, personal, que se identifica con el ser tripersonal de Dios. Es un eudemonismo de carácter escatológico. «Yo soy, dice Dios, Maestro de las Tres Virtudes. La Fe es una esposa fiel. La Caridad es una madre ardiente. Pero la esperanza es una niña muy pequeña»8. Ahora bien, la perspectiva definitiva de la esperanza no significa una enajenación de las realidades transitorias. En realidad, la esperanza escatológica no lleva al hombre a descuidar sus responsabilidades terrenas, sino que les marca la forma de asumirlas. En este sentido, santo Tomás no teme esperar en los hombres, pero se rehúsa a ponerlos como fines últimos. «Todo cuanto espera alcanzar la esperanza, lo espera en orden a Dios como último fin y como causa eficiente primera»9. La vida está llena de acciones de esperanza, pero el orden último de las mismas es Dios. En esta lógica sigue siendo vigente lo que decía Moltmann al inicio de su proyecto, tras considerar los límites de considerar la escatología en la perspectiva de unos novissima totalmente retirados de la vida cotidiana, incluso de la fe ordinaria: «En realidad, escatología significa doctrina acerca de la esperanza cristiana, la cual abarca tanto lo esperado como el mismo esperar vivificado por ello. En su integridad, y no sólo en un apéndice, el cristianismo es escatología; es esperanza, mirada y orientación hacia delante, y es también, por ello mismo, apertura y transformación del presente. Lo escatológico no es algo situado al lado del cristianismo, sino que es, sencillamente, el centro de la fe cristiana, el tono con el que armoniza todo en ella, el color de aurora de un nuevo día esperado, color en el que aquí abajo está bañado todo. Pues la fe cristiana vive de la resurrección de Cristo crucificado y se dilata hacia las promesas del futuro universal de Cristo. La escatología es el sufrimiento y la pasión que tienen su origen en el mesías; por ello no puede ser, en realidad, un fragmento de la doctrina cristiana.

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Ch. Péguy, «El pórtico del misterio de la segunda virtud», en Los tres misterios, Madrid 2008, 233. STh, II-II, q. 17, a.2. 8 Ch. Péguy, «El misterio de los Santos Inocentes», en Los tres misterios, Madrid 2008, 363. 9 STH, II-II, q. 17, a.5, ad 1. 7

Por el contrario, el carácter de toda predicación cristiana, de toda existencia cristiana y de la Iglesia entera tiene una orientación escatológica»10. Cabe aún plantear un par de reservas frente al esquema del Aquinate. En primer lugar, al enfocarse en la realidad del individuo y su felicidad en Dios, ¿logra rescatar la perspectiva comunitaria típica de la revelación judeocristiana? ¿No se refleja este acento en una insuficiente preocupación por “la salvación de mi alma”? Pareciera ser que los otros no tienen mucho que ver con la felicidad eterna que se espera. La segunda reserva es de carácter cristológico. La mediación de Jesucristo tiene poco que ver con la esperanza. Habría que desarrollar más estas dos ideas: el carácter comunitario de la esperanza cristiana, y el hecho de que Jesucristo no sólo es la causa de nuestro futuro porque Él resucitó, ni es sólo el juez que determinará el éxito o fracaso de la propia vida, sino también que como camino al Padre y vida del Padre para nosotros le da a la esperanza un carácter cristiforme. El modo como la esperanza está marcada por la doble forma encarnación-pascua, común a todo lo cristiano, y por la estructura comunional y misionera de la Iglesia, son tareas a desarrollar en la teología de la esperanza. En los últimos años, la intervención magisterial del Papa Benedicto XVI nos ha abierto aún nuevas perspectivas a la reflexión sobre la esperanza. De él viene, en efecto, la más dura crítica a la esperanza pagana y secularizada, mostrando que el Dios revelado en Jesucristo no se nos presenta sólo como una cuestión informativa, sino ante todo performativa, poniendo en evidencia que la conciencia anticipada nos permite actuar la caridad. Ha subrayado el carácter soteriológico de la esperanza y su relación con la justicia divina. Pero también responde directamente a las dos reservas expresadas. Termino, para ello, con dos citas: «Esta vida verdadera, hacia la cual tratamos de dirigirnos siempre de nuevo, comporta estar unidos existencialmente en un “pueblo” y sólo puede realizarse para cada persona dentro de este “nosotros”. Precisamente por eso presupone dejar de estar encerrados en el propio “yo”, porque sólo la apertura a este sujeto universal abre también la mirada hacia la fuente de la alegría, hacia el amor mismo, hacia Dios»11. Y respecto al carácter cristiforme de la esperanza, a la pregunta de qué es la vida eterna: «Sería el momento del sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tempo –el antes y el después– ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría. En el Evangelio de Juan, Jesús lo expresa así: “Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría” (16,22). Tenemos que pensar en esta línea si queremos entender el objetivo de la esperanza cristiana, qué es lo que esperamos de la fe, de nuestro ser con Cristo»12.

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J. Moltmann, Teología de la esperanza, Salamanca 2006, 20. Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, n. 14. 12 Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, n. 12. 11