RECURSOS EXPRESIVOS (figuras literarias, retóricas o

“De este, pues, formidable de la tierra bostezo, el melancólico vacío ... su empleo puede ser un signo de pobreza expresiva y de carencia de originali...

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RECURSOS EXPRESIVOS (figuras literarias, retóricas o estilísticas)

La lengua literaria se sirve de la lengua común, pero hay en el que la utiliza, el escritor, una voluntad de estilo. Según Dámaso Alonso, “estilo es todo lo que individualiza a un ente literario”. A la vista de este concepto de estilo se evidencia que hay mucho más que los recursos retóricos para determinar el estilo de un texto. Aquí pretendemos recoger alguno de los recursos más usuales; sin olvidar que en los texto en verso es necesario tener presente, además, la medida, el valor de los acentos, las rimas, las pausas y la configuración estrófica.

I.

RECURSOS FÓNICOS.

Aliteración. Consiste en la repetición de la misma consonante, vocal o sílaba dentro de una misma unidad sintáctica o métrica. Esta repetición puede dar lugar a: Eufonía. Sonidos agradables al oído: “Con el ala aleve del leve abanico” R. Darío. Cacofonía. Sonidos desagradables: “Méjico pájaro regio” R. Darío. Onomatopeya o armonía imitativa. Imitación de sonidos reales: “En el silencio solo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba.” Garcilaso de la Vega. Paranomasia. Consiste en poner cerca dos palabras de sonido parecido, pero de significación distinta. Con ello, se obliga al lector a hacer un esfuerzo intelectual y se subraya el contraste entre conceptos: “Creemos los nombres derivarán los hombres.” Juan Ramón Jiménez. Calambur. Agrupación de dos o más palabras con el mismo o muy parecido cuerpo fónico y significados distintos: “¿Este es conde? Sí, este esconde la calidad y el dinero.” Ruiz de Alarcón.

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II.

RECURSOS MORFOSINTÁCTICOS O GRAMATICALES.

A. Figuras de posición. El criterio distintivo de estos recursos es su posición dentro del contexto sintáctico o métrico, ya sea por una ruptura de la disposición habitual o por la insistencia en esa disposición habitual. Hipérbaton. (Pl, hipérbatos) Consiste en separar dos palabras estrechamente unidas desde el punto de vista sintáctico, intercalando entre ellas otro miembro de la oración (que puede constar de una o más palabras) que no pertenece a ese lugar: “Vinieron de diablos por ella gran gentío.” G. de Berceo. Paréntesis. Corresponde al hipérbaton en un contexto mayor. Consiste en interponer un elemento extraño a la construcción de la frase: “Cayó rendido -luz sin fuegoentre las nubes.” Manuel Machado. Mixtura verborum. Es otra variante del hipérbaton. El escritor crea un caos sintáctico que exige un gran esfuerzo intelectual del receptor: “De este, pues, formidable de la tierra bostezo, el melancólico vacío a Polifemo, horror de aquella sierra, bárbara choza es, albergue umbrío” L. de Góngora. Paralelismo (isocolon). Consiste en la correspondencia constructiva de varias partes, siempre plurimembres, de un todo sintáctico: “A sus suspiros, sorda, a sus ruegos, terrible, a sus promesas, roca.” Tirso de Molina. Quiasmo. Consiste en la posición cruzada de elementos correspondientes: “Si es que mueres en él o en él empiezas” Jorge Guillén. Retruécano (quiasmo complejo). Es un procedimiento expresivo en el que confluyen diversas figuras: la repetición, la antítesis y el quiasmo. Consiste en el repetición de los mismos elementos, pero invirtiéndolos de forma cruzada y simétrica para generar un sentido antitético: “¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente? F. de Quevedo.

