RACISMO, PREJUICIO Y DISCRIMINACIÓN: UNA PERSPECTIVA

430 encontrar mejor tema que el del problema del racismo, que tantos millones de muertos ha provocado a lo largo de la historia, que parece que hoy de...

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RACISMO, PREJUICIO Y DISCRIMINACIÓN: UNA PERSPECTIVA PSICOSOCIAL. Dr. Francisco Javier Grossi Queipo Universidad de Oviedo

Yo soy el enemigo que tú mataste, amigo mío. Wilfred Owen: Réquiem de Guerra

1.- ¿Por qué esta lección?. Hemos escogido el racismo como tema de nuestra lección magistral por varias razones. En primer lugar porque creemos que la psicología social como consecuencia de presupuestos, a nuestro modo de ver equivocados, ha estado demasiado tiempo alejada de los problemas sociales que aquejan a la sociedad. En el nombre de una ciencia neutral y objetiva, cuya práctica ha de hacerse en total autonomía respecto de los ordenamientos sociales y políticos en los que se desarrolla, nuestra disciplina se ha plegado sobre sí misma en un intento de generar un cuerpo de datos y teorías suficiente que permita predecir, explicar y controlar la actividad humana, del mismo modo que lo hacen las ciencias naturales con sus respectivos objetos de estudio y que tan alto status les ha otorgado dentro de esta civilización nuestra de carácter tecnocrático. Afortunadamente, desde hace algo más de dos décadas ha habido un giro en la psicología social, al menos en un sector de ella y también, al menos declarativamente, hacia el estudio de los problemas y conflictos sociales que nos afectan. Es como si el psicólogo social hubiera recordado que es un científico social y que el conjunto de sus prácticas se definen por y para el marco social que habita. En este sentido no estamos haciendo nada más que volver hacia nuestros orígenes allá en el siglo XVIII cuando la psicología social sienta sus primeras piedras ante la necesidad de comprender y explicar los problemas sociales que existían en una sociedad en crisis. Así pues, hemos creído necesario que nuestra lección siguiese el mandato de Lewin de avanzar por el camino del equilibrio entre la teoría y la aplicación, entre la abstracción y la realidad, entre el pensar y el ser que dirían los marxistas. En este sentido nos ha parecido que no podíamos

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encontrar mejor tema que el del problema del racismo, que tantos millones de muertos ha provocado a lo largo de la historia, que parece que hoy de nuevo se cierne sobre nosotros con renovadas fuerzas, y que, sin embargo, tan poca investigación ha suscitado dentro de nuestra disciplina. En efecto, el racismo y la xenofobia se encuentran en ascenso. Casi a diario podemos escuchar manifestaciones que recuerdan, con toda su crudeza, a aquellas otras de los años treinta que precedieron a la implantación en Europa de regímenes totalitarios. De nuevo encuentran eco entre ciertos sectores de la población los discursos de quienes realizan el canto trasnochado de la pureza de la raza. La idea delirante de que algunos pueblos están predestinados por el color de su piel, por su historia y hasta por sus genes a ocupar determinados puestos en la dirección del mundo ha alcanzado un nivel de difusión tal, y los actos de violencia racista son, como nos dice Tomás Calvo Buezas (1995), tan comunes y frecuentes, que nos parece que ha llegado el momento de plantear el conflicto interétnico que existe en nuestra sociedad como un verdadero problema social que exige la atención inmediata de la disciplina. Pero es que además, a nuestro modo de ver, la Psicología Social tiene una deuda histórica con el estudio del racismo. Debido al desinterés de la Psicología Social por los aspectos socioestructurales, el racismo ha tendido a ser un área marginada dentro las líneas de investigación de nuestra disciplina. Todo lo más ha llegado a ser estudiado de forma indirecta a través de las teorías, principalmente cognitivas y motivacionales, elaboradas para explicar el prejuicio, los estereotipos y la discriminación (Bourihs, 1994). Resulta obvio decir que estos procesos que se articulan en el racismo nos han resultado siempre más familiares que el propio racismo a la hora de investigar, dado que se trata de mecanismos psicológicos que operan y se sitúan en la persona, y que por tanto, podemos intentar estudiarlos como tales al margen de los contextos sociales, históricos y culturales en los que se producen, y de las variables económicas y políticas que los condicionan. Como es lógico, esto no es un hecho políticamente irrelevante y neutral, nos remite al tan mencionado sesgo ideológico de la disciplina. Ha sido bastante frecuente, dentro de determinados ámbitos disciplinarios, oír la queja de que la mayor parte de la Psicología Social que se hace es la de los blancos de la clase media norteamericana, lo cual se traduciría en la elección de un repertorio de áreas de interés y de soluciones políticamente correctas. Como nos dice Delacampagne (1983) el racismo no se estudió más porque

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no molestaba a nadie, pues después de todo la inteligentsia jamás habría de sufrir sus estragos. Al mismo tiempo, la clase media, ideológicamente afín a las tendencias conservadoras, difícilmente podría estudiar otra cosa que no fuese el prejuicio y las actitudes si tenemos en cuenta la naturaleza individualista ya apuntada de estos estudios. De esta manera se hacía posible diseñar mecanismos en pro de la igualdad racial sin necesidad de modificar el orden social que genera el problema. Para terminar con esta no muy breve justificación del tema de exposición escogido, queremos decir que otra de las razones que nos han movido elegirlo es que éste es uno de los ejemplos más claros que podemos presentar de lo que es un fenómeno psicosocial. Como hemos puesto de manifiesto en el proyecto docente, la explicación psicosocial se caracteriza por ser multinivel, por conjugar el nivel de explicación y análisis psicológico y sociológico, y el racismo es un buen ejemplo de como estos niveles han de imbricarse los unos en los otros para conseguir una explicación lo más completa posible. La complejidad del fenómeno del racismo no admite explicaciones simplistas en términos de personalidades psicopatológicas o de relaciones económicas, en él intervienen muchas variables y se entrecruzan muchos factores, tanto psicológicos, como sociológicos, culturales, económicos, políticos, históricos, religiosos, etc. Los prejuicios, los estereotipos, el etnocentrismo y el autoritarismo presentes en el discurso racista y propagados por la cultura necesitan un adecuado caldo de cultivo social para su manifestación. Este caldo de cultivo está en nuestra sociedad en el paro, la crisis económica, la droga, la depauperación y frustración de los barrios marginales urbanos, etc., pero también y muy especialmente en la pérdida de valores, la desorientación religiosa, el culto al dinero, al éxito y al consumo.

2.- ¿Qué es lo que estudiaremos? Justificado el por qué del tema de exposición corresponde ahora centrarlo y acotarlo. Para ello creemos necesario empezar por establecer el significado de la palabra que da origen al término de racismo: raza. La sola aproximación etimológica el término de raza ya nos da una idea de la confusión que al respecto de todo este tema existe, pues su raíz no esta clara. Si consultamos el Diccionario de Autoridades la palabra raza aparece registrada como: "Casta o calidad de origen o linaje. Hablando de los

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hombres se toma muy regularmente en mala parte"; procedería de la desinencia latina radix. En cambio, otros sostienen que esta palabra se deriva del italiano razza, que quiere decir familia o grupo de personas; y este último término tiene su origen, a su vez, en la palabra árabe râs, que puede traducirse por origen o descendencia (Temprano, 1990). Más ilustrativo del significado del término nos parece que es el Diccionario crítico-etimológico de la lengua castellana en el que se nos informa de que "la palabra aparece documentada en castellano en 1438, en el Corbacho del Arcipreste de Talavera (buena raça). En el sentido de linaje, estirpe parece tener un origen extranjero (Catalán o italiano, sic.) y tomó una acepción peyorativa por contaminación de otra palabra similar, raça, que significaba defecto o tara en el paño. El uso de la palabra raza es normal a partir del siglo XVI" (cursivas originales). Parece evidente que, aún siendo poco claro su origen, su significado está ligado al designio del origen de algo. Pero y en ciencia ¿significa lo mismo? Hoy en día el concepto de raza está casi totalmente erradicado de la terminología de la genética, biología, antropología, paleontología, etc. En todas estas disciplinas es norma común afirmar que no se puede definir este concepto sin caer en arbitrariedades y ambigüedades. De todas formas el acuerdo no es absoluto, y la prueba la tenemos en que cada cierto tiempo reaparecen polémicas como la de la heredabilidad de la inteligencia o incluso la predisposición hacia la violencia de ciertas "razas" como la hispana o la negra. A sabiendas de que el problema de la existencia de las razas no es algo que corresponda dilucidar al psicólogo social, si de algo vale nuestra opinión permítasenos decir que nos adherimos a lo expuesto por Marvin Harris (1991) cuando señala que ningún estudio genealógico es capaz de llegar más allá de 56 generaciones. Detrás quedan 5.600 generaciones para llegar al primer sapiens moderno. Como Harris, estamos convencidos de que toda demarcación entre las posibles razas, de haber existido, habría quedado borrada hace mucho tiempo atrás por el mestizaje. Creemos que todas las razas y todos los humanos actuales están emparentados y comparten las mismas genealogías. Ahora bien, de nada vale negar la base científica de las razas porque el problema sigue estando ahí. Lo social y lo biológico son, en este caso, tanto epistemológica como ontológicamente, dos fenómenos completamente diferenciados. A nivel social hablar de razas reales o de razas imaginarias es

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lo mismo, desempeñan el mismo papel en este proceso social y por lo tanto, desde el punto de vista de su funcionamiento, son idénticas. Como decía Jean-Paul Sartre "Es el antisemita el que crea al judío". Por tanto nuestro problema se mueve en el terreno del racismo y no en el de las razas. Para pensar el racismo tenemos que descartar el concepto de raza como categoría de análisis. El siguiente paso en nuestro caminar es entonces definir qué es el racismo. Al intentar hacerlo nos encontramos que el término que aparece ante nuestro sentido común como un todo, como algo indiferenciado es, en realidad, un fenómeno que engloba un conjunto bastante heterogéneo de problemas. Como todo fenómeno social no es algo unívoco sino que tiene muchas caras, matices y expresiones, lo que hace de la tarea de su definición algo verdaderamente complejo. Así hay quienes como Katz enfatizan sus aspectos conductuales: "trato desigual de los individuos debido a su pertenencia a un grupo particular" (Katz y Taylor, 1988, p. 6); otros, por ejemplo Taylor, los políticos y sociales: "efectos acumulativos de individuos, instituciones, y culturas que resultan en la opresión de minorías étnicas" (Katz y Taylor, 1988, p. 6); hay quienes lo plantean en términos filosóficos, por ejemplo Willemsen (Willemsen y van Oudenhoven, 1989, p.15): "filosofía que expresa la superioridad de una raza sobre otra"; Wieviorka (1992, p. 18), lo hace en función de los contenidos ideológicos: "idea de un vínculo entre los atributos o el patrimonio -físico, genético o biológico- de un individuo (o de un grupo) y sus caracteres intelectuales y morales"; Wetherell y Potter (1992) prefieren no entrar en los contenidos ideológicos, debido a la caducidad de los mismos, y optan por definir el racismo en función de prácticas ideológicas y de los resultados ideológicos: "el discurso racista es ideológico porque es una forma de conocimiento falsa y parcial que defiende intereses particulares" (p. 31) ... "El discurso racista debería verse como un discurso (cualquiera que sea su contenido) que tiene el efecto de establecer, sostener y reforzar relaciones de poder opresivas ... tiene un efecto de categorizar, colocar y discriminar entre ciertos grupos, siendo un discurso que justifica, sostiene y legitima prácticas orientadas a mantener el poder y el dominio" (p. 70). Como se puede observar la complejidad del concepto es mucha, razón por lo cual creemos que la concepción de racismo con la que nosotros trabajemos deberá centrarse en los aspectos psicosociales que el mismo encierra. Pues bien, entendemos que es en las categorías cognitivas e ideológicas donde mejor se pueden observar estos aspectos, ya que ellas

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mismas son el resultado de la internalización y organización creativa en los sujetos de lo externo discursivamente formalizado. En su análisis está la puerta que permite acceder a la mente social de los individuos, a las funciones que desempeñan y a su organización. Por esta razón, a nuestro juicio, la definición más acertada para nuestro nivel de análisis es la que nos ofrecen Whetherell y Potter (1992). Es lo suficientemente amplia como para no reducir demasiado el ámbito de estudio, inserta las prácticas discursivas dentro de un orden social existente (cuya función es legitimar) y en último termino remite a las categorías argumentativas de tipo psicosocial, como las creencias, actitudes, etc. de las personas y los grupos, insertas en los propios discursos. Así pues, ya hemos conseguido dar una cierta forma al racismo, pero no nos ha de valer con esto, pues, sus caras siguen siendo muchas. La ideología racista puede manifestarse a través de discursos diferentes y en distintos grados de intensidad. Esto es lo que han demostrado Kleinppenning y Hagendoorn (1993) con su estudio sobre las formas del racismo. Los autores mencionados han identificado cinco formas de racismo, cada una de las cuales incluye un discurso sobre las razones de las diferencias raciales, la superioridad racial, la distancia frente al grupo racial ajeno, y la visión de la sociedad ideal desde el punto de vista del tema racial. No sólo eso sino que, además, proponen una escala de discriminación acumulativa sobre la que se puede evaluar la "dimensión acumulativa de las actitudes étnicas" (cada paso en la escala está implicado en el siguiente). La escala sería esta: — Discriminación interpersonal Discriminación política y económica Discriminación en el área de los derechos civiles + Como se puede ver, para estos dos autores las personas estamos más dispuestas a reconocer los derechos civiles de otro grupo (p. ej. sanidad o educación) que los políticos y los económico (p. ej. voto o empleo), siendo todavía menor la aceptación interpersonal (matrimonio, vecindad, amistad, etc.). Al mismo tiempo, esta escala nos indica que una persona que acepta a miembros de otros grupos a nivel interpersonal lo hará también a los otros niveles y viceversa, una persona que rechaza a los miembros de otro grupo a nivel de derechos civiles, los rechazará también en los otros dos niveles.

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Las cinco formas de racismo que identificaron clasificadas de las más tolerantes (no racismo) a las más intolerantes (racismo biológico) son la siguientes (Kleinppenning y Hagendoorn, 1993, p. 24). No nos vamos a detener en la explicación de cada una de las formas de racismo tal y como han sido configuradas a tenor de los discursos que manejan, puesto que aparecen perfectamente perfiladas en el cuadro anterior. Sí queremos, sin embargo, hacer una breve mención a las formas de racismo que representan típicamente "El racismo que viene" (Calvo Buezas, 1990). Tradicionalmente, como consecuencia del genocidio nazi, cuando uno pensaba en el racismo lo hacía en términos de racismo biológico. Se asociaba el racismo con un tipo de discurso que hablaba de la superioridad o inferioridad de las razas en términos geneticistas. Este es, nos dicen Pettigrew y Meertens (1995), el racismo vocinglero que solían medir las encuestas, pero que con el paso del tiempo ha tendido ha desaparecer en favor de un tipo de racismo mucho más sutil. Para recoger las nuevas formas ha adoptado el racismo que se crearon los conceptos de "racismo aversivo" (Gaertner y Dovidio, 1986), "racismo simbólico" (McConahay, 1986), "neorracismo" (Balibar, 1991), "racismo postmoderno" (Flecha y Gómez, 1995), "racismo sutil" (Pettigrew y Meertens, 1995), etc.

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Areas

No racismo

Racismo aversivo

Racismo etnocentrista

Racismo simbólico

Las diferencias de capacidad se aprenden Diferencias No hay razas Superioridad Superiosuperiores cultural del propio grupo ridad El otro El contacto El otro grupo entraña una Amenaza grupo es amenaza cultural /es un problema enriquece amenazante, social problema social Igualdad de derechos No hay derecho a Derecho de ser Derechos Ser iguales. Deben iguales, pero no someterse más de los merecidos El otro libre de vivir Deben ajustarse a Pueden vivir Ajuste grupo es cultura la cultura de como quieran según su nuestro grupo pero dentro propia de áreas limitadas Distancia Separación cultural entre grupos Segregació No segregaci hacia el n otro ón ni física ni cultural No distancia entre grupos Mucha distancia Distancia Sociedad La cultura de nuestro grupo debe dominar y ser Sociedad plural aceptada por los otros grupos ideal

Racismo biológico Son innatas Superioridad biológica El otro grupo amenaza degenerar nuestra raza Ningún derecho

Deben ser excluidos totalmente

Segregación física

Homogeneidad, Sociedad de raza pura

A pesar de las grandes diferencias que existen entre unas formas y otras de este nuevo racismo, todas ellas se caracterizan por mantener discursos menos extremos, en los que se niega y se excluye toda alusión a la diferencia genética interracial. Con toda probabilidad este giro de las ideologías racistas es consecuencia del mismo fenómeno al que hacíamos referencia anteriormente, la asociación del viejo racismo con el execrable crimen contra la humanidad realizado por los nazis. El horror tan grande que suscitó dio lugar a que a nivel internacional se elaborasen normas, leyes, e incluso Declaraciones de Principios, en contra del racismo y de la xenofobia, y en favor de la igualdad de todos los hombres. Las funciones disuasorias que cumplieron provocaron no la desaparición del racismo pero si su evolución hacia un racismo de corte cultural. Este nuevo collar es el que toma toda aquella gente que dice ser

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anti-racista y se enfurece con el discurso sobre la inferioridad de las razas, pero que al mismo tiempo señala el carácter intrínsecamente problemático de las relaciones interculturales, razón que en ocasiones esgrimen en favor de que los miembros de cada una de ellas permanezca en su lugar de origen, o al menos separados de los de la cultura de acogida. La solución que ofrecen es la asimilación. No hace falta decir que este tipo de argumentos son los que sostienen los que plantean la necesidad de erigir altos muros, cuanto más altos mejor, contra la inmigración. Por desgracia cada vez es más frecuente oir hablar de la incompatibilidad cultural de los arribistas con los habitantes de derecho del país de acogida (Calvo Buezas, 1995). Un ejemplo claro de esta nueva forma de racismo lo observamos en recientes campañas de apoyo a países en vías de desarrollo surgidas al calor del movimiento en favor de la cesión del 0'7% de P.I.B. Así no ha sido extraño encontrar a personas con ideas políticas conservadoras y con fuertes discursos nacionalistas excluyentes, contribuir con asociaciones en pro de los mencionados países (Echabarría y Villareal, 1995).

3.- ¿Cuál ha sido su devenir histórico como objeto de estudio? En este tercer estadío de nuestra lección pretendemos revisar muy brevemente cuál ha sido la evolución histórica experimentada por el racismo como objeto de estudio para alcanzar una mejor comprensión de las explicaciones que de él existen en la actualidad. A pesar de lo familiar que hoy nos resulta el término de racismo, realmente es muy novedoso. Como nos dice Michel Wieviorka, director de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París, en su libro "El espacio del racismo" (1992), el término "racismo" no fue acuñado hasta la época de entre guerras de nuestro siglo. Con todo hubo de esperar hasta después de la segunda guerra mundial y al descubrimiento de los horrores del genocidio (otro término absolutamente novedoso) nazi para cobrar plena validez. Pero si la noción de racismo es nueva, el fenómeno es más antiguo, habiéndose ocupado ya de él el pensamiento social desde el siglo XVIII. En este sentido es de justicia señalar que, en parte, somos los investigadores sociales los culpables de la invención del racismo, pues como hemos mostrado en nuestro proyecto docente no son pocos los pensadores que durante ese siglo y con posterioridad han recurrido a la raza como principio

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explicativo de la vida social y, sobre todo, de la historia. Por poner algunos ejemplos de nombres conocidos Galton y Le Bon eran acérrimos defensores de la idea de la superioridad de ciertas razas; Töniess, a pesar de no estar muy de acuerdo con la anterior idea admitía la necesidad de discutir la eugenesia como estudio deseable y muy importante; Bertrand Russell se manifestaba en contra de los matrimonios interraciales; etc. (Wieviorka, 1992). Desde entonces hasta hoy el análisis y la explicación de este fenómeno ha evolucionado tremendamente pasando por las siguientes etapas (considéreselas como tentativas de demarcación y no como algo con límites claros y definidos): 1.- Estudio de la raza como principio explicativo. Es la mencionada anteriormente. Transcurre fundamentalmente entre los s. XVIII y XIX y tiene en el colonialismo europeo el principal caldo de cultivo. 2.- Formulación de la primera sociología del racismo. Fue elaborada en el s. XIX por Alexis de Tocqueville y Max Weber. Ambos plantearon la necesidad de eliminar la identificación de lo social con lo biológico a la que conducían las anteriores explicaciones y de supeditar lo segundo a lo primero. 3.- Las relaciones de razas. Este modelo explicativo fue desarrollado fundamentalmente por la Escuela de Chicago a partir de los años 20 de nuestro siglo. Las oleadas sucesivas de emigrantes europeos que después de la primera guerra mundial llegaron a los EE.UU. y el aumento de la población negra en las metrópolis del norte, fueron dos de los motivos principales que originaron el interés por las relaciones de razas. Plantea el problema del racismo en términos de grupos sociales en competición por recursos, posiciones de poder, status y espacio ecológico, de tal manera que los grupos dominantes se valdrían del prejuicio social para impedir o detener la entrada de los grupos dominados en la competición. 4.- Prejuicio y personalidad. En la década de los años treinta el análisis del racismo deja de centrarse en una relación de razas para empezar a inclinarse del lado del agente racista. El prejuicio deja de ser, al menos en exclusiva, una racionalización instrumental de una dominación, para convertirse en un modo de solución de problemas y tensiones que se han originado en contextos distintos del contacto interracial. El auge del racismo antisemita, población en su mayoría perfectamente integrada en sus respectivas sociedades y difícilmente

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diferenciable del resto de los habitantes, así como lo delirante de la ideas que entorno a los judíos se crearon, sirvieron para cuestionar las teorías de las relaciones de razas. El trabajo más representativo de este enfoque es la Personalidad Autoritaria de Adorno y cols. (1950). 5.- Ideología del racismo. A partir de los años cincuenta y especialmente los sesenta el racismo empieza a ser estudiado en clave política. El nazismo y sus horrores, los movimientos pro derechos civiles en los EE.UU., los debates en torno a la descolonización, etc., crean el clima necesario para que los estudiosos de este problema social se planteen llevarlo más allá de lo personal, de los prejuicios y de las estructura de la personalidad. Ejemplos de este nivel de análisis del racismo nos los facilitan Foucault, que con su libro "Genealogía del racismo" (1992) desnuda los discursos racistas hasta dejar visibles sus contenidos políticos; Christian Delacampagne (1983), quien nos muestra que los orígenes del racismo están indisolublemente unidos a la formación de la cultura occidental; o Balibar y Wallerstein (1991), que en "Raza, nación y clase" muestran las intenciones de dominación política y económica de las prácticas racistas.

4.- ¿Cómo lo estudiaremos? Es la complejidad del racismo, sus múltiples caras y funciones lo que ha hecho de él un substrato perfecto para la formulación de mil y una teorías que a menudo han sido interpretadas como incompatibles, pero que en la mayoría de los casos no dejan de ser explicaciones complementarias. En realidad estas teorías han solido limitarse a la explicación de un único plano de los múltiples de los que se compone el racismo, pero las tan frecuentes pretensiones de monismo teórico de los científicos sociales, han dificultado su conjunción o articulación en un marco teórico multinivel que permita desenredar mejor la madeja de fenómenos sociales, psicológicos y psicosociales que en él concurren. Por todas estas razones creemos que la mejor forma de exposición de la teoría explicativa del racismo que nosotros defendemos es presentar previamente las teorías parciales que en ella concurren, con sus pros y sus contras, para luego tratar de integrarlas en un marco en el que lo social y lo psicológico se fundan en una realidad única. Empezaremos por el nivel más bajo de análisis y explicación que es el psicológico. Por supuesto que podríamos retrotraernos a un nivel todavía inferior como es el biológico,

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pero creemos que tanto la psicobiología como la sociobiología son incapaces de ofrecer explicaciones adecuadas de fenómenos tan complejos como el que estamos abordando. 4.1 Perspectiva individual del racismo. El nivel de análisis que aquí consideramos centra el estudio del racismo en el agente racista. Dos son las perspectivas que dentro de él podrían ser ubicadas: la que aborda el racismo desde el enfoque de las motivaciones y necesidades del individuo, y la que lo hace desde los procesos cognitivos implicados. La primera tiene en los estudios realizados por Adorno et al. (1950) sobre "La Personalidad Autoritaria" su máximo exponente y la segunda en los de G. Allport sobre "La Naturaleza del Prejuicio" (1954). El primero de los enfoques, de forma muy general, plantea que el sistema socioeconómico capitalista lleva asociadas unas prácticas educativas que conducen al desarrollo de ciertas estructuras "patológicas" de la personalidad que a su vez predisponen al prejuicio y al antisemitismo. La hipótesis central de Adorno et al. es que las convicciones de un individuo, ya sean de tipo económico, social o político, forman un conjunto relativamente amplio y coherente, un patrón, como si todas ellas estuviesen vinculadas entre sí por un "espíritu" o "mentalidad". Tal patrón no es otra cosa, según los autores, que la expresión de las tendencias profundas de la personalidad que tienen su origen en las necesidades del individuo. Esta, la personalidad, se formaría en la infancia, sobre todo en el seno de la familia y a través de la educación. El racismo y más concretamente el antisemistismo -que constituye el objeto fundamental de su investigación- serían la expresión de un tipo de personalidad particular: autoritaria, antidemocrática, conservadora, orientada políticamente hacia la derecha, e informada por una ideología etnocéntrica. Conforme al perfil que elaboraron de la personalidad autoritaria típica la persona que se corresponde con esta estructura de carácter se define a nivel cognitivo por pensar a través de clichés, o dicho de otra manera por pensar estereotipadamente; es incapaz de pensar en las otras personas en términos de sus características individuales y tiende a generalizar los clichés a todos los miembros del grupo estereotipado. El autoritario presenta una tendencia a tener opiniones muy firmes acerca de diferentes "tipos" de personas, en especial sobre los diferentes grupos étnicos y nacionales.

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Además la persona autoritaria presentaría una fuerte tendencia a clasificar los estereotipos en un orden jerárquico, considerando que ciertos grupos son inferiores a otros, y a creer que a todos los individuos y todos los grupos les corresponde un sitio en el mundo ordinario que les ha sido asignado. A pesar del interés de Adorno et al. (quizás debiéramos decir Sanford et al., por la importancia de las contribuciones de uno y otro a la investigación que realizaron para el Comité Judío Norteamericano; Knutson, 1973) por relacionar la estructura de la personalidad con la estructura social, su obra no deja de tener un fuerte tinte psicologicista. El interés expresado al inicio de su obra por conectar los factores sociales y económicos, junto con las prácticas educativas a ellos asociadas, con los patrones de personalidad, se diluye en el transfondo de una investigación que se centrará en la identificación de regularidades en las estructuras de carácter y de la historia psíquica de aquellos afines a las doctrinas autoritarias como camino para descubrir una personalidad autoritaria para una ideología autoritaria. De hecho, en "La Personalidad Autoritaria" la preocupación acerca de por qué los individuos escogen entre las distintas alternativas ideológicas que existen dentro de su entorno social halla su explicación en las motivaciones y necesidades insatisfechas del individuo. El antisemita, el racista, lo es porque en su infancia ha desarrollado una personalidad autoritaria que hace de él un personaje altamente prejuicioso, dispuesto a proyectar sobre los demás los sentimientos de temor a la dependencia y a la debilidad, al igual que los sentimientos de hostilidad hacia los padres, que le ha ocasionado una educación severa y estricta basada en los roles de sumisión y de dominación padre-hijo. Según Adorno et al., los sentimientos positivos hacia los padres permanecen unidos a ellos, pero no así los negativos, hostiles, que son desplazados hacia otros blancos, como pueden ser los miembros de otros grupos étnicos o aquellas personas que cree que infringen las leyes. De igual modo todos los sentimientos y deseos de los que se avergüenza y que niega tener los desplaza hacia otra figuras. Al obrar de esta manera el individuo autoritario tiene la posibilidad de pensar en lo que sin ello sería tabú, al mismo tiempo que de construirse una imagen del mundo a su medida. Un mundo en el que ellos, los otros, siempre tienen y se mueven por deseos perversos que hacen peligrar el orden y la decencia, y en el que uno mismo y su propio grupo están libres de estas manchas. Con ello los grupos exteriores llegan a convertirse en chivos expiatorios que reciben los sentimientos nacidos de los individuos con prejuicios. El prejuicioso

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descarga su propia culpabilidad creando dichos chivos expiatorios, es decir, transfiriendo psicológicamente sus propios pecados a otras personas. En este tipo de explicación, como se puede ver, el racismo se origina fuera de la situación en la que eventualmente se manifiesta, ya que remite a una dimensión poco menos que invariable (los factores de personalidad), aunque para expresarse abiertamente necesite contar con un contexto favorable. El prejuicio racial es en Adorno et al. algo enraizado en lo profundo de la psiche, y por tanto exterior a las relaciones raciales concretas en el contexto de las cuales se manifiesta. Dicho de otra manera, en esta explicación el racismo no tiene nada que ver con las razas. En este sentido se expresaron autores como Minard (1952), Pettigrew (1958 y 1959) y Billig (1978, 1986), quienes criticaron la insuficiencia de los planteamientos de la personalidad autoritaria para captar la capacidad de penetración del racismo en todos los grupos sociales, la rapidez con la que se puede producir el cambio ideológico y el poder de las normas sociales. El primero de ellos, Minard (1952), en un estudio sobre las actitudes racistas de mineros de Virginia, demostró cómo estas se hallan ligadas al contexto en el que se manifiestan. Sus resultados mostraban cómo mineros blancos que en el exterior de la mina tenían claros prejuicios raciales en su interior se convertían en tolerantes y cooperativos en la medida que las expectativas sociales cambiaban. Por su parte, Pettigrew (1959) en dos clásicos estudios sobre la relación entre prejuicios raciales y medio social llevados a cabo en el norte y sur de EE.UU y en Suráfrica, encontró que no existe la relación unívoca autoritarismo-prejuicio mantenida por Adorno et al. A esta conclusión llegaron después de observar que niveles semejantes de autoritarismo pueden corresponderse con niveles distintos de prejuicio, lo cual indicaría, como dice Billig (1986, p. 591) "que sería inexacto concebir el racismo simplemente en función de un etnocentrismo generalizado. Por el contrario hay que examinar las tradiciones particulares de cada prejuicio en el seno de las sociedades" . Para comprender mejor el sentido de estas críticas es necesario tener en cuenta que los trabajos sobre la personalidad autoritaria se producen en el marco de un mundo horrorizado por la destrucción, violencia y locura originadas por una sociedad (que no un pueblo, pues de ella participó todo Europa) con un nivel de cultura y educación muy elevado. Por eso no es de extrañar que el racismo y el prejuicio sean asociados a una estructura de carácter sin considerar el contexto en el que se manifiestan. Esto, además de