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Correlación. Correspondencia sintáctica o conceptual entre los miembros de dos o más conjuntos estructurados de forma similar: “Ni en este monte, este aire, ni este río corre fiera, vuela ave, pece nada” Góngora. Una variante de este recurso muy usada en el Siglo de Oro es la llamada correlación diseminativo-recolectiva. En ella los elementos “correlativos” que se han ido diseminando a lo largo de la composición acaban recopilados o recolectados en el verso final. Véase “Mientras por competir con tu cabello” de Góngora o “El humo que formó cuerpo fingido” de Lope de Vega. B. Figuras de repetición. Geminación. Repetición literal de una palabra o grupo de palabras al principio, en el interior o al final de una unidad sintáctica o métrica: “Abenámar, Abenámar moro de la morería”. Anónimo. Anadiplosa (anadiplosis o reduplicación). Repetición del último miembro de un verso o grupo sintáctico al comienzo del siguiente: “Oye, no temas, y a mi ninfa dile, dile que muero” Villegas. Concatenación. Está constituida por la continuación de una anadiplosa que implica una gradación: “No hay criatura sin amor ni amor sin celos perfecto ni celos libres de engaño ni engaños sin fundamento.” Tirso de Molina. Epanadiplosis. Una frase o verso empieza y acaba con la misma palabra: “Verde que te quiero verde” Lorca. Anáfora. Consiste en la repetición de elementos al principio de dos o más versos o frases: “Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo” M. Hernández. Epífora. Repetición al final. Polisíndeton. Construcción idéntica de miembros coordinados: “Ven que quiero matar o amar o morir o darte todo” V. Aleixandre.

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Poliptoton. Modificación flexiva (morfemas constituyentes de la categoría gramatical a la que afecte: género o número en el sustantivo; persona, número, tiempo o modo en el verbo, etc) del cuerpo léxico de una palabra: “Gemit, gemiendo, gemir gemit mis esquivos llantos” Lope de Stúñiga. Derivación. Consiste en la repetición de la misma raíz etimológica en palabras distintas. Se confunde con el recurso anterior: “Y yo sueño, en mis sueños, con una patria nueva” J.R. Jiménez. C. Figuras de omisión. Elipsis. Consiste en la omisión de uno o varios elementos de la oración que se sobrentienden gracias al contexto: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno” B. Gracián. Zeugma. Uso de un elemento sintáctico común para varias unidades análogas. El elemento común puede aparecer al principio, en medio o al final del periodo: “Ay, me estabas tú viendo, pero un puño de cal paralizaba mi lengua pies y manos.” R. Alberti. Asíndeton. Agrupación sin conjunciones de elementos coordinados. Al omitir las conjunciones, se da mayor vigor a la frase y se consigue la ilusión de movimiento: “Alegre, fértil, vario, fresco prado.” Herrera.

Para terminar el apartado morfosintáctico, también hemos de tener presente que en el lenguaje literario adquieren especial relevancia:  La frecuencia de aparición de las distintas categorías gramaticales. La abundancia de sustantivos y adjetivos produce el llamado “estilo nominal” que es el propio de la descripción y da un ritmo lento al escrito. En el uso del adjetivo hay que poner especial atención a los epítetos. Por otro lado, la presencia de verbos de acción produce dinamismo y rapidez; su ausencia, reposo y lentitud.  El valor expresivo de los afijos. Siempre es interesante hacer notar los matices aportados por los morfemas facultativos, en especial por los diminutivos, despectivos y aumentativos. 

El tipo de construcción oracional.

Cuando abundan las oraciones simples, el estilo es más sencillo y directo que si nos encontramos con largos periodos oracionales que dan solemnidad al discurso.

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III RECURSOS LÉXICO-SEMÁNTICOS.