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presentar los inconvenientes mencionados, ha inducido al error bastante grosero de constreñir el concepto de racismo a la idea de la superioridad racial del pueblo ario y al programa de solución final que los nazis mantenían para los judíos (a menudo se olvida el extermino sistemático realizado con polacos, gitanos, homosexuales, soviéticos, gitanos, deficientes mentales, etc.). Estamos totalmente de acuerdo con Billig (1986, p. 591) cuando señala que "es posible que el lazo entre el racismo y el autoritarismo haya puesto demasiado énfasis en una forma extrema de sectarismo, la que se expresa de forma típica en los medios fascistas, en detrimento de otras variedades de no menor importancia, que podríamos encontrar de manera más típica en sociedades no fascistas". A nuestro modo de ver, semejante limitación del concepto ha servido durante mucho tiempo de coartada exculpatoria de las conciencias de todos aquellos que han rechazado a otros grupos etno-raciales en el nombre de la defensa de la propia cultura y valores grupales. Un último problema que se apunta en la teoría de Adorno et al. para el estudio del racismo es la psicopatologización que se hace del concepto, lo cual ha limitado y condicionado enormemente las posibilidades de análisis de este fenómeno social. La otra perspectiva de corte individualista que señalábamos al principio es la de la cognición social y tiene en Gordon Allport uno de sus máximos exponentes. El enfoque cognitivo sugiere que el análisis del racismo debería comenzarse con la exploración de algunas de las estrategias cognitivas específicas y localizadas que la gente utiliza para dar sentido a los procesos naturales y sociales. El racismo tiende a ser visto como algo desafortunado pero inevitable, al mismo tiempo que un producto adaptativo de la historia humana. Son los actos de categorización, percepción y enjuiciamiento social los que originan el racismo. El enfoque de la cognición social que Allport representa, mantiene que el ambiente es tan amplio y variado que al individuo se le hace imposible percibirlo en su totalidad. Simplemente seríamos incapaces de prestar atención a toda esta riqueza, diversidad y diferencia individual. "Millones de sucesos acaecen todos los días. No podemos apreciarlos uno por uno. Si pensamos en ellos es para tipificarlos" (Allport, 1954/1963, p. 36). Por esta razón la interacción social y la percepción de los otros tiene que ser organizada, ordenada y simplificada, principalmente en torno a un conjunto de categorías cognitivas. "La mente tiene que pensar con la ayuda

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de categorías (el término es equivalente aquí a generalizaciones). Una vez formadas, las categorías constituyen la base del pre-juicio normal. No hay modo de evitar este proceso. La posibilidad de vivir de un modo algo ordenado depende de él" (p. 35). La categorización social de los individuos en grupos es, como podemos comprobar, la manera en la que los individuos ahorran tiempo y esfuerzo mediante la simplificación y el ordenamiento de las percepciones y los juicios. Consecuentemente es algo necesario y ventajoso que nos permite identificar rápidamente un objeto por sus rasgos comunes, dado que las categorías tienen una vinculación estrecha e inmediata con lo que vemos, con el modo como juzgamos lo que vemos y con lo que hacemos. De todas formas es bastante normal que la evidencia y la razón se vean obligadas a acomodarse a las categorías, especialmente cuando se trata de categorías de valores, pues son "las categorías más importantes que tiene un hombre" (p. 40). Ello es posible gracias a que las categorías además de ordenar informan ideacionalmente y emotivamente. Es decir, las categorías saturan todo lo que abarcan de contenidos ideativos (estereotipos) y emotivos, ajustándose las percepciones a ellos de tal forma que las propias categorías se vean justificadas. Tan es así que definía los estereotipos "como una creencia exagerada asociada a una categoría, cuya función es justificar (racionalizar) nuestra conducta en relación con esa categoría" (p. 191). Por poner un ejemplo, no sólo diferenciamos entre gitanos y no gitanos, sino que también tenemos unas expectativas de comportamiento de este grupo social, al igual que unos sentimientos de agrado o desagrado hacia ellos, y de acuerdo a todos ellos percibimos e interpretamos sus acciones de un modo que defiende nuestra forma de actuar frente a y pensar de "ellos". Los estereotipos, desde este enfoque, tal y como acabamos de ver, serían los contenidos de los cuales están dotadas las categorías sociales que estructuran el conocimiento. Según Stephan (1985), los estereotipos son conjuntos de rasgos (físicos, fisiológicos, intelectuales y conductuales) atribuidos a los grupos sociales. Este lazo de unión entre categorías y presuntas características, es entendida como la característica central que gobierna el contenido de las ideas de la gente acerca de los grupos sociales. Para Hamilton y Trolier (1986) los contenidos de los estereotipos (asociación particular de rasgos) son adquiridos en el proceso de socialización. Así y todo, estos mismos autores piensan que la manera en que trabaja la mente, la manera en la que procesa la información, hace que de por sí puedan generarse imágenes negativas de un grupo. La causa

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principal sería que la tendencia de nuestra mente a realizar correlaciones ilusorias. Esto sucedería con fragmentos de información que para nosotros son muy salientes como puede ser, por ejemplo, un asesinato. Si el crimen nos enteramos que es realizado por un negro, podemos conectar las dos cosas en una categoría formando un estereotipo racista (Hamilton, 1981). La socialización en una cultura racista no sería por tanto necesaria. Los estereotipos racistas podrían simplemente resultar de un proceso cognitivo de asociación. Como se puede ver, a pesar de la utilidad que los investigadores de la cognición social, como por ejemplo Allport, otorgan a los procesos de categorización social, también reconocen que pueden introducir ciertas percepciones inadecuadas, una especie de ilusiones visuales, que pueden ser no tan ventajosas. Aparte del anteriormente señalado, cabría destacar dos sesgos de importancia: el introducido por el efecto de la Homogeneización Intracategorial, consistente en la exageración de las similitudes entre los miembros de una misma categoría, y el de la Diferenciación Intercategorial, o exageración de las diferencias entre los miembros de distintas categorías (Hamilton y Trolier, 1986). Estos mismos autores señalan que entre otros posibles efectos inducidos por la categorización social están la posibilidad de realizar juicios más extremos de las acciones de aquellos que hemos metido en el mismo saco de una categoría, y sobre todo el mejor recuerdo de las acciones negativas de los que nosotros vemos como exogrupo y de las positivas del endogrupo. Serían efectos cognitivos como estos los que explicarían las tendencias a la generalización y radicalización que los investigadores cognitivos señalan como característicos del discurso racista o prejuicioso. Pero para Allport el prejuicio no es solo la consecuencia lógica de la tendencia natural del hombre a la categorización, sino también al etnocentrismo. A su juicio, en todos nosotros hay una disposición a estimar nuestro propio modo de existencia y en consecuencia a subestimar (o atacar de modo activo) lo que nos parece constituir una amenaza para él. Es más, para ratificar esta opinión no duda en acudir a la siguiente cita de Freud: "En la abierta antipatía y aversión que la gente siente hacia los extranjeros con quienes debe tratar, reconocemos la expresión del amor a sí mismo, del narcisismo" (Allport, 1954/1963, p. 43). En definitiva, en este modelo, a diferencia del anterior, el racismo es indicativo no de un fallo generalizado de carácter emocional, motivacional o

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ideológico, sino de las limitaciones humanas en las capacidades de organización mental racional y de la tendencia de todos los grupos a desarrollar "una forma de vida con códigos y creencias, normas y "enemigos" característicos que satisfagan sus propias necesidades de adaptación" (p. 56). De todas formas las cosas no son tan sencillas, en el sentido que los mecanismos de procesamiento de información de la persona son más complejos que lo dicho hasta ahora. Queremos decir que las creencias acerca de los grupos sociales es posible organizarlas mentalmente en un sistema jerárquico de agrupamientos básicos que luego son divididos a su vez en subcategorías (por ejemplo, los gitanos en buenos y malos; jóvenes o viejos, etc.). Cada uno de estos agrupamientos puede tener fronteras ambiguas y por ello, por razones de eficacia cognitiva, las categorías son organizadas en torno a la imagen mental de un ejemplar sobresaliente: el prototipo. Una de las principales críticas que se le puede hacer a este enfoque del problema del racismo es que mezcla las representaciones cognitivas de la realidad con la realidad misma. Por un lado se afirma la naturaleza constructiva de las percepciones y del pensamiento humano. Las categorías y los estereotipos crearían efectos perceptuales, aunque esta actividad constructiva se apoya en la posibilidad de percepciones verídicas. Como vemos, en la cognición social no es posible diferenciar meridianamente los límites entre representaciones verídicas y erróneas. Por la misma razón, no está del todo claro si un acto cognitivo debería ser visto como un error o como una percepción válida de la realidad física (Edwards y Potter, 1992). En el caso del racismo el error que se comete es claro pues toma como un hecho objetivo la categoría de clasificación de las razas: el color. Se supone que las categorías que estructuran las percepciones y las ideas acerca de otras personas son simplificaciones, pero al mismo tiempo se las toma como percepciones directas y precisas de los rasgos de las distintas maneras en las que las personas están divididas en realidad. La mayoría de los investigadores de la cognición social admitirían que mientras que los estereotipos pueden ser erróneos, las categorías a las que se encuentran ligados están basadas en la experiencia empírica de los otros, y que por tanto reflejan similitudes y diferencias objetivas entre los individuos percibidos. Por ejemplo, el agrupar a gente en función del color de su piel o fisonomía sería un hecho natural como consecuencia de la percepción de

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unas diferencias reales, incluso se podría decir que es algo adaptativo y legítimo, dada la utilidad psicológica que tiene para la persona. Los estereotipos y hasta los prejuicios raciales serían, desde esta óptica algo natural e inevitable (Wetherell y Potter, 1992). La falacia de este argumento está en el hecho de que tomemos por natural el agrupar a las personas por el color de su piel o por su fisonomía. No se puede negar que existan diferentes colores de piel, lo que sí ya no es cierto es que esto sea una categoría natural para la clasificación de la gente en grupos sociales distintos. El clasificar a las personas por el color de la piel es tan "natural" como hacerlo por el de su pelo. Quisiera contar un chiste que ilustra un poco lo que acabamos de decir. Se trata de una encuesta callejera en la qué se le pregunta a la gente que solución darían al paro, una persona responde mandar a todos los negros y bomberos para Africa. La reacción típica es preguntar por qué mandar a los bomberos a Africa. Ahí está el chiste, ¿y por qué a los negros?. Estamos tan acostumbrados a percibir el color como una categoría de clasificación de personas que no nos damos cuenta de que es un hecho puramente social. En realidad son los grupos sociales los que a través de sus prácticas y actividades crean un ambiente social, el cual viene a estructurar sus juicios. Estas prácticas materiales y el subsiguiente conjunto de relaciones sociales, junto con la historia de estas relaciones, inexorablemente dirigen la atención de los grupos sociales hacia características específicas y patrones conductuales de otros grupos. Cuando describimos a ciertas personas como miembros de la raza gitana y a otras como payas estamos tomando parte de la historia social, además de desarrollar un conjunto parcial de imágenes basadas en los intereses políticos y económicos del propio grupo. El error del enfoque cognitivo es entender el ambiente como un conjunto de hechos sensoriales en vez de hacerlo como hechos socialmente organizados. Ello implica entender las diferencias categoriales y los rasgos raciales como meros hechos de ese mundo físico a ser percibido y dotado de significación cognitiva, lo cual se producirá de la misma manera por cualquier persona en cualquier momento de la historia. En última instancia cabría hacer la pregunta de por qué si la mayoría de los mecanismos cognitivos trabajan esencialmente de forma neutral la sobreacentuación, la generalización sesgada y el recuerdo selectivo actúan en contra y no a favor de los gitanos. La respuesta más fehaciente, según Potter y Wetherell

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(1992), es que las cogniciones se combinan con la socialización de tal manera que el conjunto de creencias asociado a determinados grupos sociales es sesgado en una dirección negativa o favorable en función del contexto social, siendo reforzado por los procesos cognitivos. 4.2 Perspectiva interindividual-intergrupal del racismo. Esta nueva perspectiva supone un ascenso en la dimensión social del nivel de análisis desarrollado, pues aún cuando todavía tiene como punto de referencia los procesos cognitivos del agente racista, se centra en los efectos directos que sobre las relaciones interpersonales e intergrupales tienen las motivaciones individuales socialmente situadas. La teoría más representativa de esta perspectiva es la de la identidad social (Tajfel, 1981; Tajfel y Turner, 1985; Turner, 1981; 1985; Turner et al 1987). La teoría de la identidad social tiene muchos puntos en común con la anterior en cuanto que liga el racismo al problema de los juicios sesgados estereotípicamente. Así, para Tajfel, los estereotipos (generalizaciones a las que llegan los individuos en las atribuciones de características psicológicas a grupos humanos grandes) surgen de un proceso de categorización que tiene como función principal "simplificar o sistematizar, para lograr la adaptación cognitiva o de la conducta a la abundancia y a la complejidad de la información recibida del medio por parte del organismo humano" (Tajfel 1981/1984, p. 173). Por lo que se refiere a los efectos cognitivos de la categorización se producirían todos los señalados anteriormente; es decir: aumento de las diferencias entre los grupos, sobreestimación de las similitudes y de la homogeneidad de los individuos intragrupos, saturación cognitiva y emocional de las categorías (que a su vez son la base de los estereotipos y de los prejuicios), etc. En última instancia, al igual que en el enfoque de la cognición social, los prejuicios son concebidos como el proceso cognoscitivo de selección, acentuación e interpretación de la información proveniente del medio ambiente, que nos permite proteger el sistema de valores que subyace a las divisiones del mundo circundante con las que operamos. Sin embargo, Tajfel no se queda ahí, va mucho más allá. En primer lugar al introducir el contexto social como mecanismo básico de explicación de los estereotipos y los prejuicios. Ambos procesos cognitivos entiende que proceden de, y son estructurados por, las relaciones entre los grandes grupos o entidades sociales, además de por las propias necesidades de ordenación y

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simplificación del ambiente del sujeto. El papel que otorga al contexto social es tan grande que llega a afirmar que "Es de sobra conocido que el prejuicio es algo inseparable de las relaciones intergrupales, en particular de las relaciones raciales" (Tajfel, 1984, p. 159). De esta manera, en la teoría de la identidad social el funcionamiento y uso de los estereotipos y prejuicios es el resultado de la íntima interacción entre la estructuración social y el papel de los mismos en la adaptación de los individuos a su medio ambiente social. Por otra parte, esta teoría transciende el marco puramente individual al preocuparse por cómo la preferencia por el propio grupo racial y/o étnico está conectada a una cadena de consecuencias discriminatorias intergrupales. El racismo no se expresaría solo en estereotipos negativos sino también en otras formas de preferencias que se evidencian en la división y reparto de recursos y en la maximalización general de las diferencias entre los grupos. El racismo es visto como un fenómeno que se manifiesta en el favorecimiento del endogrupo y la denigración del exogrupo gracias a las categorizaciones, evaluaciones, diferenciaciones y jerarquizaciones que hacen las personas entre los grupos. Una última característica de la teoría de este autor que nos parece ilustrativa de la perspectiva interindividual-intergrupal que adopta es que en ella los estereotipos no solo desempeñan funciones psicológicas sino que también tienen funciones grupales. Según Tajfel los estereotipos sociales de los exogrupos es más probable que aparezcan en condiciones que requieren: "1) el intento de comprender acontecimientos sociales a gran escala, complejos y normalmente dolorosos. 2) La justificación de acciones cometidas o planeadas contra exogrupos. 3) Una diferenciación positiva del endogrupo respecto de exogrupos seleccionados, en un momento en que se percibe que esa diferenciación se hace insegura o se erosiona; o cuando la diferenciación no es positiva y se perciben que existen condiciones sociales positivas que proporcionan una posibilidad de cambio de la situación." (Tajfel, 1984, p. 185)". Ejemplos de estas tres funciones serían, por orden de referencia: la conjura judeo-masónica para explicar los males que aquejaban a España durante la dictadura de Franco; la maquinaria de propaganda bélica; la psicología del "pequeño blanco norteamericano". Una vez marcadas las líneas generales que sigue la teoría de la identidad social, de forma muy resumida podemos decir que su objetivo principal es explicar los procesos sociales y psicológicos que producen los

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conflictos intergrupales. Desde ella se plantea que las interacciones sociales que puede mantener una persona son de dos tipos: las que son de naturaleza interpersonal y las que son intergrupales. En las primeras la forma de tratar a los demás y de posicionarse uno mismo con respecto a ellos viene marcada por la importancia que adquieren las diferencias individuales y las respuestas se hacen en función de la "identidad personal". Tajfel (1981) define esta identidad personal como un sentido de todos los aspectos del self que le señalan a uno como un individuo único, diferenciado y separado de los demás. Las categorías que utilizamos para definir y evaluar nuestra identidad personal así como la de los demás son la personalidad, temperamento, hábitos, capacidades, gustos y preferencias. Pero en realidad, la autonomía individual como núcleo de la interacción social es para Tajfel algo cercano al mito. Sucede que "Cualquier sociedad que contenga diferencias de poder, status, prestigio o grupos sociales (y todas las tienen), nos sitúa a cada uno de nosotros en una serie de categorías sociales que llegan a ser parte importante de nuestra autodefinición. En las situaciones que se relacionan con estos aspectos de nuestra autodefinición que creemos compartir con otros, nos comportaremos en gran medida como ellos lo hacen" (Tajfel, 1984, p. 33). Así pues, a diferencia de la anterior situación, en las interacciones grupales la forma de tratar a los demás y de posicionarse uno mismo con respecto a ellos viene marcada por la importancia que adquiere la sensación de lo que uno tiene en común con otros que ocupan la misma posición social; es decir, se hace en función de las categorías sociales. Además, aunque al igual que en la cognición social se reconoce que las personas necesitan directrices para su conducta y que a tal fin se valen de la categorización social para construir un sistema coherente de orientación, en la teoría de la identidad social se mantiene que esto, en sí mismo, no nos dice nada acerca de la naturaleza de las categorizaciones ni de sus usos o efectos en la conducta social. Como podemos observar, en la propuesta de este autor las respuestas dadas por las personas en la interacción social de naturaleza intergrupal dependen de la autoestima o autoconcepto o identidad social del individuo, la cual, a su vez, es el reflejo de la posición relativa de su grupo en una serie de dimensiones dentro de un sistema social multigrupal de carácter competitivo, caracterizado por el conflicto de intereses. Tajfel definía la identidad social como "aquella parte del autoconcepto de un individuo que deriva del conocimiento de su pertenencia a un grupo (o grupos) social junto con el significado valorativo y emocional asociado a dicha pertenencia"

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(Tajfel, 1984, p. 292). Esta identidad social se forma a través de los procesos de auto-estereotipaje, por los cuales un sujeto se atribuye a sí mismo las características percibidas como típicas de su grupo o categoría social. Por este proceso el sujeto hace suyas las actitudes, representaciones, creencias, normas y conductas comunes a dicho grupo. Para los teóricos de la identidad social es el cambio desde la identidad personal a la identidad social, o de la conducta interpersonal a la intergrupal, lo que pone en marcha una cadena de efectos cognitivos y motivacionales que son los responsables de las acciones colectivas y de las conductas grupales y los que median en los conflictos intergrupales. La razón de que ello sea así se encontraría en dos hechos: primero, que cuando una persona se define así misma como miembro de un grupo, su autoestima queda ligada a la fortuna del grupo, con lo que a partir de ese momento esta deja de moverse en el terreno de la comparación social con otros individuos para pasar al terreno de lo intergrupal; segundo, en tanto que "los individuos prefieren una autoimagen positiva a una imagen negativa" (Tajfel, 1984, p. 68), los miembros del grupo estarán motivados a maximizar las diferencias entre el suyo y el resto siempre en favor del propio, además de tender a remarcar la distintividad positiva de su propio grupo en cualquiera de las dimensiones en las que sea evaluado, tales como prestigio, ganancias monetarias, inteligencia o virtudes. A través de la comparación social el sujeto y el grupo buscan alcanzar una diferenciación positiva que contribuya a la construcción de una identidad social también positiva. Al enfatizar las propiedades positivas del propio grupo y las debilidades del exogrupo los miembros de un grupo aumentan su propia valía. Esta tendencia motivacional a la defensa de la identidad social positiva es tan acentuada que, según Tajfel (1982), hace que el favoritismo intragrupal y la discriminación del exogrupo aparezcan incluso en ausencia de conflictos intergrupales. El caso más representativo sería el del grupo mínimo, en el que el efecto de discriminación grupal que se observa sería consecuencia de la competición entre los grupos por una distintividad mutua. Lógicamente los sesgos intergrupales que se originan en la comparación social serán tanto más acentuados cuanto más importante o saliente sea para la identidad social la dimensión de comparación. De todo lo expuesto se desprende que los fenómenos del prejuicio y del etnocentrismo no serían el resultado exclusivo de sesgos en el procesamiento cognitivo de la información, sino que en ellos ha de ser

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tenida muy en cuenta la motivación por la defensa de la identidad social, lo cual nos dice que a pesar de que Tajfel siempre tuvo en cuenta que algunas formas de competición entre grupos, así como algunos patrones de discriminación intragrupal y de discriminación exogrupal, tienen su base en conflictos económicos o en algún otro conjunto de intereses de tipo, su teoría tiene un fuerte transfondo psicologicista. En su teoría se reconoce que los conflictos reales de intereses conducen al etnocentrismo y la discriminación pero este conflicto es sostenido por las consecuencias psicológicas a las que induce, se quiera o no, la pertenencia grupal. La competición social es algo inevitable siempre y cuando la identidad de los sujetos se defina en función de sus grupos de pertenencia. Un último aspecto de la teoría de la identidad social que queremos considerar es la continuación y desarrollo que de ella hizo Turner, a la muerte de Tajfel en 1984, y que bautizó con el nombre de la autocategorización social (Turner 1984, 1987). Esta teoría consiste básicamente en la extensión de las implicaciones de la estereotipia del pensamiento, consecuencia del proceso cognitivo casi automático de la categorización, al autoconcepto como mecanismo básico de la explicación de la conducta grupal (Turner, 1984). Tajfel había señalado que el pensamiento estereotipado de las personas en contextos de relaciones intergrupales nos induce a ver a los "otros", a los miembros del exogrupo, como unidades indiferenciadas e intercambiables. Pues bien, para Turner esta idea se aplica también para uno mismo, para la percepción que uno tiene de sí mismo. Según él, cuando las interacciones sociales son de naturaleza intergrupal se da en los individuos una tendencia a definirse ellos mismos más y más en términos de grupos; es decir, de forma crecientemente despersonalizada. Lo que por esto refiere Turner es que el autoconcepto de la persona queda organizado en torno a las características, creencias, rasgos, normas y conductas que el grupo asume como un todo, con lo que se pierde la individualidad. Por este proceso el sujeto hace suyas las actitudes, representaciones, creencias, normas y conductas comunes a dicho grupo, con lo que el grupo se reproduce de manera instantánea. Es más, la posibilidad misma de la existencia del grupo reside en la auto-definición de los sujetos como unidades pertenecientes a la categoría que es el grupo. Una vez que esto se ha producido, existe ya la condición suficiente para que se desencadenen todos los efectos asociados a la dinámica intergrupal: cohesión social, favoritismo intragrupal, discriminación del exogrupo, etc.

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Como se puede observar el objetivo del desarrollo de la teoría de la identidad social que hace Turner, es la explicación de la conducta grupal en términos de un mecanismo de identidad, el de la auto-categorización, la cual definirá de la siguiente manera (Turner, 1984, p. 528): "El resultado cognitivo de una identificación social saliente es la percepción social estereotipada de uno mismo y de los demás en términos de la categorización social relevante. El autoestereotipaje produce la despersonalización del self, a saber, la intercambiabilidad perceptual o la identidad perceptual de uno mismo y los otros dentro del mismo grupo al respecto de dimensiones relevantes. Es esta definición del self -desde los atributos únicos y las diferencias individuales a la pertenencia compartida de una categorización social y los esterotipos asociados- lo que media las conductas del gupo". Con ello imprime un marchamo claramente cognitivista a esta teoría, que en ningún sitio se ve mejor que en la hipótesis básica que defiende: "La conducta grupal depende de los efectos cognitivos de la categorización social sobre la autodefinición y la autocomprensión...la relación de los miembros de un grupo se basa más en una identidad social común compartida que en la cohesión de las relaciones interpersonales" (1984, pp. 526 y 535). Las dos teorías que acabamos de ver constituyen los estandartes del enfoque de la cognición social. En general gozan de un gran apoyo y aceptación dentro del mundo de la academia, lo que no las ha librado de importantes y acertadísimas críticas. Aparte de las objeciones que ambas han recibido en cuanto a la solidez de los datos e investigaciones que confirman sus hipótesis (por ejemplo, Jodelet -1989- y Horwitz y Rabbie 1989-, al respecto del favoritismo endogrupal), destacan los planteamientos de autores como Deschamps (1984) y Billig (1985), quienes critican la validez misma de las teorías. El primero ha reprobado el carácter excesivamente individualista del enfoque de la cognición social, especialmente de la teoría de Turner, crítica a la que posteriormente se han unido otros autores (Jodelet, 1989; Rabbie, Schot y Visser, 1989; Abrams, 1992, etc.). Todos ellos discrepan con la idea de que un elemento intrapsíquico como la necesidad de una identidad positiva, pueda ser el mecanismo básico que explique la interacción grupal. Así, Deschamps (1984), da la vuelta al argumento de la hipótesis motivacional de la identidad y dice que no es la necesidad de una autoimagen positiva lo que explica los grupos, sino que es la existencia de los grupos la que explica tal necesidad.

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Abrams (1992), por su parte, es uno de los más destacados detractores de este modelo de explicación de la conducta grupal, por entender que cojea de un fuerte psicologicismo, en tanto que pretende explicar desde un nivel psicológico un fenómeno suprapsicológico. Para él la explicación de la conducta grupal necesitaría de conceptos que estuviesen a su mismo nivel, como por ejemplo los de las necesidades materiales, poder, control, bienestar, autoeficacia a través de la acción, etc. De más hondo calado son las críticas realizadas por Billig (1985), pues socavan los principios mismos del enfoque de la cognición social. Sus ataques no se dirigen en particular hacia ninguna de las dos teorías vistas sino hacia el modelo teórico en general. En el más perfecto estilo de la retórica, Billig empieza dando la razón a los teóricos de la cognición social al reconocer la importancia de los procesos de la categorización social para el procesamiento de la información y la adaptación al entorno, para posteriormente apuntar la necesidad de considerar, en la medida que la realidad es dialéctica, o lo que es lo mismo se define en sus opuestos, el proceso opuesto al anterior. La cara opuesta de la moneda del procesamiento de la información lógicamente sería, nos dice Billig, la de la particularización. Por ella entiende un proceso por el cual "un estímulo particular es distinguido de una categoría general o de otro estímulo ... sobre todo es el proceso por el cual un estímulo particular es tratado como un caso particular o especial" (Billig, 1985, p. 82). Admitido esto, Billig ha socavado ya toda el modelo de la cognición social al respecto de los prejuicios, estereotipos y racismo. Y decimos esto porque, en primer lugar, el aceptar la necesidad de tener en cuenta los dos mecanismos de procesamiento de la información supone echar abajo la idea de que el prejuicioso (y en el fondo, según Allport y Tajfel, todos lo somos) es una persona que suele pensar en términos categóricos, con una especie de mentalidad cerrada en la que no existe sitio para la diferencia y la singularidad. A lo largo de su artículo Billig nos va iluminando acerca de cómo debido a la influencia del marco teórico cognitivo se ha prestado demasiada atención al proceso de la categorización social olvidando la importancia adaptativa que pudiera tener la particularización. Su conclusión es que tanto un mecanismo como otro son indispensables para el procesamiento de la información, es más, cada uno de ellos, en una perfecta relación dialéctica, nos remite al otro.

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En segundo lugar, llevados ya a este punto por Billig, nos vemos obligados a admitir con él que no existen diferencias en la forma del procesamiento de la información entre el prejuicioso y el tolerante, que ambos se sirven tanto de la categorización como de la particularización. Por eso si la diferencia entre uno y otro no está aquí, en la forma de su pensamiento, en la forma en que ambos procesan la información, habrá que buscar en otro lado. La solución que él nos ofrece está en los contenidos del pensamiento que cada uno de ellos expresa en sus argumentos. Para Billig la diferencia entre el prejuicioso y el tolerante reside en que ambos "escogen expresar diferentes pensamientos y diferentes interpretaciones del mundo con [ese lenguaje común que ambos poseen]" (Billig, 1985, p. 96). En una línea similar a la de Billig en cuanto a que defiende la evitabilidad del prejuicio desde la óptica de la consideración de los contenidos del pensamiento, se encuentra Devine (1989). Este autor distingue entre el conocimiento que se tiene de un estereotipo y las creencias personales, que pueden o no coincidir con las del estereotipo. Realizando la distinción entre procesos automáticos (principalmente de carácter involuntario) y procesos controlados (principalmente voluntarios) (e. g. Posner y Snyder, 1975; Schneider y Shiffring, 1977; Shiffring y Schneider, 1977), Devine (1989) sostiene que tanto los sujetos prejuciosos como los tolerantes conocen los estereotipos existentes hacia grupos étnicos determinados, siendo tal conocimiento automáticamente activado. Sin embargo, las creencias personales requieren atención consciente. Si tales creencias coinciden con el estereotipo el sujeto será prejuicioso, si no es así, será un sujeto más o menos tolerante. Como afirma Devine (1989, p. 6): "las respuestas no prejuiciosas requieren tanto la inhibición del estereotipo automáticamente activado como la activación intencional de las creencias no prejuiciosas". Por todo ello, aunque las personas tolerantes hayan cambiado sus creencias y no coincidan estas con el estereotipo, éste no ha sido eliminado de la memoria. El modelo de Devine (1989) sugiere que para que se dé un cambio en las creencias sobre el prejuicio, pasando a ser tolerantes, se han de crear asociaciones entre la estructura del estereotipo y la estructura de las creencias tolerantes, activando, cada vez que el estereotipo es activado, tales creencias que se oponen al estereotipo. Para que se produzca el cambio de actitud, según Devine, se requiere, como mínimo, intención, atención y tiempo.