Sinonimia. Consiste en la repetición del concepto ya expresado con otro término: “En cárceles de espacio, aéreas llaves te me encierran, recluyen, roban.” Gerardo Diego. Gradación. Se trata de la aparición de elementos cuya intensidad semántica va en aumento o disminución (gradación ascendente o descendente): “En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada” Góngora. Pleonasmo. Consiste en añadir palabras innecesarias para la comprensión del texto, pero que pueden aumentar la expresividad: “Y vano cuanto piensa el pensamiento.” Lope de Vega. Diáfora, dialogía o equívoco. Se trata de repetir una palabra polisémica de manera que en cada ocasión adquiera un significado distinto. También puede tratarse de palabras homónimas. “Los estafadores [...] hurtaban el rostro ante los recién llegados, quizás por hurtar algo” R. J. Sender. “Algún día los hierros de tus balcones presenciaron a solas yerros mayores.” Anónimo. Epíteto. Con este término se designa el adjetivo explicativo que expresa una cualidad del sustantivo. Según G. Sobejano, es epíteto cualquier adjetivo que acompaña a un sustantivo, delante o detrás de este, “para expresar una cualidad propia o accidental del mismo sin necesidad lógica de expresarla”. El rasgo esencial del epíteto es que se trata de un adjetivo no necesario; sin embargo, la manera de utilizarlo indica la capacidad de observación y expresión del hablante, su visión imaginativa o afectiva de la realidad y ciertas peculiaridades de su personalidad. Hay diferentes clases. Se habla de epíteto típico cuando el adjetivo de nota una cualidad propia o esencial al sustantivo: “helada nieve”, “noche oscura”. A veces se confunde este adjetivo con el llamado epíteto constante, que se asocia de manera fija a un sustantivo (“manso cordero”); su empleo puede ser un signo de pobreza expresiva y de carencia de originalidad. En la literatura grecolatina y en la medieval se designa como epíteto épico a ciertos adjetivos con los que, de forma ritualizada, se exalta una cualidad del héroe o se fustiga un vicio de sus enemigos: “buen Campeador”, “burgalés complido”. Se habla también de epíteto metafórico, cuando el adjetivo implica una metáfora: “nevadas plumas” por blancos cisnes. Arcaísmo y neologismo. Consiste, respectivamente, en la utilización de un término en desuso o de reciente acuñación, en vez del correspondiente en el lenguaje usual. Es difícil

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determinar si una palabra es arcaica o neológica, pues su antigüedad o novedad se deben medir a partir de los hábitos contemporáneos a la fecha de creación de la obra. Los tropos. Constituyen un grupo especial dentro de los recursos del ámbito léxicosemántico. La característica común que comparten es que en ellos el signo lingüístico ha sufrido un giro en su significado. La discrepancia entre la significación habitual de una voz y la que resulta de su empleo trópico produce una tensión en el emisor, que se ve obligado a reconstruir para sí la significación contextual del tropo. Si el tropo se hace habitual (se lexicaliza), ya no produce tensión; pero también puede darse el caso contrario, que la relación entre el signo sustituido y el que lo sustituye permanezca irreconocible y el receptor no comprenda (obscuritas). El empleo de los tropos representa, por su propia naturaleza, una interpretación de la realidad y contribuye poderosamente a la esteticidad de los textos. Perífrasis. Consiste en expresar un concepto mediante un rodeo en vez de hacerlo con la palabra que lo designa directamente. Da a conocer rasgos relacionados con el concepto que trata de comunicar que con la designación directa pasarían desapercibidos, al tiempo que embellece el estilo: “Doméstico es del sol nuncio canoro” („gallo‟) Góngora. Metonimia. Se trata de la sustitución de un término por otro con el que guarda una relación real de: a) Causa-efecto (o viceversa). La causa puede ser una persona (autor, propietario, inventor, divinidad...) o una cosa: “Lo visitó Venus” (por el amor) “Tiene un Goya” (por un cuadro de Goya) “Respeto las canas” (por la vejez). b) Continente-contenido. Incluye también la sustitución lugar-habitantes y parte del cuerpo- propiedad: “Tomemos una copa” “No tiene corazón” c) Otras relaciones. La sustitución puede basarse en otro tipo de relaciones con la condición de que éstas sean reales, por ejemplo, el instrumento por el que lo maneja: “Es un espada muy afamado” por “torero”). Sinécdoque. Es una especie de metonimia. Consiste en la sustitución de una expresión semánticamente más amplia por otra más restringida, o al revés. Se fundamenta en las relaciones de coexistencia entre el todo y sus partes. Esta interrelación suele concretarse en tres grupos: a) La parte por el todo o viceversa. “¡Oh luna, cuánto abril! („primavera‟) J. Guillén. “Francia („el ejército francés‟) fue vencida en Pavía” b) La especie por el género. “No sabe ganarse el pan”. („Los alimentos‟) “Los mortales no se consuelan”. („Las personas‟)

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c) El plural por el singular. “El español es valiente”. („Los españoles‟). Antonomasia. Es una variante de la perífrasis y la sinécdoque. Consiste en sustituir el nombre propio, histórico o mitológico por una perífrasis: “La ciudad del Guadalquivir” („Sevilla‟). “La de los rosados brazos” (La diosa Aurora). Una variante de este recurso consiste en que el nombre propio sustituya a un apelativo: “En ventura Octaviano; Julio Cesar en vencer e batallar” J. Manrique. Litote. Se trata de la sustitución de una expresión por la negación de su contrario: “El aire se serena y viste de hermosura y luz no usada” F. Luis de León. Hipérbole. Uso de un término que valora o describe las cosas fuera de sus proporciones normales. Engrandece o empequeñece las cualidades o las acciones exageradamente: “Con mi llorar las piedras se enternecen” Garcilaso de la Vega. Se usa con frecuencia para producir efectos irónicos y grotescos: “Érase un hombre a una nariz pegado” Quevedo. Metáfora. Consiste en nombrar un elemento con otro término con cuya significación presenta una relación de analogía. Tiene como base la comparación. La división tradicional distingue entre metáforas impuras, en las que se conserva el término real (A) y metáforas puras, donde éste ha desaparecido. Podemos establecer varias fórmulas: 1. A es B (metáfora impura): “Mi corazón es una almohada negra” 2. B es A ( idem): “Donde el vacío es luna”. Consigue más intensidad. 3. A de B (idem): “Los suspiros se escapan de su boca de fresa” 4. B de A (idem): “Tocando el tambor del llano.” 5. A, B (metáfora impura aposicional): “El otoño: isla de perfil estricto”. 6. A, B, B‟, B‟‟ (met. imp. descriptiva o impresionista): “Por el olivar venía, bronce y sueño, los gitanos.” El plano real da lugar a más de una evocación. 7. Metáfora superpuesta. Una evocación va provocando otras: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir.” Manrique. 8. B en lugar de A (metáfora pura). Desaparece el término real: “Enhiesto surtidor de sombra y sueño” („un ciprés‟). G. Diego.

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Sinestesia. Consiste en atribuir la sensación propia de un sentido corporal a una realidad que no se percibe a través de éste. Es una figura relacionada con la metáfora y frecuentemente vinculada a ella: “sonido azul”, “sabor aterciopelado”. Ironía. Es un procedimiento por el que se afirma o se sugiere lo contrario de lo que se dice con las palabras, de forma que pueda quedar claro el verdadero sentido de lo que se piensa.. Es un recurso fundamental en la literatura humorística y satírica. Cuando contiene una burla despiadada recibe el nombre de sarcasmo. En general, la expresión irónica va acompañada de una determinada entonación para que sea percibida como tal. En la lengua escrita, el lector debe descubrirla a través del contexto. Alegoría. Es la metáfora continuada. Se designa también con el nombre de metáfora textológica. Un ejemplo tradicional es la introducción de Los Milagros de Nuestra Señora de Berceo. Eufemismo. Se trata de la sustitución de un término tabú (expresión que se considera hiriente, inoportuna o “peligrosa”) por una expresión menos comprometedora: “El enemigo malo” („demonio‟) Berceo. “Pasar a mejor vida” („morir‟)

IV LAS FIGURAS DE PENSAMIENTO Figura de pensamiento es un concepto de la retórica clásica que engloba un número grande y discutido de recursos. Estos son difícilmente clasificables según el criterio de los niveles lingüísticos porque, aunque queden plasmados a través de determinados mecanismos fónicos, gramaticales o léxico-semánticos; la base de cada figura no está en esos procedimientos, sino en el modo de pensamiento o en la intención de afectar al receptor del mensaje que reflejan. A pesar de lo dicho y dado que afectan a la significación, pueden estudiarse en el nivel semántico.