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4.3 Perspectiva grupal. La nueva perspectiva de análisis del racismo que nos encontramos en el camino ascendente que estamos trazando desde los planteamientos más individuales hacia lo más sociales, es la del estudio de los conflictos de intereses de los grupos. La estructura argumental básica sobre la que giran sus postulados es el modelo teórico del conflicto realista de grupo de Sherif. Este autor mantiene que el elemento fundamental para el estudio del conflicto intergrupal es la interdependencia de intereses. Dicho de una manera más formalista, que las relaciones funcionales entre las metas de los grupos son el principal determinante de la conducta intergrupal (Morales y Huici, 1995). En la base de la teoría de Sherif está la idea de que las actitudes y conductas intregrupales de los miembros de los grupos tenderán a reflejar los intereses objetivos de sus grupos enfrentados con los otros. Cuando estos intereses entran en conflicto, lo más probable es que la conducta grupal sea impulsada por una orientación competitiva hacia el grupo rival, lo cual, a su vez, muy habitualmente se extiende fácilmente hasta hacer aparecer actitudes prejuiciosas e incluso conductas de hostilidad. Al mismo tiempo, el éxito del endogrupo en la consecución de la meta probablemente sea alentado por actitudes muy positivas hacia los otros miembros del endogrupo, generando así una alta moral y cohesión. De esta manera, Sherif predecía que cuando los grupos compiten por unos recursos que son limitados o por unas metas que son incompatibles, se generará un conflicto intergrupal que sólo podrá ser superado o reducido cuando hayan de afrontar situaciones en las que el logro del éxito pase por el esfuerzo colectivo, la cooperación intergrupal. Es decir, cuando se presentan objetivos que interesan a ambos grupos, lo que Sherif llamó "objetivos supraordinados". Para demostrar su tesis de la competición social como elemento central en la génesis del conflicto intergrupal, Sherif llevó a cabo junto a sus colegas tres experimentos que se han convertido en clásicos de la Psicología Social (Sherif y Sherif, 1953; Sherif y otros, 1961). Aunque estos experimentos difieren ligeramente entre sí, son lo suficientemente parecidos en su concepción y resultados como para tratarlos de forma conjunta. Todos ellos tuvieron lugar en campamentos de verano, con una duración de tres semanas, para jóvenes adolescentes, y constaban de tres etapas: formación de dos grupos, creación de un conflicto intergrupal y reducción del conflicto.

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Durante la etapa inicial se promovió la solidaridad grupal mediante la realización de tareas cooperativas. En la segunda etapa se generó hostilidad entre los grupos por medio de la realización de tareas de competición intergrupal. En la última, se redujo la hostilidad mediante la introducción de metas u "objetivos supraordinados", es decir, "condiciones que incorporan objetivos que impulsan a los grupos involucrados, pero no pueden ser alcanzados por un solo grupo mediante sus propios esfuerzos y recursos" (cfr. Turner, 1987, p. 49), requiriendo, por tanto, la colaboración de los grupos para la consecución de los objetivos. Resumiendo, los resultados de Sherif indicaban que la interdependencia negativa entre los grupos, en forma de conflicto de intereses (competición), origina una fuerte división psicológica entre los grupos, caracterizada por una mayor cohesión y preferencia endogrupal, la aparición de la discriminación y rechazo del exogrupo, al igual que del prejuicio. Por su lado, la interdependencia positiva en forma de intereses cooperativos, y después supraordenados, produce la reducción del conflicto intergrupal, desaparición del prejuicio y la interacción cooperativa y cohesiva. Dicho en una sola frase los trabajos de Sherif parecían demostrar "que las actitudes intergrupales siguen las relaciones intergrupales" (Turner, 1987, p. 52). La gran variedad de críticas que se han hecho al modelo del conflicto objetivo las resumen Agustín Echebarría y José Luis González en cinco (1995): 1.- La ambigüedad con la que es definida el conflicto. 2.- El asumir una imagen negativa del conflicto, cuando también puede ser fuente de innovación, creatividad y cambio. Este modelo, de esta forma, se sitúa en la más pura tradición de la Psicología Social académica dominante, la del orden social, la que mira con temor y recelo el conflicto y el cambio. 3.- Algo también muy típico de la corriente dominante en nuestra disciplina, la ausencia de teorización sobre grupos minorizados y las situaciones que les conciernen. 4.- La artificialidad del modelo, en cuanto que se centra en el estudio de grupos con igual poder, cosa difícilmente constatable en la vida real y menos cuando estamos hablando de grupos raciales. 5.- El que este modelo acaba por caer en el psicologismo del que huye, pues las soluciones que plantea a problemas sociales son

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de tipo psicológico, dejando al margen los conflictos de intereses materiales. Por otro lado hay algo a lo que ya hemos aludido y que en este modelo no se tiene en cuenta, y es que vivimos y somos educados en una cultura judeo-cristiana en la que es moralmente reprobable el prejuicio y la violencia, o cualquier forma de discriminación, hacia una persona o grupo. Como nos demuestra Billig (1988), en la actualidad existe un fuerte prejuicio contra las actitudes prejuiciosas, hasta tal punto que incluso los líderes del partido nazi inglés del Frente Nacional escriben en sus revistas negando que ellos, los racistas ingleses, posean prejuicio alguno contra los inmigrantes. Este hecho tan simpático, de no ser por la gravedad del tema que estamos tratando, es el resultado de la existencia de un conjunto de normas sociales internalizadas por todo el mundo en nuestra cultura (incluso por los nazis mencionados), que hacen que las personas asuman el principio la igualdad de todas los hombres y la inmoralidad de causar el mal a alguien (dice el Mandamiento religioso: "amarás a tu hermano como a ti mismo", y la regla de oro de la moral establece: "no hagas a los demás lo no quieres que los demás te hagan a ti"). Creemos ciertamente verosímil que la competición intergrupal por un conjunto de recursos sociales que, como el poder, el status, el trabajo, el espacio ecológico, etc., son limitados (decir que son escasos es un eufemismo), puede conducir a la aparición del prejuicio y la discriminación racial. Esto explicaría porque en momentos de crisis económica, de aumento del paro, etc. puede llegar a aumentar el racismo. Sin embargo, no podemos detenernos a este nivel de análisis. El conjunto de creencias, prejuicios, estereotipos racistas que se elicitan en estos contextos socio-culturales no dejan de ser elementos argumentativos articulados en un discurso más amplio en el que, a su vez, están presentes otros argumentos que hacen a los anteriores posibles, y esto no se tiene en cuenta en el modelo del conflicto objetivo. Como nos dice Billig (1988), hace falta entrar a considerar la práctica discursiva de la que se vale el racista para poder justificar ante sí mismo y los demás el conjunto de posiciones que mantiene y que violan las normas morales que adopta como propias. La cuestión habría que plantearla en términos de cómo a partir de ciertas situaciones en las que los grupos entran en contacto, las personas que los componen pueden generar no ya prejuicios y conductas discriminatorias hacia el exogrupo, sino justificaciones, elaboraciones

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argumentativas para explicarlos y bendecirlos. El racista, lo mismo muy probablemente, que los niños de los campamentos de Sherif, introduce en su discurso acerca del exogrupo los argumentos que le permiten salvar sus propias contradicciones (en términos cognitivistas deberíamos hablar de disonancias, pero claro no sería posible), además de legitimar y hacer posibles sus actitudes y conductas negativas hacia el "otro". Las estrategias justificatorias de las que nos valemos las personas para mantener este tipo de disposiciones o acciones son conocidos desde hace mucho tiempo, pues han sido muy estudiadas al respecto de las conductas agresivas. Así, es de sobra conocida, la importancia que tiene la atribución de la culpa al propio grupo hacia el que se mantiene la conducta violenta o actitud negativa, para desinhibir las conductas agresivas. Del mismo modo la deshumanización de la víctima, la naturalización del grupo o, en general su denigración son mecanismos de deslegitimación. Nosotros preferimos definirlos como prácticas discursivas, que facilitan o desinhiben el sostenimiento de actitudes negativas y de prácticas discriminatorias hacia grupos de personas determinados. Bar-Tal (1989), quien ha realizado un profundo análisis de los procesos de deslegitimación y de las estrategias que pueden adoptar, ha señalado que esta forma extremadamente negativa de categorización de grupos en categorías socialmente rechazadas, conduce habitualmente a un aumento de la tensión entre grupos, a la discriminación, explotación, realización de actos hostiles contra el exogrupo, que incluso puede llevar al genocidio. A este respecto no está de más recordar como cada vez que se comienza una guerra la maquinaria propagandística de los aparatos militares se dispara en una carrera de deshumanización del bando contrario. Todavía está muy fresca en la memoria la poco sutil campaña de propaganda de los norteamericanos contra los iraquíes antes y durante la Guerra del Golfo. En ella estos aparecían como los terroristas mundiales que venían a poner en peligro todos los valores por los que occidente había luchado casi desde el principio de los tiempos: democracia, libertad e igualdad. Para el final del siguiente apartado dejamos la crítica a este modelo teórico acerca de su capacidad para explicar nada más que un cierto tipo de racismo.

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4.4 Perspectiva estructuralista o ideológica. Frente a los anteriores modelos explicativos del racismo, en mayor o menor grado psicológicos, se alza la perspectiva sociológica, centrada en el estudio de las relaciones estructuralmente desigualitarias de los grupos raciales. Esta es la perspectiva por la que se caracterizó a principios de siglo la Escuela de Chicago por sus trabajos de las "race relations". Dicha escuela, ha planteado el problema del racismo en términos de grupos sociales que, desde posiciones sociales distintas, compiten por recursos, posiciones de poder, status y espacio ecológico, de tal manera que los grupos dominantes se valdrían del prejuicio y de la discriminación social para impedir o detener la entrada de los grupos dominados en la competición. Como podemos observar, sus estudios de las relaciones de razas se han significado por defender una visión funcionalista del prejuicio, en la que éste aparece como una expresión directa de las relaciones sociales estructurales, siendo utilizado por el grupo o clase social dominante para racionalizar su postura (que fundamenta y perpetúa ideológicamente) y para asegurarse la consecución de ventajas económicas, políticas, de status, prestigio, e incluso sexuales (Dollard, 1937/1988). Esta perspectiva tiene en común con la anterior el hecho de que relaciona los prejuicios y la discriminación racista con los intereses de los grupos, pero se aleja de ella al ubicar a los grupos dentro de un sistema social, que por lo demás se caracteriza por la desigualdad estructural en el reparto de los recursos y los valores. Por tanto, el prejuicio y la discriminación no son algo que surja directamente e inevitablemente del conflicto objetivo de intereses, sino que son mecanismos ideológicos elaborados por los grupos sociales dominantes para defender y legitimar sus posiciones de poder. Ello le permite explicar a esta perspectiva del análisis del racismo algo que no hacía la anterior, la existencia de prejuicios en situaciones en las que la "etno-clase" no está en situación de poder competir por los recursos con la clase social dominante. Situaciones típicas como la del racismo colonialista o la de las sociedades racistas (v. g. Norteamerica, Suráfrica, y a distinto nivel España con el problemas gitano), no hallaban explicación desde el modelo de Sherif. Sin embargo, esta situación es fácilmente explicable desde esta perspectiva, en cuanto que los prejuicios podrían ser utilizados tanto para mantener o reforzar la dominación (función ofensiva del prejuicio), como para mantener la posición de privilegio en una

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tesitura en la que el grupo dominante ve amenazada su posición en el orden social (la función defensiva, que perfectamente ilustró Myrdal al hablar en su libro "Un dilema americano", de prejuicio del pequeño blanco americano). Robert E. Park, uno de los máximos representantes de la Escuela de Chicago, fue también uno de los más interesados por el tema de las relaciones raciales, dedicándole numerosos artículos que, a su muerte, fueron recogidos en el libro "Race and Culture" (1950). En él definía las relaciones de razas como aquellas que existen "entre pueblos con marcas distintivas de origen racial, particularmente cuando tales diferencias raciales penetran en la conciencia de los individuos y de los grupos así identificados, determinando de ese modo la concepción que cada individuo tiene tanto de sí mismo como de su estatuto dentro de la comunidad" (cfr. Wieviorka, p. 52) Su concepción del racismo (si se nos permite el anacronismo) era la de la expresión de conservadurismo, como una resistencia al cambio de orden social. Parece obvio señalar la existencia de puntos de encuentro entre esta perspectiva y las teorías marxistas. Para los que se sitúan dentro de esta corriente ideológica, las actitudes racistas son las justificaciones teóricas, las máscaras ideológicas de las que se sirve el poder intelectual para encubrir las diferencias de clase social y la explotación económica de un parte de la clase trabajadora. Cox (1948) lo expresó de la siguiente manera: "El prejuicio racial es una actitud social propagada entre la gente por una clase explotadora, a fin de estigmatizar a algún grupo como inferior, de modo que tanto la explotación del grupo como la de sus recursos puedan justificarse" (cfr. Hidalgo, 1993, p. 82). Las diferencias que hay entre una forma y otra de entender el racismo son de matiz. Mientras que para los teóricos de las relaciones de raza el prejuicio racista tiene un valor funcional, para los marxistas su valor es de utilidad práctica. De todas maneras la línea que las separa en sus argumentaciones tampoco está siempre tan clara, de hecho ha habido intentos de conjugarlas. Bobo (1988), del cual hablaremos más tarde, es un ejemplo de ello. El funcionalismo de los teóricos de la raza, ha sido criticado por conducir a planteamientos a veces un tanto naturalistas, en los que no se cuestiona la noción misma de raza (Wieviorka, 1992). Ello les hace susceptibles a críticas similares a las que se hicieron al modelo de la cognición social de Allport. Lo que queremos decir es que al tomar la "raza"

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como una categoría real que articula las relaciones de determinados grupos sociales corremos el peligro de actuar naturalizandola. Resulta evidente que existen grupos sociales con diferentes colores de piel y que entre ellos se establecen dinámica de relación con unas características muy señaladas, pero eso no nos ha de llevar al error de pensar que la raza sea una categoría natural para la clasificación de la gente en grupos sociales distintos. En este sentido, Joyce A. Ladner, en el que se considera el manifiesto de la sociología negra norteamericana, "The Death of White Sociology" (1973), ha advertido del peligro que entrañan los trabajos de "race relations" en los que se considera la raza como una realidad a la vez objetiva y subjetiva, pues pueden conducir fácilmente a desviaciones racistas (Wieviorka, 1992). Hablar como hacían Park y sus colegas de un "temperamento" del negro, con características distintivas, etc., puede ser la puerta para muchos equívocos y problemas. Por lo que se refiere a los estudios hechos por la Psicología Social a este nivel de explicación del racismo poco se puede decir. Debido, entre otras cosas, al tradicional sesgo psicologicista de la disciplina, los psicólogos sociales se han ocupado más por los aspectos cognitivos y motivacionales de la discriminación y de la conducta intergrupos que por las relaciones entre prejuicios y las conductas de discriminación, y las variables socioestructurales (Bourish, 1994). Por ventura no todos los psicólogos sociales han adoptado una perspectiva de miras tan estrecha, siendo posible encontrar formulaciones teóricas acerca de la Psicología Social del racismo. Los pocos estudios realizados a este respecto parecen confirmar las predicciones hechas por los sociólogos. Existen pocas dudas entre nuestros colegas de que son los grupos sociales que ostentan el poder social los que exhiben y ejercitan con mayor frecuencia los prejuicios, tendencia que aumentaría en los contextos sociales en los que ven peligrar su posición dentro del orden social (Echebarría y González, 1995). De forma abrumadoramente mayoritaria (la unanimidad en las ciencias sociales, afortunadamente, no existe) se ha constatado que los miembros de los grupos con mayor poder social tienen una más alta tendencia a la preferencia endogrupal y una mayor propensión al etnocentrismo y a las conductas discriminativas. Por contra, las personas pertenecientes a los grupos sociales más desfavorecidos tenderían a identificarse más con los miembros de grupos sociales más altos que el propio (sería interesante hacer un estudio caracterológico de las personas que leen el "Hola", Diez Minutos, etc.), y

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sólo ejercen la discriminación sobre el, o los, exogrupos dominantes, cuando perciben su situación como injusta, ilegítima y susceptible de cambio, es decir, cuando creen que las fronteras intregrupales son inestables. Por tanto parece incierto que, como nos decía Sherif, la competición entre grupos sea condición suficiente para que se produzca una situación de conflicto y discriminación intergrupal. En la vida real la mayoría de las relaciones que se establecen entre grupos nos remiten a grupos mayoritarios y minoritarios que difieren en poder y status, y en estos casos suelen ocurrir dos cosas: en primer lugar, que con bastante frecuencia la discriminación es ejercida casi exclusivamente por sólo una de las partes y, en segundo lugar, que el conflicto aparece nada más en contextos sociales concretos y no por norma general. Uno de ellos ya lo hemos mencionado, se da cuando al menos una de las partes ve resquebrajarse el orden social en el cual ocupaba una posición determinada. Otro contexto proclive para la aparición de sesgos intergrupales es la toma de conciencia de los miembros de un grupo de su discriminación por su condición grupal, es decir, cuando perciben que el supuesto principio de igualdad de oportunidades no les es respetado por la simple condición de pertenecer a un grupo social determinado. Pero además, tampoco es del todo cierto que la competición entre grupos sea condición necesaria para la aparición del conflicto grupal. Es perfectamente factible el conflicto con un exogrupo sin que este en realidad llegue a existir. Alguien puede ser racista y no haber visto en su vida a una persona de otra raza (gitano, negro...). Las teorías propuestas para la explicación del racismo desde el modelo realista del conflicto de intereses y desde la perspectiva estructuralista, han recibido, en general, todas la misma crítica, la de explicar solo un tipo de racismo, el socio-económico. Estas teorías no podrían dar razón de los casos en los que existen prejuicios y conductas discriminativas contra un determinado grupo sin que éste exista. De ejemplos está la historia llena, no tenemos que ir demasiado lejos a buscarlos, ahí está la confabulación judeo-masónica en España, o el antisemitismo en la Polonia o Rumanía democráticas. Difícil ha de resultarles a ambos modelos explicar el caso en el que el otro, concretamente el judío, es odiado con tanta o mayor intensidad cuanto más invisible resulta, siendo entonces no sólo la raza sino incluso los caracteres físicos una construcción totalmente imaginaria. Los teóricos del conflicto han tendido a olvidar que el racismo no necesariamente descansa en relaciones concretas o en experiencias vividas, sino que puede hacerlo perfectamente en representaciones, fantasías, en un mundo imaginario que

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puede tener que ver muy poco con las características objetivas de aquellos otros a los cuales va dirigido (Wieviorka, 1992). En su defensa se puede decir que esta dimensión mítica que en ocasiones adquiere el pensamiento racista nunca llega a desconectarle totalmente de la realidad ni a hacerle perder su funcionalismo. Como relato desfigurado que es de una cosa (D.R.A.L., vigésima primera edición), nunca se disocia de ella totalmente, siempre guarda una conexión con la realidad social en la que surge. Julio Caro Baroja (1978), con sus estudios sobre los judíos en España, ha mostrado como el antisemitismo no es un "prejuicio sin fundamento", sino un sistema de creencias cuyo carácter excesivo o incluso hasta delirante no puede ocultarnos que, como tal sistema de creencias, mantiene relaciones complejas y jamás absolutamente gratuitas, con la realidad social, del mismo modo que su función de servir de coartada a determinadas formas de acción sobre esa realidad. "Etnólogos e historiadores contemporáneos han mostrado que el mito no era ilusión, ni poesía ni pura ficción, sino práctica discursiva con raíces en una realidad social que se esforzaba por transformar" (Delacampagne, 1987, p. 137). El racismo sin razas es posible gracias a que, a diferencia de lo que pensaba Marx una vez aparecida la teoría de la praxis, es decir la razón teórica de la razón práctica, aquella puede llegar a adquirir una cierta autonomía. Es cierto que toda teoría y que todo discurso social tiene su génesis en actividades prácticas, pero una vez formulados, cuando llegan a calar en la conciencia de la gente, formando parte inseparable de ella, impregnado su sentido común, sus tópicos o lugares comunes de pensamiento, la persona es capaz de aplicarlos, adaptando sus contenidos, en contextos sociales distintos de aquel en el que surgieron, pero eso sí, con finalidades similares, para la reconstrucción del sentido de un orden que parece empezar a no estar muy claro. Como nos dice Delacampagne (1983, p. 58): "hay algo realmente extraño en la manera en la que un mito puede sobrevivir a las condiciones históricas que permitieron su nacimiento." En cuanto a las teorías que en Psicología Social se han elaborado para explicar el racismo y que incluyen los aspectos estructurales de la sociedad, es especialmente interesante la elaborada por Bobo (1988). Este autor ha realizado un desarrollo muy interesante de las tesis marxistas, combinándolas con el concepto de Gramsci de "hegemonía ideológica", el modelo del conflicto objetivo de Sherif, la teoría de la deprivación relativa de Gurr (1970) y el análisis de las diferencias estructurales en el reparto de

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los recursos sociales. El objetivo de Bobo es explicar, mediante su complejo modelo, la importancia que tienen los intereses grupales impuestos por las condiciones sociales estructurales (en concreto los patrones de desigualdad en la distribución del poder, riqueza y status) en la formación de las actitudes y creencias raciales, así como el papel ideológico que estas, a su vez, desempeñan en el mantenimiento de la estructura social que las origina. Para Bobo las actitudes y creencias racistas de los grupos dominantes conllevan una tendencia hacia una búsqueda de la defensa de las posiciones hegemónicas que ocupan en la estructura social, desempeñando entonces, una función de defensa y justificación de las desigualdades existentes. Parafraseando a Coser (1956), Bobo define el conflicto racial o de grupo como "una lucha sobre valores o por la reclamación de status, poder y otros recursos escasos en la cual el objetivo de los grupos en conflicto no es solamente ganar los valores deseados, sino también afectar, cambiar o perjudicar al rival. Las tácticas específicas utilizadas pueden ir desde los esfuerzos por conseguir una influencia o la persuasión, al uso de incentivos positivos o a formas de constreñir o coartar la acción" (Bobo, 1988, p. 91). Por consiguiente, según Bobo, sería la desigualdad estructural en un sistema de suma cero en la distribución de los valores y recursos entre la población blanca y negra en la sociedad norteamericana, lo que genera intereses grupales objetivos opuestos. Esto a su vez influiría tanto en los intereses subjetivos de los distintos grupos y en sus actitudes y creencias raciales, como en la dinámica de la relación que mantienen, generando tensiones. Pero Bobo, al admitir la idea de Gramsci, va más allá de la visión realista-materialista de las relaciones grupales, y postula que la base económica condiciona el pensamiento de una persona pero no lo predetermina, ni configura directamente su sistema ideológico de creencias. Por esta razón el conflicto grupal no sería el resultado inevitable de la desigualdad estructural en el reparto de los valores y recursos, habiendo que recurrir para su explicación a la consideración de los procesos psicosociales a través de los cuales surge el conflicto. Desde este planteamiento defiende que los motivos principales de los conflictos grupales son las actitudes referidas a los aspectos competitivos de las relaciones grupales y los intentos realizados desde los grupos por cambiar esas relaciones. Estas actitudes tienen que ver con la distribución ente los grupos de los valores y recursos escasos y con los intentos por modificar el proceso y patrón de su

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distribución. En concreto serían tres los tipos de actitudes que reflejan los motivos de conflicto grupal: la percepción de incompatibilidad entre los intereses de los grupos, que se genera cuando los grupos perciben que tienen intereses y objetivos en conflicto; percepciones y evaluaciones de los derechos relativos de los grupos (deprivación fraternal), que hace referencia a la expresión de satisfacción o insatisfacción con la posición del endogrupo respecto al exogrupo por lo que se refiere a una dimensión; y la percepción de desafíos o amenazas a los intereses del endogrupo consecuencia de las acciones del exogrupo para modificar sus relaciones (Bobo, 1988). El tandem formado por el matrimonio Margaret Wetherell y Jonathan Potter representa otro de los intentos psicosociales actuales de analizar y explicar el racismo desde una perspectiva (la del análisis del discurso, por supuesto) que incluya la consideración del contexto sociohistórico en el que acontece. Como es sabido esta perspectiva teórica mantiene que el discurso y el contexto social están totalmente interpenetrados, de tal manera que las prácticas discursivas se constituirían, "se alimentarían" del campo social, de los grupos sociales, de los intereses materiales ya constituidos, pero a su vez, actuarían construyendo a las personas y los objetos, y condicionando sus prácticas materiales. Es una especie de mezcla entre Foucault y Marx, de deconstrucción y reconstrucción, en cuanto que se habla de la constitución de los sujetos y de los objetos al igual que del papel ideológico del discurso. Por un lado, se estudia cómo el discurso surge en las formas colectivas de acción social, para luego hacerse personal, subjetivo y psicológico —en la medida que es poseído por un sujeto—, siendo articulado como las creencias, actitudes, opiniones y pensamientos característicos de uno mismo. Por otro el énfasis es puesto en las maneras en las que las sociedades dan voz al racismo y en cómo formas de discurso instituyen, solidifican, cambian, crean y reproducen formaciones sociales. Wetherell y Potter en su estudio se sirven de las relaciones raciales vividas en Nueva Zelanda (que M. Wetherrell conoce muy bien al ser oriunda de éste país) entre Pakehas, grupo constituido principalmente por emigrantes ingleses, y Maorís, habitantes originales de las islas, para ilustrar el conjunto de sus planteamientos teóricos. Lógicamente la idea de la que parten es que las posibilidades materiales dentro del contexto social neozelandés estructuran la plausibilidad de diferentes ordenamientos discursivos de la comunidad Pakeha hacia la Mahorí, y que simultáneamente

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las categorizaciones de raza, cultura y nación en ellos utilizadas vienen a organizar estas posibilidades materiales y a transformarlas en política. En virtud de todo ello, el discurso racista constituiría una práctica social altamente poderosa para la constitución de formaciones sociales que son opresivas para ciertos grupos sociales. El objetivo que se marcarán será hacer una profunda reflexión acerca de cómo los Pakeha elaboran y despliegan discursos que, bien consciente o inconscientemente, legitiman, incorporan y normalizan las prácticas de dominio de su grupo y la posición de dominado que sufre el pueblo maorí. Su trabajo irá encaminado a rastrear, a "cartografiar" los discursos raciales que los Pakeha elaboran para así observar y comprender cómo es justificada y racionalizada la historia colonial y las formas actuales de desventaja de los maoríes, cómo la desigualdad es normalizada e interpretada como "segura", y cómo los continuos y diversos conflictos son rebajados y el consenso manufacturado. Con esta idea, rechazan la posibilidad de entrar a escrutar los contenidos ideológicos del discurso racista dada la caducidad y variabilidad de los mismos. Dos de las características básicas de este discurso serían su naturaleza contradictoria y el encontrarse siempre en una continua transformación, todo lo cual hace imposible tratar de extrapolar una estructura común y universal del racismo que permanezca esencialmente inalterable, fuera de toda localización en el tiempo, razones por las cuales optan por definir el racismo en función de las prácticas ideológicas y de los resultados ideológicos a los que conduce. Según los autores, "el discurso racista es ideológico porque es una forma de conocimiento falsa y parcial que defiende intereses particulares" (p. 31)... "El discurso racista debería verse como un discurso (cualquiera que sea su contenido) que tiene el efecto de establecer, sostener y reforzar relaciones de poder opresivas ... tiene un efecto de categorizar, colocar y discriminar entre ciertos grupos, ... [al mismo tiempo]... que justifica sostiene y legitima prácticas orientadas a mantener el poder y el dominio" (Wetherell y Potter, 1992, p. 70). En la medida que a partir de la Segunda Guerra Mundial parece haberse constatado un giro de importancia en las actitudes, prejuicios o discursos racistas (como se les quiera llamar), esta forma de concebir el racismo parece haber obtenido un cierto sustento empírico. Wetherell y Potter (1992) constatan en la propia Nueva Zelanda la tendencia que existe en la actualidad a transponer el antiguo término de raza por el de cultura o

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nación, a hablar de razas pero sin aludir a ellas. A pesar de que todavía puedan permanecer algunas metáforas e imágenes, como el concepto de "sangre" (locus de la música y el ritmo de los negros, como es sabido por todos), son infrecuentes los casos en los que las personas analizan las relaciones intregrupales mediante teorías raciales. Por el contrario, existe una alta deseabilidad social en el hecho de no parecer prejuiciosos a los demás, lo cual por supuesto, no significa que el racismo haya desaparecido, como nos demostraba Billig (1988). La cultura, según estos autores, desempeñaría el mismo papel que la raza al ser presentada como un tipo de diferencia que ocurre naturalmente, un hecho de la vida, una forma autosuficiente de explicación y algo que puede ser ordenado por su nivel de modernidad. Así entendida la cultura, se abre el camino a la reinterpretación de los conflictos intergrupales, cuya base principal son las diferencias en el reparto del poder, bienes y riquezas, en términos de diferencias culturales, por lo que su solución habría que buscarla, no en la lucha política y social sino, en el multicuralismo, en el respeto a la diferencia, a lo propio y diferente, en la aceptación de la multiculturalidad. La cultura desempeñaría en la sociedad racista actual un papel claramente ideológico en tanto que "cubre el sucio negocio de la dominación y el desarrollo desigual mediante la invocación al respeto y la tolerancia. La historia colonial puede ser reconstruida como una historia de choque de valores, los modernos contra los tradicionales, como opuesta a una historia de conflictos de intereses, relaciones de poder y explotación". (Wetherell y Potter, 1992, p. 137). La movilización del significado y el desarrollo de la práctica argumentativa que acabamos de ver incluiría tanto procesos de categorización como de particularización, atribución, utilización de estereotipos, ... y la movilización de técnicas narrativas como las siguientes: 1. Utilización de los principios de la igualdad, la libertad, los derechos individuales, para plantear los términos en los que se ha de producir la relación intergrupal. 2. Llamamiento al progreso y a la razón práctica como elementos que han de presidir el desarrollo y evolución social. 3. Evitación de la utilización del término raza, así como de su invocación como principio explicativo de las relaciones

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intregrupales. Planteamiento de las diferencias entre los grupos como un hecho cultural insalvable y que además debe ser mantenido tal cual en virtud del derecho de cada grupo a conservar y fortalecer sus señas de identidad propias. Negación de la posesión de prejuicio alguno contra cualquier otro grupo social, cuando simultáneamente se mantienen posiciones prejuiciosas. Desacreditación y denigración de los miembros del grupo social dominado que rechazan el orden social establecido y platean su posición en él en términos de sojuzgación política y económica, mediante el cuestionamiento de los verdaderos motivos de sus movilizaciones, acusaciones de extremismo, negación de su representatividad social, etc. La utilización de argumentos que socaven explicaciones alternativas a la propia. Elaboración de argumentos que puedan contrarrestar la imagen negativa que pueda suponer la externalización del discurso racista; por ejemplo, en el caso del Frente Nacional inglés defendiendo la falsedad de las acusaciones de racismo y revirtiéndolas sobre el grupo acusador.