Acumulación. Consiste en la enumeración de una serie de palabras, sintagmas o proposiciones interrelacionados por su función análoga y complementaria en la descripción de un personaje, acontecimiento o situación. Aunque la hemos descrito como enumeración, ésta es otra figura estilística e implica mayor orden y organización de los elementos que se citan. Proponemos como ejemplo de acumulación la reflexión antifeminista de Sempronio ante Calixto en La Celestina: “Pero destas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liviandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías? Que todo lo piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su olvido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia […] su desvergüenza, su alcahuetería?

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Antítesis. Es la contraposición de dos ideas o pensamientos, que adquieren así mayor expresividad y viveza. Este contraste se da a veces, oponiendo dos palabras antónimas (Garcilaso: “Conozco lo mejor; apruebo lo peor”) o frases enteras (Bécquer: “La brilladora lumbre es la alegría / la temerosa sombra es el pesar”). Paradoja. Es una antítesis que hermana dos ideas contrarias en un mismo pensamiento, dando lugar a una contradicción que es solo aparente, pues encierra una realidad más profunda o un modo nuevo de ver la verdad. Es un recurso frecuentemente utilizado en la literatura mística y barroca. En la época contemporánea se considera un recurso propio del estilo unamuniano. “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero.” Santa Teresa.

Oxímoron. Consiste en la unión de dos términos de significado opuesto, que lejos de excluirse, se complementan para resaltar el mensaje que transmiten: “La música callada, la soledad sonora.” S. Juan de la Cruz. “Broma macabra” Valle-Inclán. Descripción. Consiste en la presentación de detalles sobre personajes, sensaciones, objetos, paisajes, etc, en el marco de un texto del que pueden formar parte otras modalidades discursivas, como la narración, el diálogo y el monólogo. La retórica tradicional distingue diversos tipos de descripción: del aspecto físico de un personaje (prosopografía), de su índole psicológica y moral (etopeya), de los rasgos físicos y morales (retrato), de un lugar o paisaje (topografía) y de los rasgos de un periodo histórico (cronografía). Prosopopeya o personificación. Consiste en atribuir cualidades de seres animados y corpóreos a otros inanimados o abstractos; o cualidades humanas a seres que no lo son. “La tarde loca de higueras cae desmayada en los muslos heridos de los jinetes.” Lorca. Símil o comparación. Presenta la relación de semejanza entre dos elementos entre dos elementos mediante la fórmula “A es como B” u otras similares: “La noche suspendida como un racimo de uvas negras”. L. Marechal.

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Reticencia. Es la frase que deja la frase sin acabar, sea porque se sobrentiende la idea (en cuyo caso equivale a una sugerencia llena de posibilidades humorísticas), sea por manifestaciones anímicas (figura patética, entonces). En el texto escrito se reconoce por los puntos suspensivos: “Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! César Vallejo.

Interrogación retórica. Es una pregunta que no precisa o de la que no se espera respuesta, porque la contiene implícitamente: “¿Serás, amor, un largo adiós que no se acaba?”. Pedro Salinas. Exclamación. Se trata de la expresión de emociones mediante una entonación adecuada (nivel fónico) y recurriendo frecuentemente a interjecciones (nivel morfosintáctico). “¡Ay, qué terribles cinco de la tarde! Lorca. Apóstrofe. Consiste en dirigir la palabra, con emoción o vehemencia, a una persona o a una cosa, o a seres abstractos personificados. El apóstrofe puede realizarse en forma de pregunta, ruego, exclamación o mandato, y generalmente a través del vocativo o del imperativo: “Para y óyeme, ¡oh Sol!, yo te saludo y estático ante ti me atrevo a hablarte”. Espronceda. “Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano”.

M. Hernández.

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