En última instancia queremos señalar que la perspectiva apuntada en este apartado nos recuerda la necesidad de no disociar al portador del prejuicio, o si se quiere de la personalidad racista, del contexto social en el que se manifiesta el racismo. Que después de todo, el racista no es más que un actor social y que, por tanto, debemos procurar no perder de vista el escenario social en el que actúa, la gestión que en él hace de los sentidos y significados, y el conjunto de interacciones en los que se basa y manifiesta (Wieviorka, 1992). 5. ¿Qué posibles soluciones existen?. En este apartado vamos hacer referencia, tratando de no alargarnos, a las soluciones habilitadas para combatir el racismo. En primer lugar, hemos de decir que, como podemos imaginar viendo la variedad de perspectivas desde las que se ha enfocado este problema social, las estrategias diseñadas han sido muchas, el caos grande y las soluciones realmente efectivas, siendo optimistas, pocas. Retomo hoy este apartado para decir que después del

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incendio ocurrido en Alemania en una residencia para emigrantes en el que han muerto diez personas, el poco optimismo que conservaba se ha esfumado. Esta opinión pesimista en modo alguno es "exclusivamente personal", sino que es compartida por una gran mayoría de los investigadores sociales que se han interesado por el tema. Katz y Taylor (1988), dos figuras infatigables de la lucha contra el racismo son el mejor botón de muestra de este estado de opinión cuando dicen: "Esta falta de fe en una vía de acción clara para el remedio puede estar llevando a los investigadores sociales a una situación conceptual caótica que de forma seria socava su motivación para la batalla en ésta tan importante arena" (p. 5). Al objeto de introducir un cierto orden en la exposición de las distintas propuestas que se han realizado para la reducción del racismo las dividiremos de una forma simplista y un tanto problemática en: individualistas y sociales. 5.1. Soluciones de corte individualista. Una de las soluciones más típicas que desde esta perspectiva se han planteado es la del contacto intergrupal como medio para la eliminación del pejuicio racial (Jones, 1988). Muy habitual entre gentes bien pensantes, con una cierta dosis de ingenuidad, que ven en el racista una oveja descarriada cuyo mayor pecado es la ignorancia, proponen el contacto con el sufridor de sus equívocos para demostrar lo equivocado de sus tontos prejuicios y así terminar con ellos. Con un alto grado de formalización en el lenguaje, utilizando una retórica propiamente científica y un conjunto de argumentos supuestamente contraevidentes, Allport (1954) propuso este mismo tipo de solución, bautizándola con el oscuro nombre de la "hipótesis de contacto". La idea es que la interacción grupal cuando es de tipo cooperativo, va acompañada institucionalmente y se produce en condiciones en las que los grupos tiene igual status, roles y funciones, habrá de reducir los prejuicios hacia el "otro". El aluvión de críticas que la hipótesis ha recibido, tanto teóricas como empíricas (Amir, 1976; Stephan, 1985; Brewer y Kramer, 198; Hewstone y Brown, 1986; Triandis, 1988; etc.) han demostrado su inefectividad al quedar limitada a un ámbito muy reducido de aplicación.

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En primer lugar, es obvio decir que en el caso del racismo no se cumple ninguno de estos requisitos, lo cual hace de esta estrategia una pura utopía. No podemos pretender tratar con grupos de iguales cuando uno de ellos es minusvalorado e incluso vejado por su condición racial, política, religiosa o sexual. En segundo lugar, si obráramos siguiendo esta hipótesis, estaríamos ignorando la naturaleza misma del racismo y la historia, ya que no se trata de una creencia irracional que ha de rendirse a la exposición de la luz de los hechos. Pensar de otra manera sería hacerlo en términos de la concepción ilustrada del prejuicio, contexto en el que aparece el término (Billig, 1988), olvidando el componente mitológico, épico y moral de este tipo de creencias. Si fuera cierta la hipótesis del contacto, basada en la racionalidad humana, el racismo habría desaparecido ya hace mucho tiempo al demostrarse científicamente lo incorrecto de los principios que lo fundamentan. Por las concomitancias que con la hipótesis del contacto guarda la teoría de Sherif sobre el conflicto realista de intereses entre grupos y la solución que de estos propugna mediante la formulación de "metas supraordinales", estas dos propuestas han sido formuladas en múltiples ocasiones conjuntamente, insistiéndose en la necesidad de que los contactos entre los grupos sean de carácter cooperativo. De todas formas las aplicaciones que de esta estrategia cooperativa se han llevado a cabo han puesto en evidencia su escasa eficacia en el caso de que el racismo exista de forma previa a su aplicación (Sánchez Mazas, Roux y Mugny, 1994). En nuestra opinión creemos que este tipo de estrategia es más útil en el campo de la prevención que en el de la reducción del racismo, con lo cual entramos ya de lleno en las medidas de tipo social. Otras estrategias posibles que se han diseñado desde la perspectiva de la cognición social son: a) El efecto book-keeping o de contabilidad (Rothbart, 1981). Consiste en la acumulación de información contradictoria con los contenidos del estereotipo para que los individuos vayan reajustando sus esquemas y con ello sus discursos. b) El efecto de conversión del estereotipador como consecuencia de una información especialmente impactante (por ejemplo, los prejuicios antijudios se redujeron en los EE.UU despues de la s.g.m conocido el genocidio judio).

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c) La personalización, que consiste en establecimiento en relaciones basadas en criterios interpersonales y no intergrupales (Tajfel, 1981). d) Aumento del número de subdivisiones en el sistema de categorías, de tal forma que haga a la persona percibir la complejidad del sistema social y con ello superar la división ellos-nosotros (Crocker et al., 1984). En conjunto, estas estrategias son susceptibles de críticas similares a las realizadas al respecto de la hipótesis del contacto. De todas formas queremos añadir unas pocas palabras al respecto de la última por provenir de una derivación crítica de la teoría de Tajfel y por ser un tipo de propuesta bastante frecuente. El aumento en el número subdivisones es una estrategia de afrontamiento del prejuicio que deriva de los estudios de la escuela de Ginebra sobre la Identidad Social. A diferencia de Tajfel, quien se centró en el estudio de situaciones en las que la pertenencia a una categoría excluía la pertenencia a otra (categorización simple), Deschamps y Doise (1978), se han preocupado por investigar contextos mucho más reales, en el sentido de que en ellos el sujeto podía pertenecer al mismo tiempo a distintas categorías a la vez (categorización cruzada). Pues bien, según estos autores (Deschamps y Doise, 1978), en estas situaciones de categorización cruzada es esperable un debilitamiento de la diferenciación categorial, lo que significa, un aumento de la convergencia intercategorial y una mayor divergencia intracategorial. De ello se deduce que una adecuada estrategia para la disminución del prejuicio hacia el exogrupo sería el fomento mediante la educación u otros medios de categorizaciones intregrupales entrecruzadas, puesto de esta manera obtendríamos una disminución de la discriminación intergrupal. Sin embargo, los resultados obtenidos no parecen confirmar esta hipótesis, demostrando su ineficacia como estrategia. A través de distintas investigaciones se ha podido comprobar "una limitación inherente al funcionamiento de la diferenciación categorial cuando se entrecruzan varias pertenencias categoriales, ... que este efecto del crecimiento de las pertenencias categoriales se limita a aquellas características relacionadas directamente con la situación experimental y con los individuos presentes en esta situación; los efectos de una situación específica no repercuten necesariamente a nivel de situaciones sociales" (Doise, Deschamps y Mugny, 1985, p. 49).

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Ya fuera de lo es que la falsación empírica de las hipótesis de unos y otros, creemos que tanto las propuestas realizadas desde el modelo de Tajfel como desde el de la escuela de Ginebra, parten de una asunción básica incorrecta, la de que el racista es una persona caracterizada por un estilo de pensamiento de tipo categórico, cerrado, incapaz de salir de sus propios estereotipos. Billig (1985) y Wetherell y Potter (1992), se han encargado de demostrar lo inadecuado de tal presupuesto, al apuntar como en el prejuicioso no hay una intolerancia a la ambigüedad, sino una ambigüedad de la intolerancia. El hecho es que el autoritario, el racista o el prejuicioso, lejos de utilizar categorías simples, poco elaboradas, de clasificación, por el contrario hará distinciones bastante sutiles de cara a defender su pensamiento categórico. Si tenemos en cuenta que ninguna categorización es capaz de agrupar perfectamente a todos y a cada uno de los miembros del grupo al que se refiere, resulta lógico que sea así. Por poner un ejemplo, ni todos los blancos son más inteligentes que los negros, ni los payos santos y los gitanos ladrones, con lo que el racista necesita de una muy alta capacidad de particularización y de imaginación para mantener la diferenciación intercategorial. Las medidas arbitradas desde la perspectiva individualista desafortunadamente están entre las más frecuentes. Y decimos desafortunadamente porque toda propuesta de intervención psicosocial, y estas lo son, no puede situarse exclusivamente en el plano de lo individual. Si de esta manera obramos estaremos eludiendo la responsabilidad compartida que todos tenemos en el mantenimiento de un problema de naturaleza social. Focalizar y reducir el problema del racismo a la personalidad desajustada, irracional y prejuiciosa del individuo o incluso a los mecanismos cognitivos comunes a todas las personas, supone obrar de forma sesgadamente ideológica, aunque sea de forma no consciente, pues se está hurtando la naturaleza social del problema. No debe extrañarnos que una sociedad competitiva como la nuestra, orientada al logro y al éxito genere individuos que en el "otro" ven a un competidor o adversario, lo cual crea el caldo de cultivo idóneo para la aparición del racismo y la discriminación, máxime cuando todo ello se ve acompañado de la existencia de discursos que señalan a los grupos dominados como posibles usurpadores de los derechos al bienestar, al trabajo y a la riqueza que por naturaleza les corresponden. Además, por definición, toda sociedad competitiva necesita de la existencia de ganadores y perdedores, de dominados y dominadores, pobres y ricos, vencedores y

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vencidos y, por tanto de arrogantes y humillados. Mientras que el hombre sea un competidor para el hombre necesariamente habrá marginación, pobreza y a la postre discriminación y racismo. Si queremos que realmente llegue a ser posible la vieja utopía de la sociedad democrática presidida y dirigida por los principios de la libertad, igualdad y fraternidad, es totalmente necesaria una educación que fomente el humanismo, la idea del hombre como valor, junto con los otros los valores de la igualdad, la justicia y tolerancia, además del conocimiento y respeto de los derechos humanos y de la cooperación, todo lo cual deberá plasmarse en la convivencia del día a día. 5.2 Soluciones de Corte Social. Tampoco parece que a este nivel las cosas estén demasiado claras. Las polémicas mantenidas en el libro de Katz y Taylor (1988) "Eliminando el racismo", entre distintos autores acerca de la eficacia de las políticas de desegregación y de las "acciones afirmativas", así lo atestiguan. En el mencionado libro, Gerard (1988) argumenta que este tipo de acción está llamada al fracaso, teniendo en cuenta los datos que muestran que tras la política de desegregación comenzada en las escuelas norteamericanas en 1954, los estereotipos han persistido en vez de haber disminuido y que la autosegregación es algo común en las aulas. Es más, se muestra convencido de que la desegregación es una bola de nieve que aumenta poco a poco las diferencias interraciales. La razón se encontraría en que a pesar de que la reforma escolar se realizó bajo algunos principios más o menos acertados (por ejemplo, el que la influencia mayoritaria podría inducir a la minoría a internalizar algunos de sus valores y principios, como el de la orientación hacia el logro, o que las diferencias de capacidad entre grupos no se deben a causas innatas sino a la diversidad en la orientación hacia el logro académico entre las diversas comunidades, que son internalizadas durante el proceso de socialización) no se tuvo en cuenta que en el ámbito educativo no se cumplen las condiciones mínimas necesarias para que se produzca el cambio de actitudes por contacto. No existía en el aula un clima no competitivo, ni los miembros de los distintos grupos tenían igual status, roles o funciones y en ocasiones, ni tan siquiera se contaba con el apoyo de las autoridades académicas. Pero sobre todo se pudo constatar que la asunción de que los maestros tratan por igual a los niños, independientemente de sus pertenencias étnicas, era incorrecta, siendo en

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realidad los propios maestros las correas de transmisión de los prejuicios y estereotipos que se querían eliminar. Las expectativas diferenciales que acerca del éxito o fracaso escolar de los distintos grupos raciales arrastraban los profesores, actuaban como un condicionante fundamental en la ocurrencia de este éxito o fracaso (el conocido efecto Rosenthal). En el mismo libro Cook (1988), discrepa con el anterior autor acerca de las evidencias presentadas por este, en cuanto que solo habría analizado aquellos casos en los que la desegregación era una consecuencia del mandato legal de coeducación, sin tener en cuenta aquellos otros en los que esta era un hecho de facto. Para él la evidencia acumulada desde 1954 es totalmente positiva por lo que se refiere a los niveles de educación, de autoestima, de porcentaje de éxito académico, orientación hacia el logro, etc. de la población negra. El campo de batalla en el que Glazer y Glasser dirimen otro importante debate dentro del libro de Katz y Taylor (1988) es el de las acciones positivas a llevar a cabo por las instituciones en el marco del empleo para terminar con la discriminación. En concreto el debate discurre por la tan traída y llevada cuestión de las cuotas en el trabajo. Glazer, con un discurso muy sutil en las más pura línea del liberalismo norteamericano, defiende la necesidad de llegar a un sistema plenamente igualitario en el que no exista diferenciación alguna entre los distintos grupos de población que componen la masa social de los EE.UU. Para ello propone no quedarse exclusivamente en un sistema de cuotas e ir más allá, pues si bien esta política habría demostrado una cierta utilidad en la facilitación del acceso de los negros al trabajo, el número de efectos secundarios no deseados que de ella se habrían derivado sería alto, además de atentar contra al principio fundamental de la Constitución de aquel país que establece la igualdad de oportunidades en cualquier ámbito, independientemente de su raza o sexo. Por contra, Glasser defiende la bondad de lo que ahora se llama discriminación inversa o positiva y advierte de la pérdida de consenso que se está dando en la sociedad norteamericana al respecto de la necesidad de habilitar caminos para llegar a la igualdad racial. En su argumentación a favor de la necesidad de una política de cuotas en el empleo defiende, contra los que mantienen que este tipo de acciones socavan el sistema de méritos, que en realidad este sistema nunca ha funcionado, que han sido otros los principios que han regido el reparto del empleo, como por ejemplo, el haber estudiado en esta o aquella Universidad, etc. Igualmente discrepa con los que dicen que la preferencia por los negros a la hora de dar trabajo supone

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la exclusión de los blancos, es decir una discriminación a la inversa. Bajo su punto de vista esta política es la restitución de los agravios que durante siglos han sufrido los negros. En última instancia, contra los que dicen que la acción positiva va en contra de los mismos negros mantiene que es la discriminación y no el intento de eliminarla lo que les perjudica. Su conclusión es que, al revés de lo que opina Glazer, la eliminación de esta política sería altamente perjudicial para las minorías, si bien le da la razón en que no debería alargarse eternamente. Otro tipo de acción positiva distinta es la que pueden llevar a cabo los gobiernos en lo referido al desempeño de políticas sociales encaminadas a la promoción y fortalecimientio de las distintas cultural existentes dentro de un país, así como su mutua aceptación, de cara a una mayor armonía y riqueza social. Políticas de este tipo, como por ejemplo las llevadas a cabo en la actualidad por gobiernos como el canadiense o el neozelandés, son el resultado de una evolución histórica en sucesivas etapas en la que se ha pasado del intento de exterminio o la limpieza étnica a la asimilación parcial o total, en la cual donde parece que estamos en este momento en Europa. Inspirándose en el modelo que Lambert (1973) ha elaborado para la explicación de la situación lingüística de Canadá, en la que distingue entre bilingüísmo aditivo y sustractivo, Triandis (1988) ha propuesto el modelo del "multiculturalismo aditivo". El principio que lo rige es que "la manera de reducir el conflicto no es que uno de los lados pierda lo que el otro gana, sino que ambos lados ganen" (Triandis, 1988, p. 42). Su visión de la pluralidad cultural y de la heterogeneidad es que es naturalmente enriquecedora, tanto a nivel social, por el dinamismo y cambio social que produce, como a nivel individual, porque una identidad cultural múltiple genera en las personas una sensación de mayor riqueza, realización y logro. El problema fundamental que habría de afrontar una sociedad multicultural sería el posible incremento de la alienación social de los grupos minoritarios y el más que probable recurso a la violencia de algunos de sus miembros como medida para nivelar la balanza de costes y beneficios que les es desigual. El modelo que presenta Triandis (1988) precisamente va encaminado a reducir las desigualdades mediante la utilización de los "recursos y de la ideología" de los que actualmente disponemos para intervenir institucionalmente sobre el problema. La solución que propone vendría de la mano de la intervención sobre el sistema educativo, el cual debería entrenar a la gente en la apreciación de otra culturas y en el trato con tipos muy

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distintos de gente, pero sobre todo debería ser menos etnocéntrico, más ajustado a las necesidades de la minoría y no solo de la mayoría. Cercana como está esta propuesta a la hipótesis de integración por contacto y reconociendo la limitación de su utilidad a aquellos casos en los que existe una igualdad de status y un cierto conocimiento y afinidad de fines entre los miembros de los distintos grupos, propone una serie de medidas encaminadas a paliar esta situación, de tal manera que el multiculturalismo aditivo se alcanzaría mediante el desarrollo de las siguientes cuatro estrategias: 1. Establecimiento urgente de programas que garanticen un trabajo a todo aquel con capacidad para desempeñarlo, lo cual crearía las precondiciones para un contacto exitoso. Eso sí, para que estos programas produzcan los resultados deseados no deberían crear la imagen de ser trabajos-gubernamentales-especialmentehechos-para-abordar-el-problema-del-desempleo, sino empleos absolutamente legítimos. 2. Desarrollo, entre los negros y otras minorías, de una mayor motivación por el poder. Para ello es totalmente necesario que todos ellos alcancen conciencia del destino común que les une y de la importancia de una acción política concertada para la modificación de la situación de desigualdad en el reparto del poder y de los recursos. 3. Aprendizaje por parte del grupo mayoritario y dominante de habilidades para la interacción con los grupos sociales minoritarios. Los blancos, que son los que poseen una identidad cultural firme y segura, deben implicarse en el conocimiento, aprendizaje e interacción con otras culturas. 4. Utilización de técnicas para la estimulación y el fortalecimiento de la cooperación en las escuelas del tipo de las de Aronson (Aronson, 1984; Aronson et al, 1978; Aronson y Yate, 1983), basadas fundamentalmente en el efecto de la interdependencia cooperativa: creación de metas supraordinales y de objetivos comunes para todos los alumnos de un mismo curso, realización de trabajos en grupo, exposición y enseñanza de materiales y contenidos temáticos entre unos grupos y otros. etc. Jones (1988), es otro defensor del pluriculturalismo como camino para terminar con el racismo cultural que dice imperar actualmente en

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nuestra sociedad. La sociedad blanca se caracterizaría por un fuerte etnocéntrismo, cuyo único antídoto sería la habilitación de principios de igualdad que reconozcan la idea biológica de que la diversidad mejora la adaptatividad, el desarrollo genético y la adaptación, y a nivel cultural el la diversidad y enriquecimineto. La inoculación de este antídoto pasaría por (Jones, 1988, p. 133): 1. La identificación de las características y de las capacidades de los grupos étnicos que derivan de su evolución en y su adaptación a el contexto cultural de discriminación y desventaja. 2. El aprendizaje de cómo estas caracteríticas pueden hacer contribuciones positivas a la consecución de los objetivos que generalmente todos compartimos. 3. La provisión de contextos de interacción en los cuales las perspectivas y los puntos de vista mayoritarios y minoritarios puedan co-ocurrir. 4. La concepción de patrones de participación y de evaluación de éstos en los que no se estigmatice la contribución minoritaria a la mayoritaria". Una última aportación al multi o pluriculturalismo que queremos señalar es la de Pettigrew (1988), quien basándose en el modelo de Berry (1984) (ver tabla) ha hecho una propuesta que está a dos aguas entre la integración y el pluralismo.

Si No

¿Deber ser mantenidas las ¿Se valoran y se buscan las relaciones identidades culturales y las positivas? costumbres? Integración Asimilación Separación Marginación

A su modo de ver, la sociedad "americana" (comillas propias) en la historia reciente ha obrado de la única manera posible en un "país de emigrantes", a saber, mediante el mantenimiento de relaciones raciales que incluyen procesos sociales que facilitan la integridad de cada grupo y las relaciones intergrupales (integración), al mismo tiempo que hacen pervivir algún tipo de separación estructural y cultural (pluralismo). Así pues, Pettigrew (1988) se opone a modelos como los anteriores en los que integración y pluralismo aparecen como procesos opuestos. Para este autor no es posible un proceso sin el otro, ambos se complementan, y

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de hecho son la base sobre la que se asienta la sociedad multiétnica de los EE.UU., salvo una excepción: la de los negros. Este grupo racial gozaría en este país de una distintividad negativa respecto de los demás grupos, la de encontrase separado por hondas barreras sociales discriminatorias que impiden su integración. Por esta razón entiende que las medidas encaminadas para terminar con este agravio no pueden ser las mismas que las diseñadas para otros grupos, especialmente los provinientes de la Europa oriental. El multiculturalismo ha sido duramente criticado desde posiciones marxistas por definir la discusión del racismo en términos culturales y por partir del principio de igualdad de todos los grupos étnicos. La idea misma de que todos los grupos son iguales y que como tales deben ser tratados, habiendo de procurar la satisfacción de sus ambiciones culturales (generalmente reducidas a los gustos, folclore y valores), así como el respeto a su diferencia, conllevaría implícita la otra de que, en último término, los problemas raciales son consecuencia de la falta de tolerancia de los blancos hacia esa diferencia. El problema del gitano, "negrata", "moraco" o "sudaca", es tan sólo la falta de tolerancia del blanco hacia su diferencia. El conflicto interracial quedaría de esta manera definido en términos de relaciones e identidades culturales, escamoteando con ello el transfondo político y económico, del reparto del poder, bienes recursos y status, que como ya dijimos en más ocasiones- está en la base misma del conflicto. Este nuevo discurso ha sido combatido también desde las filas mismas de los grupos racializados (Wetherell y Potter, 1992) porque en definitiva propone dar una vuelta de página a la historia pero sin partir de cero, tomando como línea de salida el punto en el que ahora nos encontramos. El argumento de que todas las culturas y los grupos étnicos son iguales y que como tales deben ser tratados, procurando todo lo más habilitar medidas institucionales que suplan los posibles déficits culturales que ahora existen, es una estrategia discursiva claramente dirigida a la justificación de una situación de desigualdad y dominio. No queremos decir con ello que estemos en contra de este tipo de propuestas, pero sí de los planteamientos que defienden la exclusividad de intervenciones de tipo cultural como medida única a tomar para la superación de un orden de cosas no deseado. A modo de ejemplo, sirvan las demandas planteadas ya allá por los años sesenta-setenta, por algunos grupos maoríes en las que la exigencia de una enculturación de los jóvenes

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urbanos maoríes en sus propias tradiciones, era acompañada de peticiones de cambios políticos y sociales, y la resolución del problema de la tierra y la soberanía. La solución, creemos, ha de pasar por un cambio en la estructura o incluso en la base del sistema que fomenta la aparición de diferencias intergrupales y cuya justificación sustenta ideológicamente, además de por la modificación del sistema educativo en sus contenidos y prácticas, de tal guisa que conduzca a la adquisición de discursos que lleven a la asimilación (por interiorización de valores) creencias y actitudes igualitarias, tolerantes y humanistas. 6.- Conclusiones. Como hemos podido ver, el estudio del racismo se ha visto enormemente influido por la idea de que lo que existe, lo que percibimos, es lo real, lo cual ha conducido a un tipo de análisis en el que esta lacra social aparece como una representación social o como un conjunto ordenado de creencias y actitudes racialmente prejuiciosas ligado al hecho factual de la existencia en la naturaleza de grupos de población con diferencias fenotípicas. Desde planteamientos más sociales hemos querido dejar patente a través del examen del racismo la necesidad que ha de presidir el quehacer del psicólogo social de obrar de forma crítica, cuestionando lo asumido, evidente y factual e indagando sobre lo sobreentendido. El racismo nos proporciona el ejemplo perfecto de cómo aquello que tomamos como evidente o de sentido común, la existencia de razas, no deja de ser una construcción social. No queremos decir con ello que las diferencias fisonómicas entre segmentos poblacionales no existan, pues en ocasiones se ha obrado así y ello solo ha servido para cargar de argumentos a los que a los que con estas tesis se quiere combatir. Sin embargo, lo que sí es cierto es que la introducción del criterio de raza como una característica saliente o significativa de nuestro mundo para la clasificación de la gente en grupos y la explicación de la realidad, no deja de ser una construcción social, que conlleva en sí misma la posibilidad del racismo. Así pues, nuestro estudio del racismo ha de desechar la idea —que en un principio podría parecer lógica— de un mundo, de una realidad, en la que existen diferencias entre grupos de razas o incluso de étnias, de las cuales nos formaríamos impresiones y recrearíamos representacionalmente. El racismo ha de ser

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analizado a la luz de las prácticas discursivas que construyen el mundo en términos de raza como categoría significativa. El racismo no es una cuestión de cómo representamos la realidad externa, sino de cómo construimos la realidad social (Ibáñez, 1992). El prejuicio, tal y como hemos planteado las cosas, no es más que un razonamiento. Ahora bien, los razonamientos sociales, es decir, aquellos razonamientos que llegan a ser compartidos o propios de una comunidad, no nacen en unos meses ni en unos años; van siempre ligados a otros razonamientos, insertos en prácticas discursivas cuya genealogía es compleja y oculta, pero que sin lugar a dudas nos remite a prácticas y hechos sociales e históricos. Hemos de tener presente que son los grupos sociales, inscritos en un marco histórico-social concreto, los que a través de sus prácticas y actividades crean una distribución de recursos y valores, así como un ambiente social determinado, los cuales a su vez, generan una serie de repertorios lingüísticos interpretativos que son incorporados por las personas en forma de juicios, percepciones, afectos, valoraciones y conductas acerca del miembro del otro grupo y del propio. En el caso que nos ocupa, el del racismo, son las prácticas materiales, y el subsiguiente conjunto de relaciones sociales que se establecen de carácter discriminatorio y de dominación, junto con la historia previa que arrastran, las responsables de unas prácticas discursivas acerca del exogrupo articuladas mediante recursos argumentativos prejuciosos y derogatorios, y de las categorizaciones físico-culturales estereotipadas, negativamente sesgadas, cargadas de vaguedades, imprecisiones y falsedades, etc. El racismo no es algo infantil e incluso estúpido, sino que es un discurso muy hilvanado que surge en un orden social determinado, y está armado de argumentos y razones denigrativas del grupo "racializado" que tiene por función legitimar no sólo las prácticas de dominación y desigualdad sino el propio orden dentro del cual surgen. "Así, un tipo determinado de razonamiento ha permitido justificar la expansión europea, otro la matanza de judíos, otros finalmente la exclusión ... [constituido por] Razonamientos de estructura fija aunque susceptibles de infinitas variaciones en el detalle, transmitidos de generación en generación con una constancia fascinante, dotados de una autoridad incuestionable basada en la Biblia o en "la" Ciencia, los razonamientos racistas son comparables en todo

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punto a los mitos que se transmiten los hechiceros en las llamadas sociedades "primitivas". El rito correspondiente al mito sería, en ese caso, el conjunto de prácticas que van del apartheid hasta el pogromo" (Delacampagne, 1983, p. 137). A nuestro juicio el racismo, en resumidas cuentas, es un tipo de discurso legitimador de un orden social que ha calado tan hondo en nuestra civilización que ni la ética imperante del igualitarismo y de la justicia han logrado hacer que desaparezca. Es una bestia que permanece dormida pero dispuesta a volver con renovadas fuerzas siempre que el orden social que históricamente la hizo posible dé muestras de debilidad. A este respecto no está demás volver a recordar que entre las funciones sociales que atribuía Tajfel (1981) al estereotipo estaban la de explicar acontecimientos sociales a gran escala, complejos y normalmente dolorosos y la de obtener una diferenciación positiva del endogrupo respecto de los grupos seleccionados en momentos en que se percibe que esa diferenciación se hace insegura o se erosiona. Para concluir quisiera remarcar de nuevo que todo lo dicho nos habla de la necesidad de no trabajar nunca en abstracto, de no poder pretender llegar a conclusiones universales y ahistóricas y de remitirnos siempre al contexto socio-histórico en el que se produce el fenómeno a estudiar. Si obramos queriendo alcanzar la formulación de principios generales acerca de lo que sea (relaciones intergrupales, prejuicios, racismo, o cualquier otro fenómeno psicosocial) estamos abocados al fracaso. Nuestra formación psicológica, repetimos, no nos puede hacer olvidar el enorme impacto que lo sociológico, las variables socioestructurales, tienen sobre el racismo, prejuicio y discriminación.

